Partida Rol por web

Decidí cambiarme mientras esperábamos al abad. Sin un fuego era difícil volver a entrar en calor, pero quitarse la ropa mojada ayudaba.

El abad no se hizo esperar mucho, pero con sus palabras confirmaba aún más la fría bienvenida que nos habían dado los monjes. No nos querían allí.

- Maese abad, espero que pueda alargar su hospitalidad hasta que se acabe el temporal - le digo - realmente la urgencia de nuestra presencia aquí, nos ha hecho viajar en desfavorables condiciones. Y sin querer imponer nuestra estadía, realmente me gustaría volver en mejores condiciones -

No sé qué porque quieren que nos vayamos tan pronto, pero no pienso volver a viajar en tan malas condiciones si puedo evitarlo, y espero que mis compañeros me respalden en la petición.

- Reitero la petición que le hice antes al hermano. Sí,  nos gustaría unirnos a la comida y que como bien dice Gundane nos ponga al día de como se ha solucionado el problema, pero,  ¿podríamos esperar en una sala común?, se agradecería un buen fuego para volver a entrar en calor -

Hermano....-dice esperando que te presentes- Esto no es un temporal aquí, es una nevada corriente. Pero mañana seguro que cambia el tiempo y pueden partir sin problema.

Respecto a la sala común no creo que sea posible. No quiero que molesten al resto de los hermanos. Cuando llegue el momento les mandaré a buscar para que vengan al comedor. Allí podrán reponer fuerzas y acompañarnos en la oración. Mientras tanto esperen aquí.-dice tajante, evidentemente molesto porque alguien le reproche nada. Después vuelve a sonreir.

No estaba siendo un buen día. Había comenzado mal con la hija del posadero y seguía mal cuando al parecer habían ido hacia allí para nada. Escuchó con atención las conversaciones de Gundane y Tomás con el abad. Algo no parecía cuadrar. ¿Acaso esa orden no gustaba de visitas y no hacían gala de la hospitalidad cristiana? Iba abrir su bocaza para hablar, pero creyó oportuno dejar a los miembros del clero, pero no pudo evitar  mirar a Gundane, Portavoz de la expedición de manera interrogante. Suponía saber la respuesta pero…”¿Era aquello normal?”. Esperaría a la soledad de la celda para preguntarlo.

Gracias abad -dije conformándome con sus palabras a propósito para no forzar la situación-. Nos quedaremos... a la espera -giré un poco la cabeza hacia mis compañeros, por si entendían mis intenciones de no clavar demasiado el clavo (no fuérase a derribar el madero...). Dios le oiga, y mañana amaine la tormenta. Gracias por la hospitalidad...

Y recé por que se fuera cuanto antes, para poder hablar a solas con los compañeros de viaje.

Después de las palabras de Gundane, el abad se despidió-Bien, a las doce mandaré a buscarles para que vengan al comedor. Mientras tanto relajensé en sus celdas.- Y marchó, tras el los dos novicios que le acompañaban. Dejandoos solos para hablar, descansar o lo que consideráseis oportuno.

El infanzón había pasado todo el tiempo desde la travesía en un concienzudo silencio. Durante el trayecto al monasterio, por no malgastar fuerzas y perder calor, y una vez dentro por prudencia y discreción. No había sido nunca especialmente amigo del clero, pero sabía que estaba allí por un encargo a las órdenes de un recaudador eclesiástico, así que debía acatar las circunstancias y concluyó que sería más prudente guardar silencio y dejar que fuera Gundane el que expusiera su situación a aquellos que acudieran a su encuentro.

La conversación con el abad resultó de lo más extraña, por no decir sospechosa. Parecía especialmente incómodo por dar explicaciones sobre el hecho de que su presencia allí, convocada con la mayor premura posible, de repente ya no fuera necesaria. Incluso su propia presencia parecía un estorbo, ya que el abad había expresado con claridad que les convendría que al día siguiente estuvieran saliendo de allí. Aquello le chirriaba un poco con los principios de hospitalidad cristiana que esperaba en un monasterio como aquel. Recordaba la turbia historia que les había contado el viejo moribundo en la posada recientemente, y aquello no hacía si no reforzar los malos augurios que le provocaba aquel lugar.

