Yo, Yolen, me he ofrecido para relatar los hechos que ocurrieron en Sigil, y los distintos planos con los que esta misma ciudad actúa como puente de estos, dado su extraña y surreal naturaleza, a causa de su asombrosa relación con el Multiverso, aún inentendible para mí.
Antes de comenzar, debo aclarar que esto servirá como un relato parco de los hechos, sin relatar en profundidad las desventuras y peligros que tuvimos que enfrentar mi grupo y yo, principales protagonistas de esta historia. Otros académicos y bardos han narrado y recogido por escrito estos hechos a un nivel de detalle del que yo mismo me rehuso a imitar, pues yo mismo ya me ofrecí a responder y relatar mis experiencias a estos. El único objetivo de este texto solo servirá para mostrar un hilo de los hechos, una exposición de estos fácil de seguir para aquellos que quieran conocer de primera mano y de una manera lo más objetiva posible, pues será deber de los lectores juzgar nuestra historia, sobre como tuvimos que cuestionarnos las bases por las que se guía nuestra realidad, sus leyes y sus principios, y donde conocimos las infinitas posibilidades que tuvimos al alcance de la mano y nunca escogimos...
Nuestra aventura comienza con cinco desgraciados, despiertos en una morgue, escondida en las profundidades de la tierra, desnudos, sin recuerdo alguno salvo sombras del pasado, y sin ningún motivo aparente de porqué se encontraban allí. Yo fui parte de ese grupo, desconociendo absolutamente el papel que protagonizaría en él.






En aquel momento, yo mismo, Yolen, me encontraba atrapado, atado en una mesilla por correas, desnudo, y reticente a pedir ayuda mientras intentaba librarse de sus ataduras con su propia fuerza. En aquel momento, conocimos a Morte, una extraña calavera flotante y parlanchina, acostumbrada a soltar bromas de esqueletos pero sin parecer que tuviera mucha información de relevancia de porqué estábamos allí, tan solo señalando que debíamos estar muertos, obviamente.

Por otro lado, gracias a los dioses supimos en ese mismo momento donde nos encontramos: El Mortuorio de Sigzil. ¿Qué era Sigzil? Ninguno de nosotros lo sabía, salvo aparentemente Jon, llamándola el mismo : La ciudad de las puertas y las infinitas posibilidades. Independientemente de la veracidad de estas palabras, ya teníamos claro una cosa: había habido un error, no estábamos muertos, y tendríamos que salir de allí. Incapaz de liberarme de mis ataduras, tuve que resignarme a recibir la ayuda del bardo Naberus, el cual accionó una palanca que se supone que debía dejarme libre, o al menos eso dijo Morte.
Tristemente no ocurrió tal cosa, sino que se accionó un mecanismo que envió un gancho a que se clavase en mi garganta, dejándome colgado como un trozo de carne y matándome en el acto...
O al menos, eso parecía. Tras que mi muerte perturbase temporalmente a mis compañeros...otro Yolen ocupó mi lugar.
En aquel momento, descubrimos una de nuestras herramientas más insólitas que nos acompañó en la aventura: nuestra capacidad de reencarnarnos en otras versiones de nosotros mismos. Otros estudios han profundizado en este insólito fenómeno, hecho por magos más capacitados y con mayores conocimientos que muchos de nosotros (Ver la Guía del Jugador), pero nos bastamos con la explicación bastante acertada y simple de Jon gnomo sobre esta locura:
Es posible que, de alguna manera, tu esencia, tu alma, haya sido transferida o renacida en este nuevo cuerpo. Es como si fueras un libro cuyo contenido ha sido pasado a una nueva encuadernación...O un tomate a un nuevo terruño, si me entendéis
Sorprendentemente, su explicación no distó mucho de la realidad en aquel momento, pero ya me desvío del tema y no debería. No he hablado de mi versión nueva: un clerigo enano seguidor de Nihal, una versión más amable y calmada que el viejo draconido, pero conservando la cicatriz en el otro como el anterior.

Volviendo a nuestras andanzas, deambulamos por aquel siniestro lugar, descubriendo en nuestro camino los siguientes lugares:



Confundiendo nuestra entrada con la llegada de alguien llamado Fruth, al darse cuenta de nuestra presencia nos trató de espías, peleando con nosotros usando sus artes oscuras y a una monstruosidad hecha de carne y vísceras, creada como fruto de su locura: un gólem de carne.

Entrar en detalles sobre tal cruenta batalla es algo que veo innecesario. Solo diré que conseguimos acabar con nuestros oponentes, no sin sacrificios: Arkose y yo caímos durante el enfrentamiento, y Naberus murió mientras intentaba engañar al gólem para que entrase en la incineradora, siendo encerrado y abrasado en esta por las acciones del zombie Maurice, activándola al instante que hubo gente dentro de esta. Jon y Grace fueron los que acabaron con el cirujano Jex, asegurándome que estas fueron sus últimas y horrendas palabras, siendo dichas con una repugnante sonrisa, o lo que al menos podía permitir su máscara de cera.
—Verdadera muerte...
Cuando finalmente resucité de nuevo, el nuevo Yolen no tuvo...demasiada suerte. Este Yolen era...mucho más libertino que el resto, un eladrin de invierno cazador, acostumbrado a una vida en la intemperie. Una pena que el lugar donde se reencarnó fue dentro de la incineradora. Por suerte, Grace hada y Jon gnomo estaban ahí para liberarlo. Por desgracia, no lo consiguieron. Más bien al contrario, llevándolo a morir en la incineradora con la culpa de Maurice. Y solo consiguiendo una llave que se encontraba en el suelo de la incineradora, entre la ceniza.

La siguiente reencarnación fue la del dracónido bábaro, uniéndose sin falta al hada y al gnomo, para encontrar al resto de nuestro grupo y descubrir una manera de salir de aquel condenado lugar.



No tuvieron mucho éxito, la verdad. Lo único que pudimos encontrar fue lo que había en la sala norte, descubriéndose el secreto más siniestro de aquel lugar.

Esta era una sala frigorífica destinada al depósito de cuerpos, con varios cajones en las paredes. Seis para ser más exactos. O eso hubiera sido lo mejor para todos, pues en el primer cajón, con claros signos de haber intentado salir de aquella prisión maldita según la sangre de sus nudillos, y la túnica negra del cirujano loco que matamos más nueva y sencilla, se encontraba aquel hombre que Jex estaba esperando, según una chapa de su pecho: Fruth. Aquello nos reveló la realidad de aquel lugar, una secta siniestra donde sus miembros eran transformados en muertos vivientes, como pudimos ver que había ocurrido con el resto de muertos en los siguientes cajones, llamados Muritani, Moritz, Maoliquisi, y Mauricijus. A nuestro grupo, a causa de que observamos la pasividad de estos zombies, se les ocurrió despertarlos no solo para recoger túnicas con las que engañaríamos a Maurice para que nos abriera, como hicimos quitándosela a Fruth, sino que podríamos usar a los zombies como sirvientes que nos ayudasen a escapar. Aquí me gustaría decir que, fue en parte culpa mía, de ese Yolen dracónido, que no supo escuchar los avisos de Grace, que despertamos a más zombies de los que deberíamos, matándonos con facilidad al estar nuestras fuerzas ya disminuidas por los anteriores enfrentamientos.
Perdimos a Grace durante el enfrentamiento. La resurrección de Yolen fue el elandrin, y por primera vez, pude ver a una de las reencarnaciones de Jon: un mediano bardo, menos parlanchín sorprendentemente, y más pícaro qué el anterior, sin la constante necesidad de contar historias de dudosa veracidad.


Decidimos actuar con lo que teníamos: ir con la túnica de Fruth a engañar a Maurice y ordenarle que nos abriera. La sorpresa fue...que no encontramos nada. Tuvimos vía libre para salir por el otro lado del incinerador. Algo había acabado con aquel zombie, pero apenas nos dio tiempo a responder cual fue su destino, pues nos encontramos una nueva pelea ahí fuera...y a nuestros compañeros.

En cuanto salimos, encontramos a dos de nuestros compañeros luchando por sus vidas con una masa gelatinosa extraña y mortal, capaz de deshacer a todo aquel que entrase en contacto con ella, cosa que descubrí demasiado tarde.

Contra esta criatura se enfrentaban una versión de Arkose que no pude llegar a conocer, una genasi de fuego que cuando llegamos ya estaba siendo devorada por la criatura.

El otro lo conocimos bastante bien...para nuestra desgracia, ya que en aquel momento Naberus era un githyanki con poderes mágicos, sin poder identificar su origen en ese momento (aunque probablemente se tratara de un mago), pero con una arrogancia y un orgullo más grandes que el mayor de los dragones, llegando a rivalizar estas a las de las criaturas ya mencionadas.

De nuevo, la pelea fue más dura de lo esperado, falleciendo de nuevo en el intento de atacar a la criatura. Fueron Naberus y Jon quienes la llevaron a la incineradora, para acabar con su vida, y así terminar con el último obstáculo que nos quedaba, reuniéndonos finalmente en la puerta de aquel repugnante mortuorio. Tras tener un pequeño conflicto a causa de las palabras de Naberus, mirándonos siempre por encima del hombro, decidimos salir de allí en busca de una taberna para hablar de en que extraño embrollo nos habíamos metido todos. Nuestra alineación era: el Arkose genasi de tierra, Jon como el mediano superviviente, Naberus como el githyanki, yo de nuevo en mi forma enana, y por último Grace, que volvió con el cuerpo de una elfa enfundada en una brillante armadura, con los ojos fríos como el hielo y palabras duras en su lengua, mucho más seria que su contraparte hada. Entre ella y el githyanki, la verdad, no sé quien me ponía más los pelos de punta.





Con este grupo, hubiéramos salido de allí de no ser por la aparición de Morte, el cual decidió salir de allí con nosotros, tras ser ignorado cuando salimos de la morgue por primera vez...echándonoslo en cara, y una segunda vez que se me olvidó mencionar, puesto que tras el ataque de los zombies yo y Jon resucitamos justo allí, en el mismo lugar desde donde partimos, abandonándole de nuevo para su decepción. Nunca descubrimos como abrió la puerta, pero creo que estos actos fue lo que llevo a que tomase tal decisión. Independientemente de esto, ya conseguimos escapar de aquel lugar maldito, saliendo por fin a las calles de la misteriosa Sigil.

