Al continuar por la pasarela, los acólitos fueron tragados por una oscuridad y silencio absolutos. En poco tiempo perdieron de vista el suelo por donde habían venido, con sus linternas apenas capaces de iluminarlos a ellos mismos y el suelo que pisaban, solo que cuando quisieron darse cuenta tampoco había suelo... no estaban cayendo, o no tenían la sensación de estarlo, pero tampoco sentían nada sólido bajo sus pies y era como si estuvieran prácticamente estáticos en la oscuridad, sus sentidos también se nublaban por momentos y se sentían adormilados.
Uno no podía estar seguro de si habían pasado pocos minutos o varias horas, pero tras algún tiempo parecía que sus ojos por fin se estaban adaptando poco a poco a la oscuridad, algunas formas y luces desenfocadas comenzaban a verse más claras a su alrededor, como si aún estuvieran cubiertas por un vidrio tintado, pero no por mucho tiempo... Cuando recobraron por completo el dominio de sus sentidos, estaban de pie en una sala de aspecto tremendamente antiguo con pilares tallados en roca cubierta de un musgo que brillaba levemente con un tono verdoso. Las paredes se extendían extremadamente altas, y sobre ellas, por unas aberturas similares a una antigua bóveda derrumbada se podían ver destellos de constelaciones desconocidas y polvo estelar contra el cielo nocturno completamente despejado.
Los acólitos ya no estaban en silencio, sino que podían escuchar el constante traqueteo de engranajes en movimiento. Ligeramente elevado sobre el centro de la sala, un gran mecanismo como un gigantesco telescopio de acero y plata con un cuerpo mecánico ocupaba gran parte de la amplia habitación. Las distintas partes del dispositivo giraban en un entramado de piezas metálicas, ruedas dentadas, e indicadores con números en constante cambio que no tenían ningún significado para los acólitos. A su alrededor, los pelos se erizaban y los oídos pitaban con un ruido rasgueante de electricidad estática; en ocasiones un breve y pequeño chispazo saltaba del dispositivo para desaparecer al instante, y el aire olía a como a ozono, un olor característico en el aire justo antes de una gran tormenta.
Aún desorientados, los acólitos exploraron la sala. No habrían sabido decir por donde llegaron hasta ella. Consistía en un gran espacio casi circular, rodeados por 13 sólidas paredes de roca, cada una con un gran arco del mismo material cuyos muros contenían diversas representaciones primitivas de figuras humanas, animales y alienígenas en diversas expresiones de emoción: alegría, miedo, llanto y sorpresa...
Incapaces de encontrar algún sentido a las figuras dibujadas ni de encontrar una puerta o acceso de salida, se aproximaron al dispositivo. Allí, a los pies del dispositivo se encontraron con una estatua semienterrada, montada contra la misma base de aquella suerte de telescopio en movimiento. La estatua era de una mujer joven y tenía los brazos extendidos, uno de ellos con una mano con la palma boca arriba como esperando recibir algo, y la otra sosteniendo un cáliz. Gianna e Isolda tuvieron que contener su sorpresa, pues estuvieron cerca de tomar la estatua por la Viuda Dorada de la subasta de los bienes de Haarlock en Solomon, pero el calculador Arcturus las sacó de su error. Aunque su aspecto y posición era similar, incluso en la postura de los brazos y el cáliz, aquella estatua era metálica, no dorada, y solo representaba desde el torso hacia arriba del cuerpo de la mujer.
Hubo varias deliberaciones, pero finalmente el grupo llegó a la conclusión de que lo único que habían llevado con ellos a propósito de acceder al teseracto ciego eran el diario y la llave que Nostromo había llamado el "cierre del mecanismo". Al poner esta llave en su mano libre, la estatua abrió los ojos y el dispositivo sobre ella comenzó a girar y reconfigurarse. Al mismo tiempo un aire frío recorrió la cámara como si hubieran abierto una corriente.
