Partida Rol por web

Turno 000
(Introduccion)

El Eryn Lasgalen, el Bosque de las Hojas Verdes refulgía en su esplendor cuando el sol acariciaba las sus hojas. Pero no siempre había tenido ese nombre. El bosque se tornó oscuro y peligroso cuando la sombra comenzó a propagarse por él tiempo ha, Bosque Negro era llamado por todos. Tras la caída del oscuro, casi ciento treinta años atrás, se había ido limpiando de todo mal hasta expulsarlo. Apenas quedaban unos cuantos nidos de arañas, y hacía años que no había rastro de trasgos. Sin embargo, aún era necesaria una dura vigilancia. Los etheod al oeste, ayudados en contadas ocasiones por los enanos de Erebor, y los hombres de Lago y Esgaroth; vigilaban los lindes. Al este, los beornidas y gondorianos hacían lo propio, pero nunca se adentraban demasiado. No quedaban elfos en el Eryn Lasgalen, al menos nadie había visto uno en más de un siglo. Pudiera ser que el reino de Thranduil se hubiese encerrado para la eternidad en sus profundos salones, pero en el fondo todos sabían que los eldar habían vuelto más allá del mar, a las tierras de sus ancestros. El pueblo que habitaba el bosque, había heredado la responsabilidad de limpiarlo. Los bosquimanos eran ahora los guardabosques, y lo hacían muy bien.

Una mañana un joven, llamado Grimbeorn, descubrió algo descorazonador. A la vuelta de una tarea de su mentora, si es que podía considerarla así, esta había sido secuestrada.  Geleswinta había desaparecido, algo a priori normal, pues no era extraño que se tomara largos tiempos de meditación. Pero estaba enfrascada en un ritual, esperando al bosquimano y su acompañante, tenía que traer a una niña de la aldea, que había sido bendecida por los Valar.

En esta ocasión había signos de lucha, no se trataba de unos de esas desapariciones habituales. Cuencos y platos, usados para mezclar pinturas y hierbas, estaban esparcidos en mil pedazos por todo el suelo; iconos y símbolos derribados, piedras colocadas con sentido ahora desplazadas; y unas huellas de botas, unos rastros desconocidos de un tipo de calzado que le era extraño. Decidido, se dispuso a seguirlas pensando que los dueños serían los mismos que tendrían retenida a la chaman.

Así, casi sin darse cuenta, sus pesquisas le llevaron lejos hasta un punto en que la vuelta atrás planteaba un dilema. Continuó su viaje empecinado en encontrar a Geleswinta. Sus pasos lo llevaron lejos de su hogar, muy al sur, ante la ciudad de Tir Anduin.

Aunque pequeña, aquella ciudad que se alzaba ante él era grandísima para los estándares de los hombres del bosque. Imponentes muros de piedra, torres y más casas de las que había soñado, juntas. Todo un espectáculo de tejas rojizas y piedras talladas que, aun sin haber llegado, hacían encoger el ser de Grimbeorn. No obstante, decidido, se acercó, sabía que allí podría saber algo sobre sus descubrimientos. Hombres del este, orientales, salvajes… Era lo que oía aquí y allá en las ajetreadas calles de la ciudad. En el camino ya había sabido algo de ellos, rumores sin fundamento, que ahora se hacían realidad.

En una de las posadas, había varias, trato de buscar información. El lugar donde antes o después todo el mundo acababa, era un filón de noticias. Allí fue donde supo, tras beber alguna pinta de cerveza y mezclarse con los parroquianos, que hacía poco que una buena cantidad de estos orientales había perecido bajo el acero de los soldados de la ciudad. Habían recuperado una villa invadida por ellos, que estaba más al norte. No quedo uno con vida. Esto le quito alguna esperanza de encontrar a alguno de esos nuevos enemigos, y con ella la de encontrar a la chaman. Pero en aquellos tugurios se hablaba de todo y supo que un grupo de comerciantes de Esgaroth seguía a algunos orientales. Al parecer querían recuperar algo que les habían robado. El bosquimano vio una oportunidad de dar con el paradero de uno de aquellos salvajes. Tenía que averiguar algo, saber que había ocurrido con su “madre”…

