Partida Rol por web

Tras observarla mejor, Tybalt pudo ver la clara ventaja en la que estaban aunque poco duró lo que podrían denominar un momento favorable. La malherida Yerma reculó para usar el mismo truco de feria sobre sus compañeros mientras que el otro guardia hacía sonar el estridente sistema de alarma. Por suerte, Cucaracha había hecho su parte abriendo la puerta mientras el resto recogían sus pertenencias. 

Confiando en que alguno hubiese recogido sus cosas, el tiflin comenzó a retirarse junto al resto. -Flame, déjame la ballesta. Cubriré la retaguardia.- Le dijo a la guerrera a la vez que le tendía la mano para que le dejase el arma. El resto de la guarnición no tardaría acudir a la llamada para frustrar su salida así que tenían que darse prisa y prepararse para lo peor. 

Los cascotes del hielo surgieron del techo de piedra, sin ninguna explicación meteorológica posible. Golpearon a Yerma sin compasión, al igual que su compañero, hasta hacerles hincar la rodilla y caer al suelo. Ya no había más obstáculo para irse de allí, salvo quizás la batería de ballesteros apostados en los balcones que custodiaban el patio... y una intensa cortina de tormenta que se prolongó durante unos segundos intensos.

¡¿Qué te ha pasado, Jad?! No, déjalo... prefiero no saberlo.

Atrapados entre el granizo y la esquina por la que se acercaban los soldados, todos se apretujaban en un pequeño espacio de pasillo en una tensa calma. Evea colocó mimosamente el escudo en el antebrazo pegajoso de su novio, SU novio, marcando siempre el territorio ante las demás solteronas, sobretodo con Becky.

Los guardias se tuvieron que parar en la bifurcación que daba a las celdas de las chicas, para asegurarse de que nadie surgía de allí en una ruín emboscada. Eso dió tiempo suficiente a que la magia conjurada por Aire se disipase, y los aventureros se pusieron en marcha. Por culpa del pegamento, Jadewo se fue quedando atrás.

¡ALTO!

Era un "alto" retórico, pues al mismo tiempo los dos guardias que doblaron el pasillo apretaron los gatillos sin dar tiempo a que Jadewo se detuviese. Los virotes silbaron... y pasaron de largo, y el lento Jadewo torció para salirse del campo de tiro.

¡LA CAPITANA ESTÁ VIVA! ¡LLAMAD AL SACERDOTE!

Aquello les había ganado unos segundos más, pues los guardias se detuvieron a cortar hemorragias y salvar a Yerma y el otro soldado, a sabiendas de que los prófugos se estaban acorralando solos.

Aquella pareja no había causado más que problemas al rebaño de Hala, pero Leiath era consciente que no lo habían hecho con mala intención sino todo lo contrario, asi que, a partir de ahora, iba a tener que incluirles dentro de su grupo de protegidos. El atractivo guerrero y su amada barda no sabían lo que les venía encima; iban a tener que soportar las broncas de la bruja. Pero no hay mal que por bien no venga.

Leiath, viendo que el rubiales se quedaba atrás atrapado en el vil hechizo de su carcelera, se paró en seco y fue hasta él. Pidió permiso silenciosamente con la mirada a Evea para tocar a SU novio y asi liberarle de la materia pegajosa que lo retrasaba.

La capitana está viva.- Las palabras resonaban en la cabeza del perfumista. Estaba ya harto de dejar atrás enemigos que volvían de la misma muerte para acosarlos y perseguirlos continuamente. Se dio la vuelta hacia Aire, cuya poderosa magia les había permitid dejar atrás a los soldados, y la conminó a acabar el trabajo.

