Partida Rol por web

William suelta un quejido por cada balazo que recibe. Intenta mantener el tipo, pero al llevarse la mano al costado nota el charco de sangre que se está formando. Debía acabar con esto rápido antes de desangrarse.

William se dispone a disparara Barret cuando ve como este recibe un balazo en la cabeza. El agente mira al doctor con sorpresa, pero éste parece imperturbable. Nunca dejaba de sorprenderle.

Haciendo acopio de fuerzas, William apunta al del rifle (Higgins) y aprieta el gatillo, sin poder disimular la rabia y el asco que le genera que ese desgraciado haya acertado el tiro.

-Eh! Malnacidos...- Grito para intentar desviar la atención de los malhechores.

El dolor, el ajetreo y la gravedad de la situación impiden al periodista y al agente acertar a ninguno sus objetivos. Por otro lado, la profesora no ve el momento de saltar por la ventana para entrar a liarse a porrazos con lo primero que encuentre.

En medio del combate, se produce un inhumano aullido de dolor proveniente de otro lado del puerto. El sonido parece llegar desde la zona donde habéis dejado noqueado al centinela. Con la densa niebla, no podéis ver nada más allá de unos metros, por lo que no alcanzáis a visualizar lo que está pasando.

Pirolo se sobresalta con el grito de fuera de la casa.

- ¿Gallo? ¡No me jodas, viene a por nosotros! -exclama, sobresaltado por el grito fuera de la casa-. ¡Ya le dije al puto Tommy que ese Ambrose no era trigo limpio! ¡Me cago en mi puta vida! ¡Clyde, coge el dinero y vámonos de aquí!

Corriendo, sale de su cobertura, dispara hacia la puerta para ganarse unos preciosos segundos y se dirige hacia el fondo de la habitación, donde se encuentra Higgins. El balazo da de lleno en Bennet, que cae del todo al suelo, sangrando como un cerdo.

Higgins parece un hombre de pocas palabras, pues las maldiciones de su compañero no provocan en él ninguna respuesta verbal. Se echa el rifle a la espalda, saca el maletín de Jerry Grant del baúl de donde ha sacado el arma momentos antes y se tira al suelo para abrir lo que parece una trampilla.

Mientras Higgins abre la trampilla y Pirolo se encuentra a la carrera, algo rompe parte del tejado de madera de la casucha y cae con fuerza sobre la mesa que actuaba de cobertura, rompiéndola y extinguiendo parte del fuego que estaba empezando a formarse. Se trata del cuerpo totalmente mutilado del centinela, al que Pirolo se ha referido como Gallo. 

Su cara está desencajada en un gesto de puro horror, sus costillas rotas, sus extremidades fracturadas por innumerables lugares. Parece un muñeco de trapo al que han pegado una brutal paliza. Está claramente muerto, e incluso parece que ya estaba muerto antes de caer. 

Pirolo y Higgins se paran un momento, con los ojos como platos, para asimilar la escena. Tras un segundo, siguen a lo suyo, acelerando todavía más al ritmo.

El periodista aprieta los dientes una vez más y respirando lentamente para reducir la tensión de la situacion y apuntar correctamente, esta vez Kennedy no quiere perder la oportunidad que le ofrece Pirolo para hacer blanco, ya que este se esta se ha quedado expuesto al haber perdido la cobertura que le ofrecía la mesa, a la par, indica a sus compañeros las intenciones de Higgins de escapar - intentan escapar por una trampilla en el suelo!!!

¿Qué había sido aquel alarido? Jamal no tuvo tiempo de pararse a reflexionar y disparó una última vez al secuestrador de la cicatriz en la mejilla, rozándole la pierna. En respuesta, el rifle de uno de los secuestradores bramó y el proyectil que vomitó el cañón del arma atravesó la pared alcanzando a Will, que se precipitó al suelo tragando sangre.

Jamal tensó la mandíbula. La vida de su amigo corría serio peligro. Al infierno el dinero. Al infierno aquellos criminales. Tenían a Tommy Galiano. Los federales le harían cantar y desvelaría dónde estaba el niño y ese tal Ambrose al que tanto temían.

El doctor cambió de lado en su cobertura y tiró de Will, poniéndole fuera de la línea de fuego.

