Partida Rol por web

Haaron se preparó lo mejor que pudo, sobretodo siguiendo las indicaciones de el Tigre. Cuerda, ropa de repuesto, lo mismo con zapatos y el equipo básico para poder colarse. Antorchas, las herramientas y las pocas armas de las que disponía.

El primer obstáculo se alzó ante él, una puerta con una buena cerradura de hierro. Barajando sus posibilidades decidió tratar de abrirla sin armar jaleo, pero nuevamente falló en su intento inicial.

El fallo en abrir la cerradura de forma rápida la había dejado algo dañada. Volver a intentarlo con más calma sería ahora complicado, pero tampoco estaba tan mal como para no ser fácil conseguirlo y se esforzaba. 

Miró sus armas sopesando sus otras opciones, el estoque era una apuesta seguro, pero podía perder punta y sería costoso repararlo. La daga era sustituible, solo que no allí abajo ni en ese momento, pero era casi seguro que quedaría hecha un guiñapo.

La prisa de Haaron por acabar cuanto antes le costó el proceso entero. Los dientes de la cerradura se dañaron y ahora no podría abrirla, ni con ganzúas ni con la llave, quien la tuviera. No le extrañaría que le acabaran pidiendo cuentas o descontando del próximo pago el candado. En cualquier caso ahora poco importaba tener que destrozarlo, aunque para ello tuviera también que dejar inservible su daga, dado que ahora no servía para nada más que mantener cerrada para siempre esa portezuela.

Haaron precisaba ahora de llevar una de las antorchas en la mano, la luz temblorosa dejaba ver pequeños ojos rojos en la distancia y en cada vertedero lateral. Los siseos y chillidos de las ratas eran cada vez más frecuentes y molestos, furiosos. Unos giros antes de llegar a la zona de control de plagas, los ojos que había más allá de la penumbra de la antorcha dejaron de moverse y huir, pronto se encontró frente a él media docena de ratas enormes, casi como perros pequeños y de aspecto horrible, tenían dientes afilados y un amago de cresta ósea creciéndoles en el lomo, estaban todas juntas, saltando unas sobre otras, sin alejarse nunca, como dándose valor mutuamente. Siseaban y gruñían, visiblemente molestas y hostiles.

Su mala suerte o su falta de pericia le costó perder una daga. No era una gran perdida, por poco podría conseguir otra, pero se quedaba sin un arma suplementaria con la que apoyarse si fuera necesario. No le quedaba otra que avanzar y la preocupación de futuros enfados por lo del candado era problema del Haaron del futuro si es que salía con vida de ahí.

Con la antorcha en la mano torpe y el estoque fuera en la buena, avanzó por los túneles sintiendo como docenas de miradas de ojos rojos se clavaban sobre él. Llegado cierto momento, poco rato después de haberse internado, la situación no parecía tener mayor resolución que la violencia. Apretando los dientes, Haaron se preparó. 

Las ratas se abalanzaron en tropel contra Haaron, incluso estorbándose entre ellas, dispuestas a abrirse camino a través de él, literalmente, Haaron estaba preparado contra la primera pero un aluvión le cayó encima. Dos le mordieron los antebrazos, pero pudo interponer sus brazales del mejor cuero de la ciudad, que no cedieron ante los dientes como punzones, otras dos le saltaron a los muslos, pero de nuevo las grebas de su defensa le protegieron. Una más saltó de forma demasiado torpe para que la agilidad de Haaron permitiera que llegase a hincarle el diente. La última fue incapaz de atacar, a consecuencia del estoque de Haaron.

Haaron se anticipó a las ratas, pero aquel acto no supuso nada, pues sin pretenderlo, su arma no hendió carne alguna, sino que "atravesó" muy por encima del cuerpo de la primera rata que llegó hasta él. Con su acostumbrada mala suerte, Haaron no se sintió muy feliz por ello, pero aun así, atacó nuevamente con su rapier en cuanto tuvo oportunidad nuevamente.

La segunda estocada fue mucho más efectiva contra oponentes que carecían de la inteligencia que solían tener sus rivales de pendencias y fiaban toda su capacidad a la furia de la desesperación, por lo que su afilado estoque potenciado con magia descabezó a una de las ratas como hubiera hecho con un melón puesto de pie.