- Aire, acaba con ella de una vez.- Unos proyectiles mágicos bastarían. Incluso Alice podría hacerlo. Sólo Becky y él mismo eran tan débiles como magos que no podrían dar el golpe de gracia. El perfumista, tras aquella pequeña pausa, siguió avanzando, zigzagueando por los corredores hacia la celda de Cucaracha. Leiath volvía a hacerse querer con sus gestos altruistas ayudando a Jadewo. Debía reconocer que el chico era guapo, pero le había parecido que su lentitud era una gran oportunidad para que los demás pudieran escapar sin problemas. Después de todo, había sido su culpa todo aquello. Pero la Bruja de Hala era así, y no iban a cambiarla ahora que ya era mayorcita.

- Vamos, vamos, vamos.

Jadewo, sintiendo que aquel mejunje pegajoso le imediría avanzar, y sin saber que pretendía hacer la mujer de negro, dejó caer la espada larga para sacar de un bolsillo de su mochila un pergamino enrollado que tendió a Evea para que se lo lanzara mientras él cubría con el escudo la retagaurdia del grupo.

-Id avanzando, ahora os alcanzaré.

La maga avanzo por el pasillo por donde iba todo el grupo, como decía su madre “Allí donde vayas, haz lo que vieres”. No le importaba demasiado que la carcelera quedara viva, no tenía intención de quedarse demasiado tiempo en esa ciudad y en ese plano. Seguramente no la volvería a ver en la vida.

Aire salió tras sus compañeros cuando escuchó los gritos de los guardias.

¿Cómo que todavía está viva? se mostró enfadada. ¿Qué era, algún tipo de cucaracha que ni aunque le arrancaras la cabeza moría? ¿Por qué había gente a la que le costaba tanto reconocer que lo mejor en ciertas situaciones era morirse y dejar a los demás en paz.

Se detuvo unos segundos, al tiempo que alzaba de nuevo la mano, repitiendo los movimientos del primer conjuro contra los guardias. Las palabras de Onfale no eran necesarias, pero estaba bien saber que al menos contaba con el beneplácito de alguien, así si los demás la decían algo, no estaría sola en su defensa.

Antes de doblar la esquina, los proyectiles de Aire hicieron saltar por los aires el cadáver de Yerma, de modo que llovieran pedacitos de carne en todo el pasillo.

Tsk, lástima. Esa muchachita era una auténtica monada.

Viendo cómo estaba el patio, los guardias retrocedieron hasta salirse de la linea de tiro, y arrastraron al otro herido para ponerlo a salvo. Gracias al conjuro de Leiath, la Asesina de Niños, Jadewo pudo seguirles el ritmo en la carrera, pero Evea se quedó con un resquemor, aunque la Bruja de Hala pidiese permiso.

¿Sabéis qué? Desde que murió esa sargento del sado, las auras de Tybalt y Jadewo están más limpias... como si se hubiesen liberado de una pesada carga, así, sin piedras energéticas ni yoga. ¡Hermosa aura, Jadewo!

Evea gruñó, pero después de lo efectivo que resultó el conjuro de Leiath, quizás Becky no estuviese coqueteando, sino usando sus aptitudes místicas y dando su opinión de experta en la materia.

Llegaron a las celdas de los hombres, similares a las celdas de las mujeres, salvo porque en la pared no había colgadores de hierro para poner los cintos mientras se violaba. En una de las celdas había un guardia tumbado en uno de los bloques de piedra que hacían de bancos. Se limitó a levantar la cabeza para ver la cola de gente llegar, y se volvió a tumbar con una franca desafección a todo lo que ocurría.

En la siguiente celda, con la cerradura de la puerta corroída por el ácido, había un agujero en el suelo. Viendo que algunas de las chicas llevaban falda, Cucaracha trató de darse prisa para bajar el primero, y las ayudó galantemente a bajar con un hilillo de baba cayéndole por la comisura de la boca.

Bajo el cuartel, las alcantarillas se prolongaban en direcciones distintas. Corrieron sin rumbo fijo, con la única luz que proporcionaba una lámpara de aceite que sus compañeros no habían visto en anteriores aventuras. Cuando el cansancio les pudo, hicieron una pausa para recuperar el aliento. Becky alzó la vista y se acercó a una pequeña abertura en lo alto del extremo opuesto del corredor, demasiado pequeña como para sacar la cabeza...