-Aguanta, amigo. Vas a ponerte bien. Confía en mí. Soy médico-, dijo sonriéndole y dándole una palmada en la mejilla. -No te desmayes, Will. Mantén los ojos abiertos-. Examinó la herida y la taponó maldiciendo para sus adentros. -¡Profesora! ¡La necesito aquí! ¡Kennedy! ¡Muchacho, no se exponga más de lo necesario!-.

Fue entonces cuando un cadáver irreconocible se precipitó sobre el tejado de la casa, hundiendo el techo y cayendo en mitad de la habitación en la que tenía lugar el furioso tiroteo.

-¿¡Pero qué...!?-. Jamal reconoció al infeliz: Era el centinela al que habían noqueado minutos antes. Alguien... o algo, lo había destrozado. Eso explicaba aquel escalofriante grito de terror que había escuchado. El doctor tuvo un presagio funesto y alzó la voz.

-¡Rápido, profesora Walker! ¡Ayúdeme a poner a Will a salvo! ¡Vamos, vamos! ¡Tenemos que sacarle de aquí ya!-.

Kennedy observa la situación con detenimiento en décimas de segundo, con Pirolo fuera de la ecuación, su compañero Bennet siendo atendido por el Dr y la agente, el periodista sabe que la x es Higgins, y esta puede ser una de las últimas oportunidades que tenga el grupo de obtener las respuestas que están buscando.

Pero en un instante llegan a la cabeza del periodista imágenes del Padre Joseph (Vínculo), de como este le recordaba a nuestro periodista el coraje que había tenido su padre, al dar su vida por destapar la verdad. Palabras que sin duda quedaron grabadas a fuego en la mente Kennedy cuando este era pequeño y que brotan en los momentos de mayor dificultad, haciendo que su corazón se llene de orgullo y coraje, lo cual no le deja rendirse nunca, ¡¡Nunca!!

Kennedy aprieta los dientes, y lleno de rabia se lanza en plancha sobre la trampilla para intentar agarrar el cuello de Higgins - no te vas a escapar-

William cae al suelo, luchando por mantenerse consciente. Oye las palabras de su amigo el doctor, pero no procesa nada, ni siquiera el cadáver que acaba de caer del cielo, salvo a los dos canallas que intentan escapar.

Sentado en el suelo, y con una mano en la herida, William apunta a Pirolo y aprieta el gatillo una vez más, sin intención ya de capturar a nadie con vida.

El agente Bennet, en el suelo y desangrándose, consigue hacer un último esfuerzo por disparar hacia ese Pirolo a la carrera antes de que el forzudo de Jamal le aparte del marco de la puerta para ponerle a salvo. Pirolo cae al suelo, gravemente herido, y su rifle de caza golpea el suelo a pocos metros de él.

El doctor, siempre preparado, siempre útil, trata de taponar la herida de su amigo y agente de la ley, practicándole un vendaje rudimentario para salir del paso. No muy elegante, pero suficiente como para salir del paso.

Aprovechando toda esta distracción, Kennedy salta a través de la ventana y pasa junto al moribundo Pirolo para alcanzar a Clyde Higgins, que está empezando a meterse por la trampilla. Con la fuerza ya demostrada al noquear al centinela Gallo (en paz descanse), el periodista saca al ratero de la trampilla y lo lanza contra el suelo. El maletín cae, se abre y unos cuantos fajos de billetes se desperdigan también por el suelo.

Cuando parecía que la situación no podía ir a peor, oís un sonido gutural a vuestras espaldas, proviniente del río Hudson. No sabéis quién o qué ha podido emitir eso, pero ciertamente, os pone la piel de gallina. De repente, un fuerte y largo tentáculo llenos de ventosas aparece de entre la niebla y, colándose por el marco de la puerta, agarra a Pirolo y lo estampa contra la pared, rematándolo. Seguidamente, agarra a Higgins, que se pone a gritar, y golpea con él a Kennedy antes de sacar al delincuente de la casa y desaparecer entre la niebla. Los gritos se oyen cada vez más lejos, hasta que dejan de oírse.

Dejando dos cadáveres y un Kennedy más que contusionado, la criatura parece haber desaparecido y se hace el silencio, dejando un asqueroso olor a azufre parecido al que reportaron hace un año los vecinos de Westchester.