— Bienvenidos — la voz que empleó la estatua dulce, aunque mecanizada, y ligeramente aniñada. — Soy la vástaga del hierro. Atada aquí por la furia de mi amo, para que con mis ojos ciegos pueda ver lo que fue, y lo que podría ser. Lo que espera adelante es el camino que sigue sus pasos. Preguntad y se os responderá, perseguid vuestro futuro o seréis devorados por el pasado, o hacináos en el presente para consumiros lentamente hasta vuestra condenación. —
Los muros de piedra de las paredes se iluminan sutilmente con haces de luz del dispositivo central y la piedra comienza a reflejar la luz como un espejo. Tras unos momentos, la luz se concentra en una sola de las paredes, transformando el interior del arco en una superficie casi plateada que parece reflejar imágenes cambiantes a cada momento que pasa.
Intrigados por lo que estaba haciendo el dispositivo, los acólitos preguntaron por acto reflejo, y la estatua les respondió: — Este es el teseracto ciego, el lugar donde los tiempos confluyen, un desgarro en la realidad y en el mismo tejido de la disformidad y lo que hay por debajo de ella, y lo que aquí fue dejado es el gran mecanismo de Haarlock, es su legado, su mayor triunfo y la perdición de sus oscuros deseos. Con él desafió a los dioses en busca de dominar el tiempo mismo, y en eso salió victorioso y derrotado a la par. Sus portales cruzó en busca de sus anhelos, y por ellos volverá. —
— Al pasado regresó para cambiar los sucesos ocurridos, pero solo se encontró con fantasmas muertos y reflejos inertes. Al futuro viajó entonces solo para encontrar las madejas de sus correcciones deshechas y mutiladas, pero su determinación nunca se quebró. En busca de la última pieza del enigma para lograr sus ambiciones se sumergió en lo más profundo; más allá de lo que pueden ver mis ojos ciegos en el interior de la estrella muerta. —
— Los mecanismos celestes y terrenales, demoníacos y divinos, están en movimiento. El amanecer de la estrella muerta está próximo, y a la luz del eclipse oscuro él ha previsto regresar en carne y hueso. Más aún el futuro no está grabado en piedra, ni tan siquiera por alguien tan obstinado y meticuloso como él. No debéis demoraros, pues demorarse aquí es lo mismo que estar perdido; todos hemos estado solo donde nos hemos atrevido a llegar, y para llegar más lejos debemos ejercer osadía. La única forma de detener a Haarlock se encuentra al final del sendero, atravesad los portales de espejo, del primero al siguiente; en el último de ellos tendréis la oportunidad de romper el patrón y cerrar la puerta para siempre. —
Las declaraciones de la estatua pusieron de los nervios a más de un acólito y los sargentos Childres y Makrade parecían alternar entre la negación y la desesperación; aquella situación iba más allá de para lo que se habían preparado. Intentaron comprender la máquina, alterarla si podían, o dañarla para desactivarla pero se dieron cuenta de que ni siquiera podían tocarla. Tan sólida como parecía, era como si la máquina o ellos mismos se deshicieran en humo cuando lo intentaban y el dispositivo continuaba su funcionamiento inalterable.
El portal de espejo reflejaba una escena cambiante, era difícil saber si avanzaba con el tiempo normal o contracorriente, y mostraba lugares que los acólitos no conocían, como si observasen un holograma tremendamente realista de un pictograbador averiado. Una última pregunta a la estatua les confirmó que era su único camino para avanzar, de modo que se tragaron sus dudas y se vieron obligados a continuar hacia lo desconocido...
El portal reflejaba una escena desconocida para los acólitos, y si se movían para intentar identificarlo mejor, la escena cambiaba más allá de su simple punto de vista. Eventualmente, reunieron el coraje para sumergirse en el portal:
Los acólitos se encontraban en un amplio pasillo abovedado, de puro mármol blanco adorando por una sobrias telas de terciopelo azul; a un lado, a lo largo del pasillo, un ventanal mostraba el vacío espacial. Majestuosa contra la negrura, e iluminada por una próxima estrella ardiente, una flota avanzaba en silenciosa e ininterrumpida formación, casi todas de diseño Imperial, otras exóticas, extravagantes y hermosas, lideradas por un Acorazado adornado en marfil y bronce, con la heráldica de la araña dorada brillando imponente. De toda la escena, sin embargo, los propios acólitos se veían a si mismos tintados de un extraño tono gris, como si las luces no llegaran a iluminarles totalmente, y sus voces sonaban apagadas y ahogadas, como si intentasen hablar atravesando un denso aire o una cortina de agua.