Chicos, veo algo... Una especie de plaza, ocupada por unas torres y una tarima. Creo que es una especie de lugar para exponer los jamones, porque hay sogas para colgarlos. Debe de ser alguna especie de mercadillo, o algo. Están tocando tambores. Es una procesión. Un sacerdote abre la comitiva. Detrás... un guardia. Detrás del guardia... ¡es nuestro niño! Bueno, no mi niño porque yo tengo cintura de no haber parido, pero es el niño que nos robó. Tiene los ojos vendados y las manos atadas. Lo llevan hacia la tarima con las sogas.

También veo... una boca de alcantarilla. Una lo suficientemente grande para que podamos salir por ella. Está a solo doscientos pies de aquí, un poco escorado hacia la derecha. Está cerca, muy cerca. Si nos metemos por la galería correct...

¡HUUUUUUAAAARGH!

Ah, no hay nada como el dulce canto de apareamiento de un monstruo de alcantarilla. Su voz resuena por los túneles, cada vez más cerca, como si hubiese olido un montón de culos a los que poder mancillar.

Tras recuperar el aliento, y felicitándose internamente por haber acabado con la bruja esa, Aire se acercó hasta la posición de Becky mientras ésta hablaba.

Claro, jamones. Me da que a quien van a colger es al niño.

Esa pequeña rata les había metido en esa situación. Bueno, realmente había sido Leiath, pero daba igual. Lo importante era pensar si arriesgar la vida por el niño valía la pena para recuperar los bienes que les había robado. Aunque poco les servía en el momento en el que un monstruo les quería dar la bienvenida.

Tenemos que salir de aquí, ya pensaremos si hacemos algo por el niño

- Me gusta tu estilo.- Le susurró a Aire al pasar. Esa zorra se lo tenía merecido. Si a Cucaracha le daba pena bien podía coger uno de los trocitos de su cuerpo desperdigados pro ahí para tener un recuerdo.

Onfale bajó el último por el agujero para tratar de tapar la entrada y retrasar así a sus perseguidores. Después, con la lámpara que había encontrado, guió a los demás a través de los pasadizos. Al menos él ya había estado una vez allí. Lo que no les dijo fue lo del cuerpo que había encontrado con el canal rajado de lado a lado. En las alcantarillas siempre se criaban bichos desagradables. A pesar de su silencio no tardaron mucho en descubrirlo por ellos mismos.

De nuevo otro dilema. Salvar al niño con lo que complicarían su huida o salir pitando de allí, perdiendo sus objetos pero asegurándose una vida sencilla y feliz. Algo le decía que Leiath querría resarcir su buen nombre.

- Salgamos por la alcantarilla que dice Becky a la calle, si es que no viene por ahí ese bicho.

No era fácil llegar al objetivo. No había túnel directo hasta allí, y cada vez que cogías una "calle" que podría converger siempre corrías el riesgo de encontrarte con un corredor ciego... como este:

El túnel era lo suficientemente ancho para dos personas, pero un enrejado les bloqueaba el paso.

¡HUUUUUAAAAAAAARGH!

Onfale escuchaba al monstruo chapotear con sus tres "patas" o lo que fuese en esta dirección. Les estaba dando alcance.

¡La palanca! ¡Usa la palanca para abrir la reja! ¡Rápido!

Jadewo cerraba la marcha, siempre cerca y atento a Evea, iluminando la parte posterior del grupo con su piedra de luz.

Durante alto, el hombre aprovechó para acomodarse el equipo e interesarse por la muchacha, manteniendo una queda conversación íntima entre ellos, secretos entre dos amantes.

Cuando la tal Becky informó de lo que veía por la rendija el semblante del guerrero se endureció nuevamente... pero antes de poder decir nada más un gutural rugido retumbó por las alcantarillas.

