Partida Rol por web

Ha pasado un mes y medio luego de la aventura en Faverstram. Bjorn y Grigori desaparecieron en medio de una tormenta. Perdidos en el agua, nadie volvió a verlos. Buena parte de la tripulación se queja por lo bajo de que el barco está perdido a la deriva y de que se perdió el rumbo. Suzanne Matatigres lo niega y afirma que pronto llegarán a tierra firme.

En este momento ustedes dos están en la cubierta del barco, junto con otros tripulantes, haciendo las tareas del día, que no son muchas para un barco extraviado. La capitana Suzanne está encerrada en su camarote trazando la ruta de viaje. Es de día, es primavera y hace un calor agradable. No hay nubes y el sol brilla en todo su esplendor. Falta poco para el almuerzo... aunque las provisiones son cada vez menos.

El anciano Wilbur, protector y consejero de Annalise, está hablando con ustedes.

—¿Cuánto más quedará de viaje? No veo la hora de bajarnos de este barco. Todas estas personas son criminales —dice con reproche—. No deberíamos mezclarnos con gente como esta.

Cerca del mástil central, Jan el Bello, el segundo al mando del barco, está hablando con otro pirata, Renacuajo. Ustedes, que están más o menos cerca, escuchan lo que dice con claridad.

—Renacuajo, amigo mío, si yo fuera el capitán de este navío, nunca nos hubiéramos extraviado. Si yo fuera capitán, a estas alturas ya estaríamos en una isla paradisíaca, rodeados de mujeres desnudas y ron.

—Mrebek-mrebek-mrebek.

Cuando el pirata Renacuajo ríe, hace ese sonido gutural, como de sapo, que suena como "mrebek-mrebek-mrebek". Renacuajo ríe con facilidad y huele siempre a queso podrido. Es desagradable.

—¿Así que te gustaría ser capitán, Jan?

La pirata Eva, por su parte, está apoyada en una baranda. Tiene la mirada fija en Andrei. No lo disimula. Le sonríe con sensualidad y se pasa la lengua por los labios. Ella estuvo en la pelea contra el Risueño Reynald y sus bandidos, y desde que vio a Andrei decapitar al Risueño, tiene una extraña obsesión con él. Durante el viaje no ha parado de hacerle insinuaciones nada discretas.

En principio, Andrei se había tomado aquella aventura con cierto entusiasmo. Después de todo, el grupo original que había partido de Serena, sólo Valerie faltaba. Sin embargo, desde aquella tormenta, el espadachín había adoptado un semblante mucho más serio y meditabundo, a menudo paseándose por la cubierta sin dejar de mirar al horizonte, con la vana esperanza de divisar a alguno de los dos que se habían perdido.

De igual forma, había intentado acercarse un poco más a Annalise*, quizás por temor de perderla a ella también, en especial teniendo en cuenta que estaban en un navío pirata, y que la persona que había logrado que embarcaran ya no estaba con ellos... por no mencionar que, a todas luces, parecían estar a la deriva, y los corsarios no tardarían en ponerse nerviosos y empezar a buscar "culpables".

Por su parte, el espadachín parecía bastante fatigado, tanto por el mal dormir (las últimas dos semanas había estado teniendo bastantes problemas para conciliar el sueño, pues los piratas estaban cada vez más alebrestados, y eso lo ponía alerta) como por el mal comer. A pesar de esto, trataba de mantener un gesto optimista en el rostro, aunque se le agrió un poco cuando el viejo Wilbur habló.

— Es imposible saberlo. Suzanne insiste en que no estamos perdidos, pero... es cierto que ya no tenemos la costa a la vista —respondió él, en voz baja. Sabía que el anciano tenía razón, pero... estaba de más decirlo, no había mucho que hacer al respecto—. Recemos a Fenre para que la capitana logre encontrar el rumbo, o podríamos quedar atrapados en el fuego cruzado cuando empiece el motín.

Andrei tragó en seco, mirando a Jan el Bello, aunque su mirada inevitablemente se desvió a Eva, para luego apartarla con rapidez, sonrojándose ligeramente. Era innegable que la pirata tenía cierto atractivo salvaje, pero también era de sobra conocido que la mujer compartía placenteros y ruidosos momentos con Jan en la despensa y, al menos de momento, no tenía ganas de picar al pirata, por no decir que la relación que buscaba el espadachín era una más... ¿conservadora, quizás? Volvió a tragar en seco, mirando fugazmente al camarote de la capitana.

