Partida Rol por web

Dalia ni se molestó en debatir el tema riquezas. Su experiencia le decía que el mejor modo de sacar tajada de un tesoro era sobrevivir hasta el final del día, y estaban muy lejos de estar a salvo.

En silencio avanzó hasta la puerta en la que se escuchaban sonidos, indicándoselo a los otros. Luego dio unos pasos atrás.

- Ahí hay ruido, si alguien abre la puerta puedo disparar antes de que reaccionen en caso de que sean ogros o sectarios. Ya sabéis que soy partidaria de acabar las peleas antes de que empiecen.

Si pudiera sonreír, le dedicaría una cándida sonrisa a Abdali mientras guardaba el tesoro. Desde que comenzaran su viaje, había hecho las veces de tesorero porque era el más resistente del grupo y quien podía recibir más daño, además de que aprovechaba las horas nocturnas para hacer la contabilidad. 

Sus pensamientos fueron interrumpidos por Dalia, que señaló una habitación. El forjado señaló a Abdali para que ambos se pusieran en la puerta. ¿El plan? Entrar avasallando y golpeando a quien estuviera ahí, para luego hacerse a un lado y que sus compañeros les hicieran llover fuego y saetas.

El grupo abrió las enormes puertas dispuestos a pelearse con lo que hubiera dentro, pero quedaron deslumbrados un instante por la luz. En la pared de enfrente, entre dos ventanas, había un hueco. O más bien sería correcto decir que no había pared sino un acceso a lo que parecía ser una plataforma para que aterrizasen las criaturas voladoras. El viento frío entraba en la habitación revolviendo los pergaminos y provocando aquel ruido que les había llamado la atención.

La habitación en sí era bastante siniestra, aunque parecía tener algo de lujo comparado, por ejemplo, con los barracones de los cultistas. Había cientos de cráneos de caballos clavados en el techo, cubriéndolo por completo. Gruesas alfombras cubrían el suelo helado, y había escritorios, sillas y atriles por todas partes, algunos cubiertos con libros y pergaminos, otros con viales de pociones, trozos de carne y piel, y otras cosas. Cuatro gárgolas descomunales e inmóviles destacaban en la habitación.

- Algo me dice que estas gárgolas cobrarán vida en cuanto empecemos a revisar ¿Queréis hacerlo o lo dejamos para el final?

Abdali, que ya estaba curado de espanto no le quitó lo ojo de encima a esa gárgolas.- Venga, revisad el cuarto que yo vigilo esas cosas no se vayan a despertar.-
 

El forjado compartía con sus compañeros la sospecha de que aquellas gárgolas cobrarían vida en cuanto se adentraran en la habitación y rebuscara, así que preparó el escudo y alzó el puño, dispuesto a lanzar una oleada de llamas a la primera que se moviera.

Un poco a regañadientes, Dalia comenzó a buscar por la habitación cosas de valor, en los muebles, en posibles lugares ocultos, asegurándose siempre de no hacer saltar ninguna trampa... llevaba el arco en la mano y una flecha montada no obstante, no le gustaba un pelo aquello pero sus compañeros preferían arriesgarse.

Si encontrase un diamante del tamaño de un puño, debería quedárselo como pago por el riesgo que estaba corriendo.

Dalia se dio cuenta de que una de las gárgolas no era exactamente como las otras. Era de piedra, sí, pero parecía... más viva. Sin embargo, cuando entró no se movió. Quizás al haber matado a los magos rojos que la controlaban, la gárgola había vuelto a ser inanimada, al igual que el muro que había entre las dos ventanas ahora había desaparecido, dejando entra el frío viento del exterior que revolvía los pergaminos y los cráneos colgados del techo.

Un poco más tranquila al ver que no corría peligro encontró varias cosas interesantes. Por ejemplo unas cartas entre Rath Modar y alguien llamado Severin que firmaba como supremo señor del Culto del Dragón. Las cartas revelaban las profundas conexiones entre los Magos Rojos (al menos aquellos amigos a Rath Modar) y el culto. También otras cartas enviadas de Thay que evidenciaban que no todos los Magos Rojos estaban interesados en los planes de la secta. Esas cartas podrían ser de utilidad a ccualquier facción que se opusiera a los Magos Rojos y el Culto del Dragon.

