Partida Rol por web

Cástor observó la nueva armadura satisfecho, con una ligera sonrisa. Ahora estaría algo más protegido frente a cualquier otro ataque, y eso siempre era de agradecer. Reparó en el escudo que había grabado en una zona de esta, con cierta curiosidad.

-¿Qué es, señora? ¿La marca del herrero local?-preguntó, para después asentir a la oferta de la mujer-por supuesto, me hará un gran favor si me la compra. Lo que quiera ofrecerme por ella estará bien, no se preocupe-respondió, no deseando exigir ninguna cantidad por ella. 

Huesos se probó la armadura elegida y quedó satisfecho. Era gracioso ver al saco de huesos embutido en una armadura que a cualquiera le parecería que no le quedaba ajustada, sino demasiado holgada, pero poco había que hacer al respecto. La oferta de la avariciosa mercader le pareció buena idea. Le venía muy bien deshacerse de según que cosas y fuera de la ciudad.

- Me parece perfecto. Podemos venderle también el equipamiento de los trasgos. Le vendrá bien también si algún mediano o gnomo que pase por aquí necesite equipo. Son igual de pequeños.- Huesos extendió su vieja armadura y el equipo sustraído de los trasgos a los que habían matado.- Estoy deseando llevar a esto delante de las autoridades para que suelte la lengua.

Sten asintió ante las palabras de Cástor, le compraría la armadura al 45% de lo que le había costado a Cástor. Pero cuando Ramase quiso venderle los objetos de los trasgos negó. Me temo, señor, que eso no me interesa. Son armas antiguas, en desuso y pequeñas. Hay pocos medianos como yo en esta aldea, y las armas de los trasgos no son bien recibidas aquí. Dijo dejando que se las quedaran. El símbolo efectivamente es la marca del herrero, aunque realmente es el símbolo de nuestra aldea, El Acantilado Verde.

-Yo cogeré lo que ofreceis por la armadura, señora.

Filos sabía que en una tienda normal hubiera podido sacar algo más pero el andar por ahí medio arruinado lo estaba volviendo loco y prefería pájaro en mano que ciento volando.

-Yo también aceptaré lo que se me ofrece-dijo Cástor, ofreciéndole sin más dilación su anterior armadura, de cuero tachonado. Bastante recompensa habían recibido, con aquellas armaduras, y el tener además algo de dinero era casi excesivo. Pero dado el coste de la vida en la ciudad de Tormentos Cristalinos, el clérigo tendría que aceptar aquello, pues le ayudaría a ayudar al resto durante más tiempo. 

Lo de aquella gnoma desagradecida n tenía nombre. Volvió a recoger el equipo de los trasgos muertos para que no se los quedara ella.

Quizá los trasgos muestren más interés.- Pensó molesto en que quizá los enemigos del Acantilado Verde pagaran, aunque fuera una miseria, por recuperar sus armas. Aún a´si, al igual que sus compañeros, dejó que la gnoma se quedara con la mierda de armadura que había portado hasta entonces.

- Pues cuando queráis partimos.

Sten recogió las armaduras viejas y se las tendió a su ayudante. Después les dio las monedas de oro correspondientes a cada uno y después les acompañó hasta la posada de El Acantilado Verde, quizá allí podrían encontrarse con aquellos que habrían lanzado la petición de ayuda que tanta falta hacía a la aldea.

Un gran edificio se alza en el centro del asentamiento. La luz brota de sus ventanas, y un amplio cartel sobre la puerta reza

"Posada de El Acantilado Verde"

"Sed bienvenidos"

El interior de la posada es tan cálido y hospitalario como parecía intuirse desde el exterior. El reconfortante olor del estofado y del pan recién horneado brotan de la cocina, mientras que una mujer corpulenta se mueve con prisas entre las mesas, escanciando bebida y sirviendo comida.

¿Viajeros? Bienvenidos. Tenemos comida, bebida y habitaciones. Todo limpio y caliente. Tras ello se gira hacia un par de trabajadores del campo que están sentados cerca del fuego. Dorf, Dissy, moveos; dejad a estos recién llegados un lugar junto al fuego. Los dos granjeros asienten amigablemente y se cambian a otra mesa.

