Partida Rol por web

Scott y Moira subieron tomaron prestado el Chevrolet Malibú del FBI y se dirigieron al domicilio que constaba en el expediente del jefe Taylor como la residencia de Rose Bamford. Siguiendo las indicaciones del detallado mapa de carreteras que habían adquirido en la recepción del hotel, pronto se encontraron a las afueras de Jefferson, en dirección a Smithland, el pueblo más cercano. Tomaron un desvío por un ramal izquierdo y condujeron un par de minutos por una carretera de tierra, dejando atrás un pequeño parque de caravanas y una chatarrería. Al final de aquel camino se encontraron con una única vivienda.

La casa no parecía en mal estado ni tampoco el césped ni los árboles de la parcela. Un par de carteles fijados a la valla de entrada advertían sobre la presencia de un perro. Sin embargo, no se veía ninguno por las cercanías de la finca. La cancela no tenía candado y bastaba con correr el cerrojo para poder abrirla.

Justo cuando los agentes iban a tocar el claxon para advertir de su presencia, un SMS llegó al móvil de Scott.

Agradeció el préstamo del coche ya que cualquier cosa que tuviera aire acondicionado era mejor que ese microondas con 4 ruedas con el que habían viajado hasta ese día. Por eso en esta ocasión decidió conducir ella, manteniendo las manos en el volante y siguiendo las indicaciones de Scott, aprovechando también algunos tramos rectos y sin coches vecinos para apretar un poco el acelerador.

Sin embargo a medida que iba adentrándose por los caminos que indicaban el mapa más se sorprendía. No sabía por qué, pero esperaba que la vivienda de los Bamford fuera más lujosa en un barrio caro, tal vez demostrando el poder adquisitivo que debería tener el padre al trabajar para la ilustre familia. En comparación con otras casas, no está tan mal. Tras girar por una chatarrería, decidió aparcar cerca de una valla metálica lo suficientemente cerca como para no tener que andar demasiados pasos para encontrarse con el cartel.

¿Seguro que es aquí? – Aunque se fiaba de su compañero, cogió el mapa para comprobar la dirección antes de asentir, doblándolo y dejando en la guantera mientras bajaba del coche.- ¿Entramos? – Señaló con un golpe de cabeza el cartel del perro, no apeteciéndole correr delante de un canino que quisiera morderles el culo.

Pero la paciencia no era su punto fuerte, al menos no después de agotarla en la comisaría, por lo que decidió echar un último vistazo buscando a ese “perro” antes de descorrer el cerrojo, dejando que su compañero respondiera al mensaje.

Scott se encontraba mucho más calmado y de mejor humor. Al menos el último encuentro con los federales no había sido tan caótico como el anterior durante la cena y eso siempre era de agradecer. Incluso Lewis les había dejado llevar el Chevrolet Malibú del FBI, lo que decía mucho en favor de al menos las intenciones de diálogo de la afroamericana.

La casa en la que vivía Bamford se veía muy distinta a lo que el ranger se la había imaginado y desde luego no se veía en mal estado. Bennet observó que había carteles que anunciaban sobre la presencia de un perro, aunque no se veía ninguno por la zona. De inmediato se le vinieron a la mente aquellos carteles en los que solía poner "Cuidado con el dueño", generalmente en tono de broma, aunque tenía que reconocer que era una frase ingeniosa.

-Tiene que ser aquí. No se ve ninguna otra casa -le dijo a Greenwrim. Justo entonces advirtió que acababa de recibir un mensaje en su teléfono móvil y se dispuso a leerlo-. No, no entres todavía. Primero toca el claxon para avisar de que hemos venido. Sabiendo cómo se las gastan en este condado, mejor que no piensen que entramos a husmear sin que nos vean.

Si hubiera sido por ella entraría tal cual en la parcela y, si algún animal o persona intentara atacarlo, no dudaría en sacar su pistola y lanzar un disparo de advertencia para demostrar que no tenía miedo. Sin embargo su compañero prefería la vía segura y, aunque dudó unos segundos, optó por acercarse de nuevo al coche y abrir la puerta del piloto sin llegar a meterse.

