Partida Rol por web

Aunque no entendía del todo la fijación de Dalia con atacar primero (en su opinión buscar una posición de ventaja para todo el grupo era mucho mejor que dejarlo todo a un solo golpe de uno de ellos), Abdali pensó que podían usar el afán de protagonismo de la muchacha para atraer al dragón a uno de los túneles.

-Bien pues nosotros esperamos dentro del túnel y cuando haya llamado su atención el elfo podría atacarlo a distancia desde aquí así tendría que venir hacia nosotros. Dalia quedaría en su retaguardia y Égida y yo en su frente.- El guerrero Calishita pensó que su estrategia era digna de un gran general, así que aguardó escondido dentro del túnel a que el dragón despertara y el brujo despertara su ira. Seguro que lo primero qeu venái era un aliento gélido así que había que mantenerse a cubierto en un recodo hasta que lo hubiera echado dentro del túnel.
 

Si Dalia quería ir delante no iba a ser Grend quién se lo impidiese. Desde luego él no lo iba a hacer.

-Tampoco hace falta que estemos muy cerca, puedo lanzarle conjuros desde bastante distancia. No obstante que sepáis que un dragón en su guarida es muy peligroso. Puede tener sorpresas preparadas. Estad atentos a cualquier cosa rara.-

Después de decir aquello buscó un lugar donde poder esconderse bien con los demás.

Dalia trató de afinar la puntería, era difícil por lo resbaladizo del suelo, pero aunque no le había dicho nada a los otros, en su fuero interno creía que su vida dependía de aquel primer ataque. Era un maldito dragón, y si no lo debilitaba lo suficiente en ese primer ataque, no creía que tuviesen oportunidades contra él.

Eligió las flechas con cuidado, que las puntas no tuviesen ninguna mella, que las plumas estuviesen nuevas y bien lisas, que la madera fuese limpia y sin nudos que pudiesen partirse. Claro que casi todas sus flechas eran así, pero estaba bien asegurarse que no se había despistado con ellas.

Se tomó su tiempo, y después lanzó su tanda en una rápida sucesión, tres flechas, estirando el arco a todo lo que la madera permitía aunque fuese un poco menos preciso.

La suerte, o los dioses, se pusieron de su lado, las tres flechas se clavaron profundamente entre las escamas. Y aquel todopoderoso ser comenzó a sangrar.
 

El dragón gritó alarmado al notar el dolor punzante de las flechas que se habían clavado en uno de sus costados. Con ojos furiosos recorrió la estancia hasta encontrar a Dalia con ellos. La mirada gélida de la enorme criatura se clavó en ella y dio un salto justo delante de donde estaba la arquera, como un gato a punto de cazar a un ratón.

-¡¿TÚ, COMO OSAS ATACARME?!-dijo con un bramido lleno de furia, pero una "sonrisa" se dibujó en la sonrisa del monstruo- PENSABAS QUE CAERÍA EN TU TRAMPA? ¿QUÉ NO ME DARÍA CUENTA DE QUE HAS TRAÍDO A OTROS PARA INTENTAR MATARME? ¡JA! SERÍAS ESTÚPIDA SI NO LO HUBIERAS HECHO, PERO PUEDO OLERLOS... ¡TE MATARÉ A TI Y LUEGO A ELLOS UNO A UNO!

Tras decir aquello su cola atravesó la estancia arrancando trozos de estalactitas y estalagmitas y haciendo saltar esquirlas de hielo hasta que golpeó a la joven humana lanzandola contra una de las paredes cerca de donde se escondía Égida. Todos sus huesos crugieron con el golpe y por un segundo la arquera pensó que aquel era su fin.

No le sorprendió en absoluto que el plan se fuera al garete en cuanto empezó porque, si era sincero consigo mismo, ¿cuándo habían tenido suerte? ¡Y encima era un dragón! ¿Cómo no se les había ocurrido que tendría alguna capacidad mágica para detectarles? Nos vamos a reír de esto si sobrevivimos, pensó, corriendo hacia Dalia. La joven había recibido un golpe que la había roto la mayoría de los huesos, pero al menos seguía siendo algo más que una mancha roja en la pared.

- ¡Arriba, muchacha! - ordenó, lanzando un sencillo hechizo sobre la joven para estabilizar sus heridas. Había pensado que, si seguramente morirían por cada golpe, iba a utilizar sus conjuros para dañar al dragón.

Por supuesto que los planes nunca salían como uno quería. Tampoco es que ellos fueran unos estrategas ejemplares, pero lo que sí tenían es mucho valor y poco cerebro para enfrentarse a lo dragones.

