Partida Rol por web

 Jordan se mantuvo parado, a un costado de su compañera del FBI, mirando desde arriba a los dos hombres que estaban del otro lado de la mesa. Había intentado sentarse, pero en aquella habitación chica con aquella mesita, parecía un acto cómico que los cuatro agentes estuviesen sentaditos uno al lado del otro, como niños del kinder. No le molestaba estar parado, sin embargo. Incluso le permitía ver desde arriba al malnacido del reverendo. Dudaba que fuera a intimidarlo, pero por lo menos no tenía que dirigirle la mirada.

- Por supuesto que no, él puede quedarse callado durante todo el interrogatorio si quiere... ya va a ver lo bien que le va a venir no haber cooperado en nada con las autoridades. El diligente pastor de boca cerrada...

 DeFuss tomó otro rol, no enfocándose en sacarle respuesta específicas al pastor. Quería recordarle que mientras él no daba declaraciones, sus seguidores no habían aguantado y habían vomitado verdaderas y acusaciones a mansalva. 

- Pero sabe bien que todos los demás están hablando pestes de usted. Embardurnándolo en mierda, intentando hacerse parecer más inocentes a si mismos. Sus apóstoles le abandonan sin ningún miramiento, llenos de arrepentimiento, miedo y odio... algunos incluso no han podido aceptar esta realidad. Ahora, como dijo mi compañera... ¿qué es lo que hará Alan Rumsfeld? ¿No tiene nada para decir?

El reverendo soltó un breve bufido de fastidio tras la intervención del otro agente federal, acompañado de un movimiento de incomodidad en la silla. Trataba de no parecer afectado por las revelaciones de los investigadores, pero lo cierto es que había encajado el primer golpe.

—No dudo de que hayan arrancado falsos testimonios a mi congregación. No hay más que ver su actitud de matones pagados con dinero público —masculló con los dientes apretados.

Luttwak le tocó levemente en el codo para indicarle que guardara silencio.

—¿Tienen ustedes algo más que decir aparte de repetir lo mismo una y otra vez? —preguntó con ironía el letrado.

Que Rumsfeld reaccionara a lo que decían en vez de permanecer en aquel mutismo dio a Lewis la sensación de que finalmente estaban logrando romper la aparente impasibilidad del reverendo. Por ello, pasó de inmediato al primer audio. Antes de reproducirlo, se dirigió al hombre.

-Dudo que se traten de falsos testimonios, Rumsfeld. De hecho, Mansfield fue el primero en proponer un trato con nosotros, incluso antes de que empezáramos a interrogarlo. Él, por supuesto, conocedor de las leyes, sabía que estaba mal y que ninguna corte iba a ser capaz de justificar vuestros actos. ¿No era él uno de los más cercanos a usted?-

Antes de que el hombre pudiera responder, presionó el botón de Play, llenando la sala con la voz del abogado y su confesión.

-Tenemos la confesión de prácticamente casi la totalidad de sus apóstoles -dijo Bennet, uniéndose a lo que ya había dicho Lewis-. Apóstoles... Fue el término con el que los definió su buen amigo Tim Mortimer, ¿sabe? Nos explicó qué función cumplía cada uno de ellos... -El ranger sonrió, mirando a Rumsfeld con malicia, provocador-. Se ha quedado solo, reverendo. Los suyos saben que no hay forma de que salgan de esta totalmente limpios. En cuanto antes se dé cuenta de ello, mejor.

Las evidencias comenzaban a acumularse en aquel interrogatorio. Julian Luttwak escuchó el audio con el ceño fruncido, mientras tomaba notas. El pastor también parecía preocupado, pero al terminar la grabación trató de recuperar la compostura.

—Mansfield y Mortimer están mintiendo. No tengo nada que ver con esos crímenes. Soy inocente. No pueden llevarme a juicio sin poder demostrar nada contra mí, no es así como funcionan la Ley ni la Justicia en este país —hizo una pausa para calmarse—. Ustedes han sido enviados por el Imperio del Mal, por el mismísimo Satanás para destruir las buenas obras del Señor en esta región. Son los servidores inconscientes del Maligno. Usted debería saberlo mejor que ellos —se giró hacia el sargento Bennet con mirada severa—. A pesar de ser un católico descarriado debería saberlo.

El abogado puso una mano tranquilizadora sobre el antebrazo de su cliente y Rumsfeld se relajó de nuevo.

 Se veía que la defensa que el reverendo iba a ser de sus acciones no iba a ser sustancial en argumentos. Quizá Jordan esperaba un poco más de la mente criminal de toda esa serie de asesinatos. Pero debía recordar que Rumsfeld era un fanático religioso, alguien nublado por sus propias locuras y desvaríos. Al momento de enfrentarse a la justicia, era igual a cualquier otro necio al que se hubiera enfrentado en el pasado.