En un atril descansaba un libro titulado "Más allá de las Puertas de Hierro", que estaba completamente escrito en infernal. Si alguien hablase o entendiese el Infernal podría leerlo.

Por desgracia no parecía contener grandes tesoros pero sí encontró tres pergaminos con los hechizos de Puerta dimensional, Ralentizar caida y Bola de Fuego.

- No me puedo creer que hayamos hecho las cosas en el orden correcto - dijo, sin emoción alguna. Miró a su amigo Abdali con la cabeza ladeada - ¿La primera vez en todo este tiempo?

Era un golpe de suerte, de esos que pocas veces sucedían. Porque si bien no dudaba que entre todos hubieran dado buena cuenta de la gárgola en un parpadeo, no estaba de más que los dados de los dioses puntuaran en su favor de cuando en cuando.

- ¿Seguimos? - extendiendo la mano por si Nalia quería cederle las cartas que había encontrado.

Dalia no sabía hablar infernal, pero aún así se llevó el libro, quizás pudiese encontrar un traductor, o en el peor de los casos seguro que tenía comprador más adelante. También se llevó todos los pergaminos con planes de los magos rojos y por supuesto los tres que contenían conjuros.

Lo metió todo en su zurrón y se dispuso a continuar.

- Sigamos.

El calishita encogió los hombros ante el comentario del forjado. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero lo que fuera era bueno ya que no tendría que mellar su flamante nueva arma en esa cosa de piedra.

Ya no se acordaba ni lo que estaban buscando solo que debían seguir. Alguna forma habría de bajar de ese castillo que no implicara romperse al cráneo.

- Claro, sigamos-.

Ir con cuidado, intentando escuchar tras las puertas, empujón y para dentro. Esa era la estrategia que en su opinión se debería seguir, aunque si Dalia o el elfo querían adelantarse para ir en silencio, Abdali esperaría detrás con Égida sin problemas.

-Calla, que al final lo vas a gafar.-

Era cierto que estaban teniendo bastante suerte, pero mejor no mentar la bicha. De hecho normalmente cuando Dail hacía algún comentario parecido se desataba el infierno sobre él. A veces literalmente. Quizás era cosa de él.

Al ver como guardaban el libro miró el título y se fijó en el idioma en el que estaba escrito.

-Si me permites le echaré un vistazo rápido. No vaya a ser que tenga algo importante que podamos necesitar.-

Con eso daba a entender que hablaba infernal. De hecho con bastante fluidez, después de todo lo llevaba practicando desde pequeño.

- Fantástico, ten... Si encuentras rituales para convertirnos en semidioses no te los guardes en secreto. Pero en estos momentos concretos lo mejor sería que fuesen instrucciones de como hacer bajar esta cosa al suelo.

Dalia le entregó el libro al elfo, que lo ojeó con sus gafas oscuras.

Se titulaba, como ya se me había escapado, Más allá de las Puertas de Hierro y describía diversas formas de invocación demoníacas, y el último capítulo hacía referencia a invocaciones masivas y al sacrificio de cientos de almas para llevar el cuerpo de Tiamat desde los nueve infiernos hasta el mundo. Los detalles del ritual dejaban claro que esto es algo que requiere una enorme preparación y los gastos, pero no se incluyen las fórmulas mágicas y los cánticos en este volumen. 

Mientras tanto, el resto del grupo había seguido avanzando hasta la otra habitación situada en el mismo lado de la edificación (14). Parecía ser simplemente una habitación confortable para descanso de personas de tamaño humano, con la pared que daba al exterior completamente de hielo sin ventanas, pero no parecía tener nada de interés. 

Como Grend' Dail seguía leyendo, continuaron a la última habitación que les quedaba por descubrir (10). Se sorprendieron porque la habitación era mucho, mucho más grande. En medio de esta habitación helada se hallaba una gran mesa de casi 3 metros de altura y de piedra tallada, rodeada por tres sillas para gigantes, también talladas en piedra. Un enorme caldero de hierro grabado con runas reposa sobre la mesa. En el rincón, colocado en el suelo, hay un gran cofre de hierro. Pero lo que les dejó sin aliento fue ver que, en la cama, dormían una pareja de gigantes abrazados, sin haberse enterado de lo que había ocurrido al otro lado de la pared minutos antes.