Unas notas de escritura elegante y afilada aparecieron tiempo después en la narración de Yolen, como si hubiera información que necesitara ser recordada:
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Así fue cómo desperté, o mejor dicho, cómo él despertó, en medio de ese lugar infernal: sin recuerdos, al lado de Arkose, un genasi de hielo con quien compartía la misma maldita situación. Y frente a nosotros, el tal Thaeziagnuz, un bardo tabaxi no-muerto que nos esperaba en una sala sombría en Sigil. El condenado gato nos explicó, con más placer de lo necesario, que estábamos en un purgatorio, atrapados en un ciclo interminable de vidas, sin jamás alcanzar la "Verdadera Muerte." Según él, todos los presentes compartíamos la misma tragedia: muertos, pero sin el descanso final.
No teníamos otra opción que marcharnos de esa sala; el tabaxi estaba allí para hacer su papel de verdugo y juez, no para guiarnos. Al cruzar la puerta doble y salir de ese lugar tétrico, nos encontramos en un bosque cubierto de nieve, donde el frío se hacía más palpable en cada paso. Pero aquel paisaje, que en otros tiempos podría haber sido incluso apacible, estaba plagado de seres indiferentes a nuestra presencia: driadas que apenas notaron nuestra llegada y se limitaron a murmurar entre ellas, con ese tono de desprecio etéreo, que “apestábamos a muerte” y que debíamos dejar en paz a los muertos. Ignorados por los vivos y despreciados por los muertos, avanzamos.
Después de dejar atrás aquel bosque y a las driadas que parecían más muertas que nosotros, él y Arkose se detuvieron a discutir cómo avanzar. Pese a que el genasi de hielo tenía su opinión sobre el asunto, al final aceptó la propuesta del aasimar: explorar las puertas más cercanas antes de perdernos en el laberinto de pasillos. Y fue así como, al abrir una de ellas, nos encontramos con algo que parecía un milagro: un comedor lujoso, iluminado por una gran lámpara de araña. La mesa estaba servida, aunque los platos permanecían cubiertos, y había diez sillas con respaldos altos y cojines elegantes. Un respiro de civilización entre la podredumbre.
Entonces, apareció ante ellos una figura espectral, ataviada con esmoquin y portando una jarra de cristal con vino de color rubí. “Kingsley, a vuestro servicio,” dijo con voz educada, presentándose como el mayordomo de aquel extraño banquete. Arkose, entre desconfiado y fascinado, miraba a él, buscando alguna explicación de cómo aquel lugar, y aquella criatura, podían ser reales. Pero el espíritu continuó, explicando que aquel comedor servía a los llamados Hombres de la Ceniza y a sus "invitados".
Naberus decidió seguir el juego, aceptando una copa de vino que el mayordomo les ofreció. Arkose, desconfiado, la olfateó primero, pero al no notar nada extraño, ambos decidieron sentarse. Para su sorpresa, bajo los cubreplatos no había restos de muertos ni cabezas macabras, sino una comida que olía deliciosa y se veía digna de un banquete real. Como si el universo estuviera burlándose de ellos, la necesidad de llenarse el estómago pesó más que las señales de peligro, y la comida resultó tan deliciosa como aparentaba.
Sin embargo, las apariencias engañan, y pronto el aasimar sintió un hormigueo en el cuerpo, una sensación de entumecimiento que comenzó a dominar sus músculos. Arkose tampoco pudo levantarse, atrapado por una opresión en el pecho que le quemaba las entrañas. ¡Veneno! Era evidente ahora. Entre jadeos, él cayó sobre la mesa, incapaz de respirar, mientras la saliva se deslizaba entre sus labios. Arkose intentó resistir, pero el dolor le arrancaba la fuerza.
Kingsley los observaba con la misma cortesía que antes, sin intención alguna de ayudarles. “Espero que hayan disfrutado de su última comida,” dijo el fantasma, y, en una macabra ironía, parecía genuinamente sincero en sus palabras. El juego del anfitrión había terminado, y el precio de su hospitalidad era su vida—o lo que les quedaba de ella.
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Volver a la conciencia fue como un destello amargo, un abrir de ojos tan veloz que por un momento dudé de que fueran realmente míos. Allí estaba, otra vez, en una sala polvorienta que reconocí sin esfuerzo, como un mal sueño que se rehúsa a abandonarte. Y justo frente a mí, ocupando el mismo asiento, el tabaxi no-muerto. Embutido entre pergaminos y papeles, sus ojos vacíos miraban como si pudiera ver algo que los demás no percibíamos.
A mi lado, una criatura rodeada de llamas: una genasí de fuego, tan imponente y encolerizada como yo. Sabía su nombre, igual que ella parecía saber el mío, y ambos compartíamos una sensación de extraña familiaridad. Pero no era como recordar viejos tiempos; era un saber enraizado, algo tan básico como entender el dolor o la soledad.
Esa ira… La sentí explotar dentro de mí, y salió en forma de un rugido que llenó la sala, una expresión de la amargura acumulada. La genasí apenas reaccionó, ocupada en rebuscar en una mochila sin fondo de la que finalmente extrajo un mazo. Me lanzó una mirada desdeñosa, y apenas la escuché murmurar algo sobre “quemar este condenado sitio.” Una fuerza peligrosa, esta vez a mi lado. Puede que eso funcionase en nuestro favor.
Caminamos juntos hasta el comedor, donde el espectro vestido de mayordomo nos esperaba con su macabra hospitalidad. Arkose, intentó invocar sus llamas, y el fracaso que brotó de sus dedos sólo pareció irritarla más. Con un gruñido de frustración, destrozó la mesa con un golpe brutal. No pude evitar sentir una satisfacción retorcida al verla; su furia era visceral, y, de algún modo, disfrutaba presenciar cómo el lugar se desmoronaba bajo su ataque. Kingsley, sin embargo, apenas pestañeó, explicándonos que estábamos allí para buscar la “Verdadera Muerte.” Hablaba como si fuera la única conclusión posible para nosotros, como si eso fuera lo que habíamos venido a hacer. Me revolvía el estómago pensar que este lugar nos negaba incluso el derecho de elegir nuestro propio fin.
Sin otra opción, Arkose y yo nos dirigimos al último rincón del pasillo, donde una sala fétida nos esperaba, repleta de cadáveres apilados. Un asco ácido se alojó en mi garganta al ver aquellos cuerpos, descartados como sobras. Pero antes de poder maldecir, un ruido sordo nos hizo girar. Desde un tubo cayó otro cadáver, el sonido retumbando en el silencio, pero, para entonces, ya estábamos en otra trampa. Una masa oscura y repulsiva —un cieno— emergió de uno de los carros de cadáveres y se abalanzó sobre Arkose antes de que cualquiera de los dos pudiera reaccionar. Su grito fue breve, casi ahogado, y pude ver cómo el ácido del cieno quemaba su piel.
Yo, mientras tanto, me quedé allí, frío, evaluando la situación con la precisión de un bisturí. Esto era otra farsa en esta macabra danza de renacer y morir, un juego en el que alguien creía que nos podía manipular. Pues bien, quizás esta vez les enseñaría a temer a quienes traen consigo las llamas del olvido y las sombras del pasado.
Continúo con la narración de los hechos ocurridos en Sigil, ciudad de portales, sin sentidos, y maravillas que ningún alma mortal podría llegar a entender. Sospecho que ninguno de nosotros lo hemos llegado a hacer. Por suerte, este capítulo puede servir como una pequeña introducción a lo que se puede esperar de Sigil, ya que narraré el momento en que empezamos a descubrir las bases por las que se guía esta prisión divina, pero no nos adelantemos. Solo os pido vuestra atención, ya que si el lector quiere seguir nuestros pasos, estos capítulos podrían ser cruciales para al menos asegurarse un recorrido pacífico por la ciudad anillo.

Finalmente salimos del Mortuorio, el cual se nos presentó ante nosotros como un extraño edificio en forma de hongo. Un edificio enorme, gigantesco, que proyectaba su sombra sobre nosotros y sin apenas dejarnos ver lo que nos dejó con la boca abierta a todos.

Debemos entender una cosa, y es que Sigil es una ciudad ajena a todo lo que entendemos por ciudad, superando cualquier concepción de la lógica. Imaginad un anillo. Si, un anillo. Uno gigantesco, enorme, titánico, uno con la suficiente capacidad para que en su cara interna esté ocupado por una ciudad entera. Una ciudad entera de edificios que, en su enorme y variada diversidad, todos acababan en puntas afiladas, como dientes que surgían del interior de aquel anillo. Cada uno de nuestros pasos desafiaba las leyes de la gravedad. Podíamos caminar por cualquier lado de la ciudad: siempre tocábamos el suelo. Todo en esa ciudad era agresivo, caótico y extraño a nuestros ojos. La ciudad anillo se extendía ante nuestro ojos y nosotros apenas éramos capaces de procesarlo. Lo único que se nos ocurrió fue buscar aquello que fuese familiar: una taberna que nos permitiese descansar, calentarnos, y tranquilizar nuestras almas en un techo que nos fuese conocido, al menos por costumbre.






MientMala fortuna la nuestra cuando se nos cruzó nuestro primer reto, un vagabundo tiefling de piel azulada que se nos puso a gritar un sinsentido.

—¿Qué miráis? ¡Coged un palo corto y ponéos a picar, imbéciles con cabeza de cuero, o vuestro nombre acabará en el libro de los muertos! Lo juro, cada día más y más idiotas terminan en la Jaula. Dejad de mover vuestros sacos de huesos y volveos a vuestros propios burgos.
Por suerte, en nuestra confusión, un alma caritativa nos prestó su ayuda. Aquí os presento a Parisa, una bariaur errante de las calles de Sigil que alejó a aquel tipo con palabras duras. Quiero que la tengáis mucho en cuenta, ya que independientemente de los siguientes hechos que os narre, sin ella probablemente no estuviera haciendo esta labor de escritura. No era más que una guía turística, y su sabiduría nos permitió entender las bases de como funcionaba aquella extraña ciudad, al menos a un nivel básico. De hecho, comprendimos que, aparentemente, las palabras del tiefling de antes podían llegar a simplemente ser realmente un sinsentido. Aquello parecía normal entre las gentes del sector de aquella parte de la ciudad: La Colmena, una de las partes más empobrecidas de la ciudad, compuestas por edificios y calles sucias, con gentes de todo tipo, razas y orígenes (celestiales, infernales, githzerais, kobolds, orcos, goblins, criaturas desconocidas, etc), sobreviviendo bajo unas leyes extrañas y raras, mucho más allá que lo que un código de leyes puede dejar ver.

Caminando con ella, descubrimos que el Mortuorio, el lugar de donde acabamos de salir, era controlado por los llamados Hombres de la Ceniza, o los cenizos como los llamaba ella, una de las numerosas facciones que controlan la ciudad, que aparte de encargarse de actuar como un mortuorio ordinario (uno enorme), tratando todos los cadáveres que producía una ciudad única como Sigil, también parecían tener ideas extrañas sobre el concepto de la muerte, creyendo que todos nosotros estamos muertos y que buscan la verdadera muerte, por lo que nuestra capacidad de reencarnación les podía dar más interés del que queríamos. Esto es adelantarme un poco a los hechos que me permito para concretar la información presentada, pero antes, cabe comentar que nuestro destino en aquel momento era Botellas y Jarras, una de las mejores tabernas de la colmena...lo cual no significaba mucho, pero nos serviría para comer algo. De camino, Parissa no solo nos dijo sus precios como guía (dos monedas al día más otra moneda en caso de que nos metiéramos en pelea con ella) nos hablaba de los Hombres de Ceniza, sorprendiéndose de que hubiéramos salido del Mortuorio vivos y preocupándose por que hubiera habido algún tipo de conflicto con tal facción, cuando de pronto, llegó a mis oídos el aviso de un robo.