Como quieras, pero si no responden entraré.- Se encorvó un poco, lo suficiente para llevar al claxon y pulsarlo hasta cuatro veces de forma prolongada, esperando que fuera suficiente para llamar la atención de los residentes.

Tras el cuarto sonido del claxon la puerta de la vivienda se abrió de par en par y una mujer de medianda edad apareció en el umbral de la misma. Hacía visera con la mano sobre los ojos para poder enfocar bien los recién llegados. Se mantuvo dubitativa en su sitio, mirando de vez en cuando hacia adentro, hablando con alguien, pero finalmente decidió acercarse con paso tambaleante hasta la verja de la entrada.

Cuando estuvo a distancia más cercana los agentes del cuerpo de Rangers pudieron percatarse del deterioro físico habitual en los enfermos de alcoholismo. Aquella mujer, que debía contar 37 años según constaba en los informes, no parecía tener un solo diente sano en la boca, vestía desaliñadamente y emanaba un olor a sudor rancio bastante desagradable.

—¿Qué quieren? —preguntó por todo saludo.

Antes de que pudiera responer, una vez más, el móvil sonó en el bolsillo del agente Bennet. Era un mensaje de texto; la respuesta de Deveraux:

He visto ese símbolo antes, pero no me cuadra con lo que dices. Voy a hablar con los muchachos. Esta misma noche te digo algo.

Al ver que una mujer aparecía por la puerta, Moira metió la mano en su bolso mientras cerraba el coche para sacar su identificación, dejándolo visible en todo momento.

Buenas tardes, nos gustaría hacerle unas preguntas a Rose Bamford sobre una declaración que hizo.- De soslayo se fijó en las ventanas de la casa, pendiente de si había algún movimiento de cortina o sombra que pudiera delatar la presencia de la muchacha u otra persona escondida.- Supongo que usted será Rose, su madre.- Recordaba perfectamente la información que tenía sobre la madre y sólo necesitaba verla para comprobar que era cierto.- ¿Le importaría dejarnos pasar?

Mientras terminaba de hablar guardó su identificación y dejó las manos en su regazo, esperando saber si sería tan fácil con solo pedirlo o el destino querría ponerle más pruebas delante.

Cuando la puerta de la vivienda se abrió y Scott vio a aquella mujer, supo de inmediato que debía tratarse de la madre de Rose Bamford. El ranger notaba en ella el claro deterioro de una enferma de alcoholismo, a pesar de que según los informes aún no llegaba a la cuarentena. Desde luego, Rose Bamford se había criado en un hogar que a priori no distaba mucho del de los niños desaparecidos.

Mientras su compañera hablaba con la señora Bamford, Bennet observó que el móvil había comenzado a sonar en su bolsillo y, al echar un vistazo, observó que se trataba de la respuesta de Deveraux. Había visto el símbolo antes, eso era bueno y con suerte para esa misma noche tendría una respuesta al respecto.

-Señora Bamford, solo serán unas preguntas rutinarias -agregó a las palabras de Moira, después de que su compañera hubiera hablado-. Queremos constratar algunos datos y fechas hablando con su hija. Preferíamos que fuera aquí que en la comisaría, donde ella se sentirá más cómoda -añadió, en tono neutro.

La señora Bamford comenzó a mostrarse visiblemente nerviosa al oír el nombre de su hija en la boca de aquellos dos Rangers de Texas. Dio una calada al cigarro sin tocarlo con las manos que retorcía junto al bajo de su camiseta.

—¿Qué sucede con mi Rose? ¿Se ha metido en algún lío? Mi Rose es una niña muy buena. Deben de haberla confundido con otra... ¿Les manda el sheriff, Smith? —alzó la voz indignada—. ¿Por qué ese cabrón no deja en paz a mi hija?

