Partida Rol por web

Por cierto, ya que estoy viendo el reflejo Umbral, no puedo evitar cotillear a Norna. ¿Qué veo en ella? ¿Un Avatar despertado? ¿O algo mucho peor...?

Había dado un empujón a la red que todo lo conectaba, había intentado torcer el camino de lo que estaba sucediendo, pero el cordón que había delante de él era rígido y no respondió a su estímulo. Norma tomó el teléfono de Max de todos modos, ignorando sus palabras, tras lo cual el sacerdote, como era de esperar, reaccionó ante el desafío y la evidente perdida de control. La misma sensación desagradable que había sentido en la sacristía volvía a aparecer, pero esta vez era más potente, y venía acompañada de la transmutación del reverendo en algo horrendo. Parece que así tenía que ser, pensó mientras llevaba su mano a la chaqueta instintivamente.

No se detuvo a prestar atención a lo que la criatura decía, no conocía a Cob aunque seguramente tenía que ver con el llamado que había hecho. Lo que ocupaba su mente era encontrar el punto adecuado para acabar con la existencia de ese ser. Era una aberración, una distorsión del tapiz, una anomalía que debía ser eliminada por el bien de todos. Su mano salió de su chaqueta sujetando su pistola y apuntando sin dudar. En silencio y con determinación presionó el gatillo.

Con la faz contraída en una mueca demente y llena de rabia, el Reverendo señala hacia los hombres que se encontraban frente a él, mostrando en este momento, ante todos, la longitud real e inhumana de su extremidad contrahecha y cubierta de vello negro e hirsuto- ¡Detenedlos!-ordenó, al mismo tiempo que un ruido, muy fino, y casi imposible de percibir, se colaba en los oídos de los presentes. El sonido de algo parecido al cristal, repiqueteando una vez tras otra y deslizándose, rápidamente, sobre el suelo, mientras el Reverendo parecía aproximarse, desbocado, hacia la joven que permanecía quieta y aterrada entre los cuatro Despertados. 

La sensación de que la Realidad vibraba, a punto de quebrarse, permanecía, incisiva, intensificándose su sensación, como pequeñas agujas sobre la piel, mientras tres de los hombres (Steeve, Cathbad y Ethan) notaban cómo poco a poco sus piernas parecían quedar inmóviles y rígidas. Como atrapadas por algo intangible de consistencia pétrea. 

La mención de Cob resonó en los oídos de Cathbad, trayendo a la memoria una somera mención. Algo que había escuchado alguna vez, de boca de un Cuentasueños, que desgraciadamente se encontraba en aquel instante lo suficientemente ebrio como para que sus palabras resultasen del todo inteligibles. Había escuchado algo sobre un espíritu poderoso, en medio de una telaraña. Un ente antiguo, rodeado por toda una corte arácnida plateada que refulgía como el cristal. 

La versión umbral de Norna contenía sin duda la tangibilidad y el brillo propios del alma de los Despertados. Y sin embargo, permanecía borrosa ante los ojos de Ethan. No como si éste no fuese capaz de verla. No, no se trataba de eso. Se trataba, más bien, de que parecía encontrarse aún en una fase de desarrollo. Como si se hubiese detenido en medio de una transformación. Como si aún no se hubiese terminado de definir. 

Y con la orden imperiosa del Reverendo, las arañas finalmente tocaban el suelo con sus patas, que repiqueteaban sobre el mismo con el sonido del cristal. Se detenían, frente a vosotros, y al unísono, movían, sinuosas, las efélides, apareciendo, entre sus fauces, sendos hilos blancos, luminiscentes, que rápidamente procedieron a rodear los cuerpos de los hombres que se encontraban frente a ellas, comenzando por los pies, endureciéndose en cuanto adquirían consistencia en torno a sus piernas, conformando una especie de cáscara calcificada que dificultaba el movimiento. 

Ethan maldijo en voz alta al sentir los hilos de las arañas espectrales cubriendo sus piernas, casi imposibilitando moverse. A sus ojos sensibles a lo oculto, la red que comenzaba a rodearlo brillaba claramente formada por una infinidad de hilos que brillaban con energía espiritual. Pero afortunadamente, el joven mago no estaba completamente indefenso ante tales problemas. Con un rápido gesto, extrajo de su bolsillo el cuchillo de aspecto militar que había comprado antes de iniciar toda esta empresa, y desplegó la afilada hoja. En mitad de los grises difuminados de la Umbra, el filo del arma destacaba con fuerza, con su espíritu que había sido despertado por Ethan dispuesto a servir a su portador.