 DeFuss tomó las riendas una vez más, incluso dirigiéndose al pastor de forma burlona.

- ¿Dos importantes y respetables caballeros como Mansfield y Mortimer, mintiendo para tachar su buen nombre? Vamos, Reverendo... eso podría llegar a ser creíble si solo fueran una o dos personas intentando arrastrarlo al fondo de este asunto. Pero tenemos más gente: tenemos a Peggy, tenemos a Susan, tenemos a Oggie, tenemos a Dutch... toda una seguidilla de "ovejas descarriadas" que no saben hacia dónde ir y soltaron todo lo que tenían para darnos...

 El detective se agacha, apoyándose sobre la mesa y poniendo su mirada a la misma altura que el reverendo. Si podía causarle un poco de asco y repulsión, mejor.

- Piénselo bien, Rumsfeld. Es muy probable que este sea un juicio con jurado... ¿no vio acaso la gente que está afuera, enardecida? ¿Cree que allí afuera toda esa gente son feligreses suyos? ¿O... todo lo contrario?

-Reverendo Rumsfeld, se ha quedado usted solo -dijo Bennet, uniéndose a las palabras de DeFuss-. Mansfield, Mortimer, Delacroix, Oggie... -De todos a quienes habían interrogado, Diana Carter era la única que había seguido manteniendo la historia de que ella estaba allí para salvar a Benjamin McKnight-. Todas sus ovejas descarriadas han terminado por darle la espalda. Tenemos el libro -El ranger dirigió una mirada a Luttwak mientas lo decía-. Un grimorio escrito por Oliver Weather, el abuelo de su antecesor, Francis Weather. He leído los rituales que menciona en ese libro, tenemos los cuerpos, tenemos la ropa de Theresa O'Hara que usted o Delacroix quisieron colar en el despacho de Mortimer, eso sin contar la confesión de prácticamente la totalidad de sus apóstoles. Será más fácil para todos que se declare culpable. No se lo ponga a usted mismo más difícil...

Julian Luttwak apartó la vista rápidamente cuando el ranger mencionó el grimorio. Eso dejó solo al reverendo para enfrentarse a la nueva batería de acusaciones y evidencias expuestas en su contra y muy pronto, en cuanto el agente especial DeFuss puso sobre la mesa las confesiones del guardia de seguridad de la fábrica abandonada, de la secretaria del sheriff y del nativo americano, su gesto se torció y adoptó una postura tensa y agitada.

—¿CULPABLE? —exclamó de repente, con los ojos que se salían de sus órbitas—. ¿Culpable de qué? ¿De haber levantado una iglesia moribunda y haber congregado en torno a ella a cientos de fieles? ¿De devolver la esperanza a un rebaño afligido por las palabras hueras de publicanos y fariseos? ¿De convertirme en el blanco de la ira, de la envidia y de la soberbia de grandísimos pecadores de ambos condados?

»No, agentes, yo no soy culpable de nada de lo que ustedes me atribuyen. Soy un pecador, fui un gran pecador, el Señor lo sabe —señaló al cielo con su dedo índice—. Llevé una vida llena de odio, de destrucción y vacía de toda bondad y amor. Pero Dios se apiadó de mí y me hizo ver Su Luz: Yo no te he entregado el más preciado don de este mundo para que lo malgastes y condenes tu cuerpo y tu alma a la destrucción y a las llamas del Infierno. Lava tu cara, viste como un hombre y ayuda a otros como yo te he ayudado.

»Esas fueron sus palabras y luego puso en mi camino el legado del reverendo Wheather, para que yo lo administrara y reconstruyera los cimientos de su apostolado. Y créanme, me he entregado en cuerpo y alma a este buen servicio. He ayudado a mucha gente en estos dos condados, he aliviado sus almas y sus vidas mientras que otros con muchos más recursos se dedicaban a cultivar sus vicios.

»Esos que ustedes llaman mis “apóstoles” eran personas atribuladas, perdidas y en ocasiones desesperadas antes de llamar a la puerta de mi iglesia. Yo les tendí la mano, les abrí mi corazón y les regalé todo aquello que a mí también me fue otorgado. Ahora reniegan de mí, tal y como Pedro hizo con Jesús. No les culpo. Tienen miedo. De ustedes, de sus lenguas afiladas, de su veneno y del poder de la Gran Ramera a la que representan. Y por eso mienten.

»Sin embargo, ustedes no tienen ninguna prueba contra mí. Sólo palabras. Abran los ojos de una vez, pongan la mano en sus corazones y reflexionen sobre lo sucedido —miró al agente Bennet a los ojos—. Entonces descubrirán la verdad, allá en el fondo escucharán la voz de su conciencia y ya no podrán callarla; una voz que les dirá quiénes son los auténticos culpables de la vida desgraciada y del prematuro arrebatamiento de todos esos niños.