Tras el cristal de una de las ventanas de la casa Moira vio el rostro de alguien que podía ser la chica, semi escondida detrás del visillo pero sin poder resistir su curiosidad.

No se preocupe señora Bamford, sólo queremos constatar información sobre una declaración que hizo su hija con el Sheriff Taylor.- El hecho de ver a la madre preocupada por el motivo de su visita fue un pequeño rayo de esperanza, como si por fin hubiera encontrado un poco de normalidad entre tanta confusión. Al fin y al cabo el amor de una madre era incondicional y ni siquiera todo el alcohol o droga podía con eso.- ¿Ha dicho el Sheriff Smith? – Miró a Scott, no esperando escuchar ese nombre de entre todos los posibles.

De reojo no pudo evitar observar el movimiento en la ventana, tal y como esperaba. Dudaba que desde esa distancia pudiera visualizarla bien pero le dedicó una breve sonrisa a Rose, intentando ganarse lentamente su confianza.

¿Han estado aquí el Sheriff Smith o alguno de sus ayudantes? – Aunque le gustaría estar dentro de la vivienda para hablar mejor, consideraba que el tema del sheriff era complicado para hablarlo delante de su hija

La mujer abrió la cancela. Seguía estando muy nerviosa, pero parecía estimar que tener a los agentes dentro de casa era lo correcto.

—El bastardo del sheriff Smith dice que mi hija es traficante de drogas. ¿Qué les parece eso? —protestó indignada—. Nos tiene en su punto de mira, el muy cerdo. No soporta a Frank y quiere joderle jodiendo a Rose. ¿Por qué no ha detenido ya a ese pervertido hijo de puta de Richard Matteis? —a pesar de su estado de embriaguez caminaba con paso vivo hacia la casa—. Hasta el sheriff de Harrison cree a mi niña, ¿no es cierto? —abrió la puerta de entrada y, dejando pasar a los agentes dio un grito a todas luces innecesario, dado el tamaño de la vivienda: —¡Rose, Rose! ¡Ven aquí ahora mismo!

El contraste con la vivienda de los O'Hara era abrumador. Todo parecía estar en orden y limpio. Tal vez se acumulaba demasiado polvo en las estanterías repletas de figuritas horteras y había demasiadas colillas en la media docena de ceniceros colocados aquí y allá, pero salvo la peste a tabaco y la falta de higiende de la señora Bamford, podía decirse que aquel hogar no distaba de cualquier otro de clase trabajadora. 

Sin embargo, Bennet se percató de algunos detalles que evidenciaban la entrada de ingresos por encima de la media esperada: un televisor japonés enorme de plasma último modelo, un sofá de cuero auténtico, un minibar surtido de primeras marcas y las llaves de un Lexus que podría estar aparcado detrás de la casa. Sin duda a Frank Macklin le iba muy bien trabajando para McKnight.

La chica apareció por el pasillo. Era alta y estaba bastante desarrollada para su edad. Se mostraba seria, desconfiada. Todo su lenguaje corporal denotaba inseguridad; pero en cuanto cruzó la mirada con el agente Bennet se esforzó en dibujar una sonrisa y echó a andar hacia el salón para sentarse en el sofá con torpe coquetería. El vestido de domingo que se había puesto a toda prisa le estaba demasiado corto. Moira había visto ese comportamiento antes, era el de una niña que había descubierto el efecto que podía causar en determinados hombres y se había acostumbrado a utilizarlo como arma*.

—Hola —saludó a Scott con un muy estudiado gesto tímido de la mano, ignorando a la agente Greenwrim.

—Por favor, siéntense, ¿quieren tomar algo? Creo que tengo cola y limonada, pero no es casera, lo siento.