Turno 001

En esta vida siempre hay tiempo para las primeras veces. La Wuitan se lo había dicho en una ocasión, aunque no recordaba muy bien que lo había causado. Pero ahora, apoyado en la barra que hacía las veces de cantina, mientras esperaba una pinta, Grimbeorn era consciente de que, en los últimos días, había experimentado demasiadas "primeras veces". Como la primera vez que viajaba varias jornadas a cielo descubierto; había añorado el dosel de hojas verdes que conformaban las copas de los árboles y el juego de luces y sombras cuando los rayos de sol se filtraban entre ellas. La primera vez que se enfrentó a la civilización de los hombres del sur, con sus casas de piedra, sus animales languideciendo en sus calles o el olor a humo, hierro, sudor y comida cocinada en una amalgama imposible de diferenciar. La primera vez que era el foco de atención y se plantease si merecía la pena. Como cuando se había cruzado con una madre y su retoño; la mujer, algo mayor que Grimbeorn, de rostro marcado por arrugas de expresión que indicaban más enfado y lagrimas que sonrisas y vestida con la humildad propia de los campesinos, había dado hasta dos pasos laterales para evitar al norteño cuando pasó a su lado. El niño, de cara redondeada, ojos grandes y marrones y pelo castaño enmarañado, rompió a llorar cuando reparó en la cabeza lupina con que el animista se tocaba la cabeza. Esto molestó a la madre, que arrastró tras de sí a la criatura mientras le reprendía.

O el borracho con el que se había tropezado en la puerta de la posada. El hombre hedía a alcohol de tal forma que le resultó incluso ofensiva a su nariz. Aquel lugareño se había vuelto contra Grimbeorn tan rápido que era un milagro que no se hubiera caído en su estado. Pero, al verse enfrentado con el ancho rostro del norteño enmarcado en la piel lupina, el borracho apenas acertó a tartamudear un "yo ya me iba" con lengua pastosa. Fue entonces que se percató de dos guardias de la ciudad que, con las manos prontas a empuñar sus armas, observaban la escena desde el otro lado de la calle. Grimbeorn se había limitado a asentir en dirección a ellos antes de adentrarse en la posada. Un incómodo silencio siguió al animista hasta que se acercó al lugar donde el posadero regentaba la cantina y el murmullo de las conversaciones retornó tan pronto como pidió una bebida. Grimbeorn acertó a oir palabras sueltas aquí y allá, "orientales", "muertos", "invasión", pero nada que le diera pistas o evidencias sólidas sobre su objetivo. Por ello, optó por unirse a alguna de las conversaciones en curso, pero aquella primera aproximación no había funcionado muy bien; las charlas enmudecían al acercarse a las mesas o era despedido con miradas frías o, en alguna ocasión, con cierta rudeza y agresividad.

Su segunda aproximación, pagar la consumición a alguno de los parroquianos, había empezado a funcionar mejor. La gente no se molestaba tanto con su presencia y algunos se volvían más charlatanes y hasta lenguaraces. Parecía que estaba encajando mejor en el lugar y eso le permitía obtener una información más completa. La gente estaba preocupada, enfadada y asustada con la presencia de aquellos "orientales", que habían atacado una villa próxima y osado lanzar una ofensiva contra la propia ciudad de Tir Anduin. Desafortunadamente para los intereses de Grimbeorn, no hubo supervivientes entre los orientales, por lo que aquella pista se enfriaba tan rápidamente como sus cadáveres. No fue hasta que alguien hizo una referencia a unos "malditos comerciantes locos" que pretendían seguir a orientales lejos de la seguridad de los muros que el norteño intuyó una posible nueva pista. Alguna pinta más y varias preguntas indirectas le ayudaban a determinar con más exactitud quiénes eran aquellos comerciantes tildados de locos. Esgarothianos.

- ¿Esgaroth?¿Gente del lago? - En el pasado había oído alusiones a éstos por parte de compatriotas de clanes en las lindes orientales del Bosque Verde. Rumores referidos sobre todo a su relación con los enanos de Erebor pero nada que les relacionase con los gondorinos. - Están muy lejos de casa para perseguir orientales. ¿Qué motivo podrían tener para jugarse la vida contra estos orientales en lugar de aguardar a que amaine la tormenta?

