ACTO 1
Capítulo 3 - Escena 1: Llegada a Shiro Iuchi

" Queda una hoja
        en la rama desnuda
                 tras el invierno."

El grupo de investigadores viajaron hacia el oeste y en pocas horas avistaron las magnificas vistas de la provincia Unicornio y su castillo.

La extraña arquitectura del castillo Iuchi era reminiscente de Shiro Shinjo (*), cuya forma poco convencional en el uso de muros poliédricos, se decía que recolectaba remolinos de fuerza sobrenaturales.

El castillo era un lugar inquietante. Su entrada daba al norte, lo que obligaba a los viajeros a caminar por un ventoso camino de acceso. Había profundos despeñaderos a ambos lados del camino, como si fueran barreras para un ejército. Un fuerte viento ululaba constantemente a través del estrecho paso, y el camino era de tierra densamente compactada. Los únicos animales que se podían ver al sur eran las palomas que vivían en las colinas... pero al norte, en el valle protegido por el lago, se encontraba un bosque frondoso.

Al igual que Shiro no Soshi, Shiro Iuchi estaba rodeado por un campamento de refugiados, por lo que no resultaba sorprendente que si la magistrada escorpión Shosuro Norie, que debía mostrar los colores de su clan, se encontrara con que volasen en su dirección escupitajos y piedras.

Pero entre la multitud se podía ver motas de púrpura ocasional. Los bushi Unicornio trataban de velar por el bienestar de sus plebeyos, tal y como ordenó Shinjo tanto tiempo atrás. Una cantidad indeterminada (**) de escuadrones de hombres tenían órdenes de proporcionar toda la ayuda que pudieran, y los shugenjas Iuchi con entrenamiento en medicina trabajan duramente en detener la propagación de enfermedades y tratar heridas.

Los recién llegados al palacio al palacio fueron acompañados y se les ofreció un baño así como tiempo para comer y refrescarse. Mientras los criados les acomodaban, preguntaron con quién deseaban hablar primero.

La desgracia que rodeaba a Kyuden Iuchi pareció pesar menos sobre Ikoma Kazuo que la que habían visto en el castillo de los Soshi, no por la diferencia en magnitud, sino porque la plétora de desgracias que habían investigado a lo largo de los días ya le había endurecido el corazón. El León cabalgaba con fría determinación cuando la multitud arremetió contra Shosuro Norie, y el bardo contratacó en defensa de ella como pudo valiéndose de su poderosa voz, llamando al orden en el nombre del Emperador. 

Tras asearse y prepararse para las presentaciones, con la garganta todavía seca y áspera como la corteza de un roble, susurró con voz ronca una sugerencia a su magistrada: 

—Mirumoto-sama. Creo que deberíamos cosechar más frutos de los que aquí se nos ofrecen. Dadme permiso para, al caer la noche, dirigirme a las tabernas a ver qué nos puede decir la soldadesca... 

Mientras ella lo meditaba, Kazuo se dirigió con una pregunta a los criados: 

—¿Se encuentra en el castillo la dama Miya Himeko?* Traigo un mensaje para ella —dijo, con voz grave y sin ganas de jugar con la ironía del asunto. Al fin y al cabo, parecía que hacía de mensajero para quienes habían sido designados como tales por el mismísimo Hantei. 

Continuaron el viaje con rapidez, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en dejar atrás el horror de la aldea envenenada sin hablarlo, y no mucho después alcanzaron los muros del hogar de los Iuchi, rodeado por refugiados.

Cuando vio a las tropas Unicornio entre los refugiados trató de sacar alguna conclusión del escenario, pero no fue capaz. Era consciente de que una de las acusaciones mutuas de ambos clanes era que el otro había conseguido tropas de refuerzo de otras familias, pero en esos momentos sólo era capaz de ver otra marea de miseria salpicada de motas moradas.

Frustrado, se dedicó a observar otros detalles. La geometría de la fortaleza resultaba extraña, como un bastión extranjero en Rokugán. El propio castillo parecía bastante yermo, pero el bosque del valle llamaba la atención, y tal vez fuese un buen lugar para visitar más adelante y ver si la naturaleza era capaz de darle las pistas que los samuráis se negaban a ofrecer.

-¿De dónde proceden tantos refugiados? -Preguntó, extrañado. Comprendía que los campos salados de los Soshi hubieran obligado a los heimin a amontonarse en las puertas de sus señores, pero no terminaba de comprender el motivo por el que los Iuchi permitirían a sus súbditos dejar atrás sus campos.