Tras breves instantes y sin previo aviso, una ráfaga de proyectiles y explosiones comenzó a estallar alrededor. Las naves rompieron formación y los aparentes aliados de pronto se volvieron enemigos; a simple vista, ni heráldicas ni banderolas permitían reconocer un bando de otro.
Con las sirenas de alarma sonando a todo volumen, las puertas en un extremo del pasillo se abrieron y las cruzaron una dama de aspecto severo, pero hermoso, con un vestido de un leve gris ceniza y encaje negro; de su mano llevaba a una jovencita que no alcanzaría los 10 años, su cabello negro resaltando contra el blanco del vestido, ambas caminando a paso ligero y precedidas por un único servocráneo plateado. Los acólitos reconocieron a la dama de inmediato como la mujer de la pictoimagen de Erasmus Haarlock, mientras que la pequeña debía de ser su hija por sus similares rasgos.
A pocos metros de alcanzar la puerta en el extremo opuesto del pasillo, unas pesadas rejas de bronce cayeron bloqueando los ventanales y la puerta, y antes de que pudieran girarse o retroceder, el servocráneo cayó abatido con un cuchillo brillante incrustado. Siguiéndolas había aparecido una figura humanoide, de cuerpo vagamente femenino, pero liso y reluciente como agua o cristal pulido. Ninguna reacción de los acólitos tuvo el menor efecto; sus voces no alcanzaron a los presentes, y las armas de fuego atravesaron paredes y personas como si no estuvieran allí. Impotentes, contemplaron cómo el fantasma reluciente atravesó el pasillo atravesando el pecho de Lady Haarlock, que se interpuso en vano para intentar impedirle llegar hasta su hija. La pequeña intentó huir, pero no llegó lejos antes de ser también asesinada, y que la figura que las había atacado se desvaneciera en el aire.
Un aullido espectral inundó la escena, mientras contra el pasillo una de las puertas se contorsionaba y retorcía en la forma de un nuevo portal de espejo, a su alrededor todo se aceleraba con multitud de servidores y soldados atravesando el lugar y tapando respetuosamente los cadáveres de las mujeres con un sudario pálido. Para cuando la escena recuperó un ritmo de tiempo normal, una figura descansaba frente a los cuerpos. La imagen pasada de Haarlock estaba envuelta en un humo negro que se adhería al mismo aire, como si cada movimiento suyo fuera seguido por una sombra en tres dimensiones que seguía sus mismas acciones con unos instantes de retardo, aunque nadie a su alrededor parecía notarlo. El infame comerciante independiente se inclinó a recoger en sus brazos los cuerpos de su esposa e hija y atravesó el pasillo mientras su voz que nadie se atrevía a interrumpir repetía entre ecos: — Me niego... me niego... me niego... me niego... me niego... — hasta que eventualmente desapareció tras la puerta que había sido sustituida por el portal de espejo.
Los siguientes portales de espejo les guiaron por más escenas de lo que parecía ser el pasado de Haarlock. Imágenes desgarradoras que mostraban una versión casi demente del comerciante independiente realizando experimentos impíos e inescrutables en oscuros laboratorios mientras su frustración escapaba de sus pulmones en aullidos desgañitados. Otras de un calculador vengador, ejerciendo las torturas más despiadadas imaginables sobre cuerpos mantenidos vivos a la fuerza mientras Erasmus observaba sin parpadear en un frío silencio.
Pero no todo lo que les mostraron los portales fue el pasado. Tras atravesar uno de ellos fueron inesperadamente recibidos por una oleada de lluvia incesante que les obligó a buscar refugio. Tardaron unos instantes en darse cuenta de que no deberían haber sentido esa lluvia, y que sus cuerpos habían recobrado un tono natural, pero la mayor sorpresa fue la revelación de Nero, que miraba a su alrededor de hito en hito queriendo convencerse de que estaba seguro de lo que veía. Estaban de vuelta en su hogar, en Sinophia Magna.
