Partida Rol por web

Morton se quedó quieto unos instantes intentando identificar el sonido. Acto seguido volvió la mirada al señor Krazmersky

—¿Eso no será otro de sus inventos, verdad viejo? —dijo amenazante.

Caminó otro par de pasos hacia donde se encontraba ella.

—¿Qué pasa ahí arriba?— preguntó mientra se acercaba hacia la escalera.

Oh! ya están aquí de nuevo - dijo la mujer sonriendo a sus invitados y poniéndose en pie. Se detuvo un momento a escuchar - No estoy segura, imagino que serán sus amigos, en el piso de arriba.

La mujer continuaba tan tranquila como el resto de la noche. Su sonrisa, a pesar de estar secuestrada por un grupo de presos, no abandonaba su rostro, como si realmente se alegrase de vuestra visita.

Trato de inspirar la calma:

-Tranquilo, Morton, si ella lo dice –me esfuerzo por devolver la sonrisa a la mujer-, será verdad. Ve a echar un vistazo.

“Venga, siéntese aquí, Uder. Me duele la boca de explicarle que no queremos hacerles daño, pero compréndalo, usted es capaz de fabricar esas cosas y… Podrían ser realmente peligrosas. Compórtese como un buen anfitrión y ya que está, satisfaga mi curiosidad: ¿qué hacía ahí abajo, en qué está trabajando?

Morton asintió y caminó decidido hacia el piso superior. Con la mirada había condenado al matrimonio dueño de la casa. Si se encontraba con alguna sorpresa ahí arriba, lo pagarían.

Acto seguido subió las escaleras tranquilo pero alerta. No había oído entrar a nadie en la casa así que sería el resto; quizá jugando con alguno de los inventos del abuelo.

Cuando Morton se encamina hacia las escaleras parece que el ruido ha cesado, o al menos ahora mismo no se escuchan aquellos golpes contínuos de hace tan solo unos segundos. Aún así, el hombre sube.

Cuando Morton subió arriba, Uder negó con la cabeza, tristemente.

-No son sus amigos. Al revés: son sus enemigos. Así como el Golem descendió aquella noche sobre los uniformes grises como... la... cólera de un Dios olvidado. Así como los ojos ciegos de los cadáveres registraron en sus retinas inertes la última imagen de aquel al que nunca debieron importunar, así la noche puede acabar ahora, ahora, una vez más, anegada en sangre. -Uder hizo una pausa, sus seniles ojillos mirando alternativamente al piso de arriba y a su mujer, su pálido labio a veces mordido de impaciencia o desmemoria.

-Trabajaré, trabajaré para ustedes, crearé otros monstruos en otros mundos, si ella vive. Crearé el más grande de todos los monstruos, el más despiadado de todos los vengadores para que se cobre sus presas a lo largo de los cuatro puntos cardinales. Pero ahora deben marcharse, deben confiar en mí y marcharse, pues lo que está por venir es algo que sólo yo puedo enfrentar, algo que ha de consumir mi vida y mi espíritu, pues sólo así aplacaré su furia.

Entonces, con una determinación febril, se encaminó hacia las escaleras.

-Deben dejarme a solas con mi hijo.

-¿De que demonio hablas viejo chiflado? ¡Eso que has explicado no ha explicado una mierda!- Se adelantó a zancadas hacía el viejo, buscaba obviamente intimidarlo.- ¡Que narices hay arriba? ¡Explícate o probaras el suelo!- Parte de la rabia de Picahielos se debía a lo confuso de la situación, las palabras del viejo no habían aclarado nada, sino que lo habían embarullado todo aun más. Blandía la porra robada con fuerza, aferrándola con tanta fuerza que los nudillos estaban totalmente blancos, los músculos del brazo en total tensión, como si fueran cuerdas de arco esperando a disparar la flecha.

 La salida de la cárcel había supuesto un gran alivio, juraría que lo había borrado de mi memoria; de algún modo, había perdido mi pista en el desarrollo de la fuga, pero no ha cejado hasta dar conmigo. Lo he sentido, primero en la nuca, unos dedos gélidos y de amante rencoroso; ahora en el pecho, causando una opresión inapelable. El viejo ha conseguido ponerme los vellos de punta. Giro sobre mí mismo, observando con ojos angustiados, me ha parecido notar que la casa se encoge, no puede ser, aunque con este viejo del infierno, sería posible, que la casa encogiera.