Al entrar en la fortaleza, fue Kazuo el que se adelantó para intentar encontrar a la dama Miya que decía haber salido de su aldea para curar a los enfermos de los Unicornio, una pregunta muy adecuada. Si la dama estaba en algún lugar, sin duda sería aquel, pero estaba seguro ed que su compañero sería capaz de manejar esa situación, así que se decidió a buscar sus propias formas de avanzar.

-¿La comitiva de magistrado Shinjo Tsume sigue en el castillo? -Preguntó a los sirvientes que les atendían. -Si es así, me gustaría concertar un encuentro con él. En caso contrario, aguardaremos a ser recibidos por vuestro señor en cuanto le sea posible.

Los samurai son tratados con el máximo respeto, sus criados se ocupan de los caballos y criados tras dejar sus pertenencias. Luego son llevados hasta una sala de recepción donde hay varios dignatarios con las túnicas y armaduras púrpuras del clan Unicornio.

Uno de ellos se acercó a la magistrada y sus agentes. Parecía un hombre de porte noble y que gozaba del respeto de la mayoría de cortesanos y shugenjas de la zona.

- Bienvenida, magistrada Mirumoto. Vuestros consejeros y asesores sois bienvenidos a nuestra humilde casa. Soy Iuchi Hiroichi, Raro del castillo y señor de las tropas de defensa del hogar de los Iuchi.

El samurai se inclinó hacia el cortesano Ikoma cuando hizo su pregunta a un criado y se ofreció a contestar amablemente.

- La honorable dama Miya está aquí con nosotros, samurai León. Se encuentra entre los refugiados, organizando el campamento para atender a los refugiados que han padecido un brote de enfermedad. Se encuentra ayudando a nuestro señor Iuchi-sama en las labores de organización y sanción.  He de admitir que la dama Himeko ha sido una persona de noble corazón, que sin importar que sea una noble de sangre imperial, ha estado ayudando a todos los necesitados, ya fueran niños o ancianos sin importar su rango social.

Señaló hacia el campamento refugiado desde un balcón donde podía apreciarse las zona más bajas que rodeaban al castillo.

- Respecto al Magistrado Tsune-dono, se dirige hacia aquí en cuanto ha sabido de vuestra llegada. Mirad justo por ahí llega.

Al decir estas palabras, una comitiva subió los últimos peldaños hasta la enorme sala.

Shinjo Tsune estaba acompañado de su discípula, Shinjo Hikaru. Los dos venían caminando con un hombre vestido con túnicas de Shugenja y que portaba un atuendo llamativo y casi intimidante: Portaba una máscara completa que cubría su rostro y un par de sai de excelente manufactura en su obi (*)

- ... Pero no lo entiendo... acabáis de llegar, vuestra habilidad es famosa en todo el imperio y vuestra destreza en la batalla legendaria. No podéis marcharos ahora. Vuestro tío, el Daimyo os podría necesitar si los escorpión levantan armas de nuevo.

¿Es que no queréis servir a vuestra familia?

Tsume hablaba preocupado hacia la figura de máscara tenebrosa.

El hombre enmascarado pareció ignorar a todo el mundo en la sala, y simplemente se dirigió hacia las escaleras que ascendían a la residencia privada de la familia.

- No me interesa las vicisitudes que aquí acontecen, Magistrado. Solo he vuelto a por unos libros y un par de cosas personales.

Mi servicio a mi clan trasciende los sucesos de la tierra en Ningendo. - dijo girándose en una pausa dramática - He visto devorar los corazones de niños. He visto a hombres bañándose en sangre de vírgenes y secándose con su cabello. He cabalgado con los ejércitos de la muerte y he dormido en sus camas.  

Pero no fue aquí.

Luego retomó el paso hacia las escaleras - Tengo cosas más importantes que hacer que mediar entre una trifulca sin sentido por un pedazo de tierra.

La expresión del bardo cambió cuando Iuchi Hiroichi confirmó la presencia de la dama Miya Himeko en el castillo. Sus ojos refulgieron lo que duró un suspiro, el tiempo que necesitó para controlar sus emociones. Llevó la mano derecha al interior de su vestimenta, buscando algo en el bolsillo interior de su pechera, justo donde le caía el corazón, pero nunca extrajo nada más que sus dedos. Parecía como si solamente hubiera querido confirmar que, fuera lo que fuera lo que hubiera acariciado, seguía allí con él. 

