Fell empezó con Arkose. Primero dibujó el emblema de los seis errados en su brazo y después se puso con el sortilegio de entender idiomas. Era un proceso largo y un poco doloroso. El dabu iba clavando diferentes agujas hechas de cristales de colores punto a punto. Parecía más un tallador que un pintor. Cuando empezó a tatuar el sortilegio, el proceso fue más lento todavía. Ocasionalmente Fell se detenía parecía murmurar algo (aunque de su boca no salía sonido alguno) y de vez en cuando esparcía por la zona del tatuaje un polvo negro que parecía hollín y unos granos blancos que parecían sal. Finalmente terminó. Lamentablemente, el sortilegio tatuado no se pudo adaptar a los patrones de los otros tatuajes que tenía el genasí.
Tras Arkose fueron de uno en uno los demás: Grace, Naberus, Joneleth, Yolen y por último Morte. La calavera parlante se tatuó el símbolo en la parte posterior del cráneo. Y era una gran idea porque así no había que modificar su avatar. Cuando hubo terminado con los seis, la hora de comer ya había llegado. En ese momento Fell miró a los errores multiversales y en su cabeza se extendió la imagen de una mano en posición de recibir.

Pues serían doscientas cincuenta y seis piezas de oro menos.
Yolen, habiéndose tomado con tranquilidad el proceso de tatuaje, incluso con el tiempo extra que había requerido instalar los hechizos, se miraba el hombro derecho con interés, flexionando el biceps para ver que tal quedaba el tatuaje en general, incluso con sus músculos hinchados. Debía admitir que era un trabajo bastante bueno, en comparación con los diversos tatuajes que ya cubrían el cuerpo del draconido de por sí, todo conformado por combinaciones de runas y diversos símbolos escritos en lenguas ya olvidadas en las profundidades de los montes. Solo el bárbaro podía entender algunas de ellas, mientras que otras hasta el mismo dracónido sabía que no se podrían traducir con el lenguaje común, debido a su profundo significado más vinculado al mundo de los espíritus y de los totems que protegían del mal a los habitantes de las cumbres.
Al final, el draconido había aprovechado que sus brazos aún no habían empezado a ser tatuados debidamente para dejar ese símbolo ahí, en el hombro, justo en el inicio del biceps y a la vista de todos. Ahora no podía evitar preguntarse que significaría a partir de ahora el haber dejado esa marca en su cuerpo. Un tatuaje así podía significar un peso mayor del que aparentaba: la fidelidad a aquel grupo, su conexión con ellos...demonios, si hasta aquella conexión le vinculaba con la calavera. Igual era buena idea empezar a llamarla por su nombre...
No, calavera está bien.
Aún así, la cuestión seguía abierta. ¿Valdría la pena haber dado aquel paso? ¿Aquel vínculo con aquellos hombres que hasta hace poco no dejaban de haber sido extraños? Tan pocos días, tan poco tiempo...sin duda, el destino les estaba metiendo en un camino imprevisible. Quizás fuera mejor dejarse llevar un poco.
Yolen miró el gesto del dabú, haciendo un pequeño asentimiento.
-Ha sido un buen trabajo, dabú. El mejor que creo haber visto. Te mereces el dinero. Chicos, ¿Quién tiene la cartera?
Naberus, sentado con el torso ladeado y la barbilla en alto, observaba el proceso con una mezcla de intriga y diversión maliciosa. La aguja de cristal chisporroteaba en la piel del genasí y, por un instante, la idea más deliciosa se coló en su mente: pedir que el tatuaje le fuese grabado en la cara. Oh, la sola imagen del gith brujo ―esa pomposidad andante que compartía su mismo nombre― viéndose obligado a portar en sus pálidas mejillas un recuerdo impuesto por él… era casi demasiado tentadora.
El tiefling sonrió con la comisura torcida, dejando que la ocurrencia madurase como un vino añejo. Pero, tras unos segundos, negó para sí mismo. Su rostro, pensó, era una de sus mejores virtudes. La simetría afilada de sus facciones, los cuernos torneados con arrogancia, la sonrisa insolente que tantas puertas le había abierto… sería un desperdicio arruinar aquel lienzo con agujas.