Por si estabilizar a Will en mitad de aquella tormenta de plomo no era suficiente, algo que escapaba a toda comprensión racional tuvo lugar en aquel paraje rodeado por la niebla. Un pseudópodo irrumpió en la habitación y barrió la estancia con las entrañas de los últimos secuestradores. Kennedy se llevó un buen golpe en el proceso ya que estaba trabado con el de la cicatriz, luchando por arrebatarle el dinero del rescate.

-¡Dios santísimo...!-, exclamó Jamal al ver el tentáculo de la criatura llevarse al de la cicatriz entre alaridos de terror. El infeliz cruzó su mirada glauca con la del doctor J. un fugaz instante antes de desaparecer, arrastrado por aquella fuerza incontenible por la ventana. Era el auténtico rostro del horror.

-¡Vamos, Will! ¡Tienes que ponerte en pie! ¡Un último esfuerzo, amigo! ¡Profesora! ¡Ayúdeme a sacarle de aquí!-. Jamal tenía dos preocupaciones inmediatas. La primera era poner a salvo a Will y sacar de la casa a Kennedy. La segunda era cerciorarse de que aquella criatura que había hecho una proverbial entrada en escena se había largado. Si aún pululaba por el Hudson, estaban perdidos. Vista su fuerza implacable, el doctor sabía que no tenían otra posibilidad.

Tras sacar a Will con ayuda de Megan, el doctor corrió al interior de la casa buscando a Kennedy.

-¡Ánimo, muchacho! ¡Tienes una contusión bastante fuerte pero vivirás! ¡Eres un valiente!-. El doctor examinó los hematomas que presentaba la cabeza del periodista. Tardarían en sanar unas semanas, pero Kennedy era un hombre joven y recio. Sobreviviría. -Levántate despacio. Así. Muy bien. Vamos, salgamos fuera. Apóyate en mi hombro. Eso es. Los Kennedy están hechos de acero-, comentó esbozando una media sonrisa para calmar los ánimos. Le habló de "Tú" por primera vez.

Reunidos los cuatro, el doctor echó una ojeada al Hudson y sintiendo un impulso primitivo en su interior miró fijamente a sus compañeros.

-Voy a entrar a recuperar el dinero. Luego nos vamos de aquí. A ustedes deben verles en un hospital-, dijo señalando a Will y a Kennedy. Sus ojos rasgados no parecían admitir réplica. Acto seguido volvió a la casa.

Jamal fue directo a recoger el maletín con el dinero, pero en su mente siempre hubo otra intención: averiguar si en aquella casa había algo que incriminase a alguien más, una pista definitiva que reactivase el rastro, que condujese a Adam.

Notaba el palpitar de su corazón en las sienes y estaba sudando del esfuerzo y la tensión del tiroteo. Aún se sentía entero. Sus ojos se posaron en el rostro inerte de Barret y notó cómo tensaba la mandíbula.

¿Por qué no te rendiste, malnacido?

Frunció el ceño. Barret ya no le daría la respuesta. Además, no tenía tiempo de lamentaciones. Tampoco para cuestionarse qué había ocurrido allí hacía escasos segundos. Will y Kennedy estaban heridos de gravedad. Debía ser rápido.

Mientras cerraba el maletín e inspeccionaba el interior de la casa, tuvo una corazonada en forma de interrogante: ¿La criatura había, de algún modo, seleccionado a sus víctimas? Plantearse aquella pregunta le produjo un escalofrío. Si se enfrentaban a alguien era capaz de ejercer control sobre aquel morador de la niebla, estaban en serios problemas.

Dentro de la cabaña, el doctor se arrodilla ante Kennedy, que se encuentra tirado en el suelo, algo noqueado por el golpe de ese tentáculo. Le pone en pie y le trata como puede algunas de las heridas. Aunque no puede hacer mucho por las contusiones que le ha provocado el golpe, tiene un disparo en el costado, que sí puede tratar de cerrar.

Una vez atendido su compañero, Jamal se da cuenta de que el baúl de al lado del catre de Higgins contiene un par de pistolas, además de los rifles desperdigados por el suelo que han dejado los otros rateros cerca de sus cadáveres. Abre la habitación del fondo de la cabaña, donde hay una pequeña mesa con lápices y papeles, aparentemente en blanco, y una suave manta azul con detalles plateados, que parece la de un bebé.