Buscando en las distintas entradas esperando identificar por la que vendría el recién llegado, el joven evocó la esencia del Arte para intentar crear un señuelo.

-¡Creo Imagonem!

Nada más pronunciar esas palabras arcanas, de su diestra protaron cuatro puntos de luz de color dorado, a las que dio forma de hadas resplandecientes con su voluntad, a las que mandó para rebolotear en dirección contraria por la que se dirigía el grupo tras Beky. Una vez lanzado el hechizo el joven tapó su fuente de luz y siguió al resto.

Tybalt recogió sus pertenencias cuando Leiath se las entregó en durante la apresurada huída. Por suerte para el tiflin, el efecto de lo que fuera que le hubiese hecho la soldado se había disipado por completo así que enseguida pudo recuperar el ritmo. Pronto estaban ya correteando por los estrechos túneles del alcantarillado cuando Becky los avisó, desde un punto de vista muy inocente, de la situación del niño que les había robado.

Buscaron una salida, un lugar por donde acceder al exterior. Recodo tras recodo esperaban dar un camino hasta que llegaron a uno que, aunque bloqueado por una reja, era más o menos lo que estaban buscando. Pero como las cosas nunca son tan fáciles como aparentan, un ser con poca dicción les avisaba sonoramente de su presencia. -¡Flame, ten, abre esa verja!- Dijo Tybalt a la vez que le tendía la herramienta. No es que no se considerase lo suficientemente fuerte, pero no se era momento de demostrar nada y la mujer manejaba un espadón de su tamaño con la misma facilidad, aunque menos gracia, que él sus espadas. Echando mano de su arco a la vez que se abría paso para colocarse entre Leiath, también del resto por supuesto, dispuesto a atravesar con una flecha a lo que asomase por el túnel.

El corazón se el cayó al suelo cuando contempló la escena de la horca. Cómo se atrevían a matar a un niño así, sin más? En qué horrible ciudad habían caido? No te engañes Leiath, qué se puede esperar de cualquier cosa que se encuentre en este plano infernal?

Por supuesto que le hubiese gustado salvar al pequeño, pero el caso es cómo hacerlo sin poner en riesgo al resto. El rugido proveniente de los túneles sacó a la bruja de sus pensamientos y salió corriendo como el resto. Cuando vió que se habían quedado sin salida, se dió la vuelta, dispuesta a enfrentarse a lo sea que viniese. Se mantuvo en medio del grupo como pudo, para poder tener a todos al alcance de su mano.

Onfale encabezaba la marcha junto con la providencial Leiath, cuya diosa parecía guiarla por los asquerosos túneles. ¡Alabada sea Hala y su Bruja! Llegados a la rejilla se apartó para que la lagartona les abriera paso.

- Rápido, que viene.- Después se pegó a Leiath para protegerla, estoque en mano.

Aire caminaba apresurada. No le apetecía combatir contra una criatura en esas cloacas tan estrechas. No podrían luchar en condiciones, los conjuros podrían dañar a los demás o rebotar contra esas paredes. Hasta que llegaron a las rejas.

A la espera de que alguno de sus compañeros consiguiese hacerse paso, retrocedió hasta quedar a la cola del grupo. Si una criatura aparecía por detrás de ellos, alguno de sus conjuros podría ser lo suficientemente efectivo como para detenerlo o entretenerlo un rato más.

Flame asintió a Tybalt, tomando la palanca y haciendo fuerza. Cada barrote hundido en los barrenos de la roca necesitaron su propio tiempo para ser forzados. El gorgojeo del monstruo se mantuvo en la lejanía, sin acercarse ni alejarse, gracias a la distracción de Jadewo. Finalmente, toda la estructura de la verja cedió y se separó lo suficiente del margen derecho como para escurrirse junto a la pared.

