Partida Rol por web

24 de nénimë (Febrero) de 3005 de la tercera edad del sol.

El invierno está en sus últimos coletazos. Al menos en cuanto a las temperaturas, que si bien no llegan a congelar el agua, parece que el frío se niega a abandonar estas tierras. Está resultando un final de invierno algo seco, sin apenas lluvias, pero conociendo estas tierras eso podría cambiar de un día para otro. En cuanto al viento, esta parece haberse levantado con furia desde hace un par de días, en definitiva, el mejor lugar en el que se estar, es en la posada El fuego del gusano de pantano.

Habéis pospuesto cualquier decisión sobre que dirección tomar, la inercia parece llevaros en dirección norte, pero con este frío y viento... tal vez se pueda esperar un poco más.

Saer Bruk, el único superviviente del ataque del río. Se recuperó lo suficiente como para poder viajar. Y tras agradeceros infinitamente vuestra ayuda, y aseguraros que siempre estaría en deuda con vosotros; volvió a su poblado, con lo que restaba de su familia. Aprovechó un viajero que hizo noche en la posada, iba en carromato y llevaba esa misma dirección. Se marchó ayer.

Los aventureros ya no eran gente extraña en el lugar y el posadero no hacía más que hablar maravillas de vosotros. Hasta de la medio elfa, de la que decía que no sabía que esa raza de gente fuera tan noble y valiente. Como protegió al muchacho debió de dejarlo impresionado.

Quizá cuando el viento amainara habría que tomar una decisión. El caso es que Nienna, se había visto bien acogida, tal y como necesitaba, simplemente como una más; ni con el peloteo del posadero, ni con las miradas de desconfianza de algunos visitantes de la posada.

Pero había algo extraño en el ambiente en la posada en los últimos días. Algo como de tristeza o de anodino que no sabríais precisar.

Es medio día. El viento aúlla en el exterior de la posada. Aunque el frío a estas horas no es intenso, la chimenea está encendida pues la sensación térmica en el exterior es muy baja a causa del viento y los que entran agradecen el cambio de temperatura. El posadero, una vez más ha sido generoso con vuestra ración de comida, y la primera pinta corre de su cuenta desde hace varios días. Os encontráis los cuatro sentados en la mesa, a mitad de dar buena cuenta de unas costillas hechas a la brasa. El salón está a mitad de su ocupación, algo normal para el clima que hace, además, parece que se esté nublando.

Después de tantos cuidados, nuestro joven invitado logró recuperarse de forma definitiva y marcharse para regresar a su poblado. Al pensar en cómo lo habíamos hallado y también en lo que habíamos pasado para mantenerlo con vida, sentí un halo de nostalgia, en parte por mi propia vida, que había dejado tan atrás.

Cuando finalizaba un capítulo, no podía evitar sentir que había llegado al término de algo mucho más importante y me sentía de nuevo desubicada e insegura.

Pero no estaba sola, y eso era algo a lo que no estaba acostumbrada y que me transmitía una extrañeza de la cual aún no había logrado superar. El posadero hablaba bien, muy bien de nosotros, pero yo tenía demasiado a mis espaldas como para poder hacer otra cosa que sonreír y agradecerle a él sus esfuerzos, pues sin su confianza y comprensión, difícilmente habríamos conseguido lo que buscábamos.

A veces, en los caminos, era posible encontrarse a gente buena, pero quizás aquella ocasión fuese una excepción más que la norma. No terminaba de confiar en que algo así pudiera repetirse más veces.

Por otro lado, mi deuda con el mundo no estaba pagada todavía y dudaba muy mucho que lo estuviera alguna vez, por lo que además de estar cómoda entre aquella gente, a quienes había llegado a apreciar en tan corto espacio de tiempo, me sentía en la necesidad de proseguir un viaje que ignoraba a dónde o a qué me llevaría.

No nos pasó a ninguno desapercibido que el ambiente general había cambiado últimamente, como si se estuviese preparando algo terrible. Lo sentía en pecho, una especie de aprensión, pero no era capaz de describirlo.

-¿No habéis notado como ha cambiado todo últimamente? -comenté en la mesa a los demás -. Es como si de repente... la tristeza estuviera envolviéndolo todo. 

Entonces, me volví hacia el posadero.

-Posadero, ¿qué noticias hay de los alrededores? ¿Ha ocurrido algún hecho llamativo? -le pregunté.

