Partida Rol por web

Indikos apenas podía hablar del dolor, las quemaduras eran graves, incluso aunque sobreviviese al combate, posiblemente sus heridas no tendrían cura, pero antes de morir ayudaría en todo lo posible, había visto a Deseo desaparecer y reaparecer detrás de la bestia, tenía que ir a ayudarla, era su deber por salvarle la vida, pero el dolor le impedía moverse, pero, podía hablar.

¡Deseo! Acaba primero con el que maneja el fuego de la bestia, solo así tendréis alguna oportunidad

​​​​Esperaba que su voz hubiese llegado a su destino, si él no sobrevivía, al menos sus compañeros lo harían, sería su forma de alcanzar la gloria.

Cuando Ameleón vio desaparecer a Deseo entre los remolinos de fuego pensó que su muerte ya estaba cerca. Levantó toda la envergadura de su cuerpo y vio como uno de los brazos del artefacto, armado con un enorme hacha, trataba de alcanzarlo golpeando pesadamente contra uno de los muros. En ese momento vio que Deseo no había huido, sino que se había colocado detrás del artefacto dispuesta a atacar a aquello que lo manejara.

De nuevo con todos sus músculos ya en tensión vio como un grupo de Derros se acercaba a Deseo por la retaguardia. Si querían tener una posibilidad había que impedir que la máquina siguiera funcionando.

Ameleón se arroja en carrera para cargar con su lanza al grupo que intenta alcanzar a Deseo.

-¡Atenea, guía sabiamente mis pasos!-

Tras el aparatoso engendro la asiática sigue haciendo cosas raras, sin luchar. Apenas se la puede ver, pero si alguno de los dos Hoplitas tiene buen ángulo, verá que... sopla algo, alguna especie de polvillo, de un saquito que ha sacado del cinto. Lo hace en dirección a los tres derros que están gobernando el monstruoso aparato de guerra con forma de Minotauro...

Ameleón carga hacia el grupo de derros que se acercan por la retaguardia de Deseo, y mientras lo hace ve que ésta saca una especie de polvos de una bolsita.

El holpita carga contra el primer derro que encuentra y le pincha con su lanza. El hombrecillo sigue moviéndose, ensartado en la lanza, intentando alcanzar al ateniense con su corta lanza.

Al ver que Ameleón malherido arremetía contra aquellas bestias inmundas, un fuego ardió en el interior de Indikos, más intenso que el que le había abrasado,

Es obvio que este es mi final, pero si lo va a ser, haré que sea un final memorable.

A pesar de las graves quemaduras y haciendo gala de una bravura innata, el íbero se incorporó, desenvainó su falcata, embrazó su pequeño escudo y cargo en dirección a los Derros, observó cómo Ameleón ensartaba a uno de ellos con la lanza al modo de los hoplitas cuando chocaban con las fuerzas enemigas en formación de Falange, con el escudo en alto cubriendo en una mano y lanzando una brutal lanzada con la otra.

De igual forma pudo observar que Deseo lanzaba una especie de polvillo soplando hacia los Derros, no estaba seguro de qué era eso exactamente, pero parecía que habían inutilizado a los Derros que alcanzó, al menos temporalmente. Su devotio le habría obligado a lanzarse en ayuda de Deseo, pero pudo observar que se las apañaba mejor que él. Así que la decisión lógica era apoyar a Ameleón, pues había más Derros a su alrededor, alcanzó a Ameleón.

​​​​​​Me temo que éste será mi último combate ateniense, pero intentaré dar lo mejor de mí

​​Tras decir esto, lanzó un potente tajo contra otro derro que se aproximaba al flanco del ateniense.

El golpe fue brutal, el íbero sacó fuerzas de la flaqueza, la espada cortó la carne y la armadura del derro como si fuese mantequilla, el golpe sin duda había matado a la criatura, que se agitaba con leves espasmos en el suelo y la mirada perdida en algún punto