Un plebeyo de aspecto demacrado acusaba con gritos a un ladroncillo que, si bien su aspecto no dejaba claro cual era su identidad, si que podía decir que no era un gnomo, pues de su capucha asomaban dos enormes orejas. Jon y yo intentamos darle alcance, pero tuve que retirarme de la persecución, a pesar de que esta me trajo parte de mis recuerdos como un aparente sirviente de la justicia...digamos que los años me pesaban para tal tarea, además de que el peso de mi armadura no me permitió continuar. Con ello, me tuve que retirar, mientras Jon le intentaba seguir la pista al ladronzuelo. Decidimos entre todos seguir hacia la taberna, no temiendo por la vida de Jon y pensando que seguramente encontraría el camino a la taberna el solo, cuando el ladrón le diera esquinazo.
Otro de nuestros errores, sin duda, pero prefiero dejar esto para más adelante. Lo importante es que llegamos a Botellas y jarras, un local que, en palabras simples, consistía en una masa de acero, alambres espinados y granito negro que era cualquier cosa menos estético, guardado aparentemente por una criatura de piel escamosa, orejas puntiagudas, cola y una barba formada por trenzas puntiagudas que Arkose y Naberus identificaron con un diablo barbado, que no nos dijo nada al entrar.

El interior era un tugurio enorme, ni más ni menos, siendo la mayoría de clientes criaturas infernales salvo algunos githzerais, kobolds, orcos y goblins desperdigados por el local. Se dividía en distintas estancias separadas y el local era atendido por diablillos camareros que iban volando de mesa en mesa. La verdad, nuestra estancia ahí no dio lugar a problema alguno. A pesar de su aspecto, estaba claro que ahí se mantenía un ambiente pacífico, ya que se notaba que si un desgraciado se le ocurría comenzar bulla en ese sitio, nadie saldría vivo de la pelea que ahí se montaría. Todos se toleraban en aquel lugar y, si me preguntáis, es sin duda, en el caso de que acabéis en Sigil por accidente, un buen lugar para buscar refugio, siempre que toleréis la comida picante, claro.

El local parecía bien surtido, con incluso bebidas exóticas con los siguientes nombres: Sangre de Annam, Rana del caos, Ocho al Cuadrado, Gota dorada y Agua de pantano, y una comida del día que nos serviría para llenar el estómago. Allí nos sirvieron cerveza por recomendación de Parisa (salvo Naberus, el cual pidió vino, movido por la extraña y orgullosa personalidad de aquella reencarnación githyanki), y filetes de caballos de mar, pescados esta madrugada en el plano elemental del agua, o eso nos dijo. Lo que recibimos fue unos platos con unos largos filetes de color amarillo sumergidos en una salsa de color azul verdoso, que ya con su olor nos traían una sensación de que aquello iba a picar.
Y picaba, mucho.
Durante la conversación, pedimos a Parisa que nos hablase de la ciudad, de lo que tuviéramos que saber de ella. Incluso si esta pregunta, lanzada por Arkose, en circunstancias normales se podría describir como...imprecisa, si que había algo que debíamos saber. Y quiero que estas palabras queden muy claras para cualquiera.
Hay algo que todo viajante que acaba en Sigil debe saber. Y cuando digo todo es todo.
No te entrometas con la Dama del Dolor.
Nadie debe.
Nadie.
Aquella era la primera vez que escuchábamos ese nombre, y fue para nuestra desgracia que, en ese mismo momento, nos pasamos de imprudente. Intentamos ahondar en el tema de aquella extraña entidad, pero solo llegamos a las siguientes conclusiones sobre esa terrorífica criatura:
— la Dama del Dolor. Si alguna vez veis una figura femenina flotante, con una capa y una corona de cuchillas y una máscara blanca... quítaos de en medio. Aunque las facciones llevan el gobierno de la ciudad, ella es la auténtica señora de la ciudad. Se rumorea que los dioses, incluso los Nueve Divinos, la temen y que su poder es mayor que el de todos ellos. Y no volvamos a hablar de ella.
Luego nos enteramos que aparentemente la misma Sigil, la misma ciudad, era una prisión para esa criatura. Tan importante era su labor, que otro de sus nombre era La Jaula, siendo esta labor de una importancia que yo mismo, dentro de mi imprudencia, no llegué a entender del todo. Aún no estoy seguro del todo de si el poder de aquel ser es mayor que un dios. Antes no lo creía y lo daba por charlatanería, ahora...no estoy seguro. Y nunca creo que lo esté del todo.
Que los dioses me perdonen por ello, pues solo soy un mortal con miedo.
En fin, hecha la advertencia, mientras Parisa, intentando desviarnos del tema con miedo en los ojos y animándonos a pedir lo que quisiéramos (al parecer, era amiga de la jefa del local), tras un rato finalmente hizo acto de presencia el nuevo Jon, aparentemente asesinado durante su fallida persecución del ladrón (me temo que soy desconocedor de los hechos que ocurrieron cuando se separó, así que no podré introducirlos en esta crónica), su tercera reencarnación, a la cual definiría como el enano druida más condenadamente cínico que he visto en mi vida, y ya os digo que he conocido muchos y muy bordes.

Dejando esto de lado, lo que nos contó Parisa se puede resumir en lo siguiente. Animo al lector a estar atento a estas palabras, pues aquí viene una lista de información básica que puede venirle bien para entender como funciona Sigil:
-Primero, los templos de las fes religiosas se encuentran en el Distrito de la Dama, un lugar tan peligroso como la Colmena, pues allí residían aquellos poderes que, sin llegarle siquiera a la suela de los zapatos a la influencia que tenía La Dama del Dolor en Sigil, podía llamárseles los siguientes en el escalafón de poderes de la ciudad
—El poder de la ciudad reside allí. Hay un poder superior, sí. Hablo del siguiente escalafón. Allí están: los Barracones, base de operaciones del Harmonium, que llevan la seguridad de la ciudad. Los Altos Tribunales, desde donde los jueces de la Fraternidad del Orden imparten justicia. Y la Prisión, donde los Eutanastas se encargan de aplicar castigos y condenas. Y eso es sólo el poder de las Facciones. Éstas gobiernan la ciudad, pero en una ciudad como ésta... por supuesto hay más poderes.
-Segundo, y como se ha dejado ver, la ciudad está gobernada por decenas de facciones, siendo las más poderosas las llamadas Facciones Ascendente, que en ese momento rondaban el número de 12. Cuando hablamos de facciones, no es tan sencillo como hablar de aparentes organizaciones criminales. Sigil como tal no tiene un Gobierno, y son estas facciones, en una especie de pacto tácito de no agresión entre ellas (al menos para mantener la ciudad en funcionamiento), las que se coordinan para realizar distintas funciones dentro de Sigil. Los Hombres de Ceniza como aquellos que se encargan de los muertos, el Harmonium de la justicia, etc. Casi parecen más gremios que otra cosa, si no fuera por su enorme poder y como los miembros de estas siguen un dogma filosófico sobre la naturaleza del Multiverso, como el de los Hombres de Ceniza y su búsqueda de la muerte eterna a través del estudio con los muertos que les proveen. Más tarde, debido a las preocupaciones religiosas de mi reencarnación, supe que estas ideologías no chocaban con el seguimiento de la fe...salvo para los misteriosos Athar, pero estoy adelantando eventos, así que pasemos al siguiente punto.
-Tercero, a pesar de este extraño equilibrio entre facciones, todas ellas mantienen una lucha secreta de poderes. Una especie de Juego de Tronos llevado con cautela, evitando ser la siguiente en caer como tantas otras veces a ocurrido. De hecho, supimos que al parecer la Dama del Dolor también tenía la mano metida dentro de esta partida, habiéndose encargado ella también de hacer desaparecer a algunas de estas facciones, no envidiando por mi parte ni lo más mínimo el destino de estas en específico.
-Cuarto, cabe decir que incluso con este ambiente conflictivo, es posible una vida pacífica en este plano, tanto como en cualquier otro. Barrios como el Distrito Inferior y el Distrito de los Escribanos lo demuestran.
-Quinto, el principal interés que puede ofrecer Sigil para viajar es, entre otras muchas maravillas que ofrece la ciudad, el Distrito del Mercado. Veréis, algo que no he comentado mucho hasta ahora son los portales de Sigil, portales que aparte de conectar distintos puntos de la ciudad, también lo hacen con distintas partes del Multiverso. Esto permite que Sigil tenga contacto con mercancías de toda la existencia conocida. De hecho, en palabras de nuestra guía:
Además, ¿buscas cualquier cosa? Si no está en el Distrito del Mercado seguro que no lo encuentras en todo el multiverso. Este es el mejor sitio del mundo para vivir. ¿A veces es un poco peligroso? Claro, pero eso es lo que tiene un lugar como éste. ¿Acaso habéis visto un dragón en vuestras vidas?
Cabe decir que estas palabras produjeron un extraño efecto en el siempre seco Naberus, como si recordase algo de su vida pasada. Como siempre, los efectos de nuestra pérdida de memoria no nos iban a dejar en paz tan fácilmente...*
-Sexto, otros lugares de interés en este plano serían: El Caminante Ubicuo, en el Distrito Inferior, un lugar en el que Parisa nos garantizó que tendríamos descanso. El Pozo de Grasa y el Salón de Tatuajes de Fell, en la Colmena, sitios relativamente seguros que no quisimos visitar, pero descubrimos que en el segundo hacían tatuajes mágicos o algo así. El Gran Bazar y el Gastrognomo, del Distrito del Mercado, siendo el segundo un restaurante bastante conocido.
- Séptimo, los portales. Cuando hablamos de portales, hablamos de que en esta ciudad, cualquier, y repito, cualquier cosa puede ser un portal. Está repleto de ellos, y todos son usados de manera corriente por las gentes de Sigil, acostumbrándose a usarlos para ir a distintos lugares o incluso aventurarse en el mismo Multiverso. Es uno de los principales encantos de la ciudad, y conocerlos puede salvarte la vida en más de una ocasión. Aquí dejo de nuevo una cita.
—La ciudad está llena de portales. Tanto para moverse por la ciudad como para ir a otros planos. Yo sólo conozco los primeros. Eso sí, no esperes puertas luminosas esperando que alguien las cruce como se imaginan la mayoría de los recien llegados. Puede ser un arco de piedra en una calle estrecha. Otras es la puerta de un horno o un refrigerador, o incluso una tumba. Y a veces para usarlos hay que usar una palabra de mando o alguna llave. No hay reglas. O mejor dicho la regla dice que cualquier cosa es posible.
—Que cualquier cosa pueda ser un portal no significa que haya un portal a cada vuelta de la esquina. Y también los hay que necesitan activaciones. Hay dos árboles inclinados en el distrito de los Escribanos inclinados el uno sobre el otro. Parecen una puerta con forma triangular. Si arrojas una bellota, activas el portal y puedes viajar a Sylvania.
Terminando con esta extensa y necesatria explicación, finalmente tomamos la siguiente decisión: buscar como ganar dinero fácil. Parisa nos avisó de que antes de trabajar para cualquiera de las facciones y enredarnos con ellas, quizás lo mejor era conseguir algún trabajillo en la Biblioteca de los Libros Ignotos, en el Distrito de los Escribanos. Al parecer, según nos contó Parisa, se trataba de una biblioteca repleta de libros que contienen misterios, y la Biblioteca te paga por resolverlos. Yo los confundí con un libro de adivinanzas, pero al parecer su naturaleza iba más allá, siendo Parisa incapaz de darnos una explicación concreta de en que consistían esos misterios. Solo recordaba haber acompañado a otros grupos de clientes allí para nunca más volverlos a ver. Si vosotros también estáis confundidos por esto, no os preocupeis, nosotros también lo estábamos, pero necesitábamos igualmente el dinero, por lo que fuimos al Distrito de los Escribanos por el camino más rápido: un pozo en mitad del distrito de la Colmena que solo pasaba a ser un portal si decías en voz alta cerca de él "tintero".
La cosa es que tuvimos que saltar dentro del pozo. Al principio puede dar impresión, pero os podemos garantizar que al atravesarlo no sufrimos daño alguno, acabando de pie en mitad del Distrito de los Escribanos, un lugar que, si bien mantenía el estilo agresivo de su arquitectura, se notaba que este si que era un lugar para vivir: las calles estaban limpias, guardias del Harmonium patrullaban las calles, ataviados con sus armaduras rojas de hombreras ailadas, y en general el aspecto de los viandantes dejaba claro que no estaban en la triste situación de pobreza que en la Colmena.
De camino de hecho vimos a unos seres que ya habíamos visto antes, y que sin duda eran los más extraños de los que habíamos visto en Sigil desde la primera vez: unos seres de cuatro cuernos caprinos y piel amarillenta que se desplazaban silenciosamente levitando unos centímetros por encima del suelo. Parisa nos explicó que se llamaban Dabus, cuyo único fin en aquella ciudad era mantenerla siguiendo las ordenes de la Dama del Dolor, siendo capaces de destruir edificios, pavimentar calles, construir muros..., todo siguiendo las directrices de esta diosa. Además, solo se comunicaban usando jeroglíficos visuales que conjuraban ellos mismos. Entidades extrañas, sin duda.
Extrañas como la que se nos cruzó en mitad del camino.