Cuando el reverendo terminó de hablar su respiración sonaba con fuerza, agitada, por primera vez. Luttwak le tomó el pulso de manera teatral y Rumsfeld cerró los ojos y alzó la cabeza.

—¿Qué es lo que pretenden? ¿Qué le dé un ataque al corazón? Les haré responsables de todo lo que le pasé a mi cliente a partir de este interrogatorio.

-Es curioso que se haya referido al asesinato de los niños con el término "arrebatamiento" -dijo Bennet, mirando al reverendo Rumsfeld fijamente-. Es un término bíblico que se refiere a que Cristo desciende para llevarse el alma de los buenos cristianos para llevarlos con Dios al cielo. He leído el grimorio... ¿Es así como lo veía, reverendo Rumsfeld? ¿Consideraba que estaba llevando a cabo un arrebatamiento al sacrificar a esos críos? ¿Que los estaba llevando directamente con Dios?

Le daba tanto asco aquél tipo que había preferido mantener en silencio. Sin embargo el reverendo hablaba más que callaba pero no podía prestarle especial atención, no dejando de visualizar sus huesudas manos llevándose a un pequeño hasta su muerte.

- ¿Eso es lo que creía hacer? ¿Salvar a los niños de la vida que tenían? – El historial de los escogidos estaba claro: Niños cuyos padres eran drogadictos, violentos o de mala vida. El único fuera del umbral de la pobreza era Ben, cuyo padre también encajaba en la lista.

—Están acosando a mi cliente. Este interrogatorio tiene que terminarse ya —intervino Julian Luttwak con vehemencia—. Y si no tienen ninguna prueba más sólida que las que han presentado hasta ahora deberán soltar a mi cliente cuanto antes y dejar de atormentarlo. Céntrense si quieren en los sospechosos que han presentado testimonio y monten un caso con eso, si lo desean —dijo con tono despectivo—. Pero no traten de arrastrar al reverendo al circo que han montado.

Antes de regresar a su posición de reposo, el abogado le dio una leve palmada a su cliente en el hombro y fulminó con la mirada al sargento Bennet.

 La perorata que intentaba ser defensa era deplorable, pero bien armada. Era la mejor arma que en aquel momento tenía el reverendo, y la usaba de la mejor manera que podía. Estaba comenzando a desesquilibrarse; pero incluso en la última hora, en su juicio final, peleaba como un verdadero fanático de Dios. Un desquiciado y enfermo fanático que realmente creía en todo lo que decía.

- ¿Acaso se acaba de comparar con el mismo Jesucristo? ¿No cree que le queda un poco grande la...? ¿Sabe qué? Ni quiero preguntárselo.

 Bennet y Moira estaban empujándola psicológicamente al borde de la explosión. El abogado se dio cuenta de eso, y quiso frenarlos con excusa de acoso y de que solo tenían testimonios. Viendo la situación, DeFuss volvió a tomar la palabra. Puesto que los testimonios de los sectarios no era lo único que tenían.

- Pero lo que no puede decir ni usted ni su abogado es que vamos a armar un caso únicamente con testimonios de fieles. Porque creame, reverendo, que usted dejó un rastro mucho más largo que simplemente ovejas descarriadas... tenemos restos de ADN, saliva, sangre... incluso condones usados por todo el lugar de sacrificios de las criaturas... ¿Puede decir, con completa tranquilidad de conciencia, que no vamos a encontrar nada que se corresponda con su... cuerpo y sangre?

  ¿Por qué no, lanzar aquella referencia bíblica? El reverendo seguramente se veía a sí mismo como un martir. Alguien mandado a sufrir a la tierra por un propósito mayor. Pues que sufriera, entonces...

El reverendo se encaró con el agente especial Jordan DeFuss, ignorando de momento a los dos rangers.

—Estoy completamente seguro de que no va a encontrar ni un solo rastro de mi ADN, agente —replicó con seguridad y manifiesto desprecio—. ¿Sabe por qué? ¡Porque yo nunca he estado en ese lugar asesinando niños como insisten en acusarme!

»En cuanto a ustedes —se dirigió a los dos sargentos de la policía estatal de Texas—. Me sorprende mucho la habilidad que tienen para mantenerse todavía en el caso. No sé si son realmente buenos escondiendo sus vergüenzas o si el personal del FBI es realmente tan incompetente, cosa que no me extrañaría en absoluto, visto lo visto —lanzó una mirada de superioridad a los dos policías afroamericanos, una que ellos habían visto ya demasiadas veces a lo largo de su vida en los blancos—. Porque si no no se entiende que un chivato profesional como usted, sargento Bennet, esté involucrado en esta investigación. O que su compañera continúe llevando la placa después de todo el perjuicio que ha causado a lo largo de todos estos días. Claro que su papaíto le cubre las espaldas, ¿no es cierto, señorita Greenwrim —concluyó, negándole incluso a Moira el cargo de oficial de policía.