Tomar una decisión como aquella para Annalise era muy difícil por todo lo que esto implicaba, pero tras haber conversado con Grigori, sintió que era el camino correcto. Pero como todo, las infortunios llegaron con el mar y dos de las personas muy cercanas de la alquimista, ya no están en la embarcación por la misma tormenta y el destino que la había dejado allí con el resto de los piratas, su consejero y el único amigo que todavía estaba a su lado: Andrei. 

Durante esos días tras haber perdido a esas dos personas, estuvo muy invisible para el resto de la tripulación inundada por una tristeza palpable. Si bien era muy consciente de lo peligroso que era navegar, esto para ella fue un golpe duro a la moral y buscó posiblemente reconfortarse en su compañero porque era todo lo que tenía. Más allá de que Wilbur era alguien de confianza, el hecho de ser más ortodoxo en pensamiento le cortaba un poco y la joven era muy sensible. 

En esas horas donde estuvo más receptiva le contó a su amigo quien era ella, una noble que debía recuperar aquel reino y que ahora mismo estaban en un momento de acomodarse porque se vendría más tarde que pronto, tomar decisiones vitales para la vida de la misma Annalise. Así que por ello, se mantuvo cercana a Andrei dentro de lo que era alguien como ella, bastante tímida, emocional y había que llevarla a que se suelte. 

Por ello una vez estaban reunidos allí, la alquimista escuchó a todos los presentes y suspiró ante las palabras de su consejero. No obstante, tenía fe de que Suzanne se terminará orientando. 

—Confío en que volveremos a ver tierra. Hay que creer en Fenre...—dijo tímida y se acercó a Wilbur—. Tranquilo, estamos cerca. 

Quiso darle un poco de ánimo, aunque no tenía idea sobre lo lejos que estaban. 

Andrei dice que no quiere quedar atrapado en el fuego cruzado del motín cuando éste estalle.

—¿Motín? —dice Wilbur con inquietud—. Cierto que estos criminales no conocen la honra, pero, ¿ni siquiera son capaces de respetarse entre ellos? Ah, válgame Dios, dónde nos hemos metido... Espero que tengas razón, Annalise, y que pronto veamos tierra firme.

Jan el Bello y Renacuajo conversan unos minutos más en voz baja. Terminada la charla, Jan el Bello se acerca a ustedes. Saluda con un gesto de cabeza a Andrei y a Wilbur, y a Annalise le dedica una sonrisa de dentadura blanca y perfecta. Durante el viaje Jan el Bello se ha mostrado amigable con todos ustedes. También se llevaba bien con Grigori, y lamentó que se perdiera en la tormenta.

—Bienhallados. Nos espera un hermoso día por delante. No tan hermoso como yo, por cierto —dice con el pecho inflado—. Annalise, hoy estás radiante.

>>Con esto de que estamos perdidos los ánimos de la tripulación andan un poco abajo. Pensé en organizar un pequeño baile para despejar los malos humores. Hendrika canta muy bien, y Amputapatas sabe tocar el violín, porque cuando era joven estuvo metido en una orquesta sinfónica del Imperio Antoniano. Con eso ya tenemos material de sobra para animar la fiesta. ¿No estarías encantada de poder bailar conmigo, Annalise? —pregunta con su habitual sonrisa.

Eva, que escuchó lo que dijo Jan, también se acerca a ustedes. A Andrei, mejor dicho. Pasa un dedo por el brazo del espadachín.

—Una fiesta nos vendría bien. Andrei, ¿bailas tan bien como usas la espada? La espada de acero, digo, la que usaste para decapitar al Risueño Reynald —dice para aclarar que no hay doble sentido en su expresión, o tal vez para acentuarlo—. Con esos movimientos, estoy segura de que debes ser un gran bailarín. Podrías enseñarme algunos pasos.

Jan el Bello le guiña un ojo a Andrei. A pesar de que es sabido que Jan y Eva suelen tener sexo, no le importa que ella se le insinúe permanentemente a Andrei. Así de libertinos son los piratas.