Una sensible de la Sociedad de los Sentidos, encargada del ocio y la diversión, y que se guían por la creencia de que las emociones son las que estructuran nuestro mundo.
—¿Que para qué sirve? ¿Cómo pretendéis comprender el multiverso y el mundo que os rodea si no es precisamente a través de las emociones más puras? Desde el gozo que otorga la progenie, hasta el éxtasis sexual o el dolor de la pérdida. Toda nuestra realidad está construida a través de la emoción. ¡Son las emociones las que mueven el mundo! Poder experimentar estos sentimientos en cualquier momento, nos ayudan a su comprensión. Para esto sirve.
Una criatura que no representaba peligro en absoluto, más bien al contrario. Se deleitaba contemplando las emociones de todos con los que se cruzaba, aparentemente siendo capaz de sentirlas ella misma, y acabó sintiendo un gran interés por nosotros, debido a que acabábamos de llegar a la ciudad y creo que dijo algo de que rebosábamos emociones por todos lados o algo así, así que nos propuso un juego: nosotros debíamos provocar algún tipo de emoción a un viandante de por ahí (ya fuera miedo, alegría, serenidad, etc) y ella nos daría una Piedra Sensorial: Capaz de grabar emociones o incluso succionarlas a riesgo de romperla. El problema fue que...bueno, el resto de mi grupo no estaba muy por la labor de cumplir esta pequeña petición, y yo intenté cumplirla con una ronda de mis mejores chistes a Parisa y Morte. Tristemente, Morte fue el único que apreció mi sentido del humor, pero al parecer para la sensible...bueno, digamos que nuestros puntos de vista en ese tema no coincidieron. Así nos separamos mientras esa criatura nos daba un sermón de que aceptáramos nuestros sentimientos o algo así. En fin, no le deis muchas vueltas. Puede que Parisa la apoyase y que nos dijera que al parecer con la piedra de sentimientos hubiéramos conseguido dinero fácil vendiéndoles a los sensibles emociones grabadas raras, pero bueno, nimiedades relacionadas con gente que no sabe apreciar el buen humor.
Seguimos nuestro camino con una pequeña parada en la sede de otra de las facciones, ya la tercera que conocimos, supongo. Os presento el Salón de los Registros, la sede de los Predestinados, encargados de la burocracia y la recaudación de impuestos, y con la firme creencia de que el multiverso pertenece a aquellos que tienen la fuerza para tomarlo. La verdad es que la reencarnación de Naberus en ese momento pareció bastante complacida con esa ideología, a juzgar por el hecho de que creo que le vi sonreír por primera vez. De forma un tanto maquiavélica, pero una sonrisa, al fin y al cabo.

Finalmente, llegamos a la Biblioteca de los Libros Ignotos. Y la verdad, tengo que admitirlo que fue un poco decepcionante. Solo se trataba de un edificio ordinario comparado con el resto, con las puertas abiertas y de aspecto estrecho, alto y afilado. Lo único que la podría haber identificado con un lugar a destacar era una placa dorada en la puerta con una inscripción incomprensible. Sinceramente, aquello no nos preparó ni lo más mínimo para lo que encontramos ahí dentro, aunque me temo que, con lo que me queda con relatar, hubiera dado igual que aspecto tuviese. Sigil se había propuesto dejarnos con la boca abierta, ya fuera en sus calles, o en una biblioteca aparentemente inofensiva.






*La pregunta de Parisa se quedó en el aire, con todos los errores multiversales careciendo de recuerdos sobre encuentros con dragones. Bueno, no todos. Un fogonazo asaltó a Naberus. Un viaje en barco a través de un espacio estrellado, el ataque de un imponente dragón negro y los gritos de terror. El githyanki frunció el ceño. ¿Había sido eso un recuerdo? Y si era así, ¿cómo había sobrevivido a ese ataque?
Y así fue como despertamos en una taberna, infectados por ese mal al que llaman resaca y sin ninguna memoria de como habíamos llegado hasta ahí. Tengo que admitir que a este paso empezaba a acostumbrarme.


Me encontraba durmiendo en la misma cama que Arkose, vestido y sin rastro alguno de haber incumplido los votos de mi versión clérigo, a pesar de las malas lenguas. La cuestión es que rápidamente ambos nos pusimos en movimiento, intentando encontrar algún peligro o alguna respuesta a lo que hacíamos allí. No encontramos nada, solo puertas cerradas y una niña tarareando una canción inofensiva, al lado de la cama de su abuelo dormido.


Galby Smallstone era su nombre, como bien descubrimos más adelante. Intentamos que nos respondiese a algunas preguntas, pero su decisión era firme en no hablar con extraños, como bien decía su abuelo. Además, el hombre parecía dormido, así que decidimos dejarles en paz. Lo único que descubrimos es que, sí, estábamos en una taberna, y aparentemente aquel hombre era uno de sus trabajadores. Era racional pensar que nos encontrábamos en las habitaciones del local, así que decidimos subir en busca de respuestas y el resto de nuestros compañeros.



Cuando subimos, Naberus, transformado por algún motivo en el bardo (una mejoría si me preguntáis a mí) salía de la cocina comiendo queso, mientras Joneleth discutía con el resto de invitados: un drow bardo llamado Feluk Melarn, miembro de la posada, apasionado de la música y algo pícaro, y el gran jefe de la Biblioteca donde demonios se suponía que tendríamos que haber entrado, Chester Clancy. Si alguna respuesta podríamos haber obtenido de estos dos, tristemente no fue así, ya que sus memorias parecían encontrarse en el mismo estado que las nuestras, ignorantes de como habíamos acabado todos allí. Solo encontramos más preguntas, ya que fue Chester quien nos señaló algo terrorífico: hasta ese momento, y sin que ninguno de nosotros nos diéramos cuenta, ni siquiera un servidor, habíamos estado tarareando la misma canción, una y otra vez.
La misma canción que aquella niña de abajo había estado tarareando.


Bueno, nos enteramos de eso, y de que al parecer no solo seguíamos en Sigil, sino que toda la guardia de la ciudad, el Harmonium, había decidido rodear la taberna donde nos encontrábamos: La Bodega de las luciérnagas
Tomamos una decisión: Arkose iría a buscar a la jefa del local mientras yo y Feluk iríamos al piso superior, una terraza al aire libre decorada por un intimidante dragón long. No fue la mejor de las ideas, en verdad. Fue asomarnos por la barandilla y una andanada de flechas casi nos dio a Feluk y a mí. Por suerte, parece que solo eran disparos de advertencia, aunque no quita el detalle de que aquel drow me apartase para ponerme a cubierto. Un buen hombre, sin duda. Con defectos, pero no como los de aquellos malditos cobardes que se hacían llamar soldados. Ese Harmonium.


Su líder, un hombre al que lo que le sobraba de peso le faltaba de valor nos gritó que no saliéramos bajo ningún concepto de la taberna o nos matarían, sin ni siquiera intentar ayudarnos o colaborar con nosotros, incluso si todos ahí dentro éramos inocentes ignorantes de nuestra mala fortuna. Ya al final bajamos y nos pudimos reunir todos, hasta la niña con su abuelo y la propia Parisa. El anciano se llamaba Ebder Smallstone. Junto a ellos apareció la propietaria del local: una kenku llamada Crinkle.


Seguimos sin recibir respuestas concluyentes de lo que estuviese pasando allí dentro: solo pudimos teorizar. Teorizar sobre que quizás algún objeto maldito estuviera provocando todo aquello. Teorizamos sobre que quizás un libro maldito de Chester podría haberlo provocado, pero el no tenía conocimientos de que hubiera un tomo así en su biblioteca. Lo único que recordaba era sobre un caso parecido ocurrido en una fortaleza con nombre Fuerte Antares, ocurrido hace trescientos años de estos hechos, y que aparentemente la cosa no fue demasiado bien. Un infierno musical, como lo describió. Al parecer tuvieron que aislar la zona por el carácter infeccioso de la maldición, cosa que también ocurría con esta. Y si bien hubiera sido agradable que solo se tratase de una maldición que solo se basaba en el tarareo de una molesta canción, pronto descubrimos sus más terribles efectos. El anciano Ebder cayó en una especie de estado de trance, cantando aquella melodía con la fuerza de sus pulmones mientras su cuerpo se ponía rígido como el hielo, con una mirada de terror en sus ojos que me acompañará durante lo que me queda de vida en mi memoria. Su nieta entró en pánico, la pobre. Todo estalló en caos. Por suerte, aquel anciano no tardó de recuperar la conciencia. Pero nuestras almas ya estaban marcadas por el miedo, y nuestro tarareo involuntario, aquella maldita canción que no podíamos detener ni aunque pusiéramos nuestra voluntad en ellos, se iba volviendo más y más intenso. Un canto más potente sin letra alguna, pero que nos arrastraba a las profundidades de un abismo oscuro como la más tétrica de las sombras.
Al final, tuvimos que tomar una decisión. Chester, temiendo que aquella maldición realmente proviniese de un libro, nos declaró formalmente contratados para romper la maldición del libro, como si desde el principio hubiéramos acordado las condiciones en su propia biblioteca la noche en que entramos. Sospechaba que aquella magia fuera un ritual de invocación, uno que nos parasitaba a los allí reunidos para cantar aquella canción, para absorber nuestra energía y liberar algún tipo de ser aberrante.
—Esto no es sólo una maldición, sino algo más siniestro. La canción tiene que ser algún tipo de ritual de invocación. No sé qué pasó ayer y la verdad es que me da igual. Ahora mismo lo que hicimos anoche es irrelevante. Así que vamos a suponer que os contraté para que resolviérais el misterio de un libro. Seguís contratados. Ahora ponéos en marcha como ya ha hecho vuestro amigo el genasí. Yo voy a intentar comunicarme con el exterior. Señora Crinkle, ¿tiene papel y pluma?
Arkose y Jon decidieron registrar el piso de abajo, con la posterior ayuda de Feluk para encontrar el libro.



