Lord Naberus no pudo evitar disfrutar de las vistas del majestuoso Salón de los Registros. Las torres de marfil, elegantemente ornamentadas, se alzaban como un símbolo de poder y grandeza, el tipo de visión que siempre había considerado acorde a los verdaderos amos del multiverso. Sus ojos recorrieron las murallas decorativas y los gigantes elegantemente ataviados que custodiaban la entrada, admirando la imponente presencia que emanaba el lugar.
Cuando Parisa mencionó a los Predestinados y su ideología, una sonrisa satisfecha apareció en los labios del noble. La idea de que el multiverso perteneciera a aquellos con la fuerza para tomarlo resonaba profundamente con sus propias creencias. Le dio la razón, confirmando que esta facción, aunque envuelta en la burocracia y la recaudación de impuestos, compartía una visión del poder que él encontraba fascinante.
Naberus hizo una anotación mental para regresar más tarde y explorar el edificio. Había mucho que descubrir entre los Predestinados, y estaba seguro de que una alianza o, al menos, un entendimiento con ellos podría serle útil en el futuro. Por ahora, se limitó a seguir al grupo, manteniendo su habitual aire de indiferencia, aunque por dentro, ya planeaba cómo podría aprovechar esta nueva información.
Disfrutando del paseo, Yolen levantó las cejas ante las vistas de aquellas titánicas torres, llevándose la mano sobre los ojos para verlas mejor mientras escuchaba tranquilamente las explicaciones de Parissa, complacido de que al menos el viaje no fuera una sucesión de maravillas sin tener ni idea de que se suponía que estaban viendo. No concordaba en apenas nada de la filosofía de aquellos llamados los Predestinados, ya que el poder no se podía ganar por una persona, sino que te debía ser otorgado para liderar en nombre de todos, ganándote su confianza no solo a través de burdos medios como la mera fuerza, sino tu capacidad de liderazgo, la sabiduría, la templanza, la habilidad de entender a los que te rodeaban...pero había que reconocer que esa gente sabía como mostrar su poder de puertas para fuera.
-Ja, vaya, me imaginaba a gigantes en cualquier contexto menos como guardias exquisitamente vestidos, debo decir. Sin duda, si hasta criaturas tan grandes como esas han conseguido encontrar su lugar en esta gran ciudad, ya nada de este sitio me sorprende...aunque me pregunto donde se supone que tienen sus casas...en cualquier caso, me parece interesante como cada facción de esta ciudad parece tener su propia cosmología. Casi más parecen religiones que otra cosa, aunque supongo que el pertenecer a una facción no te apartará de los caminos de la fe, ¿Verdad?
Arkose miraba hacia arriba alzando las cejas. Si ya les había costado salir de la morgue, no podía imaginarse ser un intruso y tener que sortear gigantes en caso de ''resucitar'' en mitad de ese recinto.
- ¿Registran todo lo que sucede en ciudad? ¿O solo registrar lo suyo? -preguntó a Parisa con curiosidad- Puede ser lugar donde sacar información. Parecen más abiertos a diálogo que Hombres Ceniza.
- Criaturas grandes a veces tienen casa bajo tierra, o dentro de montaña -dio unas pisaditas fuertes en el suelo- Es más fácil hacer agujero que levantar torre.
Lanzó otra mirada al Salón de los Registros antes de continuar. En cierta manera coincidía más con esa visión del mundo que con la visión de los Hombres de la Ceniza, pero no podía estar del todo de acuerdo con los Predestinados. Aunque estos últimos tenían gigantes, eso siempre da puntos.
oneleth escuchó en silencio las palabras de Parisa y las observaciones del grupo mientras sus ojos recorrían el imponente Salón de los Registros, su expresión neutra. Finalmente, habló, ajustándose la capa como quien se prepara para dar un discurso. -Ah, los Predestinados. Claro.- Suspiró.
Se tomó un momento para mirar de nuevo las torres antes de dirigirse a Parisa. -Dices que su papel es la burocracia y los impuestos, pero su ideología parece más elevada que eso. ¿Un sistema organizado que no solo aspira al poder, sino que lo fundamenta en una supuesta predestinación?- Soltó una breve carcajada, seca y amarga -Es fascinante cómo las creencias se disfrazan de certezas para justificar cualquier cosa.-
—Funciona al revés de como dices precisamente, Jon—dijo Miss Grace con una sonrisa de autosuficiencia en los labios—. Si tienes la fuerza para tomar algo y lo tomas, estás predestinado a hacerlo.
—¿Sabes, Arkose?—dijo Morte colocándose a la altura del genasí—. Los Hombres de la Ceniza no son tan malos. Sí, ya sé que uno de ellos te mató. Pero estabas en su casa. No sé, imagina que alguien se cuela en la tuya donde guardas secretos muy secretos. ¡Que yo existo gracias a ellos!
—No, Yolen, no tienen por qué estar alejados de los caminos de la fe—respondió Parisa al enano—. Excepto si eres uno de los Athar.
Entonces se giró hacia Arkose.
—La verdad es que no sé qué registran. Y tampoco tengo mucho interés en saberlo, no he pagado nunca impuestos y no creo que estén muy contentos conmigo. Así que venga vámonos.
El grupo reanudó la marcha dejando atrás el Salón de los Registros y dirigiéndose hacia la Biblioteca de los Libros Ignotos. Un rato después de caminar por el distrito de los Escribanos acabaron llegando. Como había dicho Parisa, se trataba de un lugar mucho más discreto. De hecho no se dierenciaba para nada de los edificios de la calle, excepto porque era un par de pisos más alto. Era un edificio estrecho, alto y afilado. Se notaba que no era una vivienda porque tanto la puerta de la calle como la cancela interior estaban abiertas. Pero nada lo identificaba como una biblioteca ni había ningún cartel al respecto. Sólo una placa dorada en la puerta escrita con unos caracteres que ninguno de los errores multiversales entendió.
—Bueno ya hemos llegado—anunció Parisa—. Vamos a ver qué nos espera.

El grupo continua aquí.