Partida Rol por web

Continúas escuchando a los hombres desde tu posición, mientras sigues agazapado con el temporizador del explosivo en tus manos.

Morton estaba a punto de irse cuando fue interrumpido por Updike, quien le retuvo cogiéndolo del brazo:

-Espera. Nos despertó un estruendo. Ella dice que no escuchó nada. ¿Fuiste tú el causante, o esa cosa…? ¿Dónde está Uder?

Varios segundos fueron los que la mirada agresiva de Morton estuvo fija en la de Updike. Acabados éstos tiró fuerte del brazo para desembarazarse del agarre de Steve.

Meneó la cabeza negando a la pregunta y se quedó quieto con los brazos cruzados.

—Pregúntaselo a ella —dijo levantando las cejas hacia la araña robótica.

Updike apretó los labios, entornó los párpados, fingió desdén ante su desplante... Miró a la araña, de nuevo a Morton, a Picahielos, la mueca de burla deriva en estupor: ¿habla en serio?

-Que le pregunte… a ella… a la araña ¿Me tomas el pelo? Le pregunto, a la araña.

Updike se adelantó un par de pasos, se aclaró la voz, y, alzando la palma izquierda, saludó al Rack:

-¿Hola?

La única respuesta que Updike obtiene, es un nuevo movimiento de la araña, dando ésta un pequeño paso hacia un lado. La cabeza de ésta gira hacia un lado, y luego hacia el otro, moviéndose despacio, al son del ya inconfundible sonido que acompaña cada uno de sus movimientos. Pero para desilusión de Updike, ni una sola explicación.

Resopló y retiró la mano para frotarse el rabillo del ojo.

-Hablar no habla, pero… ¿No tendría que haber circuitería por algún sitio? –abarcó el taller con un gesto. Se encogió de hombros y claudicó: -En fin. Busquemos al viejo.

Morton carajeó sonoramente ante la reacción de Updike. Los inventos de Krazmersky estaban sacándole de su racional posición, tanto que había llegado a aceptar la sarcástica afirmación de Morton.

—Pues no creo que haya que buscar demasiado. Tengo cierta intuición de que el viejo está muy cerca —dijo en voz alta mientras miraba alrededor.

Picahielos habló entonces:

-¿Como sabes que no nos atacará esa cosa? Quizás su única función no sea la de simplemente acercar cosas, sino la de defender este almacén de intruso... ¿El viejo está aquí? Lo suponía viendo que la muñeca Elle estaba en el salón. Voy a buscarlo, no dejes de apuntar a esa cosa Updike.

Dicho este se internó en el almacén entre las tétricas estanterías llenas de imitaciones de miembros humanos.

Updike se acerca a la mesa de trabajo entablando de nuevo conversación con Morton:

-Picahielos opina que Elle, que la esposa, es otro de esos autómatas. ¿Qué te parece todo esto? ¿No es asombroso?

Una voz altisonante se alzó desde la oscuridad.

-¿Qué creen que están haciendo? ¿Por qué han bajado a mi taller? ¡Aquí no hay nada de su incumbencia, márchense!

Morton permanecía apoyado sobre el marco de la puerta. La mirada se dirigió hacia la oscuridad y su gesto se tornó en una sarcástica sonrisa que acabó en una sonora carcajada.

—Mis sospechas no eran infundadas —dijo irónicamente.

Todavía no había visto al viejo pero reconoció la voz. Sintonizaba la mirada hacía la oscuridad tratando de adaptar sus pupilas a ella y reconocer por fin el rostro de Uder.

Acto seguido miró hacía Updike y asintió. Era todo lo que podía esperar de una conversación con Morton. Las sospechas de Picahielos le parecían ridículas pero en una cosa si estaba de acuerdo con Updike: el viejo era asombroso.

Picahielos se despistó entre las estanterías. El taller parecía más grande de lo que pensó en primera instancia y no solo había miembros de plástico sino instrumentos que iban desde lo que encontrarías en cualquier taller de automovilista a lo extraño. Algo era cierto viendo todo esto, el viejo había estado trabajando muuucho tiempo. Se estremeció al pensar en el ejercito de muñecos que podría crear aquí.

Escuchó la voz de Morton y la protesta del viejo no muy lejos. Intentó guiarse por el sonido para poder encontrarlos en este laberinto de siniestras imitaciones y extrañas herramientas.

-Pero qué cojones… -articulo al cabo de unos segundos. Apartándome de Morton, escudriño con la vista las tinieblas y ensayo una excusa: -Uder, ¿está usted ahí? Oímos un golpetazo, hemos venido a ver si se encuentra bien.

-Claro que estoy bien, muy bien. ¡¡Exceptuando el hecho de que una panda de delincuentes y asesinos me tienen secuestrado en mi propia casa, amenazan y encañonan a mi esposa y meten las narices en mi taller!! -Dice el viejo desde las sombras, progresivamente nervioso.

-Y ahora, fuera de aquí. Este es mi taller y es muy peligroso. Será mejor que nos vayamos todos.

Es curioso que el viejo, por fin, aprecie la situación con lucidez.

-Por favor –me quejo-, no les hemos tocado ni un pelo. Les pudieron haber tocado presos mucho más desagradables.

“Salga donde podamos verlo y nos iremos todos juntos, no queremos enfurecer a su perro-guardián. Uder, explíquenos, ¿cómo es que aprendió a hacer estas cosas? Me refiero a esta araña, a la niña del violín, al limpiabotas, al juguete que afila las navajas, a las manos que hacen de lavaplatos…

Me muerdo la punta de la lengua para no mencionar a Elle. A medida que hablo, retrocedo hacia las escaleras, realizando gestos de apaciguamiento, aunque sin saber muy bien hacia dónde mirar.