-Será el invierno. - meditó el anciano, que no quería dejarse llevar por esa sensación de tristeza que parecía invadirles en los últimos días. 

Musgoverde había aprovechado los últimos coletazos de frío para recoger las escasas hierbas de invierno que crecían en aquella época y que podrían resultarle de algún valor. Plantas como el muérdago, la hiedra o las yemas de abeto. Una cosecha muy exigua pero que al herborista le servía para mantener su economía y poder subsistir hasta que la primavera rompiera las nieves y garantizara una mejor cosecha en el huerto salvaje que era el mundo. 

Había despedido al muchacho con cierta tristeza por su partida pero contento de que se hubiera mejorado y repuesto totalmente de sus heridas. Le deseo buen viaje y confío en que el destino le mantuviera alejado de los peligros que habían amenazado su vida. Hubo instantes en los que había creído que el joven moriría, y verlo así lleno de vida le congratulaba enormemente. 

Mutfast estaba en su ambiente, al calor de un fuego, rodeado de amigos y compartiendo comida y una pinta de cerveza. Echaba de menos a Angainor, y también a Eadar, Eruiel y Lorgan. Al viejo mago dunadán lo echaba especialmente de menos, por la tristeza de la pérdida. Esa pérdida aún dolía en el corazón de este pequeño hobbit más que ninguna otra. La marcha de Angainor con los suyos había acrecentado dicha melancolía a pesar de que Axe, el viejo Musgoverde y la dama Nienna habían ayudado a hacer más llevadera la pena de que esos amigos no estuvieran a su lado.

- Tienes razón Nienna, el ambiente es melancólico. Los últimos coletazos del invierno seguramente. - comento mientras paladeo la pinta de cerveza. - Pero no debemos sucumbir al desánimo, no cuando tenemos cerveza que tomar y un buen estofado que comer. 

La última aventura había terminado bien, con el joven recuperado y que se reunió con el resto de su familia. Ese sentimiento de haber ayudado a la luz a vencer a la sombra es lo que importaba. 

Sonrío ante tan reconfortante pensamiento y sigo disfrutando de la comida y bebida, esperando que tarde o temprano una aventura se cruce de nuevo en nuestro camino. Miro a la dama Nienna, que parece ansiosa de aventuras, y le comento:

- Nienna, fijo que en menos que canta un gallo en Bree hay alguna tarea en la que podamos echar una mano. 

-¡Estoy de acuerdo en eso, amigo Mut! La gente está muy taciturna, eso es cierto... Pero buena compañía y buena cerveza ayudan a que eso no nos contagie.

Alcé mi jarra para chocarla con la de Mut, antes de beber un nuevo trago.

Fue un orgullo ver partir al otrora moribundo muchacho, convertido de nuevo en alguien con sueños y esperanzas. Le habíamos salvado la vida no sin preocupaciones, pero todo compensaba ante la satisfacción de saber que le ayudamos. Y de que también salimos ganando dinero y arma nueva, en mi caso, que también ayuda.

Los uncas ya habían comido, y tras haber pasado un rato con ellos los dejé descansar. Se merecían una buena carrera por el bosque, pero este frío era matador. Mejor cuando amainase este viento tan cortante.

Me dispuse a encender una pipa, buscando el encendedor en mi bolsa.

-Tengo ganas ya de poder partir por los caminos, lo confieso. Tantos días de quietud se me están haciendo eternos. Espero que ese gallo de Bree no tarde mucho en cantar, jajaja.

Cada uno había afrontado estos días de relajación de un modo distinto. Unos añorando acción, otros viejos amigos que ya no están, atendiendo a vuestros animales, intentando realizar alguna actividad útil... Es importante mantener el cuerpo y la mente engrasados.

Pero aquí estabais, en buena compañía y junto a un fuego reconfortante.

El posadero se acerca ante la reclamación de Nienna y aprovecha para limpiar la mesa con su trapo. Niega con la cabeza a las palabras de la medio elfa que parece tener ganas de acción. Y es que algo entretenido que hacer no estaría nada mal, pero no parece haber suerte.

Ya se retira hacía la barra cuando parece darse cuenta de algo y vuelve sobre sus pasos - Bueno... en realidad si hay algo. Hace cuatro días que no veo a Farahail, y eso es raro, ya sabéis lo que le gusta pasarse por aquí y hacerse de notar -  Carraspea - Y alegrar el ambiente también, claro. Es un pesado, pero hay que ver lo que se le echa en falta cuando no está.