-¡Norna, quédate detrás de mí! –Gritó Ethan mientras trabajaba con el cuchillo, y dirigiéndose a los demás, añadió. -¡Son arañas desde la Umbra las que nos sujetan! ¡Hay que detener al reverendo, que no se acerque a Norna!

Acción: Cortar los hilos de la telaraña con el cuchillo. Hago la tirada de Fuerza+Atletismo por si acaso, pero considero que al estar el cuchillo espiritualmente activo (ya te comenté en el interludio que hacía el ritual para ello) debería funcionar bastante bien. Si logro cortar los hilos muy rápido, entonces le pego una puñalada a la araña. En todo momento mantengo a Norna detrás de mí, poniéndome en el camino del reverendo si se acerca demasiado. Mi prioridad sería el reverendo antes que las arañas, si llega a aproximarse. Además, si las arañas van a hacer algo diferente a tejer hilos, aviso en el momento a los demás.

Resumen:

Dejo hecho la tirada de fuerza

Si es mejor o si no puedo tirar de fuerza, corto los hilos con el cuchillo espiritual (dejo hecha tirada de daño+2 -creo-)

Si puedo, puñalada a la araña o al reverendo (lo que se ponga más cerca) (Dejo hecha tirada ataque)

Si es necesario, cubrir a Norna ante cualquier ataque (recibir daño en su lugar)

De repente, el reverendo Williams bramó una orden con su inhumana voz. Casi de inmediato, un inquietante repiqueteo empezó a oírse por toda la catedral. Algo invisible se estaba acercando al grupo de magos, cercándolos desde todas las direcciones. A medida que el aire parecía volverse más pesado, más irrespirable, Cathbad notó cómo algo duro y rígido se aferraba a sus piernas, inmovilizándolas. Se dijo a sí mismo que debía actuar, y rápido; de lo contrario, aquello terminaría antes incluso de empezar.

Con el corazón percutiendo en su garganta, Cathbad tiró de sus pies con todas sus fuerzas, intentando liberarse de aquella cosa que sus ojos no podían ver y que lo mantenía pegado al suelo, indefenso como una mosca en la tela de una araña hambrienta. Por un momento, sintió como si sus músculos fuesen a desgarrarse; ya no tenía la fuerza de sus años más jóvenes, y sobresfuerzos como aquel podían ser dolorosos. Sin embargo, de algún modo logró hacer que aquello cediera, y gruñendo, arrancó los pies del suelo con un movimiento brusco, alejándose un par de renqueantes pasos de lo que quiera que fuese aquello.

Jadeante, se irguió, y sus ojos volvieron a posarse sobre el monstruosamente deformado reverendo. Tenía que hacer algo pronto, pero, ¿qué? Jamás habría podido imaginar que el aparentemente débil sacerdote era en realidad una poderosa bestia… Recordó entonces las enseñanzas de su mentora, Diana:

«Un árbol débil y podrido es más fácil de cortar que uno joven y sano».

El atisbo de una sonrisa se dibujó en el curtido y avejentado rostro del brujo. A toda velocidad, extrajo de uno de los bolsillos de su gabardina un pequeño y deslucido cáliz de plata, que simbolizaría el sacrificio de la diosa Macha cuando se vio forzada a las labores más penosas estando encinta. Con los ojos centelleando y una sonrisa feroz, casi animal, lanzó un cargado esputo en el interior de la copa y luego derramó su contenido a sus pies. Aquel gesto sería el catalizador del dolor que fue infligido entonces sobre los hombres de Úlster. Levantó finalmente su mano, con los dedos retorcidos y temblorosos como una cruel garra, hacia la grotesca figura del reverendo, maldiciéndolo con las siguientes palabras:

—Bealtaine go dtéann ciontú pianmhar Macha ar do shon*!

Max tragó saliva y cerró los ojos. Aunque fue sólo un segundo el tiempo pareció detenerse. Dos gotas de sudor perlaban su frente, una de ellas ya a punto de resbalar por un lateral de su rostro. Probablemente se perdería entre los pelos de su barba de varios días y acabaría cayendo al suelo... o en algún punto de su camisa. Tanto daba... el suelo seguro que estaba más limpio que su camisa.

