Partida Rol por web

No bajé los ojos con las palabras de Carstrais. Me gustó disfrutar de su agradecimiento. En ese castillo nadie me reconocía mi excelencia, todos parecían ocupados creyéndose geniales en lo suyo, sin tener en cuenta que yo lo era en todo. Sin embargo, que alguien me reconociera como compañera en su campo, sí era la medalla que merecía.

Le sonreí y negué con la cabeza haciendo bailar mi pelo — No, gracias a ti, Carstairs, hacia tiempo que no tocaba, dos semanas por lo menos, desde que llegué a Londres. Lo echaba de menos y jamás había me había sentido tan llena; podría acostumbrarme a esto.

Le di el perfil de nuevo y acaricié la tapa del piano — Yo... —empecé a hablar pero me paré para pensármelo de nuevo— En realidad quería pedirte una cosa.

— ¿Me entrenarías? Ahora que todos duermen, quiero decir, no con Emille. Y también podríamos iniciar el día con una canción.

—O no.

Cuando empezaste a dudar el chico te miró con curiosidad, pero no hizo ningún gesto para apremiarte, sólo esperó con calma a que te decidieras y siguieras hablando. Y cuando anunciaste que querías pedirle algo, asintió brevemente con la cabeza, como si aceptase aún antes de saber de qué se trataba.

—Claro —dijo enseguida, tras tu explicación. Aunque después pareció dudar y en su entrecejo apareció una arruguita—.  ¿Te refieres a entrenamiento de combate? ¿O quieres que te explique otras cosas del mundo de las sombras?

Sentí como mis pulmones se liberaban cuando aceptó, de algún modo sabía que estaba obligado a ello pero por otro me había costado tanto decidirme a pedírselo que me merecía sentirme aliviada. Especialmente para contrarrestar esa culpabilidad extraña que se asomaba en mi estómago.

Le miré para dedicarle una sonrisa cuando entonces le vi dudar y temí haberla cagado.

— He leído —me apresuré a decir, parecía que allí nadie lo hacia—. Me refería a combate pero sé escuchar mientras —busqué el dos por uno—. No es que tenga ningún problema con Emille, pero me gustaría dedicar más tiempo, aprender distinto. Creo que es importante tener una técnica flexible, sino te vuelves predecible —y te ganan.

Milton te contempló con una curiosidad que fue tornándose extrañeza y después una admiración que le hizo asentir con la cabeza a tus palabras.

—Es importante —convino—, y te será útil cuando tengas que tratar con demonios, que pueden llegar a ser mucho más impredecibles que cualquier nephilim. —Hizo una breve pausa antes de concluir. —Será un gran honor entrenar contigo, Gi Sun-yun —añadió, con una breve inclinación—. Sólo tienes que decirme cuándo quieres que empecemos.

Sonreí con los ojos cuando aceptó y, no de cualquier manera, sino dándome la razón. Y luego estaba ese "entrenar contigo" en vez de "entrenarte a ti" que me alagó y preocupó a partes iguales. Pero estaba tan emocionada que no me molesté en corregirlo.

Le devolví la inclinación con educación y después probé suerte. Ya le había echado mucho morro así que un poco más no haría daño.

— Gracias Carstairs. Por mí podremos empezar ahora mismo—miré el piano con cierta melancolía, me apetecía volver a tocar pero sabía que cuando salía algo perfecto había que dejar que se asentase—. O mañana, antes de que se despierte el resto. Traeré desayuno.

El chico se levantó del taburete del piano mientras respondía.

—Vamos ahora —convino, asintiendo con la cabeza—. Y si te parece podemos quedar aquí cada día a las cinco y media. Tocamos un poco y luego entrenamos —propuso con una mirada que parecía dejar claro que la última decisión era tuya.

Con esas palabras se acercó al diván para colocar de nuevo la tela que lo cubría por encima y se giró hacia ti, al parecer dispuesto a continuar subiendo escaleras hasta llegar a la última planta.

Imité su movimiento, levantándome como un canon de él. Y asentí con fuerza cuando aceptó entrenar ahora, reaceptándolo yo con tal de parecer que no le obligaba a nada.

Y a sus siguientes palabras les dediqué una inclinación de espalda cerrando el trato —Estupendo —dije poniéndome recta y llevé mis manos a la espalda para enlazar una con otra y evitar que Ami-son y todo el rollo europeo me poseyera y quisiera darle un abrazo—.