Una bandeja de madera con varios vasos del mismo material fue depositada a escasos centímetros del codo de Grimbeorn. "Qué proverbial casualidad. Justo a tiempo". El norteño sonrió para sus adentros mientras tomaba uno a uno los vasos y los repartía entre los parroquianos más próximos. Ninguno de ellos pareció hacerle ascos al material de los vasos, que acusaba ya los efectos del excesivo uso y hasta del tiempo, y reanudaron la ingesta de aquel brebaje y de la conversación interrumpida.

Turno 001

Tras invitar a algunos tragos, parecía que la lengua de los parroquianos se iba soltando poco a poco. Al principio había un poco de desconfianza para con un extranjero, pero el alcohol desinhibía lo suficiente como para volver charlatán al mas callado.

-  Si, son esgarothianos - dijo alegre uno de los tipos. Uno bastante feo y de tez sonrosada por la cerveza - Yo los he visto con mis propios ojos - afirmó mientras casi perdía el equilibrio - Pero no se por que diantres están tan lejos de su casa - dijo esforzándose por no caer - Es mas, no se ni donde esta su casa - termino por decir antes de estallar en una risotada, que pronto se contagio al resto

RESOLUCION TURNO 001
 

Los clientes de la posada se citaban allí día tras día, tras una jornada de trabajo. Entre ellos había de todo, la mayoría simples campesinos de manos callosas. También se daban cita allí panaderos, carniceros y algún pequeño tendero de los alrededores. Amigos para emborracharse tras una dura jornada de trabajo.

Grimbeorn había entablado con ellos una pequeña relación, ellos bebían a su costa a cambio de información. Realmente podría parecer que no era muy de fiar, pero al final todo el mundo sabía que una lengua hinchada por el alcohol, solo escupía verdades. Pero había un riesgo en todo eso, y es que siguiera contando cualquier cosa que se le pasara por la cabeza con tal de que se le llenara la jarra de nuevo. Era un juicio que el bosquimano tenía que saber diferenciar.

La taberna era, como muchas otras, era austera. Paredes de piedra, con vigas de madera vista. Había sido pintada de color azulón, así como las que recorrían el techo. Una gran lámpara colgaba del techo, con varias velas encendidas cuya luz se difuminaba con el humo del tabaco. Otras velas en candelabros de dos o tres brazos descansaban apagadas sobre las mesas. Era de día, y aquella posada tenía un gran ventanal junto a la puerta, su luz inundaba todo, aunque la lámpara del techo ayudaba a alumbrar la parte más alejada de la ventana.

Cuando la puerta se abría, una gran bocanada de aire frio entraba en la sala, refrescando un cargado ambiente de humo y olor a alcohol. Un fuego ardía en el centro del salón, las mesas habían sido colocadas a su alrededor para que su calor diese a todo el que se sentase. Las banquetas, bastas, hacían juego con unas mesas desgastadas. Sin embargo, por alguna razón, todo estaba limpio a pesar del uso.

 El lugar lo regentaba un amable posadero, servicial, que atendía con rapidez a todo el mundo mientras su mujer preparaba ya un buen guiso en la cocina. Ambos aguantaban las risotadas, bromas y tonterías de la clientela con buena cara. Eran los que pagaban y mantenía aquello abierto. Los mismos clientes que podrían darle algo de información a Grimbeorn.

Turno 102

El alcohol soltaba lenguas, pero también embotaba los sentidos, por lo que Grimbeorn debía de tener cuidado si pretendía hacer uso de aquel recurso. Y a la vista de que los parroquianos se reunían en aquel lugar para relajarse tras un día de trabajo, era poco probable que su primer tema de conversación fueran los orientales o los esgarothianos. De un rápido vistazo por la sala austeramente decorada podía constatar que había un buen número de representantes de distintos oficios: artesanos, tenderos o campesinos bromeaban y reían. Tal vez más de la cuenta, quizás impulsados por la necesidad de olvidar ese reciente ataque por parte de los orientales.