Ahora, ¿qué puedo hacer por vosotros?

Sten le explicó a lo que habían venido y les comentó lo de la petición de ayuda.

Mallie se marcha unos minutos a preparar todo aquello que le piden los aventureros y tras ello viene con grandes cantidades de comida que huele deliciosa así como unas cervezas frescas y muy apetecibles.

Después se sienta junto a vosotros y os mira comer mientras ella disfruta. Cuando habéis acabado con la comida comienza a hablar.

- Habéis ayudado a Sten, dice acercando la silla. Obviamente sois aventureros y obviamente sois gente de paz. Y como puedo comprobar habéis venido por nuestra petición de ayuda.

Mollie se ve interrumpida por un robusto enano que entra en la posada y se dirige hacia vosotros. El robusto enano lleva ropas caras y parecer ser rico, aunque muy viejo. Arruga la nariz con furia a medida que os observa y dice:

- Supongo que esto tenía que pasar

- Os presento al maese enano Durgenbajo, Arven Durgenbajo. Es el prestamista de la aldea. Ambos hemos acordado mandar esa petición de ayuda que hay llegado hasta vuestros oídos.

No tenemos milicia ni guardias y ya hemos perdido demasiados buenos hombres y mujeres a manos de los trasgos. Enviamos una petición de ayuda, para aventureros como vosotros, que puedan descubrir por qué los trasgos se han vuelto violentos de repente, y para que acaben con la amenaza. Os pagaremos un total de 500 po una vez tengamos pruebas de que los trasgos no volverán a atacar de nuevo. 

Filos comió y bebió con voracidad. Cuando llegó el enano, saludó a ambos con profesionalidad.

-Os agradecemos la confianza - dijo Filos. De camino hemos capturado a una de esas alimañas para sonsacarle información. ¿Por vuestra parte, qué habeis averiguado? ¿Habeis interrogado a alguno previamente? ¿Alguna pista que nos ayude a presionar al prisionero?

Huesos contuvo una arcada cuando le pusieron semejante plato de comida delante. Con un gesto de la mano indicó que le pusiera un poco de vino y eso fue lo único que tocó sus labios durante toda la velada. Cuando empezaron a hablar de lo que les había traído allí su plato de comida seguía intacto.

- Da gusto que a uno lo traten así.-Comenzó diciendo en un claro reproche a la desagradecida gnoma a la que habían salvado al vida.- Quinientas monedas de oro es una oferta bastante suculenta pero... nosotros somos tres solamente, ya hemos perdido a un querido compañero durante el viaje. Eso me lleva a preguntarles qué es lo que saben de ese grupo de trasgos. Sten nos comentó que antes vivían en paz con ellos. ¿Qué es lo que ha cambiado? ¡Saben de qué número se trata?- Aunque tenían un prisionero quizá ya pudieran aproximarse a una cantidad con lo que supiera aquella mujer y el malhumorado enano.

La recepción en la posada fue de lo más amigable, y Cástor, tras una breve oración para agradecer aquellos alimentos, disfrutó verdaderamente de la comida. Como siempre, comió lo justo y necesario, pues no era dado a grandes banquetes ni manjares, y escuchó lo que comentaba tanto la dueña del local como aquel enano que parecía algo hosco.

-Así es, señora. Hemos venido a ayudar al pueblo. Lamentablemente, ya hemos tenido un encuentro con esos trasgos, como indica mi compañero, que nos costó una baja.

Asintió además a las palabras de huesos, pues la información era algo vital. 

-Es cierto, necesitamos saber todo lo posible para poder ayudarles. 

¡Oh! ¡Cuánto lo siento! Dijo Mollie al escuchar las palabras de los recién llegados. Lo lamento muchísimo. Es una pena recibir una noticia así. Nosotros también estamos teniendo muchas bajas, por eso os agradecemos muchísimo que hayáis venido a vernos.