A Scott no le pasó desapercibido el tono con el que la señora Bamford les había hablado del sheriff Smith, incluso llamándolo cabrón. Algo empezaba a no cuadrarle en las teorías que él y los federales se habían montado en los dos últimos días: Rose Bamford madre parecía molesta de que les hubiera enviado el sheriff Smith y, por otra parte, Smith se había negado en todo momento a facilitarles poder interrogar a Matteis. Un comportamiento extraño si al fin y al cabo la aparente intención de los secuestradores era convertir a Matteis en el cabeza de turco.

A medida que Bamford hablaba, revelaba nuevos datos que daban un nuevo cariz sobre la relación de Bamford con Smith. El sheriff decía que Rose era traficante de drogas y además no soportaba a Frank Macklin, pese a que en teoría los dos estaban a sueldo de McKnight. Bennet observó el interior de la vivienda con cierto interés, captando detalles que revelaban que, pese a lo que pudiera parecer, a Macklin le iba bien como empleado de McKnight.

Scott observó la llegada de Rose, la chica por la que al fin y al cabo ellos habían sido enviados al condado de Harrison. No se olvidaba de lo que Moira había captado cuando habían visto la grabación del interrogatorio del sheriff Taylor: aunque Matteis no fuera el culpable, Rose había sufrido abusos sexuales, quizá por parte de su padrastro o de cualquiera de las anteriores parejas que hubiera tenido la señora Bamford, e incluso la situación podía ser aún más turbia de lo que pensaba.

-Hola, Rose -saludó a la chica, dedicándole una leve sonrisa. Dirigió una mirada a la señora Bamford-. Tomaré un refresco de cola -dijo, mientras tomaba asiento. Después, dirigió la vista hacia Rose. No le había pasado desapercibido que la muchacha había ignorado completamente a Greenwrim como si no existiera-. Rose, soy el agente Scott Bennet, y ella es mi compañera, la agente Moira Greenwrim. Queremos hacerte algunas preguntas para contrastar todo lo que tenemos de nuestra investigación. -Bennet había hablado con una suavidad poco antes vista en el ranger, sabiendo que al fin y al cabo no estaba interrogando a un profesor enfurecido o una anciana apuntándole con un rifle-. Lo primero de todo, ¿puedes decirnos cuántos años tienes? -le preguntó, dado que después de los errores del sheriff Taylor, quería asegurarse de que la chica verdaderamente tenía quince años-. Los datos que nos proporcionaron desde la comisaría fueron un tanto contradictorios -fue su justificación, sin entrar en más detalles ni revelar a qué comisaría se refería-. Tu madre nos ha dicho que el sheriff Smith ha tenido algunos problemas contigo, pero el sheriff Taylor parece haber sido muy comprensivo con tu situación, Rose. ¿Puedes contarnos cómo es tu relación con ellos dos?

Scott miró con detenimiento a Rose, tratando de fijarse en si llevaba puesto el colgante que había estado acariciando durante el interrogatorio del sheriff Taylor.

Al ser interpelada por el agente Bennet, Rose esbozó una sonrisa radiante. Echó un vistazo de reojo a Moira cuando se la presentó, pero aparte de eso continuó ignorándola. La chica puso sus manos sobre las rodillas juntas y puso la espalda recta, como si estuviera en el despacho del director del colegio o ante una figura de similar autoridad. Scott ignoró toda aquella escenificación y se fijó en el cuello de Rose: no llevaba aquel colgante que agarró durante el interrogatorio del sheriff Taylor.

—Tengo quince años, señor Bennet. Los cumplí en marzo, el 18. El sheriff Taylor se portó muy bien conmigo y fue el único que me creyó cuando le conté que Richard Matteis... me besó y me metió mano en el baño de la biblioteca —miró un momento a su madre, no como si buscara su aprovación, sino más bien retándola a contradecirla.

Su madre dejó las bebidas en la pequeña mesita de té y encendió otro cigarro. Miraba a su hija con ansiedad y se mantenía apartada de ella y de los agentes.