Se os enciente una lucecita en la mente, especialmente a Axe, Musgoverde y Mut que conocen mucho más a Farahail que es todo un personaje. Y claro, eso explica el ambiente taciturno de la posada. El trovador solía animar las tardes en la posada con sus canciones y ocurrencias.

No había nada mejor que tomarse una cerveza con sus compañeros en aquella cálida posada después de estar rebuscando en el monte algunas hierbas y calentarse el estómago con algo caliente. Huesos descansaba enrollado a los pies del animista mientras éste bebía, comía y fumaba.

Cuando el posadero advirtió sobre la ausencia del trovador el animista cayó en la cuenta de que era cierto que al ambiente de la posada le faltaba la voz de Farahail y sus animados relatos. El posadero parecía preocupado al respecto, a pesar de que trataba de disimularlo, y Musgoverde trató de ser positivo.

-Con este frío igual se ha enfermado. Iremos a ver, ¿verdad?

- Cuenta con este hobbit para comprobarlo -  contesto ante la pregunta de Musgoverde sin apenas dudar un segundo - La verdad no nos vendrá mal hacer ejercicio. Esperemos que solo sea que el bueno de Farahail está enfermo, no me gustaría que estuviese metido en problemas. 

Un poco de ejercicio y despertar con el frío me vendrá bien. La inactividad vuelve perezoso al hobbit, y más cuando somos perezosos por naturaleza. Suerte que los Lanudo somos diferentes a los Madriguera y a otras familias de La Comarca, y nos gusta más hacer cosas que permanecer siempre en nuestros smials calentitos. Eso está bien para un tiempo, pero no para toda la vida. 

- Si queréis podemos ir después de degustar esta buena pinta de cerveza. - sugiero al grupo.

-Cierto es que su ausencia se hace notar. ¡Contad también conmigo para visitarle!

Siendo la posada el centro de la vida social de una ciudad, era extraño que Farahail no acudiese a ganarse unas monedas... y gastárselas también casi al mismo tiempo.

Habíamos estado entretenidos hablando, pero el posadero levantó la sospecha, y ahora yo lo único que podía escuchar era el silencio de las canciones ausentes. 

Ojalá la sospecha de Musgoverde fuese cierta, y alguna leve enfermedad le retuviese en casa. De paso le llevaría algo de comer a los uncas, antes de emprender la marcha para la visita.

Bastó aquella chispa para que a todos os volviera a la mente el chistoso Farahail. Aunque muchos en este pueblo no se lo tomaban en serio a vosotros os cayó bien desde que lo conocisteis en el caso del barquero y la niebla.

Mejor salir de dudas y después de aquella cerveza le preguntasteis por donde vivía el trovador. Hacia allí caminasteis, no estaba muy lejos de la posada, como casi todo en este lugar.

Llamasteis hasta tres veces sin obtener resultado, ya pensabais en si marcharos con la preocupación, cuando alguien parece venir directo hacia aquí. Se trata de un señor mayor, que viste bien. Ya perdió la mayor parte del pelo, pero luce una barba afilada de color blanco. Camina rápido para su edad, su rostro está rojo, aprieta los puños y su miraba es baja. Quizá por eso se sobresalta un poco cuando os ve a los cuatro congregados delante de la puerta a la que se dirige.

- ¡Diantre! ¿Sois... los forasteros? Mi hijo me habló de vosotros... - Y en su mirada parece despertar algo de brillo

Musgoverde se preocupó más cuando no hallaron respuesta a las veces que llamaron a la puerta del bardo, pero cuando apareció aquel padre y se presentó como el padre de Farahil esperó que pudieran, al menos, recibir alguna noticia suya.

-Saludos, buen hombre. Nos preguntábamos dónde pudiera estar Farahail, ya que al no escuchar sus versos en la posada nos ha extrañado su ausencia, y el posadero nos ha dicho que llevaba días sin verlo. ¿Sabe usted algo al respecto? ¿Se ha enfermado? - Preguntó manteniendo la esperanza de que su conjetura todavía fuera cierta, aunque algo le decía que no era así.