Se acababa de meter en un buen lío. Uno de esos de los que le había advertido su maestro. Uno de esos de los que al principio de enterarse de la verdad, había pensado que serían mentira y jamás ocurrirían. Uno de esos de los que, tras un par de semanas de entrenamiento, había asumido como posibilidades reales... pero lejanas. Algo a lo que podría enfrentarse tras años de preparación.

Pero no, ahí estaba. Viviendo el momento. Con un sacerdote cuya sombra distorsionaba su forma, o cuya forma real estaba distorsionada para que pareciera asemejarse a un humano.

Aquel tipo, cosa, extraterrestre, ente o lo que fuera se abalanzó con rapidez sobre la chica y Max reaccionó por instinto... casi sin pensar.

Fuera lo que fuera lo otro que venía, estaba más allá de su entendimiento. Por eso decidió hacer un movimiento inteligente, y dejárselo a cualquiera de los otros Despertados presentes. Todos parecían muy seguros de sí mismos. Joder, ¡si hasta el mendigo había plantado cara al puñetero Motorista Fantasma! Había pocas opciones: o el mendigo no tenía nada que perder, o se enfrentaba a seres así a diario y sabía cómo hacerles frente. En cualquier caso, menudos cojones...

No, ahora Max tenía que preocuparse por salir de allí con vida... y procurar sacar a la chica.

Entrecerró un ojo y lo usó para apuntar.

- Le avisé, padre. - dijo mientras apretaba el gatillo. No podía permitir que alcanzara a Norna.

>>BLAM<<

En una milésima de segundo la mente de Max se centró en la bala. Como si el tiempo se hubiera detenido. Casi la vio salir como cuando jugaba al Max Payne y activaba el efecto "Bullet Time". Sus sentidos alcanzaron las finas hebras que cubrían todo, y modificaron la realidad para que actuara a voluntad del mago.

Quizá aquello no funcionara. Quizá el ser que tenía apariencia de sacerdote y que, seguramente, no era humano era inmune a las balas. Pero hasta ahora no había conocido a nada ni nadie que resistiera un buen balazo en la frente.

El tiempo parecía detenerse, en aquel tenso instante, congelándose en un hiato sostenido, mientras el disparo fallido de Steeve resonaba entre las columnas a modo de pistoletazo de salida, repicando y multiplicándose a lo largo y profundo de las altas bóvedas, que en aquel momento parecían capaces de engullir, con su oscuridad insondable, la mismísima configuración vital de cada uno de los hombres, y de aquella muchacha, que se encontraban frente a aquel ser contrahecho y lleno de rabia, que sin plantearse siquiera por un instante que los desconocidos situados ante sus ojos pudieran ser un problema, se abalanzaba en busca de Norna, con aquel brillo rabioso y retorcido, además de fanático, titilando en sus pupilas perdidas.

Casi en la misma fracción de segundo, Ethan, aún en actitud protectora frente a Norna, pataleaba contra aquello que parecía atraparlo, notando un crujido sordo, sin que sus pies llegasen a liberarse. Sacaba entonces en un gesto rápido un cuchillo militar, que refulgía bajo el brillo de los cirios, adquiriendo momentáneamente el aspecto de un faro en medio de la adversidad, de una luz que provocó que Williams sisease, y que algo indefinido, aquello que parecía rondar a los tres hombres que eran incapaces de moverse, se agitase.

- ¡Norna, quédate detrás de mí!- gritaba el hombre, mientras llevaba el arma hacia sus piernas, y comenzaba a asestar tajos sobre algo invisible, pero sin lugar a dudas palpable, que al roce con el arma emitía destellos chirriantes que brillaban con la mismísima tonalidad de la Quintaesencia- ¡Son arañas desde la Umbra las que nos sujetan! ¡Hay que detener al Reverendo, que no se acerque a Norna!- profirió, mientras el hombre se aproximaba, cada vez más cerca, estirando los brazos, con la mirada desorbitada del demente que debía alcanzar el último objetivo de su mísera existencia.

Bajo su túnica, que comenzaba a rasgarse, unos bultos a los lados comenzaban a zarandearse, de manera descoordinada, brotando de entre los girones de la tela oscura a modo de seis patas atrofiadas, inhumanas y largas, que colgaban, tres a cada lado, cubiertas del mismo vello hirsuto que cubría sus brazos, apoyándose en el suelo mientras su espalda se encorvaba y su boca se entreabría, monstruosa, dejando brotar, con un ruido viscoso y nauseabundo, sendos quelíceros, que palpitaban, rezumantes, vibrando con la misma rabia con la que parecía mirar hacia vosotros.