—Se lo conté al sheriff Smith cuando el idiota de Skinner me llevó allí detenida diciendo que yo vendía drogas en el instituto. Pero me dijo que yo mentía, que me lo estaba inventando todo —hizo una pausa—. Su ayudante, Skinner, me llamó zorra mentirosa... Eso está mal, ¿verdad? No pueden decirle eso a una menor.

La sonrisa dejó paso a un gesto de preocupación que no parecía fingido. Sus dedos se movían algo inquietos sobre las rodillas.

Bennet no pasó por alto la ausencia del colgante, lo que desde luego era de lo más raro. ¿Puede que se tratase de un colgante con el mismo símbolo que había encontrado en el bayou acompañando a Lewis? Si era así, tenía sentido que alguien le hubiera dicho a la chica que no se dejara ver con ese colgante. Aunque bien podría tratarse de un colgante cualquiera del que Rose simplemente se había hartado.

-¿Es el sheriff Taylor amigo de la familia? -preguntó Scott, esta vez no dirigiéndose a la adolescente, sino a su madre, al notar la mirada que le dirigía a su hija. Desde luego, no parecía que Rose Bamford madre estuviera nada cómoda con las palabras de su hija. Volvió la mirada hacia la chica-. No, Rose. Ningún agente de la ley puede decirle eso a una menor. -Le quedaba claro que Smith estaba protegiendo al profesor Matteis, aunque los vínculos que tenía con el profesor y con McKnight aún se le escapaban, y sentía que Macklin y las Bamford podían ser una pieza clave en todo el caso.

Bennet miró a Moira, notando que se había quedado un tanto callada, dejando que fuera él quien tomara el control de la conversación con Rose. Desde el principio había pensado que su compañera podía ingeniárselas mejor con Rose por cercanía de edad y que la adolescente pudiera ver a Moira como una figura más fraternal y confiable. Pero desde que entraron en la casa ambos habían notado que no era el caso.

-Bueno, si te sirve de consuelo, Rose, no estamos aquí para hablar sobre drogas -dijo Scott, relajando su tono-. Puede que ambas estéis al tanto de las desapariciones de menores que ha habido en los últimos años en todo el condado. Creemos que tu testimonio puede ser de mucha ayuda para la investigación, Rose -le aseguró a la adolescente, en tono suave-. Por ello, es de vital importancia que respondas a todo lo que te preguntemos con sinceridad. Sé que algunas preguntas pueden ser dolorosas, pero ya nadie puede hacerte daño, Rose -le advirtió, mirándola a los ojos. Al fin y al cabo, la chica había sido una víctima de abusos, por lo que esperaba que generarle cierta seguridad la ayudara a hablar-. El profesor Matteis... Antes de ese día en la biblioteca, ¿se había comportado de algún modo extraño contigo? ¿Quizá te hizo un regalo o fue más amable o cercano de lo habitual?

—El sheriff Taylor es otro idiota, igual que Smith —cacareó la madre indignada—. ¿Por qué no dejan a mi hija en paz de una vez? ¿Qué tiene ella que ver con los niños ni con..., esa mierda de los abusos?

Su hija la fulminó con la mirada. Apretaba los puños retorciendo el bajo del vestido. Parecía a punto de estallar; pero cuando Bennet se dirigió a ella, se desinfló un poco, tomó aire y lo expulsó en forma suspiro. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y la pose de lolita se esfumó.

—El profesor Matteis no me hizo nunca nada... Siempre fue muy bueno conmigo, pero se enfadó porque le di un beso. Me gustaba mucho, me sentía bien con él y me enseñaba a leer... Yo solamente quería besarle para darle las gracias...

La madre abrió mucho los ojos y se lanzó a por Rose.

—¡Maldita zorra! ¡Puta de mierda! ¡Calientabraguetas asquerosa! —cada insulto iba acompañado de un golpe.

La agente Greenwrim acudió en ayuda de la chica y comenzó a reducir a la madre, quizás con demasiada dureza: Bennet se dio cuenta de que un golpe de su compañera aterrizó cerca del estómago de la madre para dejarla sin fuelle y que fuera más fácil tumbarla en el sofá donde trataba de reducirla.