Las voces de los dos samuráis acercándose arrastraron a Kazuo de vuelta al mundo de los mortales. Sabía de sobra que era de mala educación escuchar una conversación de la que uno no era parte, pero habían sido ellos quienes habían pronunciado palabras tan terribles al pasar por su lado. No pudo evitar mirar a Satoru, de quien esperaba una explicación más coherente de lo que acababa de decir. 

—En el nombre del Emperador, aguardad un segundo—dijo, buscando llamar la atención del trío, pero sobre todo del hombre enmascarado. A continuación, hizo una reverencia—. Tsume-dono. Hikaru-dono. Humildemente les saludo. Vos sois Karasu, de la familia Iuchi*. ¿No es así? Ruego disculpéis mi indiscreción. Soy Ikoma Kazuo, y represento a la aquí presente magistrada Mirumoto Megumi-dono. Por favor, deteneos un segundo. ¿Qué es eso que habéis dicho? ¿A qué os referíais? 

Las tres figuras se giraron hacia los nuevos visitantes,  y la discípula de Shinjo Tsume buscó con ojos risueños la presencia de uno de ellos.

- Isawa Satoru-san... estáis aquí al fin.

Tras entrar al interior del castillo, fue un corpulento Unicornio quién los recibió y se presentó como Hiroichi. Rápidamente, correspondió a los saludos y las formalidades y escuchó con interés que en efecto la neutral Miya se encontraba allí, pero aún con más interés la reacción que esas palabras pareciendo generar en su viejo amigo.

Sin embargo, rápidamente su atención se desvió hacia el grupo de samuráis que se acercaban y, si bien el aura del grupo era más bien oscura, con el peso de alguien como Iuchi Karasu entre ellos, para el Isawa era como un soplo de aire fresco, algo que se avivó cuando la joven que acompañaba al magistrado se dirigió a él.

-Hikari-san. -Respondió Satoru, con sus labios curvándose en una sonrisa radiante y sincera mientras se acercaba a ella para saludarla. -Verte siempre es una luz en mi camino. -Añadió, utilizando el nombre de ella para un sencillo juego de palabras. (*)

-Shinjo Tsume-sama. -Saludó también a su padre, dedicándole una profunda reverencia, aunque en su interior estaba preocupado. No le había gustado demasiado el enfoque de Tsume respecto al conflicto al sugerir la posibilidad de un nuevo ataque. -Me alegra veros de nuevo, aunque sea en circunstancias tan oscuras. Dejad que os presente a la magistrada Mirumoto Megumi, a cuyas órdenes me encuentro.

Hizo un gesto a la Dragón para que pudiera acercarse y conocer al tercer magistrado, y cuando lo hubo hecho, volvió a prestar atención al grupo de Tsume y a su compañero, que ya había iniciado la conversación.

-Todos deberíamos interesarnos más en lo que aquí sucede, Karasu-sama. -Se atrevió a unirse a la conversación que Kazuo había iniciado con el terrible shugenja. -Si dejamos que se planten más semillas de odio, se derramará sangre hasta que los campos de estos valles se tiñan de rojo y no importe a quién pertenezcan.

La investigación continuaba y ésta vez nos llevó a tierras del Unicornio, en concreto nos dirigimos a Shiro Iuchi. El lugar era tan distinto a los ojos de cualquier rokuganés como las costumbres que se habían traído del exilio. Tanto la arquitectura del castillo como los accesos tenían una indiosincrasia propia, distinta a las tradiciones. Y si así eran las edificaciones, tampoco cabía guardar esperanzas de los unicornios, pues eran conocidas sus formas tan carentes de protocolo como si de Cangrejos se tratara.

Nos acercábamos al castillo y una fuerte ráfaga de viento vino a recibirnos, no sólo eso, nos acompañaría hasta traspasar las puertas, mas que algo natural más parecía una fuerza defensiva que obstaculizaba a todo visitante llegar a Shiro Iuchi.

Atravesamos un campamento de refugiados, justamente a la entrada. Aparentemente no estaba demasiado jerarquizado y probablemente si no lo controlaban bien podría haber revueltas. Aunque estando con aquel clima bélico, no faltarían tropas para resolver cualquier problema que allí surgiera.

Despierto estuvo Ikoma-san al referir que trataría de pasarse por alguna taberna de las allí cercanas para prestar oídos a los comentarios que despertasen tanto las visitas de los magistrados como el correr del conflicto que se había originado - adelante, procurad venir con buenas nuevas.