No era lo que esperaba, pero sin duda sí que constituía una novedad. La ausencia de un trovador podía provocar algarabía si no era del agrado de nadie, o que todo el mundo anduviese taciturno, como ocurría en aquellos instantes. Así que sin nada mejor que hacer, nos encaminamos hacia su casa, aunque fuera solo por devolverle al posadero todo lo que había hecho por nosotros.

Cuando llegamos, nadie pareció responder a la puerta, lo cual tampoco era de extrañar, puesto que si no había venido a la posada, entraba dentro de lo probable que ni siquiera estuviese en la ciudad.

Estaba tan absorta en mis pensamientos, pensando que hacer a continuación, que solo cuando escuché una voz a mi espalda, desperté de mi letargo para volverme hacia ella.

El hombre pareció alegrarse con nuestra presencia, pero había algo en él que transmitía preocupación.

Esperé a ver qué decía ante la pregunta de Musgoverde. Después de todo, siempre había tiempo para echar la puerta abajo de ser necesario y no íbamos a acelerar las cosas sin tener algunas respuestas antes.

Parece que no hay nadie en casa, aunque escucho unos pasos acelerados que vienen a abrir la puerta. El hombre parece ser el padre de Farahail.

- Buen día caballero - saludo cuando el anciano abre la puerta. 

Dejo que Musgoverde pregunte por nuestro amigo. Noto que la mirada del padre brilla al vernos y eso suele indicar que pudo pasarle algo a su hijo, o que tiene algo que ofrecernos. Así que a continuación de mi amigo Musgoverde comento:

- ¿Le pasó algo a su hijo? No solo nosotros estamos preocupados, en la posada lo echan de menos también.

-¡Cierto es! -asentí yo también a las palabras de mis compañeros. 

Observé al hombre, a ver si mostraba algún signo de preocupación o de molestia por verse importunado. Había tardado en abrir la puerta, y quizás le hubiésemos molestado... Por su mirada, no parecía así. Más  bien ese brillo era alegre, o eso me parecía a mí.

A ver qué nos decía de Farahail, pues me temía lo peor. Quizás alguna enfermedad, y que su padre haya estado cuidándolo... Atendí para escuchar su respuesta.

Era evidente vuestra preocupación, pero el rostro del padre de Farahail reflejaba aún más ese estado de ánimo.

- Oh... Me llamo Nadhaim. Vengo de ver a los ancianos. ¡Qué serán muy viejos, pero que de sabios no tienen nada! - Terminando alzando la voz en dirección al lugar del que venía a pie.

- Lo siento - Sacó un pañuelo del bolsillo para pasárselo por la frente. No por calor, sino por lo alterado que estaba.

- ¿Sabéis lo que me han dicho? ¡Qué ya es mayor para cuidarse solo! Ese grupo de vejestorios le tienen manía - El hombre no atinaba a calmarse. Se guardó el pañuelo y sacó una llave con la que al segundo intento logró abrir la puerta.

- No, no está enfermo, ha desaparecido. Pasad por favor, y os lo contaré todo - Entrasteis en la casa y os dio paso al salón - ¿Queréis tomar algo?

Poco después ya os estaba contando lo sucedido - Hace tres días marchó a la granja de unos amigos, me dijo que pasaría la noche. Pero esta han pasado ya tres noches. Esta madrugada no me aguantaba más y salí con mi carro antes de despuntar el sol. En la granja se mostraron sorprendidos. Me dijeron que había pasado una noche y al día siguiente partió al atardecer. Ahora vengo de pedir ayuda al consejo de ancianos y... bueno, os lo podéis imaginar.

Parecía que sus nervios iban a menos, aunque no su preocupación - Estoy convencido que algo le ha pasado, ha ido otras veces y es la primero que se demora tanto.

Musgoverde lanzó una mirada a sus compañeros cuando, entre sofocos y nervios, el anciano logró decirles que Farahail estaba desaparecido. Se confirmaban los peores temores del grupo, y él estaba decidido a ayudar al pobre bardo, por lo que no dudó en aceptar la invitación del padre de Farahail a pasar al interior de la casa.

-Tomaré un vaso de agua fresca. - Dijo el animista, que no quería importunar mucho al señor y esperaba ansioso a escuchar qué era lo que le había pasado a Farahail.

Escuchó la historia con atención, mesándose la barba y acariciando la cabeza de Huesos. El comportamiento del bardo era realmente extraño. ¿Adónde habría ido tras salir de la granja de sus amigos?

