El silencio que dejó Farrow al desvanecerse entre la niebla y el susurro metálico de Sigil pesó más que cualquier despedida. Naberus avanzó un par de pasos, balanceándose en los talones como si aquel gesto pudiera anclarle en medio de tanta incertidumbre. El grupo había alcanzado la base de la estatua sin sobresaltos; sorprendentemente, el agente de Shemeska había encontrado calles donde nadie —ni mercenarios, ni buscavidas, ni esbirros con demasiada iniciativa— les tendiera la mano o el cuchillo. Fue un tramo extraño: cada giro parecía diseñado para evitar problemas, una precisión casi quirúrgica que les dio un respiro inesperado.
Y allí estaban ahora, frente al caballo tricéfalo. Naberus inspiró hondo. El aire olía a ozono, piedra vieja… y elección. Siempre elección.
—Bien —dijo al fin, su voz grave pero templada, ese tono que usaba cuando quería evitar que alguien hiciera una estupidez de proporciones épicas—. Amigos míos, recordad la última vez que cruzamos un portal. Algunos salieron mareados. Otros confundidos. Y uno… —su mirada se deslizó hacia Jon, con ese brillo que mezclaba ironía y advertencia—. Bueno, uno volvió diferente.
El tiefling sonrió de lado, una sonrisa que no alcanzó del todo los ojos.
—Así que esta vez no vamos a tirarnos de cabeza sin acordarlo. Necesitamos un destino común. Uno que aceptemos todos. No pienso tocar ese arco hasta que sepamos adónde queremos ir… y, sobre todo, hasta que lo decidamos juntos. No quiero terminar en un plan sin vosotros, ¿quién cuidaría de mí*?
*Que no sé si tendrá algo que ver, pero por probar que no quede
—No creo que este portal nos lleve a dónde queramos, Naberus—dijo Grace—. Esa infernal dijo que nos llevaría a donde necesitáramos. No tiene que ser lo mismo.
Estaba claro que el elfo no estaba muy conforme con seguir el plan de Shemeska.
—Sigil es la ciudad de las puertas. ¿No debería haber portales que llevaran a esos Pueblos Portal? Podríamos usar la ciudad como nexo.
—¿Porque nos persigue el Harmonium y no sabemos dónde están esos portales.
La irreprochable respuesta de Morte hizo que el rostro de Grace se avinagrara. No había mucho más que añadir.
- Solo espero que este... portal decida que todos necesitamos... lo mismo.
Arkose acercó la cara al portal para examinarlo de cerca. Mirarlo. Olerlo. Intentar escuchar. Al rato se separó y asintió.
- No he captado nada. ¿Nos damos... la mano para prevenir? -dijo mientras colocaba la palma sobre la cabeza de Morte, el único sin manos.
De fondo, se escuchó el penetrante sonido del metal retorciéndose, como si una roca hubiera golpeado una viga de acero. No fue demasiada sorpresa para nadie ver a Yolen ahí, frotándose los nudillos con una mano, mientras observaba impasible una farola, ahora doblada por parte de su base, y con la marca de un puñetazo justo en el punto donde esta comenzaba a inclinarse. De la boca de Yolen salía un vapor azulado, un vapor que no había dejado de salir mientras acompañaba al resto del grupo a aquella plaza, apartado de este y con la cabeza baja mientras apenas había dirigido la palabra a nadie del grupo. Sin duda, ahora parecía más tranquilo, pero su enfado con la treta de Shemeska había permanecido hasta ahora.
Tras un momento de quedarse en silencio, mirando su obra, finalmente suspiró, se giró y volvió junto al resto del grupo.
-El Harmonium, y ahora Shemeska...Esta ciudad no nos lo va a poner fácil, sin duda.-Dijo Yolen, cogiendo la mano de Arkose mientras dirigía su cabeza al caballo tricéfalo.- Por eso es mejor que evitemos separarnos, bajo ningún concepto. Mientras estemos unido, sobreviviremos. Es lo que hemos estado haciendo hasta ahora, y es lo que tendremos que hacer a partir de ahora. Seguir juntos hasta que la propia Sigzil, el propio Multiverso entienda que no nos matará. Si permanecemos juntos y unidos, ese portal nos llevará a todos a nuestro destino. Porque sabemos que así sobreviviremos.
Lo desconocido. Eso era lo que aguardaba tras el portal. Como desconocido era aquello que los errores multiversales habían vivido antes de despertar en el Mortuorio. Igual que era desconocido el contenido del extraño artilugio llamado mimir que podía ser su único nexo con lo que eran antes de empezar todo esto. Unos, dos y tres misterios. Una vez más esa constante universal, esa Ley de Tres marcaba el camino.
Siguiendo la sugerencia del monje los errores multiversales se agarraron de las manos. Arkose mantenía una paz que intentaba contagiar a sus compañeros sin mucho éxito. Tras él, Jon contaba absurdas historias sobre familiares imposibles para esconder su nerviosismo. Naberus se removía algo inquieto mientras tarareaba algo por lo bajo y Grace le dedicaba una oración a Alcor. Yolen, el primero de los errores en morir, dio un paso al frente para ser también el primero en cruzar. El dracónido miró atrás a sus compañeros y no pudo evitar recordar al tiefling accionando la palanca que lo mataría por primera vez. Con ese recuerdo en mente, tomó el aire y avanzó.
Hacia los desconocido.

Continuará...