Pero ¿de verdad tienes intención de entrar?- pregunta- no se que se te ha perdido allí, la verdad- le mira, sabedor de que le seguiría si lo hacía (no quería que le acusasen de gallina). Mas no le gustaba mucho la idea.
La idea de entrar en la caseta me producía sentimientos opuestos. Por un lado, suponía que no habría culebras, porque les gusta más la hierba y el terreno pantanoso: exactamente lo que tenía a mis pies. Por otro lado, no podía evitar que un lugar tan oscuro y con esa brisa congelada me produjese escalofríos.
Por eso me quedé quieto mirando a Hector y David, esperando a ver qué hacían ellos para seguirles. Eligiesen lo que eligiesen, me daría algo de canguelo. La única opción que no me asustaba era la de irme. Pero no podía quedar cómo un gallina.
Mientras los niños discuten una musiquilla salida del rincón más profundo del edificio principal llega hasta ellos. Una nueva brisa les remueve el pelo y golpea las persianas de madera no aseguradas y a medio descolgar de una de las ventanas. Junto a esa musiquita una risa. ¿Habría otros niños jugando ahí dentro?
Me quedo un momento parado, escuchando los ruidos que parecen provenir de la vieja casucha, el ruido de música de una caja de música o mal de enmedio, pero las risas de los niños es indiscutiblemente siniestro... ¿Hay alguien más tambien jugando aqui o son bromistas que se rien a nuestra costa? Aunque esperaba que fuera lo primero (Que me encataría unirme a ellos) Si era lo segundo no me iban a atemorizar, por lo que les digo a los chicos:- Ey, parece que nos quieren poner con los nervios de punta algún majadero, jeje. Vamos a enseñarles que a nosotros nadie nos asusta.- Sin más dilacción me adentro a la semi-penumbra de la casucha.
Más preocupado por las culebras que por cualquier otra cosa, me cuesta darme cuenta de la música y las risas. Pero cuándo las escucho me quedo quieto. ¿Era mi imaginación? No. Hector las ha oído también, y supongo entonces que David también. Me creo las palabras de Hector: alguien intenta asustarnos. Seguramente niños mayores. Suelen ser bastante crueles con las bromas.
- Seguro que son chicos del instituto, haciendo cosas de mayores, y nos quieren asustar para que nos vayamos... -susurro a mis dos amigos. -Tal vez podemos hacer ver que nos hemos asustado y nos hemos ido, pero en lugar de eso entramos y les damos un susto a ellos.
"Y me libro de las culebras."
David se encoge de hombros, pero al oír las palabras de Lucas asiente.
Creo que ese es un magnífico plan- claro que si eran chicos del instituto y les cabreaban, mas le valdría a ellos correr para alejarse de las consecuencias.
El recibidor estaba sucio y polvoriento. Desde las ventanas cegadas se deslizaban hilos de luz que arrojaban algo de su fulgor sobre la oscura estancia. Se había hecho el silencio de forma repentina, posiblemente los niños de instituto estarían tramando algo.
Sobre un mostrador, había papeles amarillentos y tras él lo que parecía un fichero metálico, parecido a los que el director de su colegio tenía en su despacho. El recibidor daba a dos salidas, una, por una puerta con un ojo de buey roto y otra por unas escaleras metálicas y bastante desmadejadas que llevaban al piso superior.
Les hago un gesto de silencio al resto de los chicos, como diciéndoles "venga no seáis caguicas" avanzó hacia el mueble donde están apoyados los papeles, pro si hay una llave o algo, y quizás podría examinar un poco el fichero a ver si encuentro algo interesante... Al ver que no se mueven les hago gestos para que vengan para acá.
Motivo: curiosidad malsana
Tirada: 1d8
Resultado: 4
David se adentra también en el mostrador, mas él no se pone a fisgonear. Desde luego, el lugar llevaba tiempo abandonado, a juzgar por el estado tan lamentable de la sala y de los objetos que hay en ella. Dudaba de que hubiera entrado alguien allí aparte de ellos.
Hector, ¿que crees que vas a encontrar?- le pregunta a su compañero.
Había esperado a ver qué hacían el resto antes de moverme o hablar. Lo mío no era ser el líder, eso era má cosa de Héctor, siempre tan impulsivo, o de David, que en mi opinión siempre parecía listo y cauto. Después de mi idea de asustar a los mayores, dejaba que ellos tomasen las riendas.
- ¿Pero no sería mejor buscar a los chicos que nos querían asustar antes de que acaben lo que han empezado?
Aún sabiendo que andaban por ahí sabía que si se lo proponían haría que me mease en los pantalones...sin ser literal, claro. Yo hacía mucho que no me hacía pis encima.