Prefirió un curso de entrevista distinto. Se olvidó aparentemente de aquellos comerciantes para interesarse por el ataque a Tir Anduin y la impresión que causó entre los lugareños aquel suceso. Hasta se mostró ligeramente interesado por animar a sus compañeros de bebida a especular sobre qué podrían buscar.

- Sorprende ver la rapidez con que la ciudad ha recuperado la calma tras el ataque. - Levantó la mano para llamar la atención del posadero cuando vió que el contenido de los vasos mermaba a pasos agigantados. Con la otra extrajó una pequeña bolsa de cuero colgada al cuello; su contenido emitió un leve tintineo metálico cuando la depositó sobre la mesa  y abrió. - No consigo imaginar que ganaría un puñado de orientales con alterar la tranquilidad de un lugar como éste. - Formuló aquel comentario de forma distraida mientras miraba por el amplio ventanal, como si pretendiera disfrutar de la escena de vida urbana que discurría al otro lado del cristal, aunque permanecía atento a las reacciones de los tertulianos.

Turno 002

Aquellos hombres parecían encantados de que Grimbeorn pagase la cerveza, y no desperdiciarían la oportunidad de beber sin malgastar sus propias monedas.

- No, no, no atacaron esta ciudad - dijo uno recogiendo una de las jarras y dando un largo trago, bebiendo con ansia.

- ¡No se atreverían! - elevo la voz otro, visiblemente mas ebrio para después imitar al anterior dando un trago algo mas corto.

- Se hicieron con una villa, no muy lejos de aquí, los pillarían desprevenidos - dijo el que parecía mas sereno de los tres - En Tir Limclaro no había mas algunos hombres de armas, pero aquí... Si lo intentasen aquí, el ejercito los echaría. - informo tras coger también su cerveza con las dos manos. Después dio otro largo trago, como tratando de superar al resto. - Pero no se que podrían buscar, no hay mejor ejercito que el nuestro, tal vez buscan morir - Se encogió de hombros.

Turno 002

Parecía que el norteño había sacado conclusiones demasiado precipitadas y los orientales no habían viajado tan lejos como Tir Anduin, pero si que lo habrían hecho las noticias del ataque a otra comunidad. Tir Limclaro la llamó uno de los parroquianos. Levantó el vaso a modo de brindis antes de llevárselo a los labios y darle un trago.

- Que no llegasen hasta aquí explicaría porque perdí su rastro. Pensé que habrían seguido más hacia el sur. - Apoyó el vaso sobre la barra, pero sin soltarlo, y con el dorso de su otra mano se limpió el bigote con un gesto de costumbre. - Es reconfortante saber que no han causado daños aquí. Lástima lo de ese otro pueblo. ¿No conoceréis a alguien de... Tir Limclaro - Asintió en dirección al hombre más sereno, quien mencionase el nombre de la villa, en respuesta a una muda pregunta que recibiera idéntica respuesta. - con quien pudiera hablar sobre lo ocurrido?

Tal vez en Tir Limclaro hubiera un rastro menos frío o pistas que descubrir. Incluso pudiera ser que los esgarothianos que habían mencionado estuvieran sobre el terreno en esa zona.

Turno 002

- Amigo, tienes mucho interés en esos salvajes... - dijo uno un poco a la defensiva - ¿No tendrás tratos con ellos, verdad? - dijo sonriendo por el alcohol.

- No digas tonterías... - dijo el mas sereno de ellos. - Perdónele amigo - dijo como si tuviese que disculparse en su nombre - No tenemos amigos en Tir Limclaro, pero vienen de cuando en cuando a la ciudad a abastecerse - Se encogió de hombros - Si alguien sabe algo, será aun soldado, pregunta en el cuartel - dijo para después seguir bromeando con sus amigos. No parecían tener mucha gana de seguir con aquella conversación.

Turno 002

A la vista de algunas reacciones, el animista levantó la mano izquierda en gesto apaciguador y dedicó una mirada de reconocimiento al lugareño que mejor parecía aguantar el alcohol.