Con un gesto teatral, tendió la muñeca desnuda hacia Fell, como si entregara la pluma de un contrato fatídico. El tintineo de uno de sus brazaletes acompañó el movimiento, marcando la rendición de su piel al arte del dabú.
Cuando Yolen, satisfecho con su propio tatuaje, preguntó quién tenía la cartera, Naberus extendió la otra mano y señaló con un dedo largo y burlón hacia Arkose.
Mientras Arkose era un lienzo con patas para el artista dabu, puso en práctica una técnica de meditación. Cuando Fell le dio unos toquecitos en el brazo para confirmar que ya estaban terminados, el genasi abrió los ojos y retomó un ritmo de respiración normal. El tiempo pasaba volando cuando se abstraía en su mundo interior. Asintió con una sonrisa en señal de agradecimiento y dejó el sitio para el siguiente integrante del grupo.
Como no podía ser de otra manera, mientras los demás eran tatuados, cruzó piernas sentado en el suelo y levitó unos milímetros para retomar su actividad. Los profanos en la materia podrían pensar que estaba echándose una siesta o que tenía la mente en blanco como una ameba, pero sus pensamientos iban el triple de rápido en aquel estado profundo. Tan profundo que ni le molestaron los chillidos de Morte cuando las agujas pinchaban directamente sobre hueso.
Al rato volvió a incorporarse y observó los 6 símbolos. Aunque procuró que no se le notase en el rostro, le hizo bastante ilusión verlos a todos con el mismo diseño. Aquella ciudad extraña les traería sorpresas y seguro peligros, sin embargo, todo se lleva mejor con amigos; porque eso se convertían para él. Un sentimiento de amistad peculiar y contradictorio al mismo tiempo. Ya tendría tiempo de afinar sus emociones con la próxima meditación.
Siguió la línea que trazaba la uña tieflinesca hacia su persona. Se acercó a Yolen y alargó la mano hacia el cinturón del dracónido. Dio un toquecito en la bolsa con las monedas en su interior:
- La tienes tú, Yolen. Te tocaba a ti... llevarla.
Sacaron las monedas para pagar al bueno de Fell.
- Gracias, señor Fell.... Gran servicio, grata atención... Seguro que gran resultado. Ten buen día.
La mañana había volado en el Salón de tatuajes de Fell. Tras despedirse del dabu el grupo fue a buscar algo de comer. Como era un poco tarde no fueron al Pozo de la Grasa, que era el lugar gastronómico por excelencia de la Colmena. En lugar de eso, fueron a un tenderete de un conocido de Parisa donde les sirvieron unos enormes pepitos de brontosaurio.
Mientras se los comían en un parque, un pajarillo empezó a revolotear alrededor de ellos. Hasta que Arkose se dio cuenta de que no era un pájaro exactamente, sino un pájaro de papel. Finalmente se posó sobre el regazo de Grace y se convirtió en un trozo de papel inerte. Entre la expectación general, el elfo desdobló el papel y se encontró en su interior un mensaje.
Hay alguien interesado en conoceros que quizás pueda ayudaros. Por favor, venid lo más pronto posible a la biblioteca.
Chester.
Buenas noticias sin duda alguna. Había que reconocer que el bibliotecario había sido eficiente.
Joneleth levantó la vista del bocadillo a medio devorar, con la boca aún manchada de restos de brontosaurio.
—Un pajarito nos trae mensajes secretos… —murmuró con ironía, chasqueando la lengua— Chester es un verdadero artista en esto de la discreción. En cualquier caso, ya empieza a parecer que esta ciudad no quiere dejarnos ni un bocado tranquilo.
Dio otro mordisco al pepito, masticó sin demasiada prisa, y tras tragar dijo más serio, con un dejo de expectación en la voz:
—Vayamos. Si el bibliotecario cree que puede ayudarnos, no deberíamos hacerlo esperar. Quién sabe, tal vez por una vez sean buenas noticias de verdad.