Una vez habían vuelto a dejarles solos hasta la hora de la comida, se acercó a sus compañeros para comentar.
-Un poco extraño todo esto ¿no cree, Gundane? Una llamada urgente que de repente ya no es necesaria. Y ahora, tras escuchar las palabras del abad, incluso diría que nuestra presencia aquí es molesta. ¿Que ha sido de la caridad y hospitalidad cristianas si tras una travesía en pleno invierno le invitan a uno con presteza a marchar al día siguiente? Desde luego no ha sido el mejor recibimiento que cabría esperar en un lugar así.-A pesar de que el abad y sus novicios habían abandonado la sala, prefería hablar el asunto en voz baja y cerca de sus compañeros. No terminaba de fiarse de que pudiera haber alguien tras alguna de las puertas o en algún otro lugar atento a su conversación.

Efectivamente, una llamada urgente... vos lo ha dicho don Erramún. Quizá quieran comentar durante la cena o tal vez mañana el problema que tienen y por el que han pedido a la La diócesis (tras lo cual estamos todos nosotros aquí). Lo cierto es que no, pero quizá la hospitalidad esté reñida con la clausura. Al menos tenemos las celdas, pero siendo vos quien sois y un servidor miembro eclesiástico, por supuesto que esperaba más recibimiento para todos. Veremos a ver qué ocurre esta noche ahí fuera, si la nieve da tregua para mañana.

Veo irse al abad y me alegra que nos dejaran solos. Estaba a punto de contestarle mal por su negativa de nuevo a llevarnos a un sitio más cálido que estas celdas. Me escama su comportamiento, es evidente que nos oculta algo.

- Tienes razón Erramun, poca hospitalidad cristiana hay aquí - le digo

- No creo Gundane, que nos vaya a decir nada durante la comida - continuo hablando - más bien pareceme que hay algo que quiere ocultar y por eso quiere que nos vayamos -

- ¿Cuál era el problema que decía el mensaje que enviaron a la diócesis? -

DEspués de vuestra pequeña charla y un rato de espera aparece a todas vistas un novicio que viene a buscaros. Durante el trayecto hasta el comedor se mantiene en silencio.

Llegáis al comedor común, preside la sala el abad y las mesas se extienden a ambos lados de la principal haciendo una U invertida, a vosotros os sientan en el extremo más alejado. Los monjes están en absoluto silencio, pero os miran fijamente. EL abad se levanta y dice-Demos la bienvenida a estos hermanos que han llegado a través de la tormenta a este nuestro humilde monasterio.-Los monjes bajan la cabeza como haciendoos un saludo.Después el abad comienza a bendecir la mesa-Señor, bendice estos alimentos  que vamos a comer. Bendice así mismo a nuestros invitados para que mañana tengan buen tiempo y puedan continuar su viaje y bendicenos a nosotros para que podamos seguir cumpliendo tu divina misión. Amen.- todos los monjes repiten el amen de forma mecánica.-oremos ahora.- Los monjes agachan la cabeza y se preparan para recibir la oración.

Pater Noster, qui es in caelis,

sanctificétur nomen Tuum,

adveniat Regnum Tuum,

fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra.

Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie,

et dimitte nobis débita nostra,

sicut et nos dimittímus debitóribus nostris;

et ne nos indúcas in tentationem,

sed libera nos a malo.

Amen.

Después empiezan a comer. Hay una especie de caldo con torreznos de pan y para beber vino. Vosotros tenéis una pequeña olla y vuestra propia jarra para que os sirváis a gusto.

-Amen.

El infanzón respondió al finalizar la oración del padre superior, más por respeto de invitado en aquel lugar que por el fervor religioso que sentía en una comunidad, la de aquel monasterio, que de momento no dejaba de producirle suspicacias. En su bendición no había pedido por una feliz estancia del grupo en su monasterio aquel día, o un regreso feliz y ausente de imprevistos. Parecía que lo único realmente importante era que al día siguiente partieran de allí con la mayor presteza. Al menos había expresado públicamente un mensaje de bienvenida ante la congregación, que era lo mínimo.

Habiéndoles instalado en el extremo alejado de la mesa, al menos podrían conversar con algo de tranquilidad mientras compartían aquel almuerzo con los monjes.
-Que aproveche amigos. Espero que al menos la hospitalidad sí se vea reflejada en la comida que comparten con nosotros, dentro de la austeridad de la vida monástica.-Tras decir aquello Erramun hundió la cuchara en aquel caldo para probar el primer bocado del plato.

El mensaje que traía eran las decisiones tomadas en la diócesis, de puño y letra del diácono navarro que asiste a veces a éstos monjes, acerca de unos impagos por unos trabajos artesanales que hicieron a unos vecinos...