...

Tras cruzar las puertas somos conducidos a una sala de recepción donde el raro del castillo haciendo de anfitrión nos recibe, dándonos la bienvenida - Bien hallada, Iuchi Hiroichi - lo saludo conforme al protocolo imperial y permitiendo que los demás también mientras presto atención a las costumbres del raro y me fijo en su atuendo, así como en los detalles de construcción que pueden verse en dicha sala.

Iba a preguntar por el magistrado unicornio pero otorga dicha información apuntando que está llegando, me giro para observar cómo lo hace en compañía de su discípula y un shugenja con ropajes extraños, aunque lo más sorprendente es tanto la conversación con la que llegan hablando como su máscara. También el hecho de que un Shugenja portara sais no me pasa desapercibido. Sin duda me intereso por él, acercándome con la disculpa de saludar al magistrado - no nos han presentado...

El Shugenja enmascarado se detuvo en las escaleras y se giró con gesto perezoso ante la petición del Ikoma. Sus ojos miraron al cortesano desde detrás de la horrible máscara.

- Me refería a cuando pasé mucho tiempo en las Tierras Sombrías. Nada que tenga que ver con lo que aquí ha pasado.

Si me disculpan. 

El hombre no parecía tener muchas ganas de conversar con nadie.

El Magistrado se acercó a los agentes y saludó con una inclinación a Isawa Satoru.

- Un placer volver a verte, Isawa Satoru-san - Luego se inclinó con respeto a la magistrada Mirumoto cuando esta fue presentada por el shugenja. - Honorable Magistrada Mirumoto, soy Shinjo Tsume.

Los protocolos de investigación recomiendan que no comparemos muchos detalles, para mantener la neutralidad de nuestras propias conclusiones. Pero le presento mis respetos y le aseguro que tendrá toda la colaboración posible del clan Unicornio.

Quedan pocos días para que nos reunamos junto al ejército imperial para emitir una sentencia. Espero que sepan aprovechar el tiempo.

Kazuo lucía ánimos sombríos por el motivo que fuera, aunque al lado del oscuro Iuchi Karasu su semblante pareciera el más vivaz de Rokugán. El bardo se inclinó ante la escueta respuesta del shugenja y empezó a escuchar a Tsume-dono sin dejar de mirar de cuando en cuando al hombre enmascarado. Sin embargo, los consejos y la imparcialidad en su opinión impostada del magistrado le irritaron un poco, y muy pronto se encontró con su atención volcada por entero en esa otra conversación. 

—¿Qué solución le veis a este conflicto? —le preguntó, sin tapujos ni tampoco adornos.

Kazuo realmente no veía un culpable claro, y sin uno jamás iban a encontrar una resolución justa. Si Shinjo Tsume no quería entrar en detalles entonces no tenía por qué hacerlo, pero de su respuesta el Ikoma esperaba al menos poder adivinar si su honorabilidad era mayor o menor que la lealtad a su clan. 

Tsume inspiró profundamente antes de reponder al cortesano Ikoma.

- Estoy totalmente decidido a descubrir todos los detalles de los crímenes, sobre todo las acusaciones sobre los Escorpión.

Por desgracia, ya me ha pasado en otras ocasiones que criminales Escorpión se han librado de la justicia por culpa de pequeños tecnicismos o hábiles manipulaciones en oídos importantes, y esta vez alguien debe pagarlo.

Puede que crea que estoy condicionado por mi clan, pero se equivoca. Creo en la nobleza de combatir por una causa justa, y considero estos crímenes de guerra despreciables. Los escorpión siempre afirman que sólo hacen lo que deben, y aún así utilizan asesinos y venenos para evitar hacer lo que deben... ¡combatir con firmeza y honor! - Sus palabras estaban llenas de firmeza y resolución. Su tono de voz grave pero sin titubeos.

- Creo firmemente que mi clan es inocente, aunque he entrenado durante muchos, muchos años para desarrollar el doble rasero necesario para al mismo tiempo conocer y hacer cumplir estrictamente las leyes red nuestro Emperador indistintamente de quién las cometa.

Nos falta investigar el poblado envenenado, pero ya hemos estado en las minas y en el Templo derruido.

Cruzó las manos detrás de la espalda, sacando pecho. - El día del juicio presentaré de forma oficial las pruebas y emitiré mi veredicto como Magistrado esmeralda, al igual que las otras dos magistradas Mirumoto-sama y Shosuro-sama.

