Partida Rol por web

-Cierto, es un buen plan, hoplitas. 

Mira al ateniense con una nueva mirada de ligera sorpresa, quizá sólo quizá, de una cierta admiración. Mientras, deja en manos del íbero el tosco ladrillo que había llevado la amazona consigo. Y echa una mirada por si hay alguna provisión que puedan aprovechar. Cualquier cosa se convierte en un tesoro cuando sólo queda eso.

-Yo puedo ser el cebo. Soy ágil y sabré zafarme del primer ataque, o eso espero. 

Se sienta en el duro suelo de roca para comer y beber por segunda vez desde que han empezado el periplo. Parece relajada, aunque no lo esté. Pero sí está dispuesta, la idea de Ameleón le gusta, y siente el hormigueo de la adrenalina correr por sus arterias cuando el sonido de lo que sea que se acerca se incrementa.

-Estamos llegando, Asterión...

Pues manos a la obra Ameleón, deberíamos coger cada uno un extremo de la cuerda y quedarnos cada uno en una esquina frente a frente.

Deseo, una vez termines de comer, la cuestión es coger la antorcha y llamar su atención, imagino que gritando será suficiente.

Ameleón, la fuerza de esa bestia debe ser descomunal, tenemos que apuntalar bien nuestra posición o tirará de nosotros y nos arrastrará. Si tiene como mínimo la misma fuerza que los toros de mi tierra, va a ser complicado derribarlo.

Un brillo de emoción y ansia de batalla aparecía en los ojos del íbero. Proviene de una región en la que las guerras son casi constantes, los iberos son un pueblo muy belicoso, son guerreros famosos en todo el mundo, y él vivía en una de las pocas colonias griegas del país, su vida no era nada fácil y estaba acostumbrado a batallar. Pero esto era totalmente diferente, se trataba de una bestia sobrehumana, con una fuerza que se encuentra a una escala diferente a la de los mortales corriente, aún así, no podía evitar sentir la emoción del inminente combate

Ameleón se sentía jovial por ver que el grupo se configuraba para atacar en equipo. Era la forma de vida de un hoplita y la seguridad de sus compañeros le daba el doble de seguridad a él. Se le escapó una sonrisa -¿Y si... unimos la ayuda de la amazona al grupo? 

Se acercó al cadáver, hacía tan poco que la amazona había muerto que aún no olía mal. No obstante ya presentaba los signos reconocibles del rigor mortis que aprovechó Ameleón para colocarle el arco en la mano y la cuerda tensada en la otra y la acomodaba contra la pared con intención -Podemos usarla a ella de cebo, y contar con tres ataques sorpresas mejor que dos...-Mientras tomaba una flecha y encendía su punta en el fuego de nuevo se iluminó la sonrisa en el rostro del ateniense -Así tendremos quien nos sujete esta vez la antorcha y quizás honremos su muerte con una última acción...

Los infernales ruidos se siguen acercando, despacio. Acompañados de otros gritos más agudos que cesan de repente.

-Sigues teniendo buenas ideas, Ameleón. Espero que usar con agudeza tu ingenio no desgaste tus fuerzas, vamos a necesitarlas también.

No era una crítica, era el modo de pensar de sus maestros, lo que en su entrenamiento escuchó a diario durante toda su vida. Equilibrio, contención, mesura. No dejar que el ego nuble el criterio, medir posibilidades, aprovecharlas al máximo.

Dejó que el ateniense acabara de orquestar el engaño, y ella, mientras, recorrió unos cuantos metros arriba y abajo, entró en un recodo de laberinto que quedaba ciego, comprobó los ángulos de los pasadizos hasta el punto donde se encontraban, haciéndose un esquema mental bastante preciso.

-Se acerca. Lo tenemos muy cerca. Preparados, busquemos cada uno un punto distinto donde esconderse, y acechar. Cuando llegue hasta Teseida, saltemos sobre él, sea quien sea...

Suponía, esperaba, que fuera el Minotauro. Pero ya habían tenido una muestra clara de que otros seres extraños, probablemente monstruosos, pululaban por allí. No dijo nada más, aunque esperaba también que los dos hoplitas recordaran lo que les había impuesto. El golpe mortal lo daría ella. 