Amén - En esos momentos llegó el abad, invitándonos ya a comer. Cuando terminó de bendecir, me santigüé y comencé a comer, sin demasiada ansia, pese a que estábamos agotados y algo hambrientos.

Abad, con gusto hemos dado al Padre las gracias por estos alimentos y el cobijo bajo vuestro monasterio, pero aún ni siquiera sabemos vuestro nombre, y también es de agradecer a aquel que nos los ha puesto en la boca... -le dije, dando a entender a sus frailes que ni tan siquiera ellos habían hecho mención alguna de su identeidad-.  Mis compañeros tenían la mosca tras la oreja, y no era para menos...

El abad seguía dejando claro cada vez que hablaba que quería que nos fueramos cuanto antes. Casí estaba por rezar para que esta noche cayera una gran nevada y no pudieramos continuar viaje sólo por ver que haría.

Me preguntaba cual pensarían los monjes que era su divina misión en este convento. Grandes tenían que ser los impagos para que llamaran a un portero y ¿todo se solucionaba de repente?

- Amén - murmure mientras me servía

- Buena razón teneis Erramun, al menos la comida es abundante - dije antes de comenzar a comer.

Dad las gracias a Dios que es el que proveé estos alimentos, no a mí . Si queréis saber mi nombre, respondo al de Antonio. Abad antonio, hijo del marqués don Pedro Mendoza. -hay un murmullo generalizado, pero se callan los monjes al momento. El abad ha dejado claro su rango, quizás para intimidaros, quizás para advertiros. Pero lo cierto es que su rango intimida y lo sabe.

Ciertamente el abad estaba bien situado. No era de extrañar que cuando solicito ayuda a la diócesis, esta se apresurara a enviar a Gundane con urgencia. Eso me ponía en un aprieto, había aprendido a las malas que es mejor no ofender directamente a quienes tenían más poder que tú y casi lo había hecho en nuestra conversación anterior.

Mire alrededor, al resto de los monjes, fijándome en sus reacciones a nuestra presencia y a la conversación del abad. Está claro que si queríamos averiguar que estaban ocultando en este monasterio, debíamos buscar a otra fuente de información.

Erramun escuchó al abad presentarse con orgullo de su noble cuna, tal vez también con intención de intimidar con su doble naturaleza de poder, tanto divina como nobiliaria. Por un instante pensó en hacer lo mismo y presentarse como hermano de uno de los condes más celebres de Aragón, como una muestra de que no era el único perteneciente a una familia poderosa y, por lo tanto, digno de respetar y temer. Pero durante sus años de entrenamiento en combate le habían enseñado a no mostrarse temerario y lanzarse a fondo ante la primera provocación del enemigo, a no mostrar todas sus cartas a las primeras de cambio. Y Erramun tenía el suficiente seso como para saber aplicar todos aquellos conocimientos al resto de aspectos de su vida. Así que siguió el consejo de su razón, que le recomendaba guardar un silencio prudente, y esperó en todo caso a las posibles palabras de Gundane, que era quien había pedido al superior del monasterio que se presentara.

No soy yo quien quiere saber vuestro nombre, abad. Es la diócesis quien os ofrece nuestra ayuda, no nosotros cuando antes os hemos porteado a ésta vuestra casa -me faltó un ápice para levantarme y decirle aquello delante de sus monjes, pero no era menester elevarle la voz y dejarlo en evidencia delante de todo el rebaño que albergaba-. Mañana mismo marcharemos de aquí, haga frío o nieve -miré a mis compañeros, intentándo hacerles un pequeño favor dando un "golpe sobre la mesa"-. Si hasta entonces no oímos las peticiones que queréis presentar y por tal el motivo de nuestra presencia aquí, informaremos de esa nulidad a la Diócesis. Y en Navarra tienen mucho que hacer, muchas gentes a quien atender... -en vez de venir a éste remoto lugar, me refería-. Actos seguido, seguí comiendo como si nada.

Una cosa es que fuera eclesiástico dedicado a la predicación, pero un servidor era portero, tesorero de la Diócesis que también abrazaba a éstas tierras, y tiempo ha que metí (y también no tanto) a gente en entre las rejas por no pagar el diezmo o escupir a aquel que recauda para la infraestructura de Nuestro Señor.

Y mañana tendréis una misiva que llevar a la diócesis de Navarra con el sello lacrado-concluyó. Pues no le iba en nada discutir con vosotros.

La comida continuó en silencio.