Como el lagarto gigante no iría a él, Abdali decidió lanzarse a la carga para probar su nuevo espadón contra las escamas de la criatura. Con un grito de guerra, más enfocado a distraerle del miedo de lo que estaba haciendo que a dárselo a su enemigo, el guerrero se lanzó a la carrera con Hazirawn  preparado para morder si conseguía llegar a su destino.

No le sorprendió en absoluto que el plan se fuera al garete en cuanto empezó porque, si era sincero consigo mismo, ¿cuándo habían tenido suerte? ¡Y encima era un dragón! ¿Cómo no se les había ocurrido que tendría alguna capacidad mágica para detectarles? Nos vamos a reír de esto si sobrevivimos, pensó, corriendo hacia Dalia. La joven había recibido un golpe que la había roto la mayoría de los huesos, pero al menos seguía siendo algo más que una mancha roja en la pared.

- ¡Arriba, muchacha! - ordenó, comprobando que estaba respirando. Había pensado que, si seguramente morirían por cada golpe, iba a utilizar sus conjuros para dañar al dragón y dejar los más sencillos para despertar a los caídos. Dio una palmada y canalizó su energía hacia sus compañeros, de forma que fueran más certeros en el combate y letales en sus ataques.- ¡Es tu momento, Abdali!

Y allí estaba otra vez. Grupo distinto, dragón similar. Al menos el brujo estaba preparado para lo que iban a encontrarse, por lo que la presencia inquietantemente terrorífica de la criatura no le hizo efecto.

-Bueno. A grandes males, grandes remedios.-

Grend se concentró en sus energías demoniacas para maldecir al dragón y poder así dañarle más facilmente con sus conjuros, y acto seguido una explosión de fuego rodeó a la criatura por un costado.

-Espero que esta vez nos vaya mejor que la última.-

Ni siquiera pudo intentar poner los brazos para amortiguar el golpe de la cola del dragón antes de salir volando.  Su esternón a duras penas aguantó sin quebrarse como una copa de vidrio contra una pared de granito, y su mayor suerte fue no impactar con la cabeza contra la pared de frío hielo. Escupió sangre, pero afortunadamente parecía que solo era de una nariz rota y no de de un pulmón perforado. Sobreviviría, al menos a ese primer golpe, al segundo seguramente ya no, pero después de todo, unas horas antes no era más que una esclava, al menos moriría como una chica libre. Quizás algún dios de esos a los que no rezaba tuviese a bien valorar su gesto de estúpido valor.

Levantó la vista dispuesta a volver a atacar, pero entonces lo vio y ¿valor? No había sido valor sino imprudencia. Valor sería volver a atacarlo sin miedo, y lo cierto es que ahora estaba muy acojonada.

El dragón retrocedió ligeramente al ver que le atacaban. La espada del calishita le había hecho más daño de lo que hubiera imaginado y el fuego... definitivamente al dragón blanco no le gustaba el fuego.

- VEO QUE LOS RATONES HAN SALIDO DE SU AGUJERO-dijo enfurecido mientras su cuello comenzaba a hincharse con un brillo azul bajo las escamas-. ¡DESEARÉIS NO HABERLO HECHO!

Diciendo aquello exhaló su aliento helado. Era como si una ventisca se hubiese desatado en aquella cueva. Apenas podían ver, les costaba mantenerse con los pies en el suelo y no salir volando y notaban el frío helado como si les atravesasen el cuerpo con miles de cuchillas a pesar de la armadura y las pieles que les cubrían.

A pesar de haber superado la presencia del dragón, el aliento que lanzó le trajo malos recuerdos al elfo. Un escalofrío le recorrió la espalda y no era precisamente por el frío.
El brujo trató de recuperarse lo antes posible, pero aunque logró lanzar sus hechizos de ataque estos salieron muy desviados. No pasaron ni cerca de la criatura, y eso que era enorme.

El aliento del dragón le dio de lleno en el rostro. El dolor fue atroz al principio, como si le abrasaran vivo, pero luego dejó de sentir partes de su cuerpo. Supo que las había perdido, pero... Seguía vivo, vivo y enfadado. Recordó como aquel dragón, cayó sobre su granja cierto día sin avisar.

Era un día soleado, de primavera en los campos de Eltugard. Él estaba pastoreando al rebaño en las verdes praderas cuando una sombra se cernió sobre él. Pensó que era una nube pero el sonido de las ovejas despavoridas le hizo mirar a lo alto y lo vio; un dragón rojo que en ese momento le pareció enorme. Bajó a por los animales y él no pudo hacer nada por salvarlos. El joven calishita consiguió esconderse entre unas piedras y evitar que la bestia lo encontrara. Se atiborró lo que quiso, y cuado ya no tuvo más hambre se dirigió hasta la granja donde estaban sus padres y su hermana.