Yo, Parisa, Grace, y el resto de residentes de la taberna, por el otro lado, nos quedamos en el piso principal, decididos a vigilar a que nada extraño nos ocurriese, o la vida de cualquiera de nosotros peligrase.







Y por último, estaba Naberus. Naberus buscó por el piso de arriba.

Por nuestra parte, Crinkle nos invitó a comer en la mesa principal, esperando a que el resto llegase mientras intentábamos calmar los ánimos de todo el mundo. Aprovechamos Grace y yo para comentar sobre el carácter de nuestro ciclo de muerte y resurrección, captando la atención de Chester. Yo mismo comenté la posibilidad de que, dado los conocimientos del bibliotecario, podría ayudarnos a aclarar el misterio alrededor del fenómeno, como una especie de pago por aquellos servicios, aunque mi reencarnación presente prefería tratarlo como un favor.
—Supongo que no sabéis la cantidad de leyes sobre la entropía multiversal que estáis rompiendo. En más de setecientos años nunca había visto nada igual. Y ya no dispongo de mis poderes para...
Estas fueron sus últimas palabras antes de que, sin previo aviso, sin ningún tipo de control, sin nada que pudiéramos hacer, todos nosotros, todos aquellos que nos encontrábamos en la taberna, todos sin excepción...
Comenzamos a cantar.
No a tararear. No como hasta ahora.
A cantar.
Mira a una madre segando trigo,
un marido olvidado durmiendo cerca,
con un golpe tomó sus pies
y con otro tomó su oreja¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!Mira a un perro que sabe caminar junto a ti,
nunca sigue súplicas ni órdenes,
la madre le dio una comida sabrosa,
el perro eligió en cambio comerse su mano¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!Mira a un hijo haciendo su tarea,
lavando ropa para la gente del pueblo,
cayó en el rugido del río,
se hundió hasta el fondo y se ahogó¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!
El silencio fue doloroso. Doloroso y terrible. No había ningún movimientos, solo miradas al vacío y entre nosotros, sin saber que decir. Intenté ser el primero en poner orden, pero nuestros corazones apenas podían encontrar algo de esperanza a la que aferrarse. Y lo peor fue cuando la expedición del piso de abajo volvió a toda velocidad, con Feluk herido y sin haber conseguido encontrar el condenado libro ni haber registrado el resto de la taberna a falta de las llaves del local. Nos hablaron de una sombra que les atacó, sigilosa. El drow estaba ido de sí, temiendo por su vida y culpando de lo que estaba ocurriendo a Chester y a Ebder. En aquel momento la tensión en el ambiente era notable, y el único de nosotros que sentía algún tipo de satisfacción fue nuestro Naberus, llevando bajo el brazo al último que faltaba de localizar: Morte.

A pesar de esta esperada reunión, Feluk seguía invadido por el miedo, e intentó escapar del local saliendo por una de las ventanas, rompiéndola con una de las sillas fuera de si. Pudimos detenerlo con ayuda de los poderes druídicos de Jon, pero apenas pudimos concentrarnos en organizarnos de nuevo cuando nuestro enemigo decidió atacar. Sus esbirros, en forma de sombras, nos atacaron sin piedad alguna, contándose en tres. Que el número no os engañe, pues estas criaturas tenían una baza a su favor: en mitad de combate, eran capaces de poseernos a dos de nosotros al mismo tiempo. Todos y cada uno de nosotros caímos bajo su poder, al menos temporalmente. Incluso yo mismo llevé a cabo actos que me avergüenzan, incapaz de controlar mi propio cuerpo, incapaz de evitar que usase el poder divino para arrasarlo todo.

Aún con todo, logramos derrotarles, pero las sorpresas del día aún no habían terminado. En mitad de la pelea, Crinkle había evacuado a la niña a la cocina, siguiéndoles más tarde Ebder en busca de su nieta. Mientras, nosotros ya teníamos bastante con evitar que nuestros propios aliados nos matasen. Cuando ya estábamos todos liberados y empezábamos a curarnos las heridas, de repente volvió Galby susurrando aquella repugnante canción. Tenía salpicaduras de sangre en la cara y la pechera. La niña temblaba con los ojos muy abiertos mientras abrazaba con fuerza un libro grande y cuadrado, con tapas de madera enmarcadas en metal, una de estas manchada de sangre. El miedo, las dudas, la confusión, el horror, todas aquellas emociones inundaron nuestra alma mientras mirábamos a aquella niña sin saber que hacer. El único que tuvo un corazón lo suficientemente noble para intentar hablar con la niña fue nuestro Arkose, abrazándola con ternura y comprensión, pidiéndola que soltase el libro...y así lo hizo. Y luego se echó a llorar.
- Tranquila jovencita, vamos, suelta eso.

La niña solo pudo hablar sobre su abuelo, el cual no se movía y estaba allí, tendido en las escaleras. Feluk, ya más tranquilo tras habernos ayudado durante la pelea, de repente olvidó cualquier tipo de rencor con el anciano, corriendo a por él para saber si era demasiado tarde. Nosotros mientras nos acercamos dubitativos al libro. "La alegre tonadilla de Shemshine", ese era su nombre. Su estructura era más la de una caja de música que de un libro de papel, abriéndose con terrible lentitud acompañado de aquella música, mostrando no letras, sino cuatro escenas desplegables. Cuatro escenas que fácilmente identifiqué con tres estrofas de la canción, más una cuarta que faltaba por algún motivo. Mientras, a nuestros oídos llegó el grito de jubilo de Feluk junto a una canción: Ebder estaba vivo.
—¡EBDER ESTÁ BIEN! Helbred, helbred, lille froskens rumpa, hvis den ikke blir helbredet i dag, vil den leges i morgen.
Teorizando que la forma de arreglar la maldición debía estar relacionada de alguna forma con el libro, Naberus por un lado intentó componer la última estrofa. Tengo que admitir que le salió bastante bien. Si mal no recuerdo, esta era la letra.
Cayó la sombra por su desatino,
fue atrapada en la rueda del molino.
Gritó al viento, mas nadie acudía,
su culpa giró... y ya no salía.
Tristemente, el problema era más práctico que artístico. La caja estaba rota, y bastó que lanzase un sencillo hechizo de reparar para que de repente la música estuviera completa.
Sí, quizás la solución os parezca sencilla y poco glamurosa. Creedme: no estoy seguro si fue la mejor idea que tuve. Ya que pronto, todos nosotros volvimos a ser poseídos por la canción, cantándola en coro sin poder hacer nada para evitarlo, cantando con dolor la última estrofa.
Mira a una madre segando trigo,
un marido olvidado durmiendo cerca,
con un golpe tomó sus pies
y con otro tomó su oreja¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!Mira a un perro que sabe caminar junto a ti,
nunca sigue súplicas ni órdenes,
la madre le dio una comida sabrosa,
el perro eligió en cambio comerse su mano¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!Mira a un hijo haciendo su tarea,
lavando ropa para la gente del pueblo,
cayó en el rugido del río,
se hundió hasta el fondo y se ahogó¿Tiene nombre la sombra?
¡SHEMSHIME!
Provoca dolor, evita la culpa
¡SHEMSHIME!Vean a una hija moliendo el grano
Desearía que al espíritu la hora le hubiera llegado
Tendió una trampa para perdición de la sombra,
Y con la piedra de molino, su existencia se quiebra.
Tras haber cantado aquella maldita canción, tras haberla terminado y completado el ritual, por un momento, la cajita de música pareció chirriar un momento para después, dejarnos en silencio, un silencio sepulcral acompañado porque finalmente habíamos dejado de cantar la canción. Las esperanzas de que todo hubiera terminado se desvanecieron tan pronto como la caja de nuevo empezó a chirriar y funcionar, soltando un humo negro mientras, al mismo tiempo, las imágenes de sus páginas se juntaban para formar una nueva escena. Una escena de una taberna. La misma taberna donde nos encontrábamos, y se podían ver en ella a nosotros como figuras impotentes ante la aparición de una criatura humanoide, hecha del mismo humo negro que ahora soltaba el artefacto. Apenas pudimos pensar en ello cuando la criatura, ya en el mundo real, había terminado de formarse, y se abalanzó a por nosotros, portando el nombre de nuestro nemesis: Shemshime.

La criatura era inteligente, perversa, monstruosa. Se burlaba de nosotros con su voz de ultratumba. Destrozaba nuestras mentes con su toque, y nos arrebataba la vida con sus propias manos. Chester mismo calló ante el increíble poder de este ser, y apenas pudimos hacer nada. Todo ataque que la dirigiéramos, todo hechizo, toda trampa, no servía de nada. Los primeros momentos del enfrentamiento solo sirvieron para que, una vez que fuimos conscientes de que no había arma ni magia que la dañase, formulásemos y realizásemos las estrategias más estúpidas y alocadas que se nos iban ocurriendo: desde cantar de nuevo la canción, crear una nueva estrofa, aplastarla con madera o piedra...todo. Al final, descubrimos su punto débil: la caja. Si destruíamos la caja, destruiríamos a la bestia. El problema es que esta no era fácil de quebrar, ni siquiera con fuego divino, y solo pudimos encontrar un objeto lo suficientemente pesado para golpearla con fuerza: La estatua del dragón Long del piso de arriba, cumpliéndose así el papel de la criatura divina que representaba y protegiendo el hogar de aquel monstruo sin alma.
El problema es que no nos lo puso tan fácil. La criatura intentó atrapar el libro para moverlo fuera de nuestro alcance, pero fue el esfuerzo conjunto de Grace y mío, de una paladina de la muerte y u clérigo de la vida, que conseguimos atrapar el libro y llevarlo al punto de caída de la estatua. Nuestro plan era el siguiente: Sería Arkose quien, rompiendo el techo, arrojaría la estatua encima del libro. Nosotros, Grace y yo hicimos lo que teníamos que hacer: mantener el libro en el punto de caída para evitar que Shemshime se lo llevase de nuevo. Y así ocurrió. La estatua calló sobre nosotros y el libro, sacrificándose nuestras vidas para que Shemshime fuera de nuevo reabsorbido dentro de aquella extraña caja tras recibir el impacto. En el libro, una nueva escena apareció: En ella se veía a Arkose arrojando la piedra del dragón, a mí y a Grace reteniendo al espíritu, mientras Naberus intentaba levantar a Joneleth, inconsciente tras aquella pelea.
—Malditos... ¡No estoy acabado! ¡Volveré! ¡VOLVERÉ! ¡VOLVERÉEEEEEEEE!
Y así todo quedó en silencio.