Héctor no pareció encontrar algunas cosillas en el mostrador y en sus cajones, algún juego de chalecos salvavidas reflectantes para el lago, dos linternas que contaban con escasa batería. Había una tercera pero el ácido de la pila había dejado inutilizado el objeto. Entre los papeles se encontraban los registros de niños. Nombre, edad, sexo, y barracón asignado.
Del resto del edificio no llegaba más que silencio, roto solo por los comentarios de los tres niños y sus respiraciones, que se podrían calificar de ruidosas, tal era la ausencia de ruido.
Al ver que hay un chaleco y dos linternas las cojo y digo:- Mirad como molan- Poco después tengo el chaleco puesto y enciendo una de las linternas, mientras registro los papeles de registro como los detectives de las pelis. Al ver que los otros dos siguen ahí de pie mirando a todas partes les comento:- Venga echar un vistazo, a lo mejor sabemos quienes fueron los últimos niños en estar aquí.-
No tienes remedio- le dijo- ¿y a ti que mas te da quien estuvo o dejo de estar? además, tenemos una misión que hacer. Y dar un susto a nuestros mayores tiene prioridad.
- Eso, eso - digo intentando no levantar la voz.
No obstante, me acerco a dónde está Héctor y cojo la otra linterna de energía pobre y me pongo un chaleco salvavidas, igual que él. No era la más cómodo del mundo, a decir verdad, pero me hacía sentir protegido, si no tenía en cuenta el polvo que desprendía y me hacía lloriquear un poco.
- Así vamos cómo los policías de las pelis. ¡Achís!
Obviamente los policías llevaban chalecos antibalas más estéticos y cómodos, pero para un niño con imaginación, este podía ser el mejor chaleco antibalas que podría conseguir nunca.
Los folios eran demasiado viejos, algunos se quebraron bajo las manitas de Héctor. Había algunos nombres como "Alexandra Ramos" o "Roberto Cooper", la mayoría de las letras impresas eran ilegibles y no digamos las anotaciones que se hicieron a mano. Algunos nombres estaban tachados de forma más que visible con lo que parecía un rotulador que hacía tiempo había perdido su color.
Bajo los papeles había un juego de llaves viejo, típicas de las ilustraciones de los serenos que aparecían en los libros de texto. El manojo de llaves no contaba con ninguna etiqueta que ayudara a identificar para qué era cada llave, cada una más oxidada que la anterior.
Un ruido metálico de algo que se cae resonó hasta el mostrador. Algo grande, posiblemente una plancha de aluminio. Pese a la confusión del eco se percibía claramente que el ruído venía de uno de los corredores, no del piso superior.
La revisión de papeles ha sido decepcionante, me hubiese gustado que hubiese algo como la trama de una peli de miedo o algo así, con niños desaparecidos y todo eso, bufff, me vuelvo para discutir con David, cuando escucho como algo cae contra el suelo con gran estrépito, al final digo:- Parece que el ruido viene de ese corredor, la verdad es que el sitio se cae a cachos, pero eso no deja de molar, jejeje- Voy hacía la puerta que lleve a ese corredor, a ver si se puede ver algo con las nuevas linternas
- ¡Tonto no hables tan alto!- dije elevando yo mismo la voz. Después bajé el tono - Seguro que son los chicos mayores, los que querían asustarnos. Se les habrá caído algo mientras preparaban el susto, ahora habrán ido a esconderse.
Con el chaleco salvavidas, o antibalas en mi imaginación, y la linterna de pobre potencia, me acerqué más al lugar de dónde venía le ruido.
- Vamos, que no se crean que les tenemos miedo por ser pequeños.
Mi mente se había convencido de que eran niños mayores intentando asustarnos, y estaba decidido a que no lo consiguieran. A no ser que me tirasen una culebra encima...
Mientras el edificio no se nos caiga encima todo irá bien- dice David que decide coger el manojo oxidado de llaves. Quizás podría serle útil para entrar en alguna puerta.
El corredor, largo, lleno de suciedad e iluminado pobremente por las linternitas da a una puerta doble con ojos de buey demasiado altos como para que los niños se pudieran asomar por sí solos. Habían pasado algunas puertas de madera podrida, sacadas de sus goznes pero no habían mirado en su interior. Al otro lado se oía un bisbiseo nervioso e ininteligible.
Camino por el húmedo corredor intentando no hacer demasiado ruido escuchando los crujidos y el ruido que llega de más allá de él. Me acerco a la puerta con los ojos de buey, pues es de allí donde sale el siseo y poco a poco la abro, me pica la curiosidad, y ya que no quieren que hable alto, pues si hay algo interesante se fastidian.