Y al mismo tiempo que la transformación del Reverendo parecía llegar a su culmen, Cathbad parecía librar su propia lucha contra aquella adversidad, diciéndose quizá a si mismo, al notar algo duro y rígido se aferraba a sus piernas, inmovilizándolas, que debía actuar, y rápido.

Debía actuar, o de lo contrario, aquello terminaría antes incluso de empezar. De manera que, con el corazón percutiendo en su garganta, tiró de sus pies con todas sus fuerzas, intentando liberarse de aquella cosa que sus ojos no podían ver y que lo mantenía pegado al suelo, indefenso como una mosca en la tela de una araña hambrienta. Por un momento, sintió como si sus músculos fuesen a desgarrarse; era evidente que ya no tenía la fuerza de sus años más jóvenes, y sobresfuerzos como aquel podían ser dolorosos. Sin embargo, de algún modo logró hacer que aquello cediera, y gruñendo, arrancó los pies del suelo con un movimiento brusco, prodiciendo al hacerlo un crujido similar al de la cáscara de un huevo, o al del tuétano del hueso al partirse, alejándose un par de renqueantes pasos de lo que quiera que fuese aquello.

Jadeante, se irguió, y sus ojos volvieron a posarse sobre el monstruosamente deformado Reverendo. Tenía que hacer algo pronto, pero, ¿qué? Jamás habría podido imaginar que el aparentemente débil sacerdote era en realidad una poderosa bestia… Recordó entonces las enseñanzas de su mentora, Diana:

«Un árbol débil y podrido es más fácil de cortar que uno joven y sano».

El atisbo de una sonrisa se dibujó en el curtido y avejentado rostro del mendigo. A toda velocidad, extrajo de uno de los bolsillos de su gabardina un pequeño y deslucido cáliz de plata, que simbolizaría el sacrificio de la diosa Macha cuando se vio forzada a las labores más penosas estando encinta. Con los ojos centelleando y una sonrisa feroz, casi animal, lanzó un cargado esputo en el interior de la copa y luego derramó su contenido a sus pies. Aquel gesto sería el catalizador del dolor que fue infligido entonces sobre los hombres de Úlster. Levantó finalmente su mano, con los dedos retorcidos y temblorosos como una cruel garra, hacia la grotesca figura del reverendo, maldiciéndolo con las siguientes palabras:

—Bealtaine go dtéann ciontú pianmhar Macha ar do shon!

Y tras aquellas palabras, el avance imparable del Reverendo parecía detenerse en seco, dando lugar a un quejido gutural, a un aullido de dolor que lo retuvo durante unos quizá preciosos instantes, en los que aquella suerte de extremidades sin utilidad definida se agitaron, en un espasmo, en los que aquel repiqueteo parecido al cristal volvía a elevarse, inquieto, frente a los Despertados…

Entretanto, Max tragaba saliva y cerraba los ojos. Aunque fuera durante un solo segundo, el tiempo también pareció detenerse ante sus ojos. Dos gotas de sudor perlaban su frente, una de ellas ya a punto de resbalar por un lateral de su rostro. Probablemente se perdería entre los pelos de su barba de varios días y acabaría cayendo al suelo... o en algún punto de su camisa. Tanto daba, pensó, carcomido por el absurdo, por aquella cuantía nada despreciable de incredulidad que aún poseía; el suelo seguro que estaba más limpio que su camisa.

Se acababa de meter en un buen lío. Uno de esos de los que le había advertido su maestro. Uno de esos de los que al principio de enterarse de la verdad, había pensado que serían mentira y jamás ocurrirían. Uno de esos de los que, tras un par de semanas de entrenamiento, había asumido como posibilidades reales... Pero lejanas. Algo a lo que podría enfrentarse tras años de preparación.

Pero no, ahí estaba. Viviendo el momento. Con un sacerdote cuya sombra distorsionaba su forma, o cuya forma real estaba distorsionada para que pareciera asemejarse a un humano.

Aquel tipo, cosa, extraterrestre, ente o lo que fuera se abalanzó con rapidez sobre la chica y Max reaccionó por instinto, casi sin pensar.