- No. Está bien. Tener tratos con ellos aparenta ser una mejor razón que seguir un rastro de huellas extrañas por curiosidad. Pero tras averiguar lo ocurrido en Tir Limclaro, empieza a preocuparme el haber encontrado un posible rastro de orientales en las lindes meridionales del Bosque Verde. Y a plantearme qué proposito puedan tener. - Al norteño no le pareció oportuno mencionar su verdadera razón, pero el ataque a aquella villa le hacía temer por la suerte que pudiera correr Geleswinta a manos de aquellos bárbaros. O el destino que la presencia de aquellos orientales podía deparar a los habitantes de la región. Por no mencionar que Araw se sentiría defraudado si abandonase la caza de una presa.

Aprovechó la proximidad del posadero para pedir una nueva ronda y dejar el pago sobre el mostrador. Antes de levantarse, a modo de agradecimiento, alzó su vaso y dedicó un brindis a sus improvisados compañeros de copas. - Gracias por su hospitalidad y ayuda. A su salud, buenos hombres. - Apuró de un trago el resto de su bebida y, tras despedirse, se dispuso a abandonar el edificio para buscar algún guardia o persona que pudiera dirigirle hacia el acuartelamiento en la ciudad.

Turno 002

Grimbeorn salió de la posada tras pagar las consumiciones. Ya en la calle el olor a alcohol se disipaba para dejar paso a una mezcolanza de barro, paja húmeda y algún lejano hedor difícil de adivinar. El bosquimano subió la calle, hasta una plaza medio llena. Atendían a algunos comediantes, escuchaban historias de los cuentacuentos y trataban de largarse antes de verse obligados a entregar alguna moneda cuando al acabar pasaba su sombrero para recibir el cobro por sus actuaciones.

El mercado no estaba demasiado lleno, debía de tratarse de alguna pequeña feria improvisada alrededor de los trovadores y cuenta cuentos. Cualquier cosa valía para hacer negocio y sacar algunas monedas. Grimbeorn se acerco hasta alguno de los puestos para preguntar por el cuartel o algún soldado. Entre varios le indicaron que debía ir hacia el muelle, donde estaba el cuartel. Allí encontraría a todos los soldados que quisiera. Conforme, el animista fue hacia aquel lugar.

Por una calle mas ancha, que cruzaba la ciudad desde las puertas hasta el rio, la gente iba y venia despreocupada, ajena a los asuntos de un bosquimano. Entre las casas podía verse la muralla, que circundaba toda la ciudad describiendo un amplio circulo a su alrededor, naciendo y muriendo a orillas del rio. En mitad del territorio se alzaba un edificio imponente, una torre de dura roca, de casi veinte metros de altura y ricamente adornado con los blasones y banderas del Reino Unificado, supuso que debía de tratarse del palacio del regente, o algún tipo de castillo de un noble. Pero el iba hacia el lado contrario, hacia el rio.

Ya desde lejos pudo distinguir cual era edificio del cuartel. También de piedra, mucho mas pequeño, pero con los mismos blasones y otros signos mas identificativos. El escudo de la ciudad cruzado por lanza y espada era concluyente, acelero el paso. Cuando llego a su puerta, dos hombres le impidieron el paso. Eran dos guardias, que obviamente le cerraron el paso al interior.

Turno 002

- Alto - dijo uno de los soldados amablemente, pero en tono autoritario mientras junto a su compañero cruzaban sus lanzas - No se puede pasar, ¿que desea? - preguntó.

Turno 002

Conforme Grimbeorn se internaba más en la ciudad, comprobó cómo aumentaba el gentío y disminuía el grado de atención que suscitaba entre sus habitantes. Por lo menos hasta que se encontró frente al cuartel, donde dos soldados de guardía bloquearon el paso del animista con sus armas.

- He de hablar con alguien que esté al tanto de lo ocurrido en Tir Limclaro. Es posible que tenga información sobre los atacantes o parte de ellos al menos. - El norteño se mostró calmado al ser interpelado por uno de aquellos soldados. La voz del aquel hombre había sonado firme, pero no ruda ni descortés, por lo que el hombre del bosque no se sintió especialmente intimidado ni acobardado.

Turno 002

El soldado miro al bosquimano de arriba abajo, dudando sobre lo que tenia que hacer. En su cara podía leerse claramente su disconformidad de informar a un extranjero.