Ese chico era tan complaciente y dispuesto que casi parecía una esposa.

Mientras él volvía a proteger del polvo el diván, yo me aseguré de que tuviera la camiseta perfectamente lisa. Y al volver a encontrarnos en las miradas, avancé hasta él y le seguí escaleras arriba.

Casi me alegraba de no haberme cambiado las pantuflas, así sería más fácil descalzarme para entrenar y Kitty podría verme. Pero el próximo día tendría que pensar en traer la kyo, o aprender armería, como Emille.

Antes de salir de la sala de música, Milton se acercó al piano que dejabas atrás y colocó la tela que lo cubría por encima en un gesto probablemente innecesario si ibais a empezar a usar el instrumento con frecuencia. Después, volvió a caminar hacia la puerta y la cerró con cuidado antes de guiar el camino hacia la sala de entrenamiento.

Ya allí, el chico se descalzó y dejó sus zapatos cerca de la entrada.

—Émille me ha dicho que sabes pelear un poco y que estás aprendiendo a manejar el Kyogetsu shoge... —comentó mientras daba algunos pasos hacia el interior y se giraba para mirarte— ¿Prefieres seguir con eso o hacemos algo diferente? ¿Espadas? ¿Abanicos? ¿Cuerpo a cuerpo?

Al llegar a la sala de música y ver que el chico se descalzaba sonreí desde la tradición y mientras se adentraba a la sala yo me deshice de kitty uno y kitty dos y saludé la sala con una respetuosa inclinación.

Era extraño estar allí sin Emille, pero dejé la culpabilidad aparcada con mis pantuflas. Aquello era parte del sentido de abandonar los zapatos en la entrada de las casas y santuarios.

Asentí con la cabeza con contundencia a las palabras de Carstairs, sin siquiera darme cuenta de la sonrisita que en mis entrañas se había formado por saber que lanzaman hablaba de mí, aunque le añadiese modestia a mi talento.

— No he traído la Kyo —confesé fastidiada nombrándola con la familiaridad que ella y yo nos teníamos—. Así que me pongo en tus manos —junté las piernas y pegué a sus lados mis manos, dispuesta a saludar y empezar—.

—Hay otros en la armería —comentó, haciendo un leve gesto con los ojos hacia la puerta del fondo—. Puedes coger lo que necesites.

Sin embargo, esa información parecía ser otorgada para otra ocasión, pues el chico se colocó frente a ti y dobló un poco la rodilla derecha. Entonces adelantó el pie izquierdo al mismo tiempo que llevaba ambas manos hacia delante, el puño de la derecha contra la palma abierta de la izquierda en un saludo que duró un instante antes de que recogiese pierna y manos, llevando estas a ambos lados del pecho en dos puños. Inclinó brevemente la cabeza y ladeó su postura en una guardia de rodillas flexionadas y manos extendidas que te hacía pensar en China.

—Enséñame qué sabes hacer —pidió, con sus ojos en los tuyos, seguramente para tratar de ver tus intenciones en tu rostro antes de que llegasen a nacer.

Negué con la cabeza en un gesto prácticamente imperceptible. No quería que creyera que le llamaba mentiroso cuando lo que le llamaba era, en realidad, libertino. No podía entrenar con otra kyo, ni con otro kyogetsu shoge, necesitaba la mía, y ella necesitaba sentir mis manos amoldadas solo a su empuñadura y cadena.

Sin embargo, en cuanto le vi preparase, entendí de dónde venía el rasgado de sus ojos y la desconsideración por el armamento — Chino tenía que ser.

Doble mi torso entonces para saludar dando el inicio y después, simplemente llevé el codo derecho atrás sin que saliera de mi cuerpo y adelanté la pierna izquierda en sincronía con el brazo correspondiente. Tal vez en china se creyeran que eso era una guardia, pero la mía lo era de verdad, siempre controlaba mi centro, y siempre controlaría el suyo.

— Sí —respondí aceptando sus palabras y elevándolas a orden—.

Su postura invitaba a atacar su equilibrio, no entendí esa manía de los chinos de empezar el trabajo del contrincante buscando de inicio la proximidad del suelo. Así que me acerque por fuera de la línea de su centro, y lancé mi brazo hacia arriba como si buscara su cuello con un arco para atarlo a mi, mientras la pierna que había quedado más atrasada en ese paso, recorría en el segundo paso la distancia que le separaba de su rodilla para golpearla hacia un lado.