Sin embargo, no era como la Sinophia Magna que recordaban, a pesar de ser las anchas y bien planificadas calles del distrito comercial, los edificios estaban tapiados, cubiertos por carteles metálicos oxidados, y las calles absolutamente desiertas, ninguna llamada o grito hace salir a nadie y ninguna puerta que prueban se encuentra abierta. Forzando la entrada a uno de los edificios se encontraron con un panorama desolador. Débiles y habitantes al borde de la inanición malvivían en la oscuridad, malnutridos, con escasa piel colgándoles de los huesos, todos ellos atemorizados y gimoteantes en cuanto los vieron entrar. Muchos se apresuraron en reverencias y súplicas, llamándoles "grandes amos", rogando que les permitieran vivir, incluso ofreciendo a los más pequeños y débiles como ofrenda a cambio, también realizando gestos blasfemos como escupir sobre un icono caído y roto del aquila imperial o humillándose ante ellos de varias degradantes maneras.
Nada de lo que sacan a esos pobres desdichados les es de utilidad, salvo el descubrimiento de que aparentemente se encuentran 17 años más tarde de la fecha en que se adentraron en Mara. Cuanto más se fijan en los detalles, más perciben sutiles blasfemias a iconos Imperiales desperdigadas donde antes se encontraban, hasta que una única voz gritando a la nada llama su atención. Siguiendo el sonido se dirigieron hasta donde antes se había encontrado una imponente estatua a San Drusus, la voz gritaba "herejes", "cobardes" y otros insultos similares, intercalados por fragmentos de pasajes de salmos Imperiales con voz potente pero cansada. El origen de aquella voz era un tipejo despreciable, tambaleante con una botella de alcohol barato en la mano, una túnica manchada de sangre por múltiples viejas heridas y varias recientes, y un único casco militar mal encajado sobre la cabeza. Su historia era incoherente, y era difícil saber si el tipo estaba medio loco, borracho, o ambas cosas, pero tras mostrarle el laurel sangriento de Sinophia parece recobrar lo justo los sentidos para contarles, entre clamores al cielo por su pronta muerte como el último fiel del planeta, sobre el regreso de Haarlock y cómo el Imperio en su conjunto había abandonado a Sinophia y muchos otros mundos en una nueva guerra para defenderse contra el "Señor del Oscuro Vacío" como así lo llamaba, mientras el caos campaba rampante y a sus anchas. No más comercio, no más viajes espaciales, solo soledad, escasez y herejía mientras otros libraban lejos una batalla de la que poco les importaba el resultado en aquél olvidado lugar.
— ¡Vayan al puente del santo, allí verán a lo que me refiero! — les espetó, medio riéndose, medio llorando — Si su fe es lo bastante fuerte, les necesitan allí. —
La escena que les esperaba no tenía comparación. Las toscas vigas del antiguo puente habían sido retorcidas y entrelazadas para hacer un arco del que colgaban cientos de cuerpos torturados y crucificados, algunos de ellos gimoteando aún con vida. Una figura sombría aguardaba frente al puente, como contemplando los cuerpos, o esperándolos a ellos, era el viejo Xiabuis Khan, ahora más anciano y pálido, con su antaño reluciente uniforme mostrando óxido y muchas de sus medallas desaparecidas. — Escuché de las sombras que habían regresado, pero no podía creerlo. Los mensajes dijeron que habían muerto en Mara... pero poco importa si escaparon o se volvieron marionetas de Haarlock. ¿Creían que íbamos a permitir que esa vieja araña nos derrotase? — Una serie de poderosos relámpagos iluminó el cielo, y contra el fondo de nubes borrascosas destacó una siniestra figura gigantesca como una montaña en la lejanía, una figura que solo habían visto antes atrapada en un espejo, empequeñecida y sin fuerzas, pero ahora liberada; el demonio capturado por los Haarlock siglos atrás.
— Ahhh, qué irritación cuando pensé que otros habían dado fin a una de mis venganzas antes de poder cumplirla. Qué dulce suplicio, y aún más dulce satisfacción al saber que podré causaros un millón de veces la humillación y sufrimiento que ya os prometí. — la voz del demonio hablaba a través de Khan
— Que Haarlock y la humanidad se desangren mutuamente, soy paciente. Mis sufridores vasallos necesitaban un nuevo amo y ya lo tienen. Intentad no morir... deseo tanto veros en persona... —
La escena se convirtió en hecatombe. Alrededor de Khan varios diablillos fueron invocados y comenzó una terrible batalla contra las fuerzas del caos en plena carrera por las calles de Sinophia, en ocasiones los diablillos arremetían por la fuerza en los edificios y azuzaban con látigos a los maltratados habitantes a atacar a los acólitos en pos de capturarlos, y estos obedecían entre lloros y gimoteos. Todo ello acompañado por los rítmicos temblores de la gigantesca criatura que se acercaba lentamente.
