Partida Rol por web

El grupo, siguiendo las indicaciones de Dalia y Grend, subió al piso superior. Fuera quien fuera el tal Blagothkus que había mencionado el sectario parecía que tendría que esperar. La bruma se arremolinaba en los pies de los cuatro aventureros mientras estos avannzaban con cautela por el patio superior. Habían vencido a la lider del culto. Tenían su máscara, pero aún podía haber peligros allí. Y, en cualquier caso, necesitaban hacerse con el control de aquel castillo volante si es que querían poder salir de allí.

- Echemos un vistazo a esto, las chozas supongo que serán de los ogros, la pregunta es si quedarán más. En todo caso si los hay podemos eludirlos o acabar con ellos en sus guaridas. A mí nunca me ha gustado dejar enemigos a mi espalda, no al menos si no tengo clara una ruta de huida.

Definitivamente había algo en aquel grupo que no encajaba con los principios del guerrero. Matar por matar no era lo suyo. No porque los ogros o los kobolds fueran unas criaturas con tendencia al mal, era motivo suficiente para borrarlos de la faz de Toril, igual que ajusticiar al cultista indefenso no habría sido tampoco ético. Normalmente ese tipo de seguidores obedecían a sus líderes, y estos eran los que les mandaban hacer barbaridades. Ahora, los líderes estaban muertos y no tendrían porqué ser un problema, seguramente que ni se enfrentarían a ellos.

- Yo preferiría eludirlos, no me gusta manchar mi espadón de sangre si no es por una buena razón.- Todos aquello principios los había aprendido en Elturel, la ciudad Santa, bajo la firme mano de su tutor Sir Ontharr Frume. Y aunque él era más laxo en lo que a reglas se refería, su conciencia no le permitía hacer ciertas cosas.

Abdali portaba entre sus manos el espadón de la semidragona que habían matado, eso y la máscara de dragón les haría una clara idea a los que se fueran encontrando por el camino de quién mandaba ahora. O eso pensaba él.

- Quizás Égida y yo debiéramos esperaros aquí dentro y vosotros, que sois más silenciosos, hacer una exploración rápida, y nos venís a avisar si veis algo de interés. Desde la puerta también podremos ver si ocurre algo y correr a vuestra ayuda si las cosas se tuercen.-

El forjado asintió ante la propuesta de Abdali. Dalia y Grend eran más rápidos y sigilosos, y tanto el equipo del guerrero como el blindaje que formaba la estructura exterior de Égida harían demasiado ruido.

Sin embargo, no se pronunció ante la opción de derramar sangre innecesariamente.

-No me gusta la idea de ir a esas chozas. Allí no vamos a encontrar nada que nos sea útil y hay muchas posibilidades de que haya enemigos peligrosos.
Entremos dentro de una vez a por ese Blagothkus. De momento hemos tenido demasiada suerte de que no nos encuentren, o a los cadáveres que hemos dejado por ahí en medio del patio.
Si logramos controlar el castillo volador y hacerlo bajar tendremos más posibilidades de poder huir en caso de que las cosas se pongan feas.-

Desde luego Grend no iba a ir él solo a un sitio donde podía haber más ogros.

- Ciertamente, arriba no parece haber nada de interés, pero me resisto a bajar y que nos puedan pillar por la espalda. Al menos no creo que los otros usen la escalera de caracol. Sugiero revisar el piso intermedio, supongo que el peligro real estará en inferior.

-Nos van a poder pillar por la espalda vayamos por donde vayamos. Estamos en un castillo, volador, enemigo. Puestos a hacerlo prefiero que sea en un lugar cuya dirección sea útil.
No podemos estar seguros de que Blagothkus vaya a estar donde nos han dicho, vale. Pero creo que es mejor elección que ir a lo loco por otro sitio.-

El warlock comprobó su equipo, y luego sus ropas, y se volvió a los demás.

-Creo que puedo llegar sin demasiados problemas hasta ese. Sigo pensando que la mejor opción es aterrizar esta cosa para poder salir por patas sin problemas.-

Parecía muy claro que su intención era adentrarse por otro sitio que no era el que decía Dalia.

- Adelante Grend, yo ando un poco perdida, así que por mí vamos por donde dices.

El calishita permaneció medio oculto en la entrada de la cueva helada esperando con el forjado a que llegaran sus otros dos compañeros. Estar quieto enfriaba su cuerpo que empezaba a tiritar a causa del ambiente en el que estaba.

- ¡Brrrr, a quién demonios le puede gustar vivir en un iceberg como este!- se quejó. Aunque su familia provenía de tierras desérticas, él había sido criado en un terreno de clima suave donde ni hacía mucho frío ni mucho calor. Las tierras de Eltugard parecían, como la propia ciudad, favorecida por los dioses. Bueno, si quitaban las incursiones de los gnolls y la aparición de dragones.

Echó un vistazo al clérigo de Gond y se preguntó si él podía sentir el frio, o el dolor o las caricias de una bella mujer... Su mente empezó a divagar y cuando llegaron lo exploradores casi le dio un infarto de la sorpresa.

