Partida Rol por web

PRÓLOGO

La desgracia no llegó sola. El incendio que asoló el pueblo de Última Posada sólo era un ardid para tapar algo aún peor: el asesinato y secuestro de todo habitante, visitante y desgraciado que había tenido la mala suerte de pasar por allí en el momento equivocado.

La mayoría eráis de allí. Viviáis en familia, en comuna o en solitario, pero ya nada quedaba de esa vida pasada. Las cenizas llenaban el aire y el olor a muerte vuestras fosas nasales. Los rescoldos aún estaban calientes cuando llegásteis, exhaustos a Última Posada. Ninguno estabais en el pueblo cuando el ataque ocurrió. Cazando, de vuelta desde lejanas tierras, o en el bosque... tuvistéis la suerte de no estar allí cuando las hordas atacaron, pero también la desgracia de no poder defender a vuestras gentes queridas, a vuestras familias, a vuestros conciudadanos.

Última Posada era ya una sombra lúgubre de lo que fue. Cadáveres por todos lados, amontonados o carbonizados. Alaridos de algunos moribundos por los que poco o nada habéis podido hacer. En la búsqueda de supervivientes os váis encontrando, poco a poco. Muchos ya os conocéis, otros sois forasteros pero que no dudáis en uniros al grupo para ofrecer vuestra ayuda.

Cuando vuestras esperanzas parecen esfumarse, conseguís encontrar a una última superviviente, una mujer joven, anteriormente hermosa, pero que numerosas heridas y quemaduras han desfigurado. A pesar de vuestros intentos de curación, nada parece surtir efecto y pronto muere entre terribles dolores y espasmos, pero no sin antes daros un poco de información que os sirviese de guía. Los asaltantes eran diversos, desde orcos y trasgos a muertos vivientes. Fueron estos los más terribles, ya que no temían a nada ni a nadie, nada los pudo detener, excepto su maestro, al que seguían con auténtica devoción. Se encaminaron hacia el bosque que al noreste de Última Posada, cubría la llanura hasta las faldas de la gran montaña de fuego. Y no iban sólos, aún quedaban algunos supervivientes. Vuestro corazón dió un salto en vuestro pecho.

El volcán, que había despertado de nuevo tras años en silencio, volvía a escupir fuego, lo cual los ancianos se habían apresurado a advertir como un signo de mal agüero. No estaban equivocados. Pero aquella zona era inhabitable, lo sabíais, las emanaciones venenosas que surgían por doquier, la naturaleza salvaje, nada hacía lógica el regreso de un ejército por aquellos lugares, a menos... ¡a menos que se diriguiesen al Templo del Fuego Eterno!

Pero no podía ser, la mayoría lo sabíais. Ese templo estaba maldito y abandonado hacía siglos. ¿Tal vez el mal se habría vuelto a instalar allí? ¿Volvería el reino del terror a aquellas tierras? ¿Volverían los sacrificios? Si aún quedaban supervivientes, vuestros seres queridos podrían estar aún vivos y la muerte, frente a lo que les podría ocurrir, la muerte en el pueblo habría sido mucho más dulce.

CAPÍTULO 0: El Bosque

Os dirigistéis sin demora hacia el bosque. Ya nada podías hacer por el pueblo, pero sí por sus habitantes. Con velocidad, os adentráis en el bosque, armados y atentos, con las ansias de sangre en vuestros corazones. Lo que habéis visto es horrible y los culpables deben pagar por ello.

Apenas habéis intercambiado palabras, los gestos han sido suficientes para que actuáseis como un único equipo.

Las marismas comienzan a ser más y más comunes, haciendo del terreno un suelo algo inestable y complicado de transitar. Vuestras botas a menudo quedan trabadas en el fango, pero sabéis que lo peor está por llegar. Por doquier, las huellas de tránsito reciente son evidentes. Algunos cadáveres de orcos, trasgos, restos humanos y animales, jalonan el sendero... la muerte os sigue a todas partes. El calor comienza a apretar, los efluvios sulfurosos de multitud de charcas hacen que el ambiente sea a veces irrespirable.

El sendero comienza a alejarse de nuevo de los pantanos, para transitar por terreno un poquito más firme. Vuestros enemigos hasta ahora sólo han sido los mosquitos, que parecen estar por todas partes.

En ese momento, entre unos árboles y desde arriba, una enorme criatura con forma de mantis religiosa divide al grupo en dos. No parece tener intenciones amistosas.

¡A las armas! - grito mientras saco el arco del carcaj.

Doy un paso hacia atrás mientras agarro el bastón de roble con las dos manos.

¡Cuidado! Esas enormes cuchillas tienen pinta de llegar lejos. Desenrollo mi cadena armada y me preparo para el combate.

Tras echar un vistazo rápido a Tiefling rojizo, Draugarquen pone cara de disgusto y asiente imperceptíblemente...."Gracias por comunicarnos algo tan obvio..." dice con una dulce voz élfica, mientras prepara una flecha en su arco largo compuesto. Draugarquen avanza suavemente al lado de Gimbar, observando al insecto atentamente y buscando un buen ángulo para disparar a la criatura. "Trata de distraer a la criatura con tu magia, Gimbar".

El deplorable paisaje que le había dado la bienvenida a aquel pueblo que antaño se llamaba Última Posada dejó a Adeline un poco tocada. Aquello no se lo había esperado. Había pasado largos días encerrada en un tupido bosque, guiándose únicamente por su instinto, pero cuando por fin creía estar cerca de la salida, el olor a quemado y a muerte la alertó. Para cuando la clérigo había alcanzado el pueblo era demasiado tarde, no había nada que pudiese hacer por ellos. 