Calcinó la casa de tejado de paja matando a toda su familia. No lo hizo por hambre, no lo hizo para defenderse, sino por pura maldad. Aquel día el corazón de Abdali quedó marcado como si el fuego del dragón le hubiera dado a él mismo.

Ahora sin embargo se había hecho suficientemente fuerte para aguantar al menos uno de los alientos de una bestia semejante y estaba dispuesto a vengarse por él y todos aquellos que esa inmunda sierpe se hubiera llevado en su larga vida.

Con más furia que nunca e ignorando sus quemaduras por la mordedura del frío, descargó sin piedad a Haziraw que parecía ronronear entre sus manos. Una y otra vez hendió la carne de su enemigo como si sus duras escamas estuvieran hechas de cristal, a la espada aprovechó para succionar vida y cobrarse también su oscuro tributo.

Abdali se había convertido en una máquina de matar.

Aquello fue tan súbito que ni el propio dragón lo esperaba. De entre la bruma helada que había creado el dragón el calishita había saltado sobre él apuñalandolo con aquella espada que había cogido de la mismisima Rezmir. Apenas pudo dar coletazos aqui y allá haciendo retumbar las paredes de hielo. 

-¡NO!¡NO PUEDES...!-bramó enfurecido el dragón. Pero la furia se tornó en desesperación al sentir que la vida se le escapaba rápidamente. Habían pasado meses desde que un grupo de aventureros viera aparecer un dragón azul sobre Nidoverde. Abdali y Égida, junto con otros compañeros, se habían enfrentado a él sobre un castillo y apenas habían sobrevivido para contarlo. Ahora, sin embargo, tiempo después y con la ayuda de la retorcida Dalia y el enigmático Grend'Dail, el guerrero se alzaba victorioso sobre el cadáver del enorme dragón blanco, cuya sangre caliente levantaba un ligero vapor del suelo. 

Bajo ellos, congelado, el tesoro que Abdali quería devolver a los pueblos que habían saqueado los cultistas. Un culto que había perdido a uno de sus líderes principales, una de las máscaras símbolo de su poder y un dragón blanco, además de todas aquellas monedas y joyas que ahora esperaban congeladas bajo sus pies. 

El grupo respiró tranquilo por primera vez en horas. Ahora si, había terminado. Con el dragón muerto el gigante volvía a ser el dueño de aquel castillo volador y podría llevarlos a donde quisieran. En puerta de Baldur y en Aguas profundas, Leosim Erlanthar y Onthar Frume, esperaban noticias de los aventureros. Saber que habían derrotado al culto era, sin duda alguna, la mejor que podían recibir. 

Cuando el grupo se reunió con el gigante de nuevo este les confirmó que cumpliría su parte del trato.

- Mi mujer y yo os estamos muy agradecidos-dijo, aunque ninguno había visto a su esposa en ningún momento-. Os llevaré a donde querais, llevaba meses teniendo que aguantar a ese dragón. Nunca me han gustado los dragones. Respecto al tesoro, os daré todo lo que no sea mio, no lo quiero para nada... ¡aunque quizás tengais que esperar unos días a que se descongele jajaja!-dijo riendo.

Mas allá de los muros de cristal se veía el campo moverse por debajo de ellos. El castillo estaba en marcha y el sol calentaba a los helados aventureros que habían estado cerca de convertirse en estatuas de hielo en la caverna del dragón. Por fin podían descansar, recuperarse y pensar que harían después. 

Dalia se sintió morir cuando el aliento del dragón la alcanzó, "he hecho mi parte" se recordó, pero el dragón también había hecho la suya y cayó semi-inconsciente. Estaba a punto de perder definitivamente el conocimiento cuando entre el aire congelado vio aparercer a Abdali, en aquel estado de conciencia alterado este parecía estar rodeado de un halo de luz y portaba una espada de fuego que brillaba con una luz propia de color anaranjado. Aquel ángel con su espada de fuego sagrado golpeó al dragón una, dos, tres veces, haciendo saltar escamas piel y sangre en las dos primeras, abriéndose paso hasta su gélido corazón. El tercer golpe fue definitivo, la espada reventó el esternón de la criatura y Abdali, con un grito primigenio que traspasaría los límites del tiempo y el espacio, dejó caer el arma a sus pies y agarrando el pulsante órgano del dragón con sus propias manos lo arrancó del pecho del lagarto y lo rompió en dos pedazos, quedando con una mitad en cada mano, empapado en sangre dragonil de arriba a abajo, y todavía gritando con la furia de un dios.