Fuera lo que fuera lo otro que venía, estaba más allá de su entendimiento. Por eso decidió hacer un movimiento inteligente. Prefirió ignorarlo, prefirió dejárselo a cualquiera de los otros Despertados presentes. Todos parecían muy seguros de sí mismos. Joder, ¡si hasta el mendigo había plantado cara al puñetero Motorista Fantasma! La mano dejaba momentáneamente de temblarle mientras sostenía su revolver ligero, ignorando, por un brevísimo espacio de tiempo, el temblor que delataba su afición a las bebidas espirituosas mientras se decía al respecto que había pocas opciones: o el mendigo no tenía nada que perder, o se enfrentaba a seres así a diario y sabía cómo hacerles frente. En cualquier caso, menudos cojones...

Pero aquel no era el momento de centrarse en aquellas cosas que se crecían frente a él. Frente a aquello que podía conferirle la inseguridad que lo llevaba quizá a beber en más de una ocasión. No, ahora Max tenía que preocuparse por salir de allí con vida... Y además, por alguna razón que no comprendía, o que quizá le resultaba tan esencial que le resultaba incuestionable, debía procurar sacar de allí a la chica.

Entrecerró entonces un ojo y lo usó para apuntar, en aquel preciso instante en el que la criatura se agitaba, dolorida, en un espasmo, emitiendo aquel alarido salido de las entrañas.

- Le avisé, padre. - dijo mientras apretaba el gatillo. No podía permitir que alcanzara a Norna.

¡BANG!

De nuevo, un disparo resonaba, trazando una estela luminosa. El sonido visceral de la carne al ser atravesada lo acompañaba, repitiéndose, como en un eco nauseabundo, en cada par de oídos, al mismo tiempo que el olor de la pólvora y el hierro se esparcía en el aire.

La criatura caía al suelo, encogiéndose, mientras una sangre oscurecida y viscosa, antinatural como todo su aspecto, brotaba de su pecho, comenzando a formar un pequeño charco, sobre el que pronto se dejaba caer, entre bufidos y gañidos de dolor, para apoyar todas sus patas y comenzar de nuevo a avanzar, casi arrastrándose, dejando tras de si una estela de inmundicia y de aquella clase de lástima que uno jamás podía desear para si mismo.

- Maestro… ¡Maestro! Esa chica… ¡Esa mocosa! ¡Maldita desgraciada!- murmuraba, posando la mirada desenfocada, henchida de odio, sobre Norna- ¡Nos condenarás a todos! ¡Él me lo ha dicho!- añadió, ante la figura atónita de la muchacha, que ante los cuatro hombres, ante aquel escenario, ante aquella violencia que le era desconocida comenzaba a ponerse pálida.

-​¿Por qué…?- pronunciaba, en un susurro a penas audible- Estoy maldita… Estoy… Estoy maldita…-repitió, antes de poner los ojos en blanco, quedando rígida de pronto mientras su respiración se entrecortaba.

Y al mismo tiempo, el sonido del cristal al repiquetear contra el suelo de la catedral volvía a alzarse, y aquel hombre que había sido capaz de vislumbrar al mismísimo ángel de la muerte, percibía cómo aquella inmovilidad ascendía, hasta más allá de sus rodillas, envolviendo, poco a poco, y casi por entero, sus piernas.

Las arañas se detienen momentáneamente y retroceden ante la visión del cuchillo espiritual de Ethan. Parecen desorientadas, momentáneamente, deslizándose, inquietas, hacia un lado y hacia otro, pero al ser atacado el Reverendo vuelven a centrarse, de nuevo como si conjurasen al unísono aquella tela de araña sólida que brillaba como la Quintaesencia, fijándose esta vez en Steeve, el único que por ahora, no había podido liberarse. 

Ethan se incorporó tan pronto como terminó de cortar los hilos que habían comenzado a rodear sus piernas como una crisálida. Afortunadamente, la previsión de llevar consigo el cuchillo hechizado había demostrado ser juiciosa, y las hebras de Quintaesencia se cortaban con relativa facilidad. Y aún mejor, las arañas parecían sentir el espíritu despertado que habitaba el interior del metal, y lo rehuyeron, amenazadas.