- El honorable Karo Yuchi Horiuchi-sama es el encargado defender el castillo y gestionar el campamento de refugiados. Él podrá darles toda la información que precisen.

Deberán perdonar al actual Daimyo. El honorable Iuchi Daiyu-sama está todavía muy afectado por la muerte de su esposa a manos de esos asesinos escorpión. Incluso su padre, el retirado señor Iuchi Kurosho-dono ha salido de su encierro en un monasterio para venir a ayudar con la gestión de los refugiados.

Satoru cruzó una mirada de preocupación con su compañero Kazuo. La respuesta de Tsume no había sido precisamente la que él hubiese esperado de un magistrado neutral, y prácticamente había dejado claro que en su opinión los Escorpión eran los culpables de todo cuanto había acontecido en los valles por usar métodos deshonrosos para la guerra.

No hacía falta ser un adivino para augurar cuál sería el veredicto del Shinjo.

Pero, después de lo que ya habían visto, Satoru tenía bastante claro que la guerra en aquellos valles tenía poco o nada de honor en cualquiera de los bandos. A cada paso que daban encontraban más miseria, rencor y semillas de odio. Y si tanto Tsume como Norie actuaban igual, entonces la resolución del metabolismo recaería casi completamente sobre Megumi.

-Aprovecharemos el tiempo que nos queda tanto como podamos, Tsume-sama. -Aseguró al magistrado, conteniendo el suspiro de frustración que trataba de escapar de su pecho.

La respuesta de Karasu ensombreció aún más sus pensamientos. El temido shungeja insistía en no tener nada que ver ni tener interés en el conflicto, pero su presencia en esos momento no podía tratarse únicamente de una casualidad. Sin embargo, a pesar de su curiosidad, Satoru escogió no insistir. Lo último que podría venirles bien era atraer la ira de aquel hombre, especialmente si estaba involucrado en el conflicto.

-Por el momento, creo que deberíamos entrevistarnos con Horuichi-dono. -Sugirió a la magistrada. -Así podremos trazar mejor nuestras investigaciones en estas tierras.

-Hikari-san. -Añadió, girándose hacia la joven. Tenía pensado dirigirse al bosque cercano cuando hubiesen acabado con la política, y era una oportunidad para poder tratar a solas con su amiga. -Cuando hayamos terminado la entrevista con el honorable Karo… ¿Querríais acompañarme en mis meditaciones? Sería un placer, si vuestros deberes os lo permiten.

Kazuo se esforzó por esconder la sonrisa cínica que la respuesta del magistrado Shinjo jugaba a provocarle. Algo, lo que fuera, le había dejado trastocado, un tanto fuera de sí, y aunque por momentos pareció capaz de gestionarlo, la respuesta de Hikari pareció herirle. Después de que Satoru hiciera sus proposiciones, él tomó la palabra: 

—Lamentamos mucho el fallecimiento de la dama —miró a uno y otro, a padre e hija—. Magistrado Shinjo-sama... ¿habéis tenido vos la oportunidad de hablar con él? El señor Soshi Bantaro sí tuvo a bien recibirnos para dar su testimonio. Sería una pena no poder equipararlo con el que nos diera el daimyo de estas tierras. 

 -Cuando hayamos terminado la entrevista con el honorable Karo… ¿Querríais acompañarme en mis meditaciones? Sería un placer, si vuestros deberes os lo permiten.

La joven se giró para mirar el gesto del magistrado unicornio, buscando su aprobación, por si le iba a necesitar.

- Mañana debemos partir pronto, pero estoy segura de que tendremos un rato para conversar cuando hayan terminado su entrevista. Estaremos por aquí cerca, por si necesitan algo. 

¿habéis tenido vos la oportunidad de hablar con él? El señor Soshi Bantaro sí tuvo a bien recibirnos para dar su testimonio. Sería una pena no poder equipararlo con el que nos diera el daimyo de estas tierras. 

Iuchi Hiroichi parpadeó confuso, no seguro de si lo que acababa de escuchar era un comentario casual o un insulto velado. 

- Disculpe... nuestro amado daimyo, Iuchi Daiyu-sama les recibirá, si es lo que desean. Es solo que... la muerte de su familia le ha dejado una huella importante en su mente y su corazón.

Necesita recuperarse.

Kazuo asintió e hizo una reverencia. Después miró a la magistrada Mirumoto Megumi, que era sobre quien recaía la decisión.