Después, ya no recordó más hasta que Égida la trajo de vuelta del mundo de los muertos.

Ninguno de los otros tres pudo convencer a Dalia de que las cosas no habían sucedido así y que seguramente su mente le había jugado una mala pasada porque el gélido aliento había interrumpido su riego cerebral. No importaba si los demás no lo habían visto, ella había tenido una epifanía.

Hicieron falta muchos rezos del constructo para sanarla, con varios huesos rotos, y el cuepo entero lleno de quemaduras por el frío, pero finalmente el poder de los dioses consiguió traerla de vuelta no solo a la vida sino a la salud. Cuando se sintió restaurada, se acercó al guerrero.

- Si me lo permites, te acompañaré allá donde quieras ir. Te ayudaré en lo que emprendas, seré tu fiel ayudante. Al dios al que reces rezaré yo también. No he tenido una vida fácil a pesar de nacer en noble cuna, renegué de mi familia por principios, pero luego he tenido que robar para sobrevivir, y viví de la caridad ajena. Dispón de mi parte del botín como consideres, aunque si lo tienes a bien, hay un orfanato donde siempre que el hambre era atroz iba a pedir una taza de sopa y jamás me la negaron, si una parte del tesoro va allí para alimentar a otros niños que crecen en las calles lo agradeceré.

Sus tiempos de robar y de moral discutible se habían acabado, ahora se consagraría a ayudar al guerrero que había arrancado el corazón de un dragón con sus propias manos.
 

El guerrero no se dio cuenta de que el dragón había caído hasta un buen rato después. Siguió golpeándole hasta que consiguió cercenar su cabeza. Para entonces ya estaba cubierto de sangre. 'Para, desgraciado' escuchó en su cabeza. En ese momento no se dio cuenta pero era la espada quien le había hablado. Era un arma mágica con personalidad propia y no precisamente de alineamiento benigno. Claro que allí ninguno era usuario de magia arcana y sobre objetos como ese de tal poder tenían escasa o nula idea. Si su uso iba a pasar factura al bonachón de Abdali, se vería con el tiempo. De momento  Haziraw estaba saciada y a gusto con su nuevo portador.

Se detuvo a tomar aliento y a valorar su nueva situación. Él estaba bastante herido pero nada comparado con lo destrozos que veía en su compañero forjado que parecía que se iba a desmontar al siguiente paso, o en la muchacha que permanecía con la piel completamente azulada, inconsciente en el suelo. Parecía muerta. Por suerte Égida no había caído y pudo ocuparse de traerla a la vida o las cosas que hicieran los seguidores de Gond. El elfo parecía haber tenido más suerte y no le había tocado ese mortal aliento gélido.

Sea como fuere consiguieron recomponerse y anunciar su victoria al gigante de las nubes. Él había recuperado su castillo y ahora, en pago, tenía que cumplir con su parte. El calishita, al que ahora parecía que le hacían más caso (estaba claro que la muchacha Dalia había perdido parte de la sesera en el ataque del dragón), le ordenó a Blagothkus poner rumbo a Aguas Profundas que parecía la ciudad más cercana a donde estaban mientras ellos se recuperaban y hablaban de lo que harían después.

Había que mandar un mensaje a Sir Frume o a Leosin y avisar de que iban para allá para que no pensaran que era un ataque. Eso era lo primordial. Luego, el tema del tesoro, el calishita se empeñaba en entregarlo todo. Confiaba plenamente en el sentido de la justicia de los miembros de la Orden del Guantelete y sabía que les recompensarían por sus esfuerzos.

Había dado un gran golpe al Culto del Dragón pero sabía que aún no lo habían desmantelado del todo, quedaba mucho trabajo por delante.

- Yo pienso seguir luchando contra el culto y contra los dragones que amenacen a los inocentes, pero entiendo que vosotros querráis seguir vuestros propios caminos.- Dijo al fin en un momento de descanso mientras compartían un almuerzo hecho por los kobolds y que tenía pinta algo sospechosa, aunque él tenía tanta hambre que se comería casi cualquier cosa.