Hará algo más de tres meses comenzamos a sufrir incursiones de trasgos en la aldea. Comenzamos a reunir los recursos necesarios para construir una empalizada de madera en torno a la aldea. Estamos haciendo progresos lentamente pero muy firmes y si seguimos así la terminaremos en menos de un año. Pero esto no es suficiente y tuvimos que tomar medidas con los trasgos, no hace ni dos meses mi marido lideró a un grupo de aldeanos para establecer un nuevo tratado de paz con los trasgos pero jamás regresaron. Fue ahí cuando decidimos mandar a todas partes la petición de ayuda.

Antiguamente teníamos un tratado de paz con el líder de los trasgos, pero ahora ha debido de suceder algo y estamos sufriendo ataques y bajas en nuestra población.

Sinceramente, ninguno sabemos dónde se encuentra el asentamiento de los trasgos. Jamás hemos tratado con ellos en su guarida y jamás la encontramos. Quizá el grupo que mandó el marido de Mollie sí, pero ninguno de ellos ha regresado.

Quizá ese trasgo que habéis capturado pueda ayudaros a encontrarla.

-Mmm... curioso- dijo Filos, reflexivo. Parece que nuestra mejor opción, efectivamente, será el prisionero. No va a ser fácil siendo sólo 3, la verdad. ¿Contais con alguna ayuda adicional con la que podamos contar? Alguien que conozca los bosques, o un sacerdote local que pueda curar nuestras heridas?... 

Filos lo dudaba pero no se perdía nada por preguntar. En realidad, su mente estaba pensando en el interrogatorio. Iba a ser complicado sacarle algo a esa bestia. 

Huesos escuchó con atención la información relatada por Mollie mientras trataba de no desconcentrarse por el hecho de que aquella fea mujer hubiera encontrado marido.

- Tres meses dice...- Los líderes trasgos, dada su cultura pobre y cortas vidas, solían durar poco. Si no morían ellos eran salvajemente asesinados para que otro ocupara su lugar.- ¿Y cómo se llamaba el líder de los trasgos?- Podía ser el principio por donde llevar el interrogatorio del prisionero. Saber si habían cambiado de líder. Un cambio tan brusco en el trato con los humanos tenía que ser por alguna razón de peso.- También me gustaría saber cuántos hombres partieron para tratar con los trasgos y cómo iban equipados.- A veces tres hombres preparados eran más útiles que una decena de campesinos.

El robusto enano mentaba al prisionero. Huesos dejó escapar una sonrisa maliciosa.- Habrá que ver pero menos da una piedra. 

-Le agradezco sus condolencias, nosotros también lamentamos sus pérdidas-replicó Cástor, antes de que sus compañeros plantearan aquellas preguntas. Aunque había una más, probablemente más importante, que ninguno de ellos había puesto sobre la mesa.

-Dice que tenían un tratado... ¿En qué consistía? ¿Sospechan que alguien pudiera romperlo? Puede que eso esté tras los ataques...

Druidas no tenemos, dijo encogiéndose de hombros, pero en la iglesia Listra os podrá sanar las heridas que tengáis, ella puede ocuparse. 

Luego respondió al resto de preguntas, mi marido debió de partir con una docena de hombres, incluso más, todos ellos armados con espadas y escudos de madera, lo poco que teníamos en la aldea. Dijo encogiéndose de hombros pues sabía que no era mucho. El tratado era muy antiguo, y eran tan simple como la paz entre ambos. Ni ellos nos molestaban a nosotros, ni nosotros a ellos. Por eso nunca tuvimos la necesidad de exterminarlos, ellos nos dejaban en paz y nosotros a ellos. Pero algo ha tenido que cambiar en los últimos meses.

Y no, no nos quedan más hombres valerosos, hace dos días que empezamos a enviar la petición de socorro y solo vosotros tres habéis venido a ayudarnos.

Filos se acariciaba la barba del mentón mientras escuchaba. Poco más sacarían de allí a su juicio. Aún así, pese a que estaba mucho mejor de sus heridas, agradeció la posibilidad de ser sanado.

-Está todo bastante claro, si. Debemos proceder a interrogar al prisionero. Antes, sin embargo, si no os molesta, yo aceptaré la curación de Listra. 

¿La iglesia es la que se ve desde el camino? Si es así, iré adelantándome para no retrasar el interrogatorio.