En una heróica última defensa, Childres y Makrade murieron a manos de los diablillos, no sin antes llevarse a varios por delante activando sus últimas granadas. Y aunque el panorama parecía perdido, la muerte del poseído Khan activó la aparición de otro portal de espejo por el que los desesperados acólitos pudieron arrojarse antes de que la sombra que se inclinaba sobre la ciudad por poco fuera capaz de atraparlos.
De su apresurado escape los acólitos cayeron en más escenas interconectadas del pasado, esta vez mostrando los viajes de Haarlock en busca de conocimientos prohibidos, aunque los acólitos lo agradecieron más como una pausa para descansar y recuperarse, ya que aunque el paso del tiempo en el pasado no les afectaba de las misma manera, sus heridas sí que cerraban y se aliviaban de la fatiga a un ritmo razonable.
Eventualmente el portal de espejo les expulsó en otro lugar donde recuperaron su corporalidad, solo podían suponer que se trataba de nuevo del futuro, aunque en aquella ocasión les costó más descubrir donde. Les recibió un aire cálido y empalagoso, apestoso y grasiento, como si les rodease plástico quemado, y ciertamente lo que les rodeaba era un páramo ruinoso, como una zona de guerra de una vieja y poderosa colmena, con montañas de escombros y vehículos militares destruidos o abandonados. Pequeños copos caían a pesar del calor y solo al sacudírselo de las ropas se dieron cuenta de que se trataba de cenizas.
Tras un largo recorrido se encontraron con un camino que les resultaba familiar. Lo siguieron en dirección a unas amplias cúspides derribadas hasta que les sorprendió unos potentes zumbidos. Gigantescos vehículos alienígenas, como gigantescos recolectores tentaculados, caminaban en grupo, muy por encima incluso de los edificios que se mantenían en pie, recorriendo las ruinas y recogiendo restos de vehículos y materiales. Superados en armamento, los acólitos buscaron refugio y se ocultaron en el interior de las ruinas a las que se dirigían antes de ser descubiertos.
Aún tardaron unos instantes más y necesitaron encontrarse con una gigantesca estatua derribada del aquila dorada para reconocer que se encontraban en las ruinas del palacio del Tricorne de Escintila. La ciudad capital del mundo más importante del sector, y cuartel general de la inquisición, todo convertido en ruinas.
Una leve señal de emergencia les guió hasta un vehículo de transporte de tropas Rhino, volcado a las puertas del tricorne y extremadamente dañado, dentro había un cadáver calcinado, del que solo permanecía intacto un brazo biónico con el puño cerrado, protegiendo un sello inquisitorial, un pequeño cilindro negro recubierto de las más elevadas protecciones sagradas, un pequeño anillo con el emblema de la araña dorada, y una miniaturizada placa de datos cifrada.
El grupo rescató aquellos objetos sin un propósito claro, deliberando qué clase de puzzle o recorrido había preparado el teseracto para ellos sin quitarse de la cabeza una extraña sensación acerca del cadáver del Rhino, hasta que inesperadamente Isolda desbloqueó el cifrado de la placa de datos tan solo al sostenerla.
— Sagrados Ordos... — comenzó la voz metálica de una deteriorada grabación de voz, terriblemente cansada y cascada, pero a pesar de ello los acólitos y especialmente Isolda pudieron reconocer la voz de su propia compañera de las hermanas Sororitas saliendo del dispositivo — Si esta grabación alcanza a alguien, que quede como mi último testamento y confesión de mis servicios a la Inquisición... nosotros tuvimos la culpa... nuestro orgullo y arrogancia... nuestros pecados, cuando logramos detener a Haarlock en Mara hace tantas décadas... nos volvimos complacientes; nos creímos invencibles, siervos intocables. Pero la guerra civil, la cábala Tiranista... todo tenía que ver con Haarlock, todo tenía que ver con el Legado, y todo ese tiempo estuvimos tan ciegos... jamás sospechamos lo que provocaría... ahora yo soy la última, todos los demás están muertos. El planeta ha caído, las últimas defensas destruídas... Ya es demasiado tarde para mí... mis piernas son irrecuperables, no puedo escapar y pronto vendrán a por lo que sé. No puedo dejar que secuestren mi mente.