-Dalia, siempre serás bienvenida a mi lado. Eres una gran luchadora y vamos a necesitar muchos como tú si queremos deshacernos de la madre de los dragones. Aunque no es un camino seguro. Puedes pensártelo tranquilamente cuando lleguemos a la ciudad.- 'Y los curanderos te regeneren las partes del cerebro que has perdido', pensó-. Égida, lo mismo digo. Sin ti no podríamos haber sobrevivido ni al primer encuentro con esa panda de indeseables. Siempre velas por nosotros y parece que tu dios nos sonríe cuando caminas a nuestro lado.- El joven calishita agarró al forjado del antebrazo metálico para darle un apretón fuerte, en símbolo de la camadería que había entre ellos. Aunque intentó hacerlo de una forma muy correcta no pudo evitar al segundo echarse sobre él para darle un abrazo.

Después de un rato achuchando al pobre forjado pro fin le soltó. - Y tú, Grend - al elfo cuanto más lejos lo tuviera, mejor. No se fiaba de él-. Espero que encuentres lo que buscas y que los dioses te sean propicios.-

Un vendaval, una tormenta inmisericorde que liberó el dragón en cuanto liberó su mágico hálito. El blindaje se resquebrajó y las líneas de mágica energía que recorrían la armadura titilaron a medida que las medidas de autopreservación iban fallando una tras otra. Y luego, cayó de rodillas. Debilitado, pero no muerto. O todo lo muerto que podía estar ahora. Supo que no si fuera por la mágica influencia del medallón que consiguiera hacía poco, su destino habría sido otro.

De un rápido vistazo, observó a su alrededor. Grend había salido intacto, pero Abdali estaba extraño. Cubierto de escarcha y blanca nieve, tenía la mirada perdida. Una expresión rabiosa que había visto en el pasado, pero que ahora se había convertido en un rictus de puro odio. Y corrió hacia el dragón. 

Quiso salir tras él. Acompañar a su compañero y amigo en su última acometida, pero el gemido de Dalia a su lado le recordó cuál era su papel. La joven había sido barrida por el hechizo y se encontraba en un punto más allá de la muerte. Un punto del que sólo Égida podía traerla. Acunó su pequeña figura, aún más frágil y delgada de lo que había imaginado, y canalizó su energía curativa a través del blindaje hasta ella. Como una madre que acuna a su hijo recién nacido, dio de sí todo lo que podía, pues no podía permitir que alguien más cayera en su vigilia.

Entonces lo vio. Un avatar de la guerra encarnado. El inocente y simple guerrero calishita se movía rápida y brutalmente, esquivando las dentelladas del dragón y descargando el filo de su nuevo mandoble con fiereza. La sangre dracónica manaba, escamas blancas acompañadas del rojizo líquido vital, todo al son de los gritos de dolor y súplica de Glazhael. Pero Abdali no perdonaba a los dragones. Era su muerte y su fin.

En cuanto la cabeza del dragón cayó todo lo largo que era, todo quedó en silencio, roto únicamente por el gemido de agotamiento del guerrero. Habían derrotado a su enemigo. Un gran dragón blanco en combate singular.

Y habían sobrevivido.

Tras recuperar el aliento llegó el momento de las reparaciones y la gloria, y para ello Égida era el más pragmático de todos. Aunque quisiera oponerse, estaba de acuerdo en que devolver todo el oro a sus legítimos propietarios era lo más apropiado. No podrían traer a los muertos caídos a manos de los miembros del Culto, pero las casas serían reconstruidas, tumbas se levantarían y los campos serían replantados. Allí donde los dragones y su Culto sembraron el terror, ellos traerían esperanza. El forjado se aseguró de que toda moneda, gema y joya fuera contabilizada y tasada sin quedarse ni una sola para ellos. Bastante habían acumulado durante sus viajes - cosa de que él se había asegurado personalmente - pero la derrota del dragón les traería más oportunidades y contratos.

Égida, lo mismo digo. Sin ti no podríamos haber sobrevivido ni al primer encuentro con esa panda de indeseables. Siempre velas por nosotros y parece que tu dios nos sonríe cuando caminas a nuestro lado.- El joven calishita agarró al forjado del antebrazo metálico para darle un apretón fuerte, en símbolo de la camadería que había entre ellos. Aunque intentó hacerlo de una forma muy correcta no pudo evitar al segundo echarse sobre él para darle un abrazo.

El forjado no era sensible ni cariñoso, pero Abdali era su más antiguo y mejor amigo, y correspondió a su gesto con todo lo que pudo ofrecer. Parte de lo que quedaba de su ser humano se estremeció tras tantos y tantos años.

- No voy a dejar que vayáis por ahí sin que alguien os cuide las espalda y se encargue del mantenimiento de vuestro equipo. Además, tenemos que aseguraros de que eso - señalando la temible espada - no se vuelva en tu contra un día y te muerda el cuello. Aún queda mucho por hacer con el Culto, y nos aseguraremos de ello.