Si hubiera podido tragar saliva, lo habría hecho. Aparte de los dos dragones, aquellos gigantes eran el enemigo más grande que nunca había visto el forjado, y dio gracias a los dioses silenciosamente por haber sido lo suficientemente silenciosos para no despertarlos. Tenía sentido que aquella fortaleza volante tuviera un dueño, al fin y al cabo. ¿Se lo estarían prestando? ¿Arrendando por un módico precio?

- Sugiero que pasemos de largo

No sabía que especie era esa pero eran sin duda eran muy grandes y parecían peligrosos. Su primer instinto fue el mismo que el del forjado, salir de ahí antes de que se despertaran y se enfadaran, pero se recordó que venían buscando a un tal Balgo...'algo' y podría tratarse de alguno de esos dos.

-Espera, no sabemos quienes son y qué harán cuando despierten. Yo digo que hablemos ahora con ellos que no tienen sus armas a mano.

A propósito ¿Alguien sabe qué son esas criaturas?-.

- Gigantes, o eso creo, unos seres con los que nunca tendré muchas ganas de meterme, y menos ahora que pueden cogerme por un pie y lanzarme al vacío porque estoy en una isla voladora. Yo también los dejaría dormir, si no se han despertado con la pelea de antes es que tienen el sueño pesado y mi experiencia me dice que ees mejor no despertar a nadie de un sueño pesado, suele tomárselo a mal.

Se abstuvo de decir en voz alta que si querían atacarlos, ella optaría por tratar de convertirlos en alfiletero antes de que despertasen, a los otros no les gustaría, tenían un sentido del honor mal equilibrado, estaba por encima de su sentido de la supervivencia.

El elfo levantó la cabeza del libro lo suficiente como para ver una escena que hubiese preferido no ver. No había uno, si no dos gigantes enormes allí dentro. Al menos no se habían despertado.

-¿Hablar con ellos? ¿Qué dices? Yo voto por marcharnos de aquí sin hacer ruido. O eso o les atacamos ahora que están desprevenidos. Pero prefiero marcharme. Tienen pinta de ser muy peligrosos y que no van a caer facilmente.-

El problema que veía el brujo era que no tenía nada claro por donde continuar. No habían encontrado todavía nada que sirviese para manejar el castillo volador.
Se volvió a Égida y Abdali que era los que sabían realmente de qué iba el tema.

-A ver. A mí me gusta el dinero como el que más, pero... ¿Ya hemos impedido lo que sea que querían hacer esos tipos? Lo digo porque si es así nos llenamos los bolsillos con lo que haya en las otras habitaciones y probamos suerte con los wyvern a ver si nos sacan de aquí.-

El grupo decidió que era mejor no despertar de su sueño a dos enormes gigantes que no se habían ni enterado del combate que tenían a unos metros de distancia. ¿Que hacían dos gigantes de piedra en un castillo de hielo que volaba? Aquello era dificil de saber, pero los aventureros tenían otras cosas en las que pensar. Habían derrotado al culto, habían salido victoriosos de su batalla contra Rezmir y los magos rojos de Thay. Solo les quedaba ir a la taberna y celebrarlo y de paso enviar cartas a Onthar Frume de la orden del guantelete y a Leosim Erlanthar, de los Arpistas, para avisarles de lo que habían conseguido. Pero para hacer eso tenían que saber como bajar de allí, y no sabían como hacerlo o si es que había alguien que controlaba aquel castillo. Si no despertaban a los gigantes tenían dos opciones: Volver a las escaleras de caracol en las que habían estado y, o bien subir o bien bajar. 

- Yo diría de seguir subiendo. Imagino este castillo como un barco, y debe de tener un timón en un lugar que permita tener visibilidad - sugirió, aún en voz baja, sin atreverse a subir la voz y despertar a los gigantes.