Rose lloraba y se dolía de los golpes mientras su madre no cesaba su letanía de insultos. Se levantó del sofá y se fue corriendo a su habitación.

Adele miraba la pantalla del ordenador que le había prestado la agente Greenwrim, donde estaba escribiendo el informe que enviaría a los jefes de la oficina. Estaba, sin embargo, distraída. Hasta el momento Max parecía soportar la presencia de los Rangers con aparente tranquilidad, pero ella podía ver esa tensión que respiraba en el ambiente. Sumado a la confesión que le había hecho en la mañana de haber sentido la tentación de beber, cuando no tenían más que un par de días en el caso, le hizo pensar en cuanto más podría resistir su compañero antes de quebrarse. Se había involucrado demasiado en el caso, le estaba abriendo heridas y aunque seguía siendo tan agudo de mente como lo llevaba conociendo, su impulsividad podía llevarlo a cometer un error en cualquier momento. El caso no podía permitirse equivocaciones. Así que al acabar el informe agregó un anexo donde pedía que retiraran al agente Jordan del caso, y que enviaran a otra persona en su lugar.

Sabía que aquello le haría rabiar, y que no iba a ser fácil que se lo perdonara. Pero Adele lo estaba haciendo por su bien, porque temía lo que ocurriría en el momento que la cuerda tensada se rompiera. E incluso si lograba contenerse, la agente Lewis iba a estar siempre en tensión y no podría concentrarse en el caso debidamente. Era necesario actuar de ese modo, él tendría que entenderlo eventualmente. Llamó a Sam para que estuviera a su lado cuando el agente Jordan llegara, pero no comentó nada a Max. No quería que explitara en ese momento contra ella y se fuera a intentar actuar por su cuenta. Le entregó el informe y las pruebas a su compañero con la justificación de que quería ahorrar todo el tiempo posible, y lo envió esa misma tarde a Nueva Orleans.

Cuando Max se subió en el todoterreno parecía feliz por poder regresar a Nueva Orleans. Sin duda estaría pensando en llamar a Becca y quedar con ella el domingo. No obstante, antes de paritir le había puesto la cabeza como un bombo a su compañera Adele, advirtiéndole contra los Rangers, insistiendo en mantener aquella actitud infantil contra ellos. Definitivamente iba a suponer todo un alivio para la investigación tenerle físicamente alejado del caso.

Cuando el coche arrancó la agente Lewis se apresuró en refugiarse del inclemente sol de aquella tarde estival. Estaba agotada; no, agotada no era la palabra exacta para describir su estado, más bien destruida. Su físico había sido llevado al extremo en aquella caminata por el campo y su mente bullía con todo el asunto de Max y del propio caso.

Al entrar la señora Watson la miró desde el mostrador de recepción.

—¿Se encuentra bien, agente? —preguntó como siempre, amable, pero al mismo tiempo preocupada—. ¿Quiere un té helado con limón? Le sentará bien y le ayudará a bajar la temperatura corporal.

Bennet tenía justo lo que quería. Rose Bamford prácticamente había confesado acerca de la inocencia del profesor Matteis, cosa que, por otra parte, ya sabían por parte del docente, aunque ambas versiones coincidían. Quedaba por averiguar de dónde había salido la intención de acusar a Matteis de abuso sexual, si había sido una rabieta por parte de Rose que sus padres habían creído o se había tratado de algo más turbio que involucrase a Macklin, como había teorizado en un primer momento.

Scott estaba impresionado por la fuerza que había demostrado Moira reduciendo a la señora Bamford. Mientras Moira trataba de reducir a la mujer, el ranger supo que probablemente no tuviera otra oportunidad de hablar con Rose y sonsacarle lo que necesitaba, por lo que no perdió un segundo y decidió seguir a la adolescente hacia su habitación.

