Partida Rol por web

Por el rabillo del ojo vió caerse a Gwen. Su expresión se endureció todavía más

-Ya habíais caido bajo los de la marina, pero.. ¿Golpear a una mujer?-gritó indignado mientras trataba de conectar otro puñetazo

El combate prácticamente estaba terminando y el único marino que quedaba en pie era Sam, el grandullón. Rhys dejó que fuera el sargento quien se ocupara del hombretón, mientras que él se acercaba al marinero que había cogido a Roberta por el cuello y que ahora tanto él como la joven estaban tirados en el suelo.

-Pegar a una mujer... Debería darle vergüenza -le espetó, molesto. Se agachó junto a Roberta para ayudarla a incorporarse, mientras observaba que la policía había irrumpido en el local-. Vamos, ven conmigo y apartémonos del follón. ¿Te duele? -le preguntó, con preocupación, sin saber cómo estaría sintiendo su cuello.

Roberta estaba dolorida, desde luego, aunque no tenía muy claro en dónde exactamente. Puede que fuese la espalda, pero también le dolían más cosas.

-La verdad es que me duele todo. Pero oooh, fíjate. Se me ha roto una media. ¿Qué voy a hacer ahora? -le preguntó a MacReady Roberta, mostrándole su pierna hasta casi donde terminaba y una enorme carrera en la media.

Parecía como si la pérdida de su media le doliese más que el golpe.

De nuevo, el capitán lanzó un puñetazo contra el líder de los marineruchos. Habían sido ellos quiénes habían iniciado aquella estúpida pelea, pero sería el quien la acabase. Trató de golpear en la mandíbula a ese mastodonte y de esa forma dejarle fuera de combate. 

- ¡Sam, mira a la cámara! - Llamó su atención antes de tratar de impactar en su cara. 

El último puñetazo de Penwater sí que terminó de derrumbar al mastodonte, lanzando a Sam contra el suelo y liberando el camino para la victoria final, aunque a la vista de la entrada de los guardias, la situación no tardó en cambiar. Los oficiales se lanzaron sobre vosotros, agarrando a todo el mundo, levantando a los que todavía estaban conscientes, como Gwen y el marinero, y entre cinco, intentando hacer algo con Sam, aunque la impresión general era que el traslado de la Estatua de la Libertad hubiera sido una tarea más sencilla.

Kansas levantó los brazos, demostrando que no se iba a meter en nada más grave, y los marineros hicieron lo mismo que él.

Mientras los miembros de la policía militar se hacía con el control, el oficial al cargo sonrió, satisfecho.

-Está bien. Esto es justo lo que necesitaba, unos cuantos paletos que pierden su permiso y se quedan como huéspedes del Tío Sam durante unas cuantas horas. Andando, si no queréis que os llevemos de los pies. ¡Y coged a ese King Kong entre todos para subirlo al camión! -dijo, señalando al pobre de Sam, que agitaba la cabeza, dolorido.

Sus compañeros se acercaron a él y ayudaron a los policías a levantarlo, como buenamente pudieron. Después de lograrlo, uno de los marineros se acercó a Penwater.

-Ha sido una buena pelea, señor. Tenemos que repetirla otro día.

- ¡Muy buena, si! - Exclamó con una sonrisa. - Espero que sí, lo repetiremos. 

Iban a quedar arrestados y pasarían su permiso en un calabozo, pero fuera como fuera habían hecho casi todo lo que habían ido hacer. Habían bebido, habían reído, habían flirteado y se habían dado de hostias. Corta, pero había sido una buena juerga.

- ¡Vamos, cojamos a King Kong! - Dijo acercándose al marinero que estaba k.o. en el suelo.

MacReady observó que Roberta estaba dolorida, aunque a juzgar por su comentario le dolía más el hecho de que se le hubiera roto una media. El joven soldado no pudo evitar observar la pierna de Roberta casi con descaro cuando se la mostró.

-Siempre puedes romperte la otra para llevarla a juego, aunque hay que reconocer que esa media te sentaba muy bien -dijo el religioso, en tono bromista. Adoptó un tono más serio-. No te muevas mucho y quédate sentada. Te dolerá más si haces esfuerzos...

Por fortuna, el enfrentamiento con los marineros había terminado con la derrota de King Kong, aunque por desgracia iban a pasar el resto del permiso en el calabozo.

-Que el Señor nos perdone -comentó el joven soldado a sus compañeros y, aunque MacReady era un ferviente devoto, en esa ocasión lo dijo con una sonrisa en los labios. Pocas noches había vivido tan intensas como aquella.

Y yo tirada en el suelo soñaba con un lugar feliz y tierno, sin violencia, lleno de amor.

Nadie opuso resistencia. Es más, unos os ayudasteis a los otros, incluyendo a Gwen, que aún estaba fuera de combate. La policía militar os condujo a un camión que esperaba fuera y todos fuisteis subiendo a él, para ir a donde ya sabíais. Vuestro permiso había acabado, al menos una parte, que pasaríais en unas cómodas celdas.