Pero lo peor estaba por llegar. La criatura que unos segundos antes había sido el reverendo se acercaba hacia ellos, con la expresión de su rostro deformada en una mueca demente, mezcla de hombre y pesadilla arácnida. El mango del cuchillo se tornó de pronto incómodo y pesado en la mano del joven. Jamás había usado un arma contra otra persona… ¿Sería capaz de apuñalar a alguien, incluso a alguien claramente peligroso como el reverendo? ¿Y si tan sólo se trataba de un hombre poseído por un espíritu, atrapado dentro de su propio cuerpo? ¿Podría matar a un inocente? Las dudas golpearon a Ethan, haciendo que su decisión zozobrara como un barco en mitad de una tormenta, y titubeó en lugar de atacar. La maldición del vagabundo llegó amortiguada a sus oídos, y apenas si se percató que el idioma que acababa de utilizar era el mismo que había usado varias veces su maestro.

Y entonces, el hombre de camisa disparó. El estruendo del disparo retumbó en las bóvedas vacías con la fuerza de un trueno, y destruyó los últimos restos de la serena calma que había llenado la iglesia. El pecho del reverendo estalló en una flor de sangre negruzca cuando la bala atravesó su carne corrupta, y cayó al suelo fulminado.

Fue esa violencia directa, primaria, la que arrancó a Ethan de sus pensamientos y lo devolvió al presente. No era el momento de dudar, sino de actuar. Se preparó para ponerse en movimiento, cuando de pronto el cuerpo del reverendo se estremeció y comenzó a arrastrarse hacia ellos, delirando más incoherencias que hicieron palidecer a Norna, llevándola de vuelta a su particular locura acerca de su maldición.

El joven mago maldijo entre dientes, al ver cómo las arañas centraban su atención en el otro despertado presente en la escena, rodeándolo con los relucientes hilos de quintaesencia. Ninguno de los otros era capaz de verlo en ese momento… ni poseían un arma para poder afectar a las arañas y sus redes. Así pues, tenía que ser él. Pero tampoco podía dejar que la joven se descontrolara. Estaba casi seguro de que había sido ella la que había causado, involuntariamente, el caos en el cruce. Y prefería no pensar en qué es lo que podría llegar a suceder si perdía el control de nuevo.

Sin embargo, no podía estar en dos sitios al mismo tiempo, así que debía atacar los problemas uno a uno. Y ella estaba a su lado.

-¡Norna! ¡Despierta! –Girándose hacia la joven, la llamó por su nombre en voz alta. Debía devolverla a la realidad, sacarla de sus oscuros pensamientos del mismo modo que el disparo le había sacado a él de sus dudas. Vigilando los movimientos de los demás, pasó su brazo por su espalda y tiró de ella. –Vamos, tenemos que movernos. Por favor, confía en mí, te llevaré de vuelta a casa sana y salva, pero tienes que venir conmigo.

Y echó a andar, rodeando al reverendo y alejándose de él para que el vagabundo y el pistolero se interpusieran entre ellos y el cura… y para acercarse al último de ellos, que parecía necesitar su ayuda.

Resumen:

-Tranquilizar a Norna, evitar que pierda el control. Si lo pierde, intentar evitar daños mayores (Para esto tiro Carisma+Expresión)

-Alejarla del reverendo, poniendo a Cathbad y Max en medio, que a ellos se les da bien la violencia (Para esto no tiro nada, salvo que me digas algo, digo yo que correremos mejor que se arrastra el bicho)

-Puñalada preventiva a todo lo que se me acerque (Tiro de por si acaso mis dos dados de Destreza asesina)

-Si me sobrara tiempo, y si las arañas vuelven a retroceder al acercarme, intento soltar a Steeve, pero sin ponerme en peligro. No le tengo tanto cariño ahora mismo. (Tiro Fuerza+2 por si acaso)

-En todo momento mi prioridad es Norna y su protección.

-Tiro iniciativa pa luego

Dios santo. ¿Pero qué era esa cosa? El cerebro de Max trabajaba a toda velocidad buscando la manera de detener al reverendo. Su cerebro racional pugnaba por encontrar una explicación al hecho de que aquella criatura no fuera un humano que había conocido minutos antes, sino una especie de araña grotesca, deforme y antinatural.

Pero la realidad no era como él había creído hasta hacía poco tiempo. Bien se lo habían enseñado. Había abierto sus ojos a un mundo nuevo, por llamarlo de alguna manera. Y gracias a eso al menos estaba siendo capaz de reaccionar.

El mendigo parecía haber hecho un ritual extraño, y ligeramente asqueroso para el gusto de Max, que ahogó una arcada. Mientras tanto, uno de los otros dos despertados parecía interponerse entre el reverendo-araña y Norna, y el otro despertado parecía quedarse inmóvil, aferrado por lo que fuera que el reverendo había convocado.