No obstante, un grupo bastante grande de gente se había reunido en pos de la pista de los culpables de aquella catástrofe. Adeline se unió sin pensarlo dos veces, pues aquello no iba a quedar impune, en nombre de Trohnon. Pero parecía que iba a tener que esperar, pues una mantis religiosa se interponía entre ella y el destino que inexorable se acercaba a los culpables. 

Adeline desenvainó a Iluminadora y entonó en voz alta:

Concédeles el descanso eterno, Supremo, y que brille para ellos la luz perpetua.

Sir Boores era uno de los forasteros que se encontraban entre los escombros del incendio. Desde el primer momento, hizo todo lo que estuvo en su mano por cuidar y tratar de sanar a los quemados, incluso aquellos que a todas luces eran insalvables; aunque curiosamente no se quitó la armadura, ni tan siquiera el yelmo, en el proceso.

-¡Atras, señora!- Son sus primeras palabras al observar a su enemigo, dirigiéndose a Rindel con su característica voz enlatada. Avanza todo lo deprisa que su armadura se lo permite, tratando de colocarse entre la semielfa y la mantis, al tiempo que desenvaina su espada con intención de golpear a la criatura. Sin embargo, su nobleza le impide atacar directamente.

-Criatura, si eres capaz de entender mis palabras, ¡detente! no pretendemos hacerte ningún mal.

Gimbar caminaba tranquilo cuando un gigantesco insecto se cruzó en mitad del grupo a pocos metros de él. Su primera reacción, antes de que sus compañeros trataran de razonar con aquella criatura, fue la de ponerse a cubierto. No, sir Boores, esta criatura solo entiende el lenguaje de la violencia. Parecía que los problemas llegaban al fin, pero para eso se había allegado a aquel grupo de aventureros.

Ahora bien, aquella emboscado lo había cogido desprevenido. ¿Cuál sería el mejor hechizo para acabar con ella? Estaba demasiado cerca y no podía persárselo dos veces, así que como por un instinto reflejo, Gimbar trató de escapar del alcance de la criatura.

Unas horas. Al parecer sólo habían pasado unas horas desde que esta masacre fue perpetrada. Ya a lo lejos vi el humo, y espoleé a mi caballo para llegar a tiempo, pero no fue posible. Até al caballo a un árbol y me dispuse a buscar a mi familia.

Mi casa estaba reducida a escombros llameantes. Ya no quedaba nada dentro, ningún recuerdo de nuestra vida, sólo fuego y ceniza. Tampoco había cadáveres. Busqué, y busqué y busqué, pero no encontré ni a mi mujer ni a mi hijo. ¿Habrían escapado?

Fue la mujer que falleció en nuestras manos la que lo confirmó. Los atacantes habían secuestrado a todos los supervivientes. Mis familiares estaban vivos. En grave peligro, pero vivos. Quedaba un resquicio de esperanza. Estuve junto a la mujer hasta que expiró, y después de enterrarla, me coloqué el yelmo, y con el escudo en ristre y la espada preparada me dirigí hacia el volcán. Desaté y solté antes al caballo, pues el Templo del Fuego Eterno no es lugar para animales.

Unas cuantas personas también se dirigían hacia allí, ya sea en busca de venganza, esperanza, o justo castigo. Juntos derrotaríamos a las fuerzas del mal que asolaron el pueblo, y rescataríamos a los supervivientes.

Ya en el bosque, mientras seguimos los rastros de la batalla, un gran insecto aparece ante nosotros.

- Al parecer sí que hay animales en esta zona, al fin y al cabo. - pienso mientras desenvaino mi espada.

"Dudo que ésta criatura entienda vuestras palabras, Sir....además, nos está entreteniendo y no pienso admitirlo"

Durante un breve instante, parece que duda, pero finalmente, con un ágil movimiento, Draugarquen apunta hacia la cabeza de la criatura con intención de herirla y suelta la flecha.

"Gimbar, realizad vuestro arte de una vez, no queremos retrasarnos, ¿verdad?" Le sugiere en voz baja y rápida a su compañero más cercano.

¡Sea como sea la batalla esta empezada y esta criatura no parece tener ganar ganas de parlamentar.!

Zerachiel se mueve con firmeza hacia la criatura, mientras pronuncia unas palabras en voz baja:

Pelor, guíame en esta batalla para que pueda llevar la libertad a quienes se encuentran cautivos.

Así, mientras gira su cadena armada a su diestra, esta empieza a cubrirse de débiles llamas de color blanquecino.

En cuanto es capaz de reaccionar, Sir Boores se abalanza a proteger a Rindel, dado que no parece acostumbrada al combate cuerpo a cuerpo y está junto a él. A pesar de que sus compañeros de aventura parecen decididos a atacar al insecto, él mantiene sus palabras y se mantiene expectante a la reacción de la criatura. Saca su espadón de su vaina en su espalda, pero lo mantiene bajo hasta que la criatura decida atacarle a él o a cualquiera de los otros.

Elyas corre hacia el monstruoso insecto apuntándole con el arco, una flecha ya encajada en la cuerda. Al llegar a la que considera la posición adecuada, dispara y vuelve a su posición anterior.

Un batidor debe estar en perpetuo movimiento durante el combate - piensa, recordando su entrenamiento.

Levanto una mano hacia el cielo y murmurando unas palabras mágicas una gran mano de tierra aparece desde el suelo. Hasta que no tenga motivos no voy a hacerle daño. pienso mientras me cubro detrás de la mano de tierra.