-¡Maldita sea, Eso que viene no es Asterión! ¿No habéis oído el ruido de voces que lo acompaña?- La cara de Ameleón se tensó por el pánico. De pronto todo lo que había intentado orquestar se le volatilizó como nubes de humo. - Dudo que el minotauro vaya con escolta, ¡Tienen que ser Derros! Y ese sonido metálico no puede ser otra cosa que una gigantesca máquina de guerra...

El hoplita estaba tan obsesionado con encontrarse con la bestia que no había considerado que la presencia de tres Mórlocs podría suponer que fueran los exploradores del resto de la comunidad de lemurianos. Se sentía estúpido por no haber leído bien las señales y haber pensado simplemente en lo que el quería encontrarse. Miró a sus compañeros con el gesto crispado- No creo que sea buena idea luchar contra un ejército de Derros. Eso sí que nos desgastaría, ¡si es que no nos mata!... y yo he venido a destruir al Minotauro no a enfrentarme al ejército de Lemuria.

Sin pensárselo ni un segundo más dejó el cuerpo de Teseida apoyado contra la pared, con la flecha ardiendo tensada en el arco, cerró sus ojos y le dedicó una pequeña disculpa. Luego echó a andar rápido en la dirección contraria a la del ruido mascullando entre dientes- Pensar siempre sirve, pero para nada cuando te encuentras por el camino equivocado...

La excitación por el combate con la bestia les había cegado por completo, Ameleón le sacó de súbito de sus pensamientos

​¡Maldita sea! Tienes toda la razón, los mórlocs son al final Derros degenerados, no es de extrañar que haya más de esas bestias, ¿Serán las que despacharon a Teseida y nos han escuchado? Quizás vuelven a terminar el trabajo...

​​​​No se lo pensó dos veces, recogió la cuerda por si le hacía falta y corrió tras Ameleón. Se detuvo junto a Deseo, no iba a dejarla ahí

Vamos Deseo, aquí ya no tenemos nada que hacer, no merece la pena arriesgarnos con esas criaturas lamentables.

Avanzáis a paso ligero por uno de los túneles, buscando las muescas en las piedras que habéis hecho. Al fondo veis luz de antorchas. Giráis y en otro de los corredores también os topáis con luz de antorchas, lejos. En general hay silencio, pero a veces hay gritos, y risas de aquellas.

Los ruidos de la "máquina de guerra" no cesan nunca. Se está moviendo. Os están buscando.

Para Deseo los Morlocs ya eran un tipo de criatura desconocida, así que cuando el pánico atrapó a sus dos compañeros y empezaron a correr hablando de un ejército de Derros, no discutió. Aunque nunca en su vida había escuchado nada acerca de algo parecido.

Si lo eran, o no, no importaba: los estaban encerrando, ellos se movían tan rápido como podían, pero las risas, las luces, aparecían y se acercaban desde todos los rincones...

-No hay manera... aparecen por todos lados- Aprieta la lanza en el puño e implora a Atenea para que le de fuerzas e ingenio para salir vivo de esta. Pega su espalda a la de sus compañeros. - Me temo que ya nos han encontrado... igual... también están buscando al minotauro como nosotros...- A continuación se agachó para no parecer tan alto por si había una sola posibilidad de negociar con ellos.

El ruido ya estaba encima de ellos, no había opción, Indikos se llevó la mano al cinto de la espada, preparado para desenvainar la falcata si fuese necesario, aquellos bárbaros habían sido un mero aperitivo, ahora su hoja tendría que probar su valía y ver si el raro metal de los iberos eran tan resistente como parecía ser.

Estad preparados, casi los tenemos encima​-siseó en voz baja-​​me vengaré por lo de antes, desdichadas criaturas de Hades...

Indikos tensó su cuerpo, y algunas venas asomaron por la musculatura recia del íbero, puede que muriese allí, pero se llevaría unos cuantos con el a visitar a Caronte. Su objetivo era el Minotauro, así que había que intentar posponer esa visita al barquero...

Pasan unos minutos muy tensos hasta que les veis. El ruido ahora es infernal. Por un lado asoma una bestia coronada con cuernos, pero no es de carne y pelo, sino de acero y fuego. Os recuerda a las estatuas huecas de bronce, con un fuego encendido en su interior que le iluminan los ojos como si hubiese escapado del mismísimo Hades.

Por el otro lado un grupo de pequeñas criaturas grisáceas, como hombres pequeños, armados con lanzas y equipados con armaduras y escudos. Son tantos como para no poder contarlos. Por un lado; y también por el otro, en torno al minotauro mecánico, tras él, y sobre él.