El viejo no lo había entendido. Quizá la primera intención de Updike cuando llegaron a la casa fuera excesiva pero la cordialidad había acabado por hacer creer al viejo que él tenía el control.

Morton meneo la cabeza y cambió el gesto a uno mucho más serio; el gesto habitual. Con ese semblante se dirigió al lugar de donde venía la voz del viejo Uder. Sus intenciones eran claras y cuando estuvo a suficiente distancia para poder ver a Uder le hizo un gesto agresivo con la cabeza.

—O sales ahora o te sacaré yo... y eso no te va a gustar —parecía leerse en su rostro.

Una vez más ladeo la cabeza incluso más agresivamente.

—Muévase viejo.

El cambio de actitud de Morton, provocó que la araña diese unos pasos, como de costumbre irregulares y torpes, colocándose a medio camino entre Morton y  del lugar de donde provenía la voz del viejo. Como fiel protector de su amo, el autómata permaneció en ese lugar, sin perder de vista a Morton.

Apenas unos segundos después, oís un ruido que proviene del piso de arriba, probablemente de la habitación por la que habéis accedido al sótano.

Se orientaba gracias a las voces del viejo y de Morton, la conversación que tenían ambos le ayudó a llegar a las cercanías de estos. Gracias a un hueco en las estanterías pudo ver la escena y el sonido mecánico de las articulaciones de la araña le ayudó saber que se acercaba. Morton lo tenía mal si esperaba con eso secuestrar al anciano.

Picahielos buscó dar un rodeo para poder llegar al científico loco sin tener que pasar justo por delante. También esperaba no ser visto por la enorme araña. Buscaba poder coger como rehén al viejo.

Morton no retrocedió. Durante varios segundos se mantuvo encarado al enorme autómata con gesto desafiante, como si el autómata pudiera quedar impresionado por el gesto del presidiario. A cualquier otra persona le helaría la sangre pero eso era un robot.

—Esto es ridículo. Han tomado demasiadas confianzas. Picahielos ve a buscar a la mujer. Viejo, le espero en el salón inmediatamente... y créame que su mujer estará encantada de verle.

Hizo un gesto a Updike. La mirada permanecía fría. Esa era la mirada que le había llevado a la carcel, la mirada que le condenó otrora y que lo volvería a hacer si el viejo no colaboraba.

—Vamos Updike, lo haremos a tu forma.

Acabadas las palabras se dirigió de nuevo hacia el salón con gesticulación agresiva. Estaba harto de los Krazmersky. Quería que amaneciera lo antes posible y quería tener a todo el mundo controlado en el salón.

—Dese prisa abuelo.

Mientras Morton se dedica a dar órdenes, por la puerta por la que habéis accedido al sótano aparece Tristán. Se queda arriba, al pie de las escaleras, mirándoos de forma alternativa: Uder, Morton... Araña, Uder, Updike... Uder... sin hacer ningún tipo de ruido, ni el más mínimo gruñido, el fiel animal permanece allí, estático, pendiente en todo momento de su amo.

No he llegado a poner un pie en la escalera, hipnotizado por aquella escena, como sacada de una epopeya, en que Morton se confrontaba con la araña mecánica.

La culata del arma se revuelve en mi mano sudorosa.

Sofoqué a tiempo el impulso de ir a acariciar al perrito (“Eres una ricura, seríamos felices los tres, eh, muchacho”, fantaseo con tristeza).

Morton se dispone a subir, su discurso parece sensato. Asiento, mientras rastreo con la mirada en busca de Picahielos, perdido en algún ángulo del taller:

-De acuerdo. Uder, venga con nosotros. Su esposa sufrirá las consecuencias si no obedece.

Lentamente, comienzo a subir.

La llegada del perro parece sacar al viejo de su insoportable mutismo. Uder se recompone como puede, la mirada confusa de quien lucha denodadamente con un vacío de su memoria. La pistola le retrotrae a otro escenario y entonces balbucea.

-¡No! ¡¡¡No!!! Trabajaré... trabajaré para ustedes. Pero arriba... arriba no hay nadie. No hace falta que suban. Iremos... aquí. Al comedor. Les debo una explicación, yo se lo explicaré todo. Pero no suban: ya han encontrado lo que venían a buscar, yo trabajaré para ustedes, pero no la hagan daño. Ustedes... ustedes ganan.

Y con la cabeza gacha y la mirada febril, se encaminó tristemente al salón.

Picahielos salió de su escondrijo, parecía haberse perdido entre las estanterías buscando al profesor pero su gesto adusto y serio parecía el de un cazador al que se le hubiera escapado la presa. Siguió al grupo en silencio cuando abandonaban la estancia, con paso rápido como si quisiera alejarse lo más posible del lugar. No pudo evitar mirar de reojo a la araña, como si desconfiara de que con el profesor en su poder consiguieran alejarse del peligro.

Tristán se hace a un lado al ver a su amo encaminarse a las escaleras, siguiendo pendiente en todo momento de vuestros movimientos. La araña continúa en su lugar, esta vez inmóvil, enmudeciendo su característico sonido. Uno a uno subís hacia el salón, pasando nuevamente junto aquellos macabros brazos que os recibieron pocos minutos antes.

Llegáis al salón, allí todo parece en orden. Encontráis a Ella sentada en uno de los sillones. Sin embargo, no tardáis en daros cuenta de que no todo estaba tan tranquilo como imaginábais. No lo escucháis demasiado bien, pues parece venir del piso superior, pero creéis oir una especie de golpes, unos golpes secos, toc.... toc... mantienen un ritmo bastante continuo, separando cada golpe con un intervalo de unos segundos, toc... otro golpe... toc... toc...

Aunque los demás parecen desconocer el origen de aquellos golpes, tú no necesitas ni un segundo para saber de qué se trata: Bors...