Tras un rato, finalmente volví a resucitar, en la forma del guerrero dracónido. No tuve muchas dificultades para saber que había ocurrido: aquellos cobardes del Harmonium habían entrado de nuevo, tras comprobar que el peligro hubiera pasado, ayudando a los heridos y aclarando lo ocurrido en la taberna. Naberus como bardo y Morte intentaron pedirme disculpas por sus contribuciones a mi primera muerte, cosa que simplemente ignoré porque estaba bastante harto y ya no me quedaban energías para discutir demasiado sobre ello. Las sorpresas no terminaron cuando, de repente, Chester apareció por las puertas de la taberna.


Su explicación de porqué estaba vivo fue...bastante confusa, la verdad. Al parecer, tiene en su posesión un gran número de cuerpos suyos, y cuando uno muere, su alma se traslada al siguiente. Dejo a vuestro criterio la moralidad de esta extraña forma de salvaguardia, aunque en aquel momento no pude negar su utilidad. Después de todo, eso significaba que nadie había muerto en la taberna. Una victoria para nosotros.
—Ese cuerpo es sólo un recipiente. Como esté. Cuando uno de ellos muere mi alma se traspasa a otro. Seguro que a más de un dios no le gusta eso, pero no es nada que la magia no pueda explicar. Y no es nada que viole el orden natural de las cosas.
Nosotros, por el otro lado, teníamos bastante prisa en largarnos de allí: debíamos encargarnos del libro y no parecía que, tras los problemas ocasionados, fuéramos bien recibidos allí. Además que también estaba la cuestión de nuestra maldición propia, y del pago que se nos debía por nuestros servicios, además de lo que debíamos a Parisa, claro está. Aunque lo primero fue dirigirnos a la Biblioteca, portando el libro maldito. Descubrimos por el camino que si bien Shemshime aún seguía encerrado dentro del libro, como un ente inmortal por encima de la muerte, Chester conocía una manera de sellar el libro, evitando que nadie más pudiera desatar un desastre como el que habíamos experimentado. También nos encontramos de camino a la nueva encarnación de Grace, o como a mí me gusta decir el completo antagonista de la versión anterior: un elfo paladín de Alcor, dios de la vida. Un rayo de sol encarnado en un tipo encantador, vamos.

Finalmente llegamos a la librería, donde un guardián escudo a las ordenes de Chester se encargó de guardar el libro en aquel lugar, más grande por dentro que por fuera. Consistía en un edificio de paredes blancas, techos altos y suelo de mármol blanco. Había estanterías de madera oscura llenas de libros y algunas mesas de trabajo, desocupadas todas ellas al estar aquel sitio completamente vacío. Fuimos pagados con mil monedas de oro, reduciéndose en 50 que dimos a Parisa por su trabajo, mientras Chester intentaba profundizar en nuestro problema, diciéndonos que tendría que consultar con contactos suyos para hacerse una idea de lo que nos pasaba, llamándonos "Errores multiversales" como bien le había dado la idea Naberus en un arranque de originalidad. Lo poco que el podía sacar en claro del carácter de nuestra maldición es que de alguna manera nos reencarnábamos en versiones nuestras no de nuestra...realidad, o multiverso, o como se llame, sino de otras realidades bien distintas, conceptos que desafiaban hasta el entendimiento del mago.
Ese apelativo de "errores multiversales" parece bastante apropiado. Sois versiones de una única misma persona. Diferentes razas y habilidades, pero con ciertos rasgos en común. Sólo que hablamos de un concepto multiversal diferente. No hablamos de la Gran Rueda, sino de realidades complemente distintas. Como si más allá de nuestro multiverso existieran otras Grandes Ruedas en la que hay otros Naberus, otros Yolens y otros Chesters. No sé si me entendéis.
También nos explicó un poco de como funcionaba la llamada Gran Rueda y la posición de Sigzil en el centro del Universo, coexistiendo en ella todas las ideas, todos los planos de la materia, del bien y del mal, del orden y el caos. Y de que de esa fusión surgían las facciones, encarnaciones de las miles de ideas sobre el multiverso.
Vosotros como yo, venís del plano material. Que está compuesto por los cuatro elementos y las ideas. Esas ideas están construidas en dos ejes. El Bien y el Mal. La ley y el Caos. Esa es la estructura de la Gran Rueda y en su centro están las Tierras Exteriores, la Espira y Sigil. El centro del Multiverso. En dónde estamos, las ideas son más poderosas que cualquier espada o cualquier conjuro. Se podría decir que es lo que hace girar la Gran Rueda. Y aquí en Sigil, esas ideas se vuelven elaboradas buscando la auténtica verdad detrás del Multiverso. Así nacen las facciones. Cada una de ellas representa una ideología sobre el multiverso, una ideología que tiene el apoyo de miles de personas. Sencillamente no podéis enfrentaros a algo así. Seréis aplastados.
Tras aquello, nos dijo que esperásemos un tiempo fuera para que el mientras se enfrascase en las investigaciones, siendo guiados aún por Parisa. Por último, ante nuestro aún inocente desdén hacia los peligros de Sigzil, Chester nos alertó de que no llamásemos demasiado la atención de las propias facciones, dado su poder, y alertándonos de que había destinos peores que la muerte, que estas podrían ofrecer...





Para nuestra fortuna, pudimos tomarnos un pequeño respiro tras lo ocurrido en La Bodega de las luciérnagas. Es decir, solo estuvimos a punto de morir una vez, y al final fuimos salvado por intervención divina, si se la puede llamar así. Una victoria se vea por donde se vea.
El asunto es que, teniendo que esperar la respuesta de Chester, hablamos sobre donde podíamos ir, eligiendo entre todos un restaurante de lujo llamado el Gastrognomo, en el cual Parisa tenía un método por el que conseguirnos una entrada fácil...y gratuita. Ya comentaremos más adelante este método en detalle, ahora prefiero centrarme en nuestra primera visita en lo que podríamos llamar el distrito del mercado: El Gran Bazar.
Imaginadlo: tiendas y tenderetes hasta donde alcanza la vista, con productos, mercancías, alimentos, armas, armaduras, y artefactos de un plano con acceso a todo el multiverso conocido: Feywild, Shadowfell, Mechanus, Arcadaia...todo a nuestro alcance, con tan solo extender el brazo, a cambio de tan solo unas monedas. Podríamos haber conseguido cualquier cosa que quisiéramos, cualquier cosa...y realmente no nos apeteció comprar nada. Solo exploramos la zona, hablamos de los modrones del Mechanus, descubrimos sobre la existencia del Portal Nocturno, lugar donde se venden objetos de carácter más...ilegal. Cosas así. El asunto es que ya nos acercamos al Gastrognomo.

En su día, retamos a Naberus a ver si conseguía meternos en el restaurante, y que nos sirvieran gratis, cosa que Parisa alardeaba de poder hacer. Sin duda, aquello era una empresa difícil que incluso el tiefling rechazó, pues la cola de este sitio se extendía hasta donde alcanzaba la vista, además de que un sito tan exclusivo como aquel, era guardado por un defensor a la altura. Kozz, el slad con esmoquin, el maïtre.

Un rival inflexible, sin duda. Por suerte, Parisa tenía un as bajo la manga. Unas simples palabras.
¿Es cierto lo que dicen de vuestro guiso de rábanos azules de Nihon?
Y con ellos dicho, hablando sobre un plato que se suponía que no existía, nos dejaron entrar sin problemas. Una mesa con 6 sillas nos esperaba, al igual que un camarero en la forma de un esmoquín azul andante sin persona visible, Mistral, la criatura que nos iba a atender aquella noche.

No cabe decir que todos estábamos impresionados. Así fue como Parisa nos enseñó su secreto. Al parecer, no era raro de que, al tener el Gastrognomo una lista de espera de meses, que los clientes más...distinguidos, tuvieran sus propios códigos para obtener una mesa con mayor antelación. Y puede que, por razones desconocidas, Parisa conociera el código de uno de estos distinguidos clientes en su momento, ya fuera a cambio de un favor, o ya lo hubiera escuchado este a escondidas. Todo indicaba que era este último caso, pero tampoco es que nos impidiera darnos un banquete: un menú degustación.
Empezamos por un conjunto de 18 cocteles, con brebajes radicalmente distintos unos de otros, con colores, sabores, texturas, efectos totalmente únicos. Alguno era fríos como el hielo, otro tenía ojos, otro chispeaba con la energía del rayo... Una experiencia única en cada baso, vamos.
El siguiente plato, por curioso que parezca, se trataba de un filete de pollo. Pero no uno cualquiera, pues se trataba de un filete de la majestuosa ave fénix.
Brasas eclipsantes. Se trata de un filete de lomo de fénix. Es necesario recalcar que el plato en el que está servido no es de cristal, sino que está tallado con hielo del propio río Estigia. El chef Barrigaencogida representa la esencia del ciclo de vida del ave. Su vida siempre acaba en un estallido de llamas para posteriormente volver a renacer. El Estigia, tan asociado con la muerte, marca parte de ese ciclo y además ayuda a que la comida esté en la temperatura óptima.
A mi gusto, una broma cruel dirigida a tan bello animal. Que estuviera bueno no quita que aquel plato fuera casi un insulto hacia una criatura así. Pero en fin, era comida al fin y al cabo. Curiosamente, lo que no fue comida fue el siguiente plato: una poción, capaz de hacernos recordar nuestras memorias del pasado. Tanto las buenas...como las malas, por lo que pudimos ver por la reacción de Jon, el cual tuvo que salir del restaurante con los ojos llorosos. Grace salió también a intentar consolarle, dejándonos tan solo a nosotros. ¿Cuál fue el recuerdo que tuvo que rememorar? Prefiero no recogerlo en este texto, al igual que el mío. Esa experiencia fue nuestra y solo nuestra, y quedará dentro de nuestros corazones por siempre.
—Como interludio tenemos Tiempo en una botella. El chef Barrigaencogida siempre habla de la importancia del alimento por lo que es. Sustento. Pero un lugar como éste existe por lo que hace que la gastronomía sea un arte: la experiencia del comer. Los sabores, la compañía, la emoción... Estos platos no les sabrían igual si estuvieran comiendo sólos. Cuando beban la poción, revivirán la mejor comida que hayan probado. Pero no revivirán sólo sabores. También se sentirán saciados y alimentados. Y todavía más: sentirán la atmósfera de esa comida, la compañía, las risas, volverán a experimentar todo ello. Esta mañana, después de destilar la bebida y probarla, el chef me dijo que creía haber descubierto el sabor de la nostalgia. Después de haber probado yo mismo la poción, puedo decirles que sí.
El último plato consistía en un risotto. Un risotto único, al estar compuesto por un conjunto de 10 tipos de granos de distintos planos. Un conjunto caótico que de solo un bocado podía provocarte una experiencia...dejémoslo como única. Al menos al Yolen dracónido pareció provocarle una visión bastante fuerte, sin duda.
Armonía y Discordia. Cada plato lleva diez granos de arroz provenientes de un plato diferente: de Mechanus, el Elíseo, el Hades, el Abismo... Es tan ordenado y caótico como una escaramuza de la Guerra de la Sangre. Si alguna vez se habían preguntado lo que era experimentar el Multiverso en un sólo bocado, ahora pueden hacerlo.
Tras este último plato, las sorpresas no acabaron, pues parecía que el mismísimo chef quería saludarnos en persona, donde nos hablaron de una archiduquesa llamada Zariel, un nombre que hizo atragantarse a la mismísima Parisa.