Dos de las restantes, tal vez intimidadas al ver la cabeza de su compañera volar de vuelta por dónde venían mientras el cuerpo se quedaba a su lado, se quedaron dónde estaban, gruñendo y tirando bocados poco menos que al aire.

Las otras tres le saltaron encima, liándose a dentelladas, pero cuando consiguió volver a tirarlas al suelo, ninguna había conseguido superar la dureza de su jubón encantado.

Haaron volvía a tener la iniciativa.

Eran ratas. No le agradaban mucho esos pequeños mamíferos, pero tampoco iba a caer en el error de infravalorarlas. Eran como perros, más menudos, pero su peligro lo entrañaba su número, no el animal en sí. Rodeado y hostigado, el duelista, acostumbrado o más bien deseoso de enfrentarse en uno contra uno, trató de segar otra vida de aquellos seres, buscando ver si sería posible espantarlas.

Su arma se movió con agilidad, pero sintió que más bien había arrancado pelos de la rata objetivo más que hacerle verdadero daño.

La rata se había llevado un buen tajo y junto con el pelo había perdido buena parte de la piel del lomo. Retrocedió unos pasos, pensando si le compensaba seguir peleando, para cuando decidió que sí, había perdido la iniciativa que habían recuperado sus compañeras mientras ella dudaba.

Pero ver a una ensartada de una estocada y a la segunda medio despellejada parecía haberlas puesto nerviosas, todas tiraron bocados distantes, tratando de que fueran las demás quienes entrasen hasta el fondo y quedasen expuestas, como resultado ninguna llegó a inquietar a Haaron que pronto se vio de nuevo en equilibrio y capaz de elegir blanco.

Hostigado por aquellos roedores mal encarados, Haaron siguió arremetiendo contra ellas. Agradeció que los animales fueran algo torpes y siguió arremetiendo con su rapier contra ellas, deseando poder esperarlas; le parecio indigno verse acosado por aquellos seres.

El estoque de Haaron voló certero alcanzando a una de ratas en el ojo cuando lanzaba una de sus dentelladas lejanas, las otras tres alimañas del tamaño de perros, aprovecharon para saltar a sus piernas, pero la cuarta usó ese instante para escabullirse corriendo por la pared abombada lejos del alcance del espadachín, que suficiente tenía con aguantar ahora el acoso de los tres roedores enfurecidos.

Dos de los animales se habían estorbado entre ellos, saltando uno sobre otro, que se puso de pie desequilibrando al primero, pero el tercero consiguió alcanzar a Haaron en la pantorrilla. A la luz de la antorcha pudo ver la espuma algo verdosa del mordisco entremezclada con su sangre, por un momento temió los efectos que aquella boca repugnante pudiera transmitirle, pero su mente, durante un breve segundo, le instó a aullar, mientras le apremiaba a destrozar a aquellos insignificantes bichos a bocados y saciarse con su sangre, desparramar sus entrañas a bocados y engullir sus vísceras sabrosas.

Ese breve recuerdo de que la Bestia se agitaba en su interior, muy cerca de despertar fue duro, pero parecía que la enfermedad maldita no toleraba otras en su sistema.

Sorprendido e impactado por lo que sintió en sus fueros mas internos, creyéndose a salvo de la maldición, Haaron se vio de bruces con la realidad, impelido a responder y terminar de exterminar a las ratas.

Esa sed de sangre le hizo jadear tras el aullido, pero pareció perder su pericia con el estoque por lo incontrolable de los sentimientos que afloraban.

En su furia Haaron apresuró la estocada y la rata evadió el ataque en el último segundo, trepando por el estoque para intentar morderle la mano, sólo para caerse nada más empezar, mientras sus compañeras tiraban bocados a sus tobillos, aunque en su cobardía lo hicieron sin acercarse, lo que les dejó muy lejos de alcanzar ni siquiera la punta de sus botas.

El combate se alargaba y su furia crecía, le habían dicho que la maldición no se haría efectiva hasta la luna llena, pero parecía que demasiada ira la alimentaba de una forma mística bastante inquietante.