 Respiro con rapidez, Picahielos me está robando aliento con sus gritos. "Debería detenerle, hay que respetar a un hombre en su propia casa", pienso confusamente, sólo que, tambaleándome, huyo hasta la puerta principal, necesitado de aire indómito, no estancado. La abriré y me asomaré, necesito comprobar que el mundo siga existiendo allí fuera.

Al abrir la puerta de la calle una ráfaga de aire frío inundó la casa. Fuera seguía lloviendo fuertemente, aunque al menos la inquietante tormenta de granizo parecía haber amainado. La negrura de la noche ya no era tan patente, lo que indicaba que faltaba poco para el amanecer.

Un fuerte golpe vuelve a captar vuestra atención. Este golpe no era como los que habíais oído antes, es mucho más fuerte, aunque también procede del piso superior.

 Apoyado en el quicio, me he vuelto para mirar hacia lo alto, expectante, y luego a los demás. Recupero el resuello -si es que alguna vez lo perdí-, el viento húmedo me devuelve la serenidad. “Así que había alguien más en la casa, me digo, Pues bien, viejo, fue un error que no nos lo advirtieras; no me importa que sea tu hijo, lo dejaré seco ante tus ojos.”

 Inspiro profundamente antes de regresar sobre mis pasos, empuñando el arma con firmeza. Furibundo, trato de abrirme paso entre Picahielos y Uder y subir las escaleras para zanjar este maldito asunto de una vez por todas.

Picahielos se interpuso en el camino del anciano con cara de pocos amigos. Blandiendo la porra delante de su cara le siguió gritando.

-¡Habla de una vez! ¡¿Que demonios hay allí arriba?!- Gritó mordiendo el aire delante de este como si fuera un perro rabioso acercando mucho la cara a la del anciano. Quería respuestas aquí y ahora, no iban a subir a enfrentarse a lo desconocido sin tener idea de lo que había allí arriba.

Zarandeado por Picahielos, empujado por Updike, Uder trastabilló y con un sonoro chasquido dio con sus viejos huesos en el suelo, marcada en el rostro una expresión de terror traída de la negra noche de otros tiempos.

-¡Será su muerte, su muerte, herr Oberst, su muerte! -Dijo, agitando espasmodicamente la cabeza. Con dificultad, intentó arrastrarse hasta las escaleras.

-No puedo responsabilizarme si le hacen daño, no puedo. Pero puedo intentar... aplacarle.

 No son sus gritos de advertencia lo que me retiene en el tercer o cuarto peldaño, sino el insoportable chasquido de sus carnes contra el piso.

 Aprieto los dientes para inquirir:

 -¿Aplacarlo? –Y llamo: -¡Morton, Juárez! ¿Estáis bien por ahí arriba? ¡Digan algo!

La única respuesta a la pregunta de Updike fue un grito del funcionario de prisiones, acompañado de más gritos por parte de Morton:

Jack - Aaaaaaaggg

Morton: - ¡Maldito hijo de perra!

Picahielos se había concentrado en zarandear e intimidar al viejo, sin obtener más que delirios y frases aparentemente inconexas. Cuando escuchó los gritos de arriba se giró el mismo asustado. Parece tal que su Updike no estuviera delante hubiera optado con salir corriendo a pesar del diluvio que caía.

Se volvió hacía el viejo.
-¿Como se puede parar? ¡Dilo y no me hables de chorradas nazis o te reviento!-

Persiste el pasmo cuando me vuelvo para situar la cólera de Picahielos, ocupado el pensamiento en una sospecha fortuita e inverosímil: “¿Y si Morton fuese el hijo al que se refiere Uder; y si ahora, fuera de control, está matando a los rehenes, está matándolos a todos?” Sacudo la cabeza, es un disparate, pero entonces, ¿por qué no ha mostrado la más mínima emoción a medida que descubríamos los mecanismos? ¿No se ha comportado con una escalofriante familiaridad con respecto a ellos?

 Mi rostro está retrasado en una pegajosa mueca de pavor. “No se llega a ningún sitio por casualidad”, me digo. Pero cuadrar cada una de las decisiones que hemos tomado hasta llegar a esta casa, enhebrar las propuestas de huir en tal o cual dirección y en las voces de quiénes, es resolver un puzzle demasiado complicado o, directamente, de locos. Ahora se trata de salir de dudas. Compruebo que el arma no tenga puesto el seguro y concedo que el fugitivo se demore en el interrogatorio. Voy a subir.