La bestia es más parecida a una máquina de guerra que a un animal. Se mueve sobre ruedas, y empuña un gran hacha en cada una de sus manos. El olor a azufre es muy intenso. Al estar frente al túnel abre su boca y escupe una gigantesca llamarada que os alcanza.

Ameleón se queda tan aturdido cuando ve aparecer a la bestia de hierro que no acierta a esquivar con agilidad el chorro de fuego que se escapa de sus fauces. A pesar de que mantiene el escudo en posición de defensa, las llamaradas se le cuelan por los flancos y le abrasan hombros y piernas. Miró a su lado para ver como la llamarada engullía a Indikos que no llevaba siquiera escudo.

Oh Zeus padre de todos...-murmuró Indikos al ver aquella bestia metálica escupiendo fuego-

La llamarada le alcanzó de lleno, la sorpresa le impidió reaccionar a tiempo siendo alcanzado de lleno por la llamarada, el dolor le paralizó por completo, el humo mezclado con el olor a carne quemada le impedía ver o respirar correctamente.

¡Aaaaah! -el grito de dolor de Indikos resonó por la estancia y jaleó a los Derros que emitían aullidos de victoria.

¿Qué es...aquello...?

No es el Minotauro, seguro, a pesar de que por su forma podría pensarse. Deseo revive en su memoria todas las versiones del ser híbrido que sus mentores le han ido explicando a lo largo de su preparación, cientos y cientos de criaturas parecidas en forma e incluso en tamaño a lo que se acerca, pero vivas, semihumanas, no máquinas de guerra metálicas acompañadas por un ejército de acólitos armados hasta los dientes.

Y escupiendo fuego, además. Eso queda para los dragones, de los que no está convencida que quede ninguno, y que si los hay, no habitan la isla de Creta. 

No, esta monstruosidad no es la que ha venido a buscar, esto es un engaño, y un engaño muy poco acorde con la idea que todos aquellos que han oído hablar del Minotauro esperarían. La leyenda, el mito creado alrededor de esa figura por todos los que no la han visto en vivo, es decir nadie hasta el momento, responde a un ser hasta cierto punto de características románticas. Por eso se necesita un Héroe para abatirlo. Por eso el pacto de los suyos, por eso el Diezmo.

En la fracción de tiempo que transcurre entre latido y latido Deseo piensa en todo eso, y ve su sueño, su destino, hechos trizas.

A su lado, también los dos Hoplitas muestran sendas expresiones de rabia, furor y decepción. 

No hay miedo en ninguno de los tres rostros. Hay dolor, físico, y del alma.

Pero eso es algo de lo que posiblemente ya nadie pueda dar testimonio...

La primera llamarada del engendro casi la alcanza, cosa que hace de lleno en las carnes del íbero, que no llega a tiempo de escabullirse, y del ateniense, aunque éste presenta su escudo al chorro ígneo, buscando protegerse. La asiática realiza una pirueta que la lleva a un lado, y entonces simplemente cierra los ojos y hace algo con su brazalete, incomprensiblemente.

Tanto Ameleón como Indikos sufren la bocanada de fuego del ingenio derro. Es un fuego abrasador, y envuelve el túnel con un fuerte hedor a azufre. Poco puede hacer el ateniense al cubrirse con su escudo, pues el fuego forma remolinos que barren todos los rincones tras su armadura. El olor a barbacoa es importante.

Deseo consigue esquivar el fuego con una acrobacia, y utilizando un artilugio imbuido en magia, desaparece de donde está para aparecer justo detrás de la máquina. Lo hace de inmediato, y sin hacer el más mínimo esfuerzo. Desde aquí puede entender mejor cómo funciona. Hay tres derros que manejas palancas, correas y ruedas dentadas de metal y madera, uno arriba, a la altura de la cabeza, sujeta un fuelle en sus manos, que avivarán el fuego; otro, a media altura, sujeta una palanca con cada mano, unida a cada una de las hachas por poleas; el tercero está abajo, a la altura de los muslos, y debe ser el que controle el movimiento del ingenio.

Seguidamente el ingenio ataca con ambas hachas, una va dirigida a cada guerrero, pero no acierta a cortar a ninguno de los dos. Deseo está detrás, deberá elegir una víctima, y no debería olvidarse del pequeño grupo que están a punto de alcanzarla por la retaguardia.

Tienes toda la razón en lo de que éste no es el Minotauro.