- No se que busca, ni de donde viene - dijo tratando de parecer amable - Pero los asuntos de Tir Anduin no creo que competan a extranjeros. - añadió tajante sin apartar la lanza.

RESOLUCION TURNO 002
 

A Grimbeorn le dieron una gran idea. No había nadie mejor que los propios participantes en la liberación de Tir Limclaro, para contarle lo que pudieran saber sobre los orientales. Decidido dejo la posada, y a aquellos borrachos con sus asuntos. El bosquimano no perdía la esperanza, si conseguía saber de ellos, encontrar a alguno con vida, tal vez diera con su mentora. Aquello lo impulsaba a seguir buscando, a no cesar en su empeño. Tarde o temprano la encontraría.

Los soldados de Tir Anduin podrían proporcionarle información con la que conseguir su objetivo. Decidido se dirigió hacia el cuartel, donde los soldados se recuperaban de la batalla ganada. Atravesó la ciudad, la gente caminaba abstraída, sin prestar atención al animista. No tardó en llegar, le habían indicado bien.

La puerta del cuartel estaba guardada por dos soldados, que en cuanto vieron aparecer a Grimberon cruzaron sus lanzas para impedir el acceso al interior. El bosquimano fue directo al grano, quería hablar con alguien que le contase lo ocurrido, que pudiera darle algo de información sobre aquellos salvajes. Quizás fue demasiado directo, pero no fue la razón de su negativa. Tan solo era un extranjero y como tal, aquellos soldados no consideraron tener que darle explicaciones, tendría que ser mas persuasivo.

Turno 003

Ante la negativa del soldado, al norteño le dieron ganas de volver por donde había venido y dirigirse por su cuenta a la villa atacada. Buscar pistas y rastros posiblemente le reportaría más información que tratar con un sureño engreído que, posiblemente, ni siquera estuviera al tanto de lo ocurrido. Pero recordó que la impaciencia es mala consejera y que sería sabio recoger la máxima cantidad de información en Tir Anduin antes de tomar un nuevo curso de acción.

- Araw, en su sabiduría, me llevó a encontrar un rastro en el límite meridional del Bosque Verde. Lo seguí a lo largo del Gran Río hasta que lo perdí a unas dos jornadas de aquí. Las huellas no se correspondían con el calzado que usan mis compatriotas ni con el vuestro. Si pertenecen al mismo grupo que atacó Tir Limclaro, podemos tener un problema que nos afecte a todos los que vivimos en las tierras del Anduin. - Mientras hablaba, sus dedos acariciaban de forma refleja uno de los grabados que adornaban el asta de la lanza sobre la que se recostaba ligeramente, como si fuera un cayado.

Turno 003

- Los problemas llegaran, no lo dude, pero no puedo decirle mas - dijo esforzándose en no parecer descortés.

- Vamos hombre, son esos malditos orientales - dijo el segundo soldado.

- Silencio, o el oficial sabrá de esto - le recrimino a su compañero el primero - Disculpe, nos podemos informarle - insistió.

- Llamemos al oficial, si este hombre tiene información, tal vez no sea de ayuda - Replicó de nuevo su compañero.

- Silencio, he dicho - ahora parecía algo mas enfadado, con el otro soldado..

Turno 003

A la vista de que aquella puerta parecía no abrirse, Grimbeorn se planteó la conveniencia de probar la otra puerta que le quedaba: rastrear los alrededores de Tir Limclaro. O, tal vez, en lugar de golpearse la cabeza contra un muro, buscar la forma de rodearlo. En ocasiones había visto usar una táctica a Geleswinta para aconsejar a individuos obstinados o reticentes, pero él nunca lo había probado y no estaba seguro que fuera a funcionar.

Como si quisiera zanjar la discusión entre ambos soldados, dió un golpe suave pero seco con el asta de su lanza en el suelo. - Sea. Valoro la soledad y no depender de otros. Es por ello que respetaré vuestra decisión de caminar solos y morir igual. - Con una leve inclinación de cabeza a modo de reconocimiento al soldado obcecado, el norteño giró sobre sus talones. A los pocos pasos, alzó la mano izquierda a modo de saludo. - Que la luz de los Valar ilumine vuestro camino en las tinieblas.