- ¡Venga hombre! - Exclamó enfurecido. - ¿Por qué no se muere? - Preguntó. Obviamente se refería al reverendo, pero la pregunta quedó en el aire mientras el revólver del investigador volvía a resonar disparando un nuevo proyectil. Esta vez el tic en la ceja de Max fue más visible. No eran solo los nervios, no era su concentración tratando de invocar la magia, era también la tensión del momento, pues el sacerdote estaba siendo más rápido y resistende de lo que creía.

Con la mano izquierda se santiguó, extraño gesto para un católico diestro, pero no le quedaba más remedio. Si mataba al sacerdote seguramente tendría mucho que explicar después... si la policía le pillaba.

El primer disparo ya tenía que haber sido escuchado desde el exterior. Con el segundo disparo, si no acababan con el problema, más les valía darse prisa en salir por piernas. Estaba convencido de que la policía durmiente no tardaría en aparecer... y todo se iría a la mierda.

Cathbad no se permitió perder ni un solo segundo. Su sortilegio, sumado a los disparos de dos de los otros Despertados, había logrado reducir al abotargado y repugnante ser a un estado de vulnerabilidad. De debilidad. Con la rapidez de un trilero, guardó el cáliz de plata en el bolsillo izquierdo de su gabardina mientras, con la otra mano, extraía del derecho un cuchillo de buen tamaño, asiéndolo con firmeza. Caminando a grandes zancadas, el brujo aprovechó que el sacerdote se arrastraba por el suelo para situarse sobre él, con un pie a cada lado de su detestable cabezota arácnida, mirando en la misma dirección que él. Se agachó velozmente y aferró la cara del monstruo, tirando de su pesada cabeza hacia atrás y colocando el filo del cuchillo bajo la garganta desprotegida, cuidando de evitar los chasqueantes quelíceros de la bestia. Se aseguró de que la cosa sintiera el frío del acero en su coriácea piel.

—Quieto —espetó Cathbad entre dientes, con un susurro áspero y gutural—. Ahora mismo vas a detener lo que has puesto en marcha y a decirnos qué es lo que Cob y tú queréis de Norna. Si no, serás mierda en descomposición. —Reforzó su amenaza con un nada amable tirón—. Solo te lo diré una vez.

El disparo había retumbado en la catedral, sin lograr impactar en el reverendo. Lo que fuese que lo estaba apresando había logrado inmovilizarlo lo suficiente como para entorpecer sus acciones. El sacerdote se transformó en una especie de monstruo araña, algo indescriptible que tomaba algo de sentido ante las palabras de uno de los despiertos arañas de la umbra, una aberración que debía ser eliminada sin dudarlo,. Lo que el brujo mendigo y el hombre armado estaban haciendo logró dejar a la criatura al borde de la muerte, eso le bastaba. Con frialdad su rostro buscó a Norma y notó como su nuevo mejor amigo la seguía protegiendo, sin despegarse del cuerpo de la joven. Steeve asintió, el curso del destino seguía una línea clara, no era necesaria su intervención en esos asuntos.

Se concentró en sus pies, debía soltarse, a como de lugar. Se movió con fuerza y convicción, confiando en que lograría lo que se proponía, y así fue, inexplicablemente los brazos invisibles cedieron y lo dejaron libre. Al lograrlo metió su mano izquierda en el bolsillo y sacó una moneda, que rápidamente se deslizaba entre sus dedos, mientras la aguja del reloj que llevaba en esa muñeca hacía un movimiento lento y claramente perceptible para el Eutanatos a través de sus lentes. En la mano derecha seguía empuñando el arma, esta vez sin apuntar a ningún lado. Comenzó a mirar el interior de la Catedral como si fuese la primera vez que estaba observándola, pero no eran los detalles de la arquitectura del inmenso salón lo que llamaba su atención, sino los destellos de sombras por venir, la estela de posibles eventos por suceder, y la delgada línea que llevaba a una salida segura en medio de centenares de opciones en las que terminaban pereciendo. 

Finalmente un cordón se impuso sobre el resto, uno resistente y seguro que cobraba existencia al avanzar en una dirección en el momento oportuno. Steeve sonrió, una grieta se abría en la locura que esas criaturas estaban generando, una por la cual saldrían en pocos minutos.