El viaje fue corto y no tardasteis en encontraros separados en celdas adaptadas a vuestra conveniencia. Los chicos en un lado y las chicas en otro, ambos lados separados por un pasillo, y sin poder evitarlo.

Las celdas estaban limpias, pero no érais los únicos que había en ellas. En la de los chicos, un par de soldados con resaca descansaban en el camastro que había, juntos, y no es que oliesen demasiado bien. En el de las chicas, una joven con un uniforme de soldado tres tallas más grande, estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared.

-Está bien. Ahora llamaré a vuestra unidad. Sed buenos y todavía podréis cenar -os dijo el sonriente policía militar, antes de desaparecer detrás de una gruesa puerta de metal.

Oddball había desaparecido completamente sin que os hubieseis dado cuenta. En el último momento, os pareció verlo escabulliéndose por la puerta de atrás, el muy traidor, pero qué podía esperarse de un tipo como aquel.

-¡Eeeeh, por fin compañía. Me estaba aburriendo ya de estar aquí sola. Mi novio dice que vendrá a buscarme, pero nunca cumple sus promesas, así que... me parece que pasaré aquí bastante tiempo.

La chica se encogió de hombros, como si no tuviese importancia. Sonreía mucho y aquel maldito uniforme le estaba tan grande, que continuamente debía subirse las mangas para poder tener las manos fuera.

-¿Por qué estáis aquí?

- Lo típico. - Dijo un si Penwater.- Una buena pelea de taberna contra unos marineruchos de agua dulce. - Soltó una carcajada. - ¿Y tú? - Le preguntó a la joven. - ¿Qué haces tú aquí? ¿Ese uniforme es tuyo? - Alzó una ceja y sonrió de medio lado. - ¿O es que tú novio te lo ha puesto y te ha dejado aquí para aque cumplas con su arresto?

La chica miró hacia abajo, tirándose de la ropa hacia arriba, como si estuviese pensando en lo que llevaba.

-No, no es mío, pero es que no tenía nada más -comentó, abriéndose un poco la camisa para que vieseis que debajo, no llevaba absolutamente nada de ropa -. El guardia pensó que si los soldados me veían sin ropa, quizás olvidasen cuál era su deber, así que me dio un uniforme de los suyos. 

- Entonces... - Alzó una ceja. - Usted no es soldado y si no es soldado... - Se encogió de hombros. - ¿Qué hace aquí?

MacReady se había divertido, de eso no cabía ninguna duda, y aunque lamentaba que el permiso fuera a acabar con ellos en una celda, marchaba todo del camión con una sonrisa en los labios. Desde luego no se arrepentía de lo sucedido.

Una vez en las celdas, el joven soldado se sentó en una esquina, sujetando el crucifijo que llevaba en el cuello, esperando que al menos todo terminase bien.

-¿Alguno vio cómo se escabulló ese viejo zorro de Oddball? -preguntó MacReady, sonriendo, al advertir que el teniente había desaparecido en algún momento de la pelea, dejándolos solos y evitando que la policía le capturase-. Al menos esta vez no pidió que le ayudara un matasanos... -bromeó, recordando cómo el teniente había pedido ayuda en el desembarco pese a que estaban en una situación muy precaria.

Penwater soltó una risotada ante la ocurrencia de MacReady. El ataque de risa fue intenso y acabó tosiendo de forma escandalosa. Hacía tiempo que no se reía tanto y es que en la guerra, esos momentos eran escasos. No obstante, cuando surgía alguna broma como aquella, era secundada por un montón de risotadas que contribuían a crear una buena atmósfera entre el grupo. Eran aquellos momentos los que uno recodaba mejor con el paso del tiempo.

- ¡Muy buena ha sido esa, si! - Exclamó el capitán. - Muy buena, la verdad...

Kansas mascaba su puro casi como si fuese un chicle y en silencio, y no precisamente por placer. No es que no le gustase una buena pelea, pero acabar con sus huesos en aquella celda, no entraba dentro de lo esperado, así que estaba de mal humor.

-Odball ha sido listo. Seguramente, todos tendríamos que haber hecho lo mismo, porque ahora dependeremos solo de que nuestro comandante al saber de nosotros, no nos tire al retrete.

Miró de reojo a la chica esa con el uniforme que no era suyo y no pudo evitar guiñarle un ojo. Al menos las vistas merecían la pena.

Estoy aquí porque alguien me contrató. Querían un pequeño espectáculo. Pero no sabía que estaba en una reunión de generales y claro, a uno de los vejestorios le dio un infarto. Se pusieron todos muy nerviosos y me sacaron de allí a toda prisa. Pero mi novio me sacará de aquí. Estoy segura.

En ese momento, empezó a sonar una sirena por todas partes, la alarma antiaérea. Después del ataque a la base en el 41, casi nadie dudaba de que tarde o temprano los japoneses volverían a atacar, con desastrosas consecuencias para todos. De hecho, más de uno de los que estabais allí recordaba exactamente como había sido aquel pequeño infierno, en el que muchos soldados del Arizona ardían como auténticas antorchas humanas.

Ese recuerdo permanecería en el recuerdo de muchos, por lo que oír aquella sirena no era cosa de broma.