Tras invitarnos aquel buen hombre a un chupito de rábanos azules de Nihón, rábanos que se suponían que no debían existir, nos fuimos del local invitados por el propio chef, sin pagar ni una moneda, como había prometido Parisa. Tal proeza...tuvo su contraparte, pues debemos volver con la archiduquesa Zariel. Aparentemente, Parisa, sin ni siquiera saberlo, había robado el código para entrar en el Gastrognomo de una Señora del Averno.
Oh sí. Zariel no es cualquier cosa, ¿verdad? Un ángel caído que se entregó a los poderes infernales. Señora del Averno. General de los Nueve Infiernos. Responsable de la primera línea de defensa en la Guerra de la Sangre. Su vida está llena de caídas y ascensos, como cuando fue traicionada por el archiduque Bel como gobernante del Averno. Pero tengo entendido que ha vuelto a recuperar su posición. Sí, sí. Cuando se entere de lo que hemos hecho, no le va a gustar nada.
Nosotros teníamos la esperanza de que las consecuencias tardasen en llegar. De hecho, nos dio tiempo a seguir explorando el Gran Bazar. Vimos a dabus por la zona, productos de diversos tipos, e incluso a la Liga Libre, patrullas ciudadanas que parecían buscar ayudar y proteger a los negocios de la zona. Incluso hicimos compras y todo. El caso es que, como nos solía ocurrir a todas horas, esta sensación de paz no duró demasiado. De hecho, podríamos decir que todo comenzó...con una explosión.

Una monstruosidad infernal fue invocada en mitad de la ciudad, destrozando como primer objetivo el Gastrognomo, y como segundo objetivo...todo a su alrededor. Se teletransportaba con estallidos de fuego para sembrar el caos a su alrededor, destrozándolo todo con su espada y su cadena. Nosotros intentábamos huir a escondidas, pero, oh, no, aquella cosa nos buscaba a nosotros, sin duda. Cada uno de sus movimientos la acercaba a nuestra posición con la misma prestreza con la que un sabueso persigue a su presa. Zariel ya nos había descubierto, en apenas unos minutos, y ahora desataba su furia contra nosotros en forma de un ser llamado balor, una furia que ni el Harmonium ni nadie parecían poder detener. Una furia que arrasaba Sigzil a su voluntad. Una furia, una ansia de destrucción...que desconocía que dentro de este plano, fuerzas oscuras gobiernan con plena majestad.
Aquello que apareció en silencio si que era una diosa. No se podía definir de otra manera. Tan majestuosa como una montaña. Tan regia como una estatua. La Dama del Dolor. Eterna. Poderosa. Aquel demonio iba a arrepentirse de haber puesto sus garras sobre aquella ciudad para todo lo que le quedaba de su miserable vida. Desarmando al balor en apenas un instante, el cuerpo de este acabó hundiéndose en el suelo, desterrado a los Laberintos, encerrado en una prisión que aquella criatura controlaba a voluntad. Y tan pronto esta fue hundida en el suelo, la normalidad de las calles volvió como si nada hubiera ocurrido.
Parecía casi irreal.





Descansamos en una taberna del Distrito del Mercado, recuperándonos del agotamiento, del susto y de cualquier otra herida. De nuevo, nuestra maldición hizo efecto, esta vez convirtiéndo en Arkose de un rocoso y agradable guerrero a un genasi del aire reflexivo y concienzudo en reproducir los pensamientos más enrevesados posibles. De nuevo, seguimos pagando a Parisa para que nos guiase a nuestro siguiente objetivo, esperando la respuesta de Chester. Esta vez, nuestro destino era el Salón de Tatuajes de Fell, un lugar regentado por un dabu liberado de la servidumbre hacia la Dama del Dolor, capaz de hacer tatuajes imbuidos de magia y un seguidor de Ruchbah, dios de los portales que tuvo la desgracia de ser asesinado por la propia diosa, reacia a que la adorasen bajo pena de muerte, pero capaz de aplastar a un dios ella sola.
—Fell es un pario entre los dabus. No está al servicio de... bueno ya sabéis, de ella. Ya sabéis que se dice que los dabus, son la extensión de su voluntad. Él no. Y lo que es peor, se rebeló ante ella. Dicen que se hizo sacerdote de Ruchbah. Claro, vosotros no sabéis nada de eso. Hace mucho tiempo había un dios de los Portales llamado Ruchbah. Aquí en Sigil tenía muchos seguidores, ya sabéis la Ciudad de las Puertas y todo eso. La cuestión es que los portales de la ciudad no eran controlados por él. Así que al dios se le ocurrió la idea de venir aquí a desafiarla. Ya os imagináis como acaba la historia. Ruchbah fue asesinado y el magnífico templo que tenía en la ciudad fue destruido. Las ruinas se quedaron ahí como prueba de lo que ocurrido y pasaron a conocerse como el Templo Quebrado. Y tiempo después los Athar se instalaron allí e hicieron del lugar su cuartel general.

Fell era un dabu que caminaba. No se comunicaba con palabras, sino que un humo blanco surgía de su cabeza, formando símbolos con el que se comunicaba. Era más intuitivo de lo que parece en un principio. Su hogar era un establecimiento redondo, contrastando con la forma de lanza de la arquitectura sigilita, y manifestaba un ambiente de seguridad que parecía casi mágico, como si fuera un hogar para cualquiera. Sin duda, era una criatura agradable. Decidimos hacernos un tatuaje entre nosotros seis, incluyendo a Morte. Yo me pedí un tatuaje con un hechizo de Agrandar, Arkose el de Comprender Idiomas. Al final todos decidimos un mismo diseño, uno que representase nuestra unión como un equipo, uno surgido de la dificultad y las maldiciones. Un símbolo que ni la muerte podría detener.

Tras salir del local satisfechos, decidimos pasarnos por la Colmena para comer una delicia de Sigzil: El pepito de brontosaurio del Pozo de Grasa. Allí, comiendo en la plaza pública, un pajarillo de papel nos transmitió el siguiente mensaje, desdoblándose nada más aterrizar en el regazo de Grace. Era de Chester. Quería que viniésemos a su Biblioteca.
Hay alguien interesado en conoceros que quizás pueda ayudaros. Por favor, venid lo más pronto posible a la biblioteca.
Chester.
Raudos y decididos, fuimos directamente hacia nuestro destino, esperando encontrar respuestas a nuestra maldición, que la condena de andar en este extraño y fascinante plano como seres sin recuerdos ni objetivo acabase de una vez. Que volviéramos a algo que pudiéramos llamar hogar. Y quizás para ti, lector, no sea para tanto esta reflexión, pero te aseguro que ninguno de nosotros estaba preparado para lo que se avecinaba.
Ninguno de nosotros sabía que solo estábamos en el comienzo de una odisea de proporciones multiversales.
Tras haber llegado a la Biblioteca de los Libros Ignotos, recibiéndonos con un té, Chester nos habló de nuestro próximo benefactor...un infernal. Shemeska, dueña de la Rueda de la Fortuna. Un yugoloth, criaturas que representan la esencia del mal. Y de entre todos ellos, Shemeska era una arcanoloth, de los tipos más peligrosos de este desconocido grupo de criaturas surgidas de los abismos infernales. Y Shemeska era de las peores que haya conocido.
Una figura ya famosa en Sigil (hasta Parisa la temía), se había enterado de nuestras andanzas por la ciudad, y afirmaba que poseía un objeto de nuestra propiedad. Y quería hablar con nosotros sobre su hallazgo. Grace no veía con buenos ojos el pactar con esta criatura. Especialmente él. Nosotros tampoco lo veíamos con buenos ojos, pero no teníamos otra opción. Nos debíamos dirigir a la Rueda de la Fortuna en el distrito de la Dama, el barrio donde los poderosos conspiran para obtener más poder y se clavan los puñales los unos a los otros, como si ya fuera tradición entre ellos. Parisa se ofreció a llevarnos, siempre que no tuviera que entrar en el local. Chester, por otro lado, se despidió de nosotros con educación, ofreciéndonos su ayuda para lo que necesitásemos.
Mientras nos preparábamos para partir, hablamos entre todos de que podríamos hacer para hablar con nuestra siniestra anfitriona, todo hasta que Chester, tras haber salido un segundo, volvió con muy malas noticias.

Entrando con él, le acompañaba Farrow, un espía a las órdenes de Shemeska, infiltrado en el Harmonium, que nos avisó que, para nuestra triste desgracia, la institución que simbolizaba el orden y la ley en Sigil nos perseguía por una de las causas más absurdas que haya visto en el Multiverso: violar sus leyes con nuestra existencia y la paradoja que portábamos, todo por orden de la Fraternidad del Orden
—La Fraternidad del Orden ha ordenado al Harmonium vuestro arresto. Sois una violación de las leyes que rigen el multiverso y en extensión cualquier orden natural de las leyes que marcan Sigil. Ahora mismo una patrulla del Harmonium viene hacia aquí para vuestra detención.
Chester nos ofreció salir de allí con un portal que se encontraba dentro de la biblioteca misma, abriendo un camino entre las estanterías que cubrían las paredes del lugar con la intervención de su propio guardia escudo.

Mientras tanto, mientras seguíamos avanzando y Chester se ofrecía a quedarse y a interceder por nosotros frente al Harmonium, Farrow mostró su verdadero rostro: una especie de changeling, o al menos una criatura capaz de cambiar de aspecto. En aquel momento no estaba muy claro que era.
Moviendo el guardián otra estantería, encontramos el portal: el dibujo de una puerta. Solo habían un problema con él: una vez activado, conducía a un sitio aleatorio de la ciudad, por eso debíamos ir todos juntos mientras estuviera activado por un sencillo mantra dicho por Chester:
—Esto es una Biblioteca y en ella debe de reinar el silencio. Así que ahora callad.
Por supuesto, todos sobreentendimos lo que debíamos hacer para que el portal siguiera activo: callarnos la boca y no decir palabra alguna, todo mientras entrábamos por el portal. Sencillo, para cualquiera. Para cualquiera...menos para Jon, que se pasó tanto de apático que no pudo evitar no soltar un comentario irónico. Para fortuna nuestra, acabamos en el Distrito de la Dama. Para desgracia nuestra, Jon, por supuesto, no estaba allí. Decidimos que lo mejor era avanzar sin él y que ya el propio Jon encontrase una manera de encontrarse con nosotros.
Mientras caminábamos por el Distrito de la Dama, no fue muy difícil notar que allí era un centro de poder, uno donde el peligro provenía de conspiraciones y segundas y terceras intenciones. Nosotros nos preguntamos como Shemeska había conseguido instalar el centro de su poder en un sitio como aquel, entre los nobles más poderosos de toda Sigil, a lo cual Farrow nos respondió con completa solemnidad, como si hablase con la seguridad con la que un hombre te dice que el cielo es azul:
Veo que no conoces la naturaleza de Shemeska. Tranquilo, no tardarás en hacerlo. Eso debería hacerte comprenderá cómo se estableció en la ciudad. Además te diré que hoy en día nadie está mejor informada que ella en la ciudad. Si se lo propusiera, su red de espías sería capaz de poner en jaque a las facciones de la ciudad. Es tan peligrosa y poderosa como un ultroloth.
Finalmente, llegamos a la Rueda de la Fortuna: Un enorme y elegante edificio con una arquitectura ricamente decorada completamente ajena a lo que habíamos visto hasta ahora entre Sigil, ocupando toda una manzana entera. En su fachada había una marquesina en la que estaba escrito con letras grandes y doradas La Rueda de la Fortuna. Sobre la cubierta había algún artilugio que emitía un chorro de chispas brillantes como si de una fuente se tratara. Algunos lugareños, elegantemente vestidos, entraban mientras reían por las puertas giratorias del lugar. En aquel momento, Farrow se despidió de nosotros.
—Yo me quedo aquí. Pero recordad que la fortuna favorece a los valientes.
Lo mismo hizo Parisa, negándose a entrar. Nos metíamos en la boca del lobo, y no lo hicimos sin miedo, a pesar de lo que digan ciertas historias.