— Son criminales, buen Wilbur. Es probable que alguno todavía tenga un resquicio de civildad encima, pero en el peor momento sólo velarán por sus propios intereses —respondió él, en voz baja, cubriéndose los labios con la mano derecha, mientras veía como los piratas se acercaban—. Sed precavidos —enfatizó.

Andrei miró a Jan con recelo poco disimulado, pues sabía que la voz del Bello era la primera que se alzaba discordante contra Suzanne. ¿Una fiesta? Aquello era... bueno, un tanto descabellado. No había demasiadas provisiones, ya estaban estirando lo poco que quedaba, y lanzar una fiesta en la que seguramente dieran rienda suelta a su hedonismo no parecía la mejor de las opciones. El espadachín torció un poco el gesto, aunque también alzó las cejas un poco sorprendido, pues no sabía que lo impresionaba más: que amputapatas supiera tocar el violin o que Hendrika cantara, además de, según Jan, estar dispuesta a hacerlo frente a todos. La sobrina de Ludo le había parecido bastante esquiva desde el principio.

— Bienhallado, Jan. Eva —a la mujer le dedicó una pequeño asentimiento de cabeza, aunque se apresuró por volver a mirar al pirata—. ¿Le has comentado a Suzanne? —quería dejar en claro que... bueno, todavía le tenía cierta lealtad a la Matatigres, aunque aquello lo pusiese un poco en evidencia—. Tampoco creo que estemos perdidos, Jan. Ya los ánimos andan lo suficientemente bajos como para ir repitiendo todo el día lo mismo.

La pirata pudo sentir como el espadachín se tensó ligeramente ante su toque, aunque no hizo nada para impedírselo, acabando por sonreírle de forma cortés, tanto como su nerviosismo se lo permitía.

— Nunca he bailado, no —confesó, mirándola de soslayo—, aunque como dices, no debe ser muy diferente de los movimientos de lucha —tragó en seco, sabedor de que quizás estaba cavando su propia tumba—, e-en cuyo caso dudo que tenga mucho que enseñarte —acabó por decir apurado—. Depende de lo que diga Suzanne, supongo...

De alguna manera la alquimista estaba en otro lugar a nivel emocional, era difícil que sintiera un poco de atracción por aquel pirata y por ello, esos acercamientos verbales no los captó del todo ya que era una joven tímida. Pero por sobre todas las cosas había perdido a dos personas importantes en su vida y por ello, tenía el corazón muy apagado, triste. 

Aún así, asintió a las palabras de Andrei que eran muy acertadas y no le respondió a su consejero ya que tenía a esos dos encima con sus propuestas más que indecentes. Algo que la joven de ojos azules parecía no perturbar demasiado su tranquilidad pese a que tampoco veía mal lo de la fiesta. Quizás animaba a todos en general mientras ella se mantenía en las sombras buscando un poco de paz. 

—Estoy de acuerdo con la fiesta, pero también creo conveniente hablarlo con ella. Es más, si acepta, le concedo ese baile. ¿Le parece bien Jan?

Tras decir aquello no es que se vio muy convencida, pero había que ser demasiado perspicaz para darse cuenta. 

Andrei le dice a Jan que no debería repetir que están perdidos y que debería pedir el permiso de Suzanne para la fiesta.

—¿No te parece que estamos perdidos? Andrei, amigo mío, ya quisiera yo tener tu optimismo, pero me conformo con ser el más guapo del barco. Ah, qué diablos, tal vez tengas razón. Voy a hablarlo con Suzanne. Y si acepta, Annalise, bailaremos durante horas.

Jan se despide. Golpea la puerta del camarote de Suzanne, que se abre. Él se mete dentro y desaparece de su vista.

—No —le dice Eva a Andrei—. Bailar no es tan distinto de luchar. No es difícil. Es cuestión de mover las caderas.

Apoya las manos en las caderas de Andrei y lo obliga a hacer algunos movimientos pélvicos incómodos. 

Mientras Eva le enseña a Andrei a usar la pelvis, se dan cuenta de que hay algo flotando en el mar. Unos desvencijados tablones de madera y dos personas encima de ellos. Náufragos. Tal vez, instintivamente, piensen que se trata de de Grigori y Bjorn. Pero no, no son ellos.

