Partida Rol por web

La situación distaba mucho de ser buena, pero iban a tener que funcionar con lo que tenían. Y lo que tenían era más bien poco. Apenas le quedaban unos retazos de poder mágico, que usó para remendar algo más a Sanya y reforzarse levemente ella misma. Aprovechó para revisar las heridas de la enana, intentando que estuviera lo mejor posible de cara a su recuperación, antes de repasar la zona con la vista. Si había algo con lo que bloquear la escalera, sería lo mejor.

-Yo... Podría vigilar, aunque estoy muy cansada-dijo la muchacha, que no fuera por no ofrecerse. 

Cansada por el largo día, y concentrada en mantener la ilusión, Lucrecia no tenía muchos ánimos de conversación, así que se mantuvo callada la mayor parte de la guardia. Se quedó en lo alto de la escalera, un rato en pie, otro sentada con las piernas cruzadas y la ballesta cargada en el regazo, otro con la rodilla hincada en la piedra, apuntando hacia el rellano inferior. En ocasiones, mientras Raellia vigilaba las escaleras, daba un vuelta por el templo para estirar las piernas, nunca alejándose más de unos metros, para no perder la ilusión. 

Raellia aguardó, sentada y con las rodillas abrazadas, a que ocurriera algo. Era su turno de guardia, y no estaba dispuesta a perder de vista las escaleras. Tampoco tenía muchas ganas de hablar, pensando todavía en lo cerca que habían estado de no contarlo ahí abajo... Y que tendrían que volver a terminar con aquel problema. 

Lucrecia estaba cansada, y solo deseaba que llegara el momento de despertar a sus compañeros y poder dormir de una vez. 

Lucrecia y Raelia estaban tan cansadas que ambas no fueron capaces de aguantar la guardia y se quedaron dormidas antes de poder despertar a sus compañeros... Así que solo les quedaba rezar en sueños a Pelor o a quien fuera y que nadie les atacase, robase o cualquier otra cosa mientras dormían...

La Lucrecia a punto de despertar era como una pescadilla tirada sobre las escaleras, y como tal se sacudió al despertar, dando coletazos con las piernas y boqueando en busca de aire.

Era de día, a juzgar por la luz que inundaba el templo abandonado pero no tan abandonado. ¿Cuándo me he dormido? se preguntó, rodando sobre la tripa y alzándose sobre codos y rodillas. Menuda fiesta, se dijo, al ver a sus compañeros tirados a su alrededor. Espero que quede priva... 

Fue entonces, tras todo un minuto de consciencia, cuando la verdad cayó sobre ella como una torre de magia desplomándose sobre los estudiantes del vestíbulo. Se palpó por todas partes hasta quedar satisfecha. Intacta, y con los pantalones arriba. Prosiguió con la bolsa y los escondites de sus escasas pertenencias. Todas estaban en su sitio. Se permitió un suspiro de alivio mientras observaba los lechos de sus compañeros subir y bajar, hincharse y desinflarse como fuelles de una fragua. Todos vivos, todos dormidos.

Se puso en pie de un brinco, apretando los dientes porque la mala postura de la cabezadita le había dejado una contractura como un titán encadenado entre el cuello y el omóplato derecho. 

Menudo desastre, se dijo. A saber cómo se había quedado dormida. ¡Cómo se habían quedado dormidas dos personas juntas! No podía haber muchas posibilidades de que algo así sucediera sin intercesiones arbitrarias. Fuera como fuere, estaban vivos. 

Y ahora, querida, disimula.

Mientras los demás iban despertando, Lucrecia tenía un ojo en las escaleras —cielos, espero que no hayan escapado todos entre los idiotas durmientes a hurtadillas— y repasaba mentalmente sus conjuros.

Zarus intentó desperezarse, pero la verdad tenía tanta pereza que se le antojó no hacerlo. Sé quedó sobre su sitio recordando cosas, personas, lugares. Sonrió a medias al imaginarse que aún estaban por esperarle muchas aventuras, solo lamentaba no tener a Layla a su lado.

Vio que Lucrecia ya estaba despierta y la miró desde apenas creyendo que estuviera de tan buen semblante después de haberse desvelado antes del cambio de guardia.

Acaso es mi turno? dijo realmente extrañado por el hecho de que ya había salido el sol.

Con un ojo todavía fijo en las ominosas escaleras, Lucrecia desvió el otro hacia el recién amanecido Zarus, bizqueando de forma adorable. Mala idea a primera hora, porque se le nubló la vista y a punto estuvo de caer desmadejada por el repentino mareo. Aún no debía estar circulando la sangre por las partes más septentrionales de su anatomía, se dijo.

Buenos días, buenos días, saludó al joven, cuando recuperó la estabilidad.

No había pasado mucho tiempo desde que había despertado, pero ya tenía una historia creíble preparada.

No, no, no, ya ha pasado toda la noche. Resulta que tenía un pergamino con un conjuro de alarma, dijo. Sin ponerse en pie, a gatas, fue a sentarse más cerca de Zarus, sin perder de vista las escaleras. Se lo quité a un mago con el que estuve bebiendo la primera noche que pasé en la ciudad, susurró, mirando a un lado y a otro, poniéndose la mano delante de la boca. No se lo digas a Raellia. Lo guardaba para el futuro, por si me encontraba con la necesidad de tener que dormir sola en algún lugar hostil, pero lo he pensador mejor.

Absolutamente creíble, se felicitó.

Parece que los del sótano no han subido en toda la noche, añadió. No tengo claro si es una buena o una mala señal.

-LOS AMIGOS DEL KRAKEN NECESITABAN DESCANSO -dijo el gigantón, con aspecto de estar agotado. HOY NOS ESPERA UN COMBATE DURO, AMIGOS. ESPERO QUE OS SINTAIS RECUPERADOS.

¿Qué le pasaba al gigantón? ¿Se le habían abierto las heridas y había perdido demasiada sangre? ¿Se había levantado en mitad de la noche a hacer sentadillas?

Yo estoy como una flor, querido, ¿pero tú te encuentras bien? preguntó al Kraken. Podemos juntar los catres de la cámara para que te acuestes un rato más...

Namarra se incorporó, desperezándose, estirándose como un gato al sol.

-Lista y preparada! Sí, Lucrecia tiene razón. Si no nos atacan no tenemos por qué tener prisa en bajar.

Elianne se despertó entre quejas ahogadas. Había podido ignorar la conversación de Lucrecia y Zarus, pero el vozarrón del Kraken era ya demasiado como para que su cerebro dormido no lo captara.

—Ngh... buenos días— saludó incorporandose de a poco. Se estiró perezosamente y hechó una mirada a sus compañeros— ¿No podemos...—ahogó un bostezo— comer algo primero?

En realidad, Elianne no esperó respuesta. A nadie le iba a molestar que buscara un pedazo de carne seca, o unas cuantas nueces entre sus pertenencias. Lo que encontró, o mejor dicho lo que no encontró, fue algo inesperado.

—¡Mi dinero no está!— exclamó con una mezcla de enojo y tristeza—Ugh ¿Dónde lo habré perdido?— se preguntó en susurros. Miró a la puerta del lugar, y al bosque más allá de la misma. Si se le había caído allí, era mejor que se olvidara de recuperarlo.

—¿El resto tiene sus cosas?— les preguntó— Menuda mañana...Gnhgh— un gruñido ahogado mostraba su enojo y preocupación. Sin dinero, igual que cuando comenzó. Y ahora que vería, ésta sería su ultima comida hasta que pudiera comprar más. Si seguía con esta suerte, no llegaría a ver el final del día.