¿Nuestra primera sorpresa? Jon estaba ahí. En forma de gnomo. La segunda ya fue el local en sí. Un lugar decorado hasta lo absurdo, con el espíritu de un mago haciendo trucos de magia en la puerta nada más entrar. Y una criatura enorme y azulada, con colmillos enormes vigilaban la puerta. Todo constituía una mezcla entre lo elegante, lo exótico, lo ostentoso y lo excesivo. Sin duda un casino como ningún otro haya visto el multiverso.

Junto a Jon, un elegante tiefling llamado Valek le hacía compañía, recibiéndonos con elegancia y alegría. Nos dio una carta por parte de su ama, la misma Shemeska, que decía así.
Estimados invitados,
¡Bienvenidos! Los estaba esperando. No se preocupen, aquí están a salvo. Los llamados "guardianes de la paz" de nuestra ciudad no tienen ninguna influencia en mi establecimiento.
He preparado alojamiento para cada uno de ustedes arriba. Valek los acompañará a sus habitaciones. Descansen, relájense y disfruten del servicio de habitaciones por mi cuenta. Cuando estén listos para el entretenimiento, les espera un regalo en la caja del casino.
Me reuniré con ustedes un poco más tarde. Nos vemos pronto.
Su amable anfitriona, Shemeshka
Así fue como Valek nos acompañó a nuestras habitaciones para poder cambiarnos y asearnos debidamente, recibiendo de nosotros una justa propina (tres monedas de cobre).

Ya en la zona del casino, un diablillo nos recibió, dándonos 10 hojas afiladas para utilizar en los distintos juegos del casino, equivalentes en total a 100 monedas de oro, 10 monedas por cada una de ellas. Así, un mundo de oportunidades se abría ante nosotros, entre aquellas cuatro paredes.

Cada uno nos fuimos por separado. Por mi parte, poca cosa: me tomé en el bar una bebida llamada "Abominable, si, por facor", preparada por un yeti llamado Phiwi bastante agradable, di todas mis hojas afiladas a un dragón blanco endeudado llamado Mordiscoinvernal que se había gastado casi toda su fortuna en el juego, y que me nombró "Amigo de Dragones" por hacerle el favor, y luego escuché en el escenario a Estrella, una bella elfa con una voz angelical, mientras a mi lado un Leonido llamado Hewd me intentaba convencer de entrar en su Facción, el Ojo de la Mente, dedicada a la búsqueda de la autosuperación. Me negué.



Por otro lado, Naberus, en la estatua del escorpión que había en mitad del casino, conoció a Ignatius Tintamancha, azotamentes de buenos modales, con el que hablaron del artefacto que era la estatua: el Artefacto de Kwalish, hecha para viajar por el fondo marino, y conversaciones sin importancia sobre Shemeska y sus visitas al casino. Y luego decidió probar suerte en La Rueda de la Fortuna, la atracción principal del casino, una ruleta con la que se podía obtener premios nunca vistos, y, pagando cinco hojas afiladas, consiguió...cinco hojas afiladas. Se quedó igual que antes, para que engañarnos. Luego vino conmigo y con el leonido a disfrutar del espectáculo ofrecido por la elfa.


Ahora pasamos a contar las aventuras y desventuras de Jon, el gnomo. Fue el primero en tentar a la suerte, jugando el el Botín de Zaurax: Los participantes apostaban como mínimo una hoja afilada en uno de los números y el crupier arrojaba un dado de veinte caras sobre una rulela numerada con veinte secciones. Si el número del dado o de la ruleta era el mismo que el de la apuesta, quintuplicabas la apuesta. Y si tenías la suerte de que el número de la ruleta y del dado era el mismo que tu apuesta, ¡se multiplicaba por veinticinco! Un juego digno de probar la suerte del gnomo, una suerte que...aquella noche fue extraña. En ese juego, eligió 3, y sacó 2 y 4.


Luego, en el siguiente juego, convencido por una tiefling llamada Lu, que consistía en tiradas de dados. Se les unió el azotamentes con el que había estado Naberus. El reglamento era sencillo: los participantes elegían cuantos dados de seis caras querían tirar. El que sacara un mayor resultado ganaba, pero si sacabas un uno perdías automáticamente. Cada participante apostaba una hoja afilada y la casa siempre apostaba lanzando tres dados con la condición de que si todos los participantes obtenían un uno en su tirada, se quedaba la apuesta. Yolen eligió 3 dados. 6 en cada dado. Una tirada perfecta. Pues Ignatius se la empató con sus 5 dados, y justo cuando pensaban que se iban a repartir el premio por empate, va Lu con 4 dados y sacó un 19. De nuevo, la suerte de Jon, que decidió probar su suerte en la Rueda de la Fortuna, la cual trajo un gran finale a la noche de Jon dándole...nada. 10 filos gastados para acabar en aspa.

Jon agredió a la máquina con una patada, y dos criaturas espeluznantes, dos Mezzoloth, fueron a advertirle que o seguía montando un alboroto o le iban a echar. Por suerte, Jon pudo esquivar la responsabilidad, ya que en aquel momento fuimos convocados.
Pero nos queda la historia de Arkose, el cual decidió por buscar los mayores premios: La eternamente presente Rueda de la Fortuna... Fue un fracaso. Ganó una túnica con la inscripción Giré la Rueda de la Fortuna y solo me quedó esta túnica horrible. La decepción de Arkose fue clara, buscando un método de apuesta más sencillo: las tragaperras.

Putricia, una saga muy salada, fue quien la hizo compañía. Una criatura ansiosa por las larvas del Hades, que estuvo con él cuando, como era tradición en nuestro grupo, Arkose no obtuvo nada. Fue a por Morte, a preguntarle que tal le iba, y si tenía alguna hoja afilada de Grace. Morte le dijo que no, que Grace, como yo, había donado sus hojas afiladas, esta vez a una causa por los huérfanos.
Sin duda, los únicos que obtuvimos mejores resultados fuimos Grace y yo, simplemente donando las hojas afiladas. Por una vez, por una mezcla de mala suerte y extraños giros del destino, la virtud había ganado a la ambición...aún no entiendo como pudo ocurrir, pero ocurrió.

Tras esta desastrosa noche, vino a "salvarnos" la propietaria, nuestra ambiciosa anfitriona. Su entrada, un completo espectáculo; su presencia, como la de un pavo real; su rostro, el de un astuto depredador. Shemeshka de la Rueda de la Fortuna.
—Mis queridos invitados, siento mucho haberos hecho esperar. Aunque espero que la velada haya sido entretenida y hayáis disfrutado de lo que La Rueda de la Fortuna tiene que ofrecer. Tenía tantas ganas de conoceros. Por favor, acompañadme a uno de los reservados. Así nadie podrá interrumpirnos ni molestarnos.
Nos reunimos en su oficina. Tan exquisitamente decorada como lo estaba ella misma. Nos ofreció te, pastas, y hablar de nuestra vida. Al principio, reaccionamos con evasivas. Naberus intentó llevar la batuta de la conversación, que Shemeshka fuera directa al grano. Y lo hizo. Sacó a su mesa una calavera, distinta a Morte, menos inteligente, un mimir, un objeto que grababa mensajes. Shemeshka, hartándose poco a poco de nuestra reticencia, fue mordaz en sus palabras: aquel mimir tenía todas nuestras memorias perdidas. Todas.
Su oferta de hablar de nuestra vida no era un ofrecimiento amable, era nuestra moneda de cambio: o le decíamos todas nuestras vivencias en Sigil, o no nos daba el mimir, ni nos decía como funcionaba. Punto. Tuvimos que aceptar y simplemente, contarlo todo. Nuestra maldición, nuestras desgracias en la ciudad anillo, nuestras encarnaciones, todo.
Al final, satisfecha, nos dio una piedra negra, la llave para encender el artefacto. Simplemente lo debíamos poner en su cabeza y ya está, sencillo, teníamos acceso a los recuerdos. Hasta yo pude sentir un escalofrío en las escamas al ver que lo que tanto ansiaba estaba al alcance de mis garras. Tan cerca, tan cerca...
Esto fue lo que escuchamos
Iniciando. Mimir de clase S. Número de Serie 14N24. Sincronía planaria de las Tierras Exteriores y sus Pueblos Portal. Acceso a datos. Acceso a datos. Acceso a datos.
Datos corruptos. Imposible el acceso a los datos. Datos dañados sobre los siguientes Pueblos Portal: Automata, Faunel, Sylvania, Maldito, Glorium, Excelsior, Rigus. Recuperación de datos posible a través de enlazamiento planario. Se recomienda viajar a los Pueblos Portal para restaurar la información.
El silencio cayó en la sala con un peso abismal. Yo fui el primero en enfadarme, yo fui el primero en pedir explicaciones. Esa mujer nos estaba engañando tras todo lo que habíamos contado y necesitábamos explicaciones. Shemeshka, por supuesto, no se sintió afectada. Ella simplemente nos había ofrecido el mimir, ni más ni menos. Ya lo que hiciésemos con él era cosa nuestra. Ella nos ayudaría a encontrar un portal para ir a aquellas localizaciones, situado en una estatua de un caballo de tres cabezas en el distrito de los Escribanos, y buscaría lo que pudiera sobre nosotros, por si se había dejado algo. Pero nada más. Y solo teníamos 2 horas para ir. Simplemente, por mucha rabia que sintiéramos por dentro...aceptamos.

Farrow nos acompañó de nuevo hasta aquel lugar, despidiéndose de nosotros, bajo las parras afiladas, espinosas plantas de color negro proveniente de los planos inferiores de hojas anchas y brillantes, las únicas que sobrevivían en aquella ciudad del demonio. Fue allí, derrotados por el control de aquella mujer, que decidimos hacer lo que habíamos decidido hacer siempre: mantenernos unidos, luchar unidos, y si aquella condenada ciudad intentaba aplastarlos...hacer que se arrepintiera. Este es el inicio de nuestra Odisea. Aquí comienza nuestros periplos por las tierras gobernadas por las leyes del universo, por su infinita diversidad.
Este es el comienzo de nuestro periplo por las Tierras Exteriores.