Leiath, que hasta entonces había permanecido en un cauto puesto central, empezó a abrirse paso entre los suyos y tomar la cabeza de la expedición, colándose en primer lugar por el nuevo acceso logrado por Flame.

¡Leiath! ¡No! ¡¿Qué estás haciendo?!

Todos fueron tras la sacerdotisa, que en cada intersección giraba decidida como si estuviese siendo guiada por la misma diosa. No volverían a llamarla la Mataniños. No dejaría ese manchón en su expediente, esa carga en su conciencia.

El pasadizó terminó en unos salientes metálicos en la roca, a modo de peldaños en vertical. Encima de la cabeza de la sacerdotisa estaba una redonda tapa de alcantarilla. Los demás dieron alcance a Leiath. Cucaracha, al igual que se había metido primero en la alcantarilla para ver las bragas de las chicas, se quedó el último para subir. Las voces de la plaza empezaron a escucharse en cuanto deslizaron la tapa circular...

...y por eso, en nombre de los Hombres de la Ceniza, te condeno a...

Un corrillo de gente se agolpaba alrededor de la tarima, formando una auténtica muralla humana. Sobre el patíbulo, de izquierda a derecha: el primer guardia, el niño maniatado, el segundo guardia y el sacerdote que leía la sentencia.

La mirada de Leitah lo decía todo.

Otra vez no.- Su bondad iba a meterles de nuevo en un lío, como si no la conociera ya después de tantas desventuras juntos. La Bruja de Hala no se iba a quedar parada viendo como el ladronzuelo al que casi mataba era colgado  públicamente pro aquellos soldados sin corazón. Al perfumista le daba igual la suerte que corriera el niño, él se lo había buscado metiendo la mano donde no debía, pero veía excesivo el castigo.

Cortarle la mano sería suficiente y así aún tendría legua para decirnos dónde está su cómplice.- Con resignación envainó el estoque mágico y deslizó su mano hacia el frío tacto de la empuñadura de la daga, mucho más discreta. Puestos a ser fugitivos y, sabiendo que Leiath les pondría de nuevo a todos en peligro, Onfale se escabulló entre la gente, haciéndose hueco por un lado y por otro, empleando los codos en caso necesario y apretujándose contra los fornidos y malolientes espectadores. Era una suerte haberse comprado esas discretas ropas negras, sencillas pero funcionales. Sólo un poco más y casi podría alargar la mano y arrancar al niño de las garras de la muerte. Pero para eso necesitaba la ayuda de sus compañeros.

- ¿Hacéis algo?- Susurró y sus palabras llegaron mágicamente hasta Tybalt y Jadewo.- Casi lo tengo al alcance.- Dijo pro si lo habían perdido entre la gente.

Jadewo fue el último en llegar a la plaza, ya que Cucaracha no tenía motivos por verle subir... una vez arriba se encontró con aquella dantesca parodia de justicia.

Vio perderse a dos de los circunstanciales acompañantes entre la multitud, en dirección al patíbulo, pero su atención estaba puesta en la escena.

Aquel niño, que apenas hacía unas horas casi había pagado su osadía con la vida, ahora se la querían quitar por... "justicia", no podía... no podía permanecer impasible ante tal situación, y menos teniendo en cuenta su pasado. Miró a Evea un instante, con una mirada comunicó más de lo que podría hacer con un discurso, ella supo al instante que haría el joven.

Erguido en toda su estatura, en fundado en metal brillante, el guerrero trazó un círculo imaginario en el aire usando el indice para cerrar y abrir a continuación a modo de estallido la mano con la palma vuelta hacia el aire. A la vez que susurraba.

-¡Creo Imagonem!

Un estallido de sonido reverberó por la plaza, como si de un trueno se hubiera tratado. Centrado delante del joven, atrayendo las miradas hacia él, quien había dado unos pasos al frente. Diciendo con voz potente.

-¡¿Qué puede haber hecho ese muchacho para merecer tal castigo?!