Y a buen paso, el animista comenzó a alejarse del cuartel. De camino a la salida siempre podía pedir indicaciones para llegar a Tir Limclaro desde allí. Siempre y cuando, alguien a su espalda no cediera...

Turno 003

Grimbeorn se dio la vuelta y se dispuso a marcharse. Algo le decía que alguno de aquellos soldados recularía y lo detendría. Sin embargo, aunque uno de ellos ardía en deseos de contarle lo poco que sabia, el temor a una reprimenda de su superior lo acallo ante la inquisidora mirada de su compañero.

No replicaron las palabras de Grimbeorn, sencillamente lo dejaron marchar. Tendría que ser el bosquimano el que abordara de otra manera a aquellos hombres, si quería información. Pero por el momento, sus pasos lo dirigían hacia una de las entradas de la ciudad. Viendo que los soldados no cederían, su integridad era inamovible, no dudo en preguntar por el camino a Tir Limclaro, decidido a ir hasta allí para buscar alguna pista. Supo que aquella villa estaba al menos a cuatro dias a caballo de allí, y lo que ya sabia, que la había recuperado tras ser tomada por los orientales.

Turno 003

A la vista de que su truco no había funcionado, Grimbeorn no tuvo más remedio que alejarse y pedir indicaciones para llegar a Tir Limclaro. Quizás allí, a pesar del tiempo transcurrido desde el ataque, pudiera encontrar algún rastro o pista. Cuando pudo determinar que su objetivo estaba a cuatro jornadas a caballo, se planteó la necesidad de semejante montura. En el bosque no eran de gran utilidad pero, tras su viaje río abajo por el Anduin, empezó a darse cuenta de su valor en terreno despejado. Sin embargo, un rápido vistazo a la bolsa que contenía su exigua economía le sirvió para poner en orden sus prioridades: antes que una montura, necesitaría provisiones para el viaje. Ya reconsideraría la posibilidad de una montura más tarde, una vez hubiera suplido las raciones.

Fue mientras deambulaba entre los puestos, buscando alguna tienda de abastos, que cayó en la cuenta de que los esgarothianos también tendrían que haberse pertrechado para ir tras los orientales. Tal vez tuviera suerte y alguien en un establo o en una tienda que visitasen hubiera oído alguna cosa que le diera una pista sobre la dirección que tomó la gente del lago o qué propositos tenían para perseguir a los hombres del este.

RESOLUCION TURNO 003
 

El sol brillaba en lo alto, y aun así el punzante frio hacia recordar que al invierno aun disponía de varias semanas para mostrar su ferocidad. En los días anteriores había llovido, y en las calles aún se acumulaban multitud de charcos. No todo estaba empedrado, cuando se salía de las arterias principales de la ciudad, el barro se hacía dueño de las calles. Las casas de piedra, y sus techos cubiertos de tejas, aguantaban bien los rigores del clima y mantenían a la población bien asilada de las temperaturas extremas. El mediodía había pasado, y las gentes comenzaban a preparar sus guisos. El aire olía a pan caliente, y a pescados y carnes cocinándose.

Cuando Grimbeorn llegó al cuartel, dos soldados le impidieron el paso, algo lógico para un extranjero. Quiso jugar una baza, y tratando de zanjar el asunto se alejó. Pero no salió como él quería, los soldados no lo detuvieron. Pero era un hombre orgulloso, y como de todos modos sabía que no lo informarían, se dispuso a abandonar la ciudad. Preguntó y le fueron indicando hasta que llego a las puertas. Allí fue donde supo que cuatro días a caballo lo separaban de Tir Limclaro. Esto cambio su visión, su prioridad, y decidió darse la vuelta.

Había oído que Agranil tenía la intención de seguir a los orientales, y esa era una oportunidad que quería aprovechar. Comenzó su búsqueda, y lo hizo por algunos puestos y tiendas que fue encontrando por la ciudad. La mayoría no sabían nada, y casi todos lo emplazaban al gran mercado para el que faltaban aun tres días. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de desistir, uno pequeño vendedor de vinos le aseguro que Agranil podría estar en una posada llamada “La Rosa de los Vientos”.