-¿No os dijeron hacía dónde partió o si tenía algún asunto que atender allí a donde fuera?

La noticia de la desaparición de Farahil no era para sorprenderse, pero sí que abría más incógnitas de las que esperábamos. El hombre era su padre y no dudó en darnos paso al interior de la vivienda para poder relatarnos todo lo que sabía. Parecía que o bien no había venido de regreso a la ciudad, o alguien le había interceptado por el camino.

-Decidme, mi señor Nadhaim. ¿Hacia dónde partió? ¿Fue en dirección hacia aquí, para volver a casa, o tomó otro camino para marchar a otro lugar? Sin duda alguna, en la granja deben haberse fijado en ello -comenté, intentando sacar alguna información más aparte de su desaparición.

No dudaba que el hombre estaba preocupado o más bien, angustiado, pero era mejor partir con una idea previa en mente que hacerlo sin rumbo fijo.

Sin duda alguna, si queríamos encontrarle debíamos dirigirnos hacia la granja, pero si se había dirigido de regreso, el camino podía mostrarnos unas pistas en las cuales no repararíamos de no saber que así había sido.

Sigo al anciano y al resto de mis compañeros al interior pero descarto que me sirva nada, ahora mismo estoy más interesado en saber donde está nuestro amigo que en tomar algo. 

- Sin duda alguna debemos ir hasta esa granja y desde allí ver que nos cuentan. 

Las noches a la intemperie son frías aún, y no sé si nuestro amigo sabe desenvolverse al aire libre. Eso es algo que me preocupa mucho, además partió al atardecer eso indica que su destino estaba cerca ya que de no ser así no habría empezado el viaje tan tarde.

- ¿Cerca de la granja su hijo conoce a alguien más? Porque partir de tarde indica que seguramente su viaje fuera corto.

La desaparición de Farahil confieso que sí me tomó de sorpresa. Pensaba en alguna indisposición, pero el.que no regresase a casa era quizás peor. Cualquier cosa podría haberle pasado en el camino de vuelta, al parecer, desde un asalto hasta un accidente y que todavía se hallase con vida en algún repecho del camino.

-Cierto es que debemos ir a buscarle, como mis amigos indican. Si los ancianos no quisieron ayudar, ¡contad con nosotros para hacerlo! Pero sí, cuantos más datos nos déis serán de gran ayuda. Saber el camino por el que fue, qué granja visitó... Así podremos reconstruir sus pasos. E incluso si nos prestáis alguna de sus prendas, nuestro amigo Huesos aquí presente o unos uncas que nos esperan quizás hallen su rastro en el camino, a pesar de que hayan pasado días. 

El fino olfato de un sabueso era legendario, y los uncas quizás también podrían ayudar a encontrar ese rastro perdido.

El hombre fue hasta una jarra de barro de la que llenó un vaso para Musgoverde y se lo ofreció.

- No, nada les dijo que les llevara a pensar que iba a algún otro sitio que no fuera aquí de vuelta… - Con esto respondió tanto a la pregunta del animista como a Nienna. No parecía haber sospecha de nada extraño cuando partió de la granja.

- Oh… ¿De verdad haríais eso? - Su rostro se ilusionó ante la esperanza de que alguien lo ayudara en su empresa – Aunque permitidme además que os ofrezca un par de monedas de oro. Sé que no es gran cosa, pero al menos que sirva para cubrir vuestros gastos – Sacó el dinero y os lo entregó de inmediato.

El hobbit pensó además, con buen criterio las condiciones de frío si ha tenido que pasar alguna noche al raso. Eso le llevó a la siguiente pregunta, quizá pensando en que se pudiera refugiar en algún sitio. Pero el hombre negó con la cabeza – Hay alguna granja más de camino a aquí… pero nunca me habló de nadie más que visitara por la zona.

El hombre se levantó, abrió un armario y empegó a rebuscar entre pergaminos, algunos de los cuales cayeron al suelo - ¡Ah, este!

Lo desplegó en una mesa, tomó una pluma y tinta, y en el extremo que estaba más al norte escribió la localización de la granja, Hacienda Auram. Luego antes de que se le pudiera olvidar, fue hasta un cuarto y volvió con una camisa del trovador.

Ahora sabíais el lugar al que había ido, tocaba pensar en como afrontar la misión. Medio de transporte, cuando salir, la velocidad, en que fijarse, etc. El éxito o fracaso podía depender de ello.