Solo me queda juzgarme a mí misma. Inquisidora Isolda. Gloria a lo que quede del Imperio... —
El silencio que envolvió a los acólitos fue sepulcral, interrumpido solo por la apertura de un nuevo arco de un portal de espejo. La mirada de los acólitos indicaba todas las preguntas y afirmaciones que querían hacerse, pero ninguno se atrevía a pronunciar. Pronto, nuevos zumbidos llenaron el aire, y en aquella ocasión los vehículos recolectores apartaron con brusquedad los escombros, conscientes de que ahí había humanos vivos, en su busca.
Los acólitos se dieron a la fuga, escapando de nuevo a través del portal de espejo antes de ser capturados. En sus prisas, los objetos que habían rescatados del cadáver de aquél futuro incierto se desperdigaron por el suelo al otro lado del portal, y uno por uno comenzaron a disolverse en humo. El cilindro negro protegido por sellos de pureza no fue una excepción, y lo único que lograron ver al fragmentarse este fue cómo contenía un polvo cristalino rojo antes de que todo se desvaneciera en el aire.
Su apresurada salida por el portal hizo que los acólitos tardasen un momento en darse cuenta de que se encontraban de nuevo en el pasado inalterable como fantasmas, pero esta escena era familiar. Era de nuevo el pasillo de mármol blanco con telas azules, la escena del pasado donde murieron la esposa e hija de Haarlock.
La escena transcurrió exáctamente como la recordaban. El súbito temblor cuando las naves comenzaron a atacarse entre ellas, la dama y la joven cruzando el pasillo, las rejas bloqueando puertas y ventanas y el cuchillo derribando al servocráneo.
Sin embargo, cuando la figura apareció y la dama se comenzó a interponer entre su hija y la asesina la escena se pausó bruscamente; no solo la escena, incluso los propios acólitos quedaron clavados en su lugar apenas capaces de mover débilmente los músculos. Desde su posición el exterior comenzó a oscurecerse, la luz de la estrella cercana se apagaba, oculta tras una sombra que se extendía como zarcillos cubriendo el exterior de la nave.
Incapaces de alejarse más de un paso, los acólitos contemplaron de hito en hito cómo aquellos zarcillos se atravesaban los mamparos de la nave como un denso aceite colándose por grietas inexistentes, acumulándose en el suelo hasta alzarse en una figura que poco a poco fue cobrando rasgos humanoides, alzándose como una imponente sombra goteante de Haarlock. La sombra apenas tenía facciones, pero uno podía reconocer vagamente hacia donde miraba su rostro. Primero se dirigió a la asesina, levantó un brazo que del cieno se formó en una ornamentada espada de capitán naval con la que la atravesó el pecho provocando que, congelada en el tiempo como estaba, estallase en mil pedazos que se dispersaron por doquier.
Tras su acto de violencia, Haarlock se inclinó sobre sus seres queridos, y las envolvió con el sombrío cieno. La escena a su alrededor, sin embargo, comenzó a agitarse terriblemente como si el propio universo pudiera sentir lo que faltaba y la perversión de la realidad que había tenido lugar. Allí donde habían caído los fragmentos de la asesina la nave comenzó a desmadejarse y oxidarse, grandes agujeros aparecieron por doquier y el horrible sonido del metal retorciéndose y deformándose lo inundó todo. El único cambio familiar fue la aparición de un portal de espejo en el muro impregnado de cieno oscuro, por el que este se filtraba, abandonando aquella escena en el tiempo que se desmoronaba ante sus ojos.
Cuando el cieno hubo desaparecido los acólitos recuperaron la capacidad de moverse de nuevo, y la escena a su alrededor continuaba transformándose en un caos del propio espacio doblándose sobre si mismo. Tan solo el portal de espejo se resistía a la destrucción a su alrededor y, siendo su única salida realista, los acólitos no dudaron en atravesarlo una última vez.
fin del capítulo 3