Se trata de un hombre maduro, a pocos años del inicio de su vejez, y de una mujer joven, pelirroja, más cercana a la edad de Annalise. Aparte de ustedes dos, nadie más los ha visto.

La fragata se acerca lentamente hacia vuestra posición, hasta casi pasaros por al lado. No lleva ninguna bandera que identifique su procedencia, lo cual no augura nada bueno. Veis a algunas personas a bordo, aunque están tan distraídas en sus tareas cotidianas que no se han fijado en vosotros.

Hay, sin embargo, dos tripulantes que, asomados a la borda, os han visto. Una muchacha de la edad de Wanda, de cabellos castaños y ropas coloridas, y un hombre de veintitantos años, de físico entrenado y portando un importante espadón.

De todos los rostros que habéis alcanzado a vislumbrar, estos dos son los que tienen menos cicatrices y aspecto de delincuentes. Los demás no parecen buena compañía. Excepto, claro, que te guste andar entre criminales de poca monta. O, mejor dicho, andar entre piratas.

Ad iram puede traducirse como Hacia el rencor o Hacia el enfado. Un hombre culto y refinado como tú sabe leer en la antigua lengua y no tiene problemas para traducirlo a la lengua común y vulgar que se habla en el continente desde hace casi dos milenios. Desconoces, sin embargo, cuál es el significado ulterior de ese grabado.

Andrei dejó salir algo de aire, en forma de suspiro, aliviado por la respuesta de Jan, aunque volvió a tensarse cuando sintió las manos de Eva en sus caderas. El espadachín se vió incapaz de no moverse al ritmo que le imponía la pirata, arrebatando incómodas miradas a Annalise y Wilbur, aunque sujetó las muñecas de la misma tan pronto divisó los dos cuerpos en el mar.

— ¡Hombre al agua! —bramó, al tiempo que retiraba las manos de Eva de su humanidad, quizás con más delicadeza de la que debía, en especial si quería dejar en claro que estaba incómodo por el contacto, pero tampoco le nacía ser descortés con la mujer, por más pirata que fuera.

El espadachín corríó por la cubierta hasta llegar al punto más cercano a los dos náufragos, fijándose mejor en las dos figuras, percatándose de que eran un hombre y una mujer.

— Errr... ¡Y una mujer también! —volvió a gritar, a ver si así los piratas espabilaban un poco más y se apresuraban a socorrerlos.

La inscripción en la llave que hasta entonces había pasado desapercibida para ellos abría un nuevo interrogante al que no sabía dar respuesta, por lo que le dirigió a Hans una mirada de soslayo, inquiriendo con sus brillantes iris azules si él comprendía por un casual el significado de esas dos palabras borrosas que se podían vislumbrar en el desgastado objeto. El misterio de la llave la tenía intrigada hasta alcanzar niveles insospechables. Y, por desgracia, no disponían de una embarcación para iniciar sus pesquisas.

—Trato hecho. Si encontramos un tesoro valioso iremos a medias —dijo la joven imitando —a su manera— la pérfida risa del hombre, mientras hacía el amago de estrechar su mano, soltándose un instante de la tabla. Pero no le dio tiempo a alargar la extremidad porque de repente una inesperada figura recubierta de madera y remaches les pasó por un lateral, hasta el punto de casi hacerles volcar debido a la sacudida que provocó en el agua.

La chica abrió los ojos como platos al tiempo que el corazón se le aceleraba de forma irremediable. ¡Un barco! ¡Estaban salvados! Aparentemente...

Wanda, al ver cómo el barco avanzaba sin visos de detenerse, empezó a agitar los brazos de una manera exagerada y a chapotear prácticamente para llamar la atención de los tripulantes a bordo del navío. A pesar de que estaba visiblemente desnutrida y cansada, sacaba fuerzas de flaqueza para que les salvaran de una muerte que instantes atrás pensaba que sería inminente e irreversible. Sin importar quién estuviese al mando de ese buque, creía que aquello había sido un verdadero milagro, que ni en sus mejores sueños se hubiese cumplido. 

—¡Ayuda, por favor! —gritó—. Ayúdennos... Mi tío y yo hemos naufragado y estamos muy débiles... —La muchacha alzó los brazos al cielo, antes de dejarlos caer dramáticamente sobre el tablón al que se agarraban. "Parece que la Diosa de la Fortuna nos ha sonreído por una vez."