- ¿Entonces bajamos y vamos al edificio donde nos indicó el mierdecilla ese? Venga yo os sigo-

El grupo, tras subir por las escaleras de caracol, observar el piso superior y asegurarse de que no había una horda de ogros o sectarios corriendo hacia ellos volvió a bajar al piso inferior donde habían luchado contra Rezmir y los magos rojos. Se dirigieron entonces al enorme edificio que habían dejado atrás para, por un lado, asegurarse de que nadie les fuera a atacar por la espalda y, por otro lado, descubrir si había alguna manera de manejar el castillo o al menos dejarlo en el suelo para poder bajar de él. 

Entraron por la puerta más cercana, una puerta doble de madera de unos 6 metros de alto y se encontraron con una estancia bastante amplia, con un par de puertas a los lados. La que estaba a su izquierda estaba abierta y su interior dejaba ver una habitación bastante lujosa (11).

- Vaale... por fin algo de provecho - comentó en voz baja, más para sí que para los demás, cuando Grend y Dalia confirmaron que había algunas habitaciones más adelante. El rato que había pasado con Abdali a solas, soportando el frío de aquellas alturas, le permitió disfrutar de su amigo y compañero de armas. Era alguien en quien confiar, sin duda alguna: el único que le quedaba después de tanto tiempo arriesgando la vida por detener al Culto del Dragón - Creo que lo más sensato es que avancéis por sigilo y nosotros dos os seguimos de lejos, para asegurarnos que no activamos ninguna trampa.

-¿Por qué no vamos abriendo las puertas a nuestro paso?- Dijo señalando a las dos que tenían a ambos lados.- No me gustaría que hubiera enemigos ahí dentro y salieran a nuestra espalda.

Se acercó a la puerta de la derecha y puso la oreja.

El elfo había lanzado un conjuro para parecerse a uno de los magos rojos. No sabía si pasaría un escrutinio de cerca, pero con las propias ropas puestas daría el pego de lejos.

-Sí. Puede que sea mejor que vaya yo delante por si acaso. Si hay problemas lo sabréis enseguida por mis gritos de terror y pavor. No obstante la habitación esa nos está llamando.-

Grend se asomó con cuidado. Si era alguna de las habitaciones de los tipos que habían eliminado no cree que hubiesen dejado trampas. Pero siempre era mejor asegurarse.

Dalia dejó que Trend tomase la delantera, ella era una recién llegada y no tenía ninguna intención de cambiar cosas. Pero puso la oreja en cada una de  las puertas por si acaso se oía algo.

No parecía haber nada peligroso allí, ni ningún ruido salía de la habitación que quedaba a su derecha. Todo parecía bastante tranquilo después del terrible combate que habían tenido pero no podían confiarse. El único sonido procedía de una de las otras habitaciones que había siguiendo el pasillo. Como si el viento se filtrara por alguna ventana.

Sin nada interesante en la habitación, el mago rojo de Thay siguió camino hacia donde creía que se encontraba el piloto del castillo volador.
Incluso el pensar algo así se le hacia extraño. Los castillos podían derribarse, ¿pero volar? Aquello era una cosa muy rara.

-Bueno. Al menos no nos han dado el alto todavía.-

Una gran alfombra cubría el suelo helado justo delante de la puerta de esta habitación de 4 metros de altura, estaba iluminada por un brasero de carbón. Una cama grande reposaba en un rincón, deshecha, y un escritorio en otro. Encima de la mesa podía verse la marca de alguna pieza rectangular, como un pequeño cofre, que ahora había desaparecido. Como si al morir Rezmir se hubiese teletransportado el cofre vinculado a ella, enviando todas sus riquezas al pozo de los dragones*. ¿Todas? No, aun quedaban en la mesa algunas joyas, como un torque de plata con cabezas de dragón que valdría unas 200 monedas de oro o unas cuantas perlas (en total 1000 monedas de oro entre las perlas) que debían habérsele caido al coger la máscara rápidamente. 

El elfo de las gafas parecía tener sus truquillos. Eso de disfrazarse de mago rojo era una buena idea, esperaba que funcionase.- Yo me haré pasar por tu guardaespaldas- comentó un poco más emocionado de lo que debería.

Todos vieron las joyas que había en una de las habitaciones, y como parecía que el calishita había llegado el primero, se las guardó en el jubón.- Esto para la gente de Nidoverde, que han perdido sus casas y sus cosechas.- Tenía toda la intención de entregar lo que encontrase a los paladines de Elturel para que ellos se lo devolvieran a sus legítimos dueños. Seguro que el grupo se llevaría una recompensa por hacerlo, así que no había que preocuparse.

Después de guarda las joyas siguió a Grend, poniéndose lo más estirado que pudo para parecer un guardián o algo similar, aunque lo que parecía es que se había tragado un palo.

- No es momento de hacerse con el botín y guardarlo para uno, Abdali - le reprendió cariñosamente. Si pudiera, añadiría una entonación que le quitara hierro al asunto - Como hemos hecho hasta ahora, tendremos nuestro fondo común y cada uno decidirá su destino. ¿No te parece?

Desde luego que no era el momento ni el lugar para pelearse por el botín, y él confiaba en el forjado, así que, como un niño al que le hubiera regañado su mamá, sacó las joyas y se las entregó a Égida.

Eso sí, murmurando cosas que seguro eran palabras feas y barriobajeras.