-¡Rose! Sabemos que Matteis no abusó de ti -se dirigió a la joven-. Y podemos demostrarlo. Pero mi compañera y yo sabemos que sí has sufrido abusos sexuales. Y entiendo que te sea duro hablar de eso -añadió, intentando mostrarse lo más empático posible, cosa que viniendo de Bennet era complicado-. Tienes que decirme quien te hizo daño, Rose, y quien te pidió que denunciarais al profesor.

Rose lloraba sentada en su cama. Su habitación no estaba muy desordenada para ser la de una adolescente y eso, junto con otros detalles como la decoración impersonal, las paredes vacías de pósters, fotografías y la ausencia de toda suerte de accesorios juveniles, indicaron a Scott que aquel cuarto era territorio hostil para la joven cuando debería ser su refugio natural.

—¡No te atrevas a contar tus sucias mentiras, maldita zorra! —gritó su madre antes de que otra maniobra de la agente Greenwrim la silenciara.

Rose se puso en pie y gritó muy fuerte y, por un momento, Bennet llegó a pensar que la chica estaba sufriendo algún tipo de ataque. Pero entonces se calló, se dejó caer de nuevo en la cama, se enjugó las lágrimas y miró al Ranger directamente a los ojos.

—Me lo inventé. Cuando el sheriff Smith me interrogó por el asunto de las pastillas le conté una bola para que me dejara en paz; le dije que el señor Matteis me había intentado besar y todo lo demás... —la pose adulta y desafiante había regresado—. Eso es todo. De todas formas el cerdo de Smith me llamó mentirosa, me quitó las pirulas, le montó el pollo a mi madre y a Macklin y me dejaron volver a casa. Caso cerrado.

Aquella sonrisa burlona y coqueta se había apoderado otra vez de su boca.

Adele no pudo contener un suspiro ante la agradable oferta de la señora Watson. -Me encantaría un vaso, sí. Muchisimas gracias.- Dijo, dedicándole una mueca que era un intento de sonrisa. Estaba tan cansada que no se sentía con la capacidad de hacer nada más por ese día.

Aún así, aprovechó para dirigirse hacia la mujer. Desde que habían llegado allí, la pareja Watson se había mostrado muy amables y respetuosos con ellos; la agente no pudo evitar sentirse curiosa e intentar detectar en los gestos de la mujer si sentía algún rechazo hacia la gente de color como ella, o si el ser agente del FBI la hacía mostrarse cautelosa de alguna forma.

-Creo que no le he felicitado por el lugar, señora Watson. En verdad que es una posada muy agradable. Tenga por seguro que si llego a venir nuevamente en calidad de turista, volveré a quedarme aquí.- Dijo intentando sonar agradable.

—Oh, no sabe cuánto me alegra oír eso, agente Lewis —respondió con franqueza la señora Watson—. Entiendo que llevan a cabo un trabajo muy delicado con esta investigación y mi marido y yo estamos dispuestos a ayudarles en lo que sea necesario para que se sientan cómodos y bien acogidos en este..., pueblo tan peculiar.

Puso en orden algunos folletos y regresó a la conversación aunque no con la misma sonrisa.

—No puedo dejar de preguntarme cómo se ha podido permitir que durante tantos años el caso estuviera en manos de un sheriff incompetente como Jason Taylor y un demonio con el alma podrida como Zachariah Smith y que ahora, de repente tengamos el privilegio de contar no sólo con dos agentes de los Rangers, sino también con el FBI... No me malinterprete, no critico su labor; de hecho me produce un gran alivio pensar que por fin podríamos terminar con esta pesadilla gracias a ustedes. Únicamente les pido, como le dije a los agentes Bennet y Greenwrim, que no subestimen la capacidad de los líderes de esta comunidad para aplastar cualquier progreso que suponga una amenaza a sus intereses.

Limpió una mota de polvo inexistente en el mostrador y dejó escapar un suspiro entre tristeza y alivio.