Naberus salió del estudio de Fell agitando con un mohín el brazo recién tatuado. El ardor de la piel marcada le arrancaba pequeños gestos de dolor que él mismo exageraba como si estuviera en un escenario, pero bajo aquella pantomima había una satisfacción genuina. El diseño era elegante, casi aristocrático en su sencillez, y verle impreso en su propia carne le arrancaba una sonrisa torcida, de esas que no sabía si pertenecían a un bardo o a un bribón.
Ya en el parque, mientras devoraba con delectación el pepito de brontosaurio, el vuelo del pájaro de papel le robó la atención. La criatura se deshizo en el regazo de Grace, y Naberus, curioso, recogió el resto del papel cuando el mensaje ya había sido leído. Con la delicadeza de un prestidigitador, empezó a doblarlo torpemente, buscando las líneas invisibles que devolvieran alas y cola a aquella pequeña maravilla. Sus dedos eran hábiles con laúd y pluma, pero no con aquel arte extraño, y pronto el papel quedó reducido a un amasijo deslucido.
El tiefling lo observó con el ceño fruncido y luego rio entre dientes, guardando el fracaso en su bolsa como si aún valiera algo. Se obligó a grabar el detalle en la memoria: hablar con Ruffus, que le enseñara a crear esos pájaros de papel. Tal vez no fuese música, ni poesía, pero un truco así, pensó, podía convertirse en la melodía perfecta para abrir conversaciones… o cerrarlas con un golpe teatral.
Arkose observó sonriente el pajarito de papel. Antes de posarse en el regazo de Grace, el genasi movió los dedos como pulsase teclas invisibles en el aire. Pequeñas corrientes de viento surgieron de su mano hacia el pájaro, haciendo que éste virase y agitase las alas con velocidad. Después de un par de piruetas juguetonas, el mensaje se desplegó en manos de (evidentemente) el elfo del grupo.
- Hablando de bocados... Qué cara pondrá... el bibliotecario cuando sepa que habéis comido gratis en..........
Hizo una pausa más pronunciada de lo habitual. Claro. Él tampoco había asistido al gastrognomo. Resopló.
- Ese paladar de piedra no sería capaz... de diferenciar una mayonesa de un alioli... qué desperdicio.
- En fin, vayamos a ver a Chester... algo de buenas noticias no estaría nada.... mal -asintió con afirmación ante las palabras de Joneleth.
Yolen, gruñendo ante las exageraciones de Naberus, no tuvo demasiado que añadir hasta que llegaron a la parte importante: pepito de brontosaurio, delicioso pepito de brontosaurio. Yolen lo devoraba a base de grandes mordiscos como si la parcial semejanza reptiliana (y de ave, si contamos el animal totémico de Yolen) de su comida no le importase lo más mínimo. Después de todo, después de su experiencia en el Gastrognomo era como si hace milenios que no comía comida decente, de filetón y buena barra de pan. Un bocata como Hadir mandaba, vamos, con su salsita y todo.
Estaba lamiéndose la grasa de su boca cuando de pronto aquel pájaro de papel bajo del cielo, escuchando con interés el contenido del papel. Cuando el resto se levantó, claramente con intención de irse hacia la biblioteca, Yolen se quedó parpadeando allí sentado, sin decir nada.
-...¿Un pájaro de papel? ¿No sería mejor uno de verdad?- Yolen se levantó del banco, negando con la cabeza y siguiendo al resto.- Aggggh...magos.
El grupo apuró la comida, para ponerse en camino hacia la Biblioteca de los Libros Ignotos. No habían visto ni una mínima parte de lo que podía dar de sí la ciudad de Sigil, pero sí lo suficiente como para saber de que seguramente era el lugar más peculiar de todo el multiverso. Toda su fama era merecida y realmente se hacía apetecible seguir investigando los recovecos de las calles. El problema es que cuando no sabes quién eres y de alguna manera eres tres personas al mismo tiempo, hay cosas que uno tiene que priorizar.
Y sin duda desentrañar ese misterio era la prioridad número uno.

El grupo continua aquí.