Milton se movió muy rápido en cuanto avanzaste ese paso. Sentiste su mano agarrando tu muñeca y bloqueando tu codo al doblarla mientras que tu pierna sólo encontró el aire en aquel lugar donde un instante atrás estaba su rodilla. Con un movimiento suave giró hacia tu espalda y sentiste cómo luxaba tu hombro.

—No está mal —aprobó, cerca de tu oreja, justo antes de soltarte—. Otra vez. Esfuérzate más, deja que tu cuerpo cante una melodía.

Mis ojos buscaron la estela del movimiento de Carstairs sorprendida con ese desplazamiento que ni había percibido y la suavidad que era capaz de llevar en la velocidad.

En corea, si hubiese perdido el rastro de un oponente así, probablemente mi brazo estaría roto, y sino seguro que me echado a volar.

Cuando llegaron sus palabras, sin embargo, entendí con que clase de dolor jugaba el chino. Si podía hablarme tan cerca del oído, sin duda había estado mal.

Cuando me soltó, me aparté medio paso mosqueada, recuperando mi brazo con un gesto fastidiado como si tuviera que volver a vestírmelo y comprobar que me quedase bien.

Y entonces me giré lanzando directamente mi mano extendida en horizontal al bajo de su axila. Como volviera a cogerme, tendría que atarme el pelo.

Giraste sobre ti misma con un movimiento fluido y preciso, directo al costado de Milton con una trayectoria tan impecable que incluso el más severo de tus instructores te habría felicitado por ella. Por un instante pudiste creer que esta vez sí iba a comerse tu golpe...

Pero antes de que tu mano llegase a impactar en su cuerpo el chico volvió a moverse demasiado rápido y se dejó caer apoyando su mano en el suelo. Su pie golpeó tu rodilla y su otra mano agarró tu muñeca al mismo tiempo, haciendo que te tambaleases y antes de que pudieras recuperar el equilibrio utilizó el suelo para impulsarse hacia ti haciéndote caer.

Por un instante quedó sobre ti, inmovilizándote. Pero enseguida se apartó y se puso en pie de nuevo, recuperando de inmediato su guardia.

—Otra vez —dijo con un tono que parecía pedir más que exigir.

Mi sonrisa triunfal ya empezaba a mostrarse antes de que mi mano llegase a Carstrais, sentía en mi cuerpo la fluidez del golpe y aunque me hubiese gustado que me viera mi padre, me bastaba con que estuviera Kitty, como siempre.

Procuré ocultar mi regodeo y permanecer con expresión neutra al llegar a Carstrais, pero mi mano perdió su objetivo e igualmente mis labios cayeron más de lo esperado — ¿Qué coño...? —pensé en lo que tardé en acabar en el suelo con Carstrais sobre mí.

Y en ese momento no solo recordé porqué ya no quería a mi padre, sino que me alegro de que ningún Gi ni Herondale estuvieran ahí. La cercanía del chico hizo que mis mejillas se encendieran tanto que mis manos quedaron heladas al ceder a las primeras toda su sangre.

Me sentí humillada, casi tanto como la vez que había sangrado. Y aunque el chino se apartó con indiferencia, yo sentí que había fallado al dojo, era la primera vez que perdía el pie, y había sido para acabar debajo de un chico.

Con su palabra de reinicio me puse en pie y até mi pelo en una coleta alta como las que a veces llevaba Anbel. Recuperé la posición de guardia con lentitud, sin pasarme, pero asegurándome de que se me bajaba la vergüenza pintada en mi cara, inspiré profundamente y luego me coloqué en guardia y avancé sin disimulo con un ataque alto, con suerte, subiría su brazo para bloquearme y podría devolverle la luxación, y un poco más.

La mano de Milton volvió a interceptar tu golpe antes de que llegaras a impactar en él. Sus dedos se cerraron alrededor de tu muñeca y todo parecía anticipar que ibas a terminar de nuevo luxada o en el suelo, pero antes de que la secuencia continuase algo sucedió. Sentiste en tu interior rebullendo esa energía que había aparecido cuando peleabas con Émille junto a Ethan y la dejaste salir. Recubrió todo tu cuerpo como en un fogonazo luminoso hasta quedarse alrededor de tus brazos, cubriéndolos por completo.

Por un momento tu luz pasó a los dedos de Milton, que apartó la mano, pero demasiado tarde. Sus dedos estaban rojos como si los hubiera metido en aceite hirviendo. Sus labios se entreabrieron con sorpresa mientras abría y cerraba la mano.

—Ki... —murmuró asombrado mientras sus ojos abandonaban su propia mano para mirarte a ti, parecía haber olvidado por completo que estabais peleando—. Tienes el Ki. Qué pasada... Nunca lo había visto en vivo. ¿Ya sabías que lo tenías?

Esa luz que había encendido el interés en la mirada de Emille había vuelto a cubrir mis brazos, solo que esta vez había hecho trampas con Carstairs. Y lo peor era que me alegraba de haberle herido, se lo tenía merecido, por poco honorable que fuera mi silencioso regodeo.

— ¡Lo siento! —mentí en palabras y sobresalto alargando mis dedos para buscar su mano herida pero la luz de mi piel me sugirió que no era muy buena idea seguir por ese camino, así que retiré las manos.— No, no lo sabía —excuse el haberlo usado—. Bueno, una vez lo vio lanzaman pero no-no sabía que era, no sabía que aparecería.

— ¿Cómo es que lo conoces? —pregunté diciendo en realidad que porqué Emille no—.

Milton no se apartó con tu amago de tocarlo, más bien al contrario, contempló tu mano con curiosidad hasta que la retiraste y entonces sus ojos se alzaron buscando los tuyos.

—Cuando era niño escuché algunas historias sobre legendarios nephilim que tenían el Ki. En el Instituto de Pekín solíamos reunirnos cada noche para recordar a los caídos y aprender de ellos.

Sin dejar de hablar llevó una mano al bolsillo para sacar la estela y comenzó a dibujar en el dorso de su mano herida.

—Se hablaba sobre ese poder pero nadie lo conocía. Luang decía que su madre lo había tenido, pero no llegó a enseñárselo antes de morir. Es una pasada que lo tengas innato, es algo realmente raro. Émille no me había dicho nada, a lo mejor no sabía lo que era. ¿Puedes traspasar la energía a un arma? Las leyendas hablaban de guerreros que portaban espadas de luz.

La explicación de Carstairs empezó bien e hinché pecho orgullosa cuando dijo que era legendaria. Tenía que dejárselo caer a Amis, como le iba a joder. Asentí con mi sexto sentido que sabía encontrar esos puntos en la voz de alguien cuando se desviaba de considerarme el ombligo del mundo, pero, a diferencia de Aly Ami-son, ese pequeño dato personal de Carstrais despertó un poco de curiosidad en mí. Los chinos eran muy chinos, y no me sorprendía nada que se pusieran a venerar los caídos de noche, en vez de celebrar los vencedores de día. Peto sí me extraño que un chino dejara todo eso y supiera de música, cortesía y respeto.

Cotilleé la estela que se hacía en la mano, imaginé que sería una iratze pero quería comprobarlo por mi propio orgullo de haber conseguido que alguien la necesitase en ese gimnasio que debía empezar a sentir vergüenza hacia mí.

— Puedo intentarlo —ofrecí como eufemismo de "no tengo ni puta idea"—. Luang ¿es un amigo tuyo? ¿de Pekín? —quise resaltar que yo no era china y que a esas leyendas más les valía hablar de guerreros legendarios de cabellos rubios y coreanos.

Y por puro interés, no esperé a que insistiera en los límites de mi poder y me acerqué a una de las armas que había dispuestas en la sala, buscando especialmente una espada mona y femenina.

El iratze que Milton había dibujado en su mano comenzó a hacer efecto de inmediato y ante tus ojos la rojez de sus dedos comenzaba a disminuir de forma notoria. El chico guardó la estela de nuevo en su bolsillo y se encogió de hombros.

—Era algo así como mi mentora. Enseñaba a los nephilim más jóvenes allí en Pekín.

Dejó de hablar para contemplarte con interés creciente en cuanto te hiciste con una espada. Sin embargo, por mucho que te concentraras en ello, esa energía que cubría tus brazos no parecía tener ninguna intención en extenderse hasta el arma como sí había sucedido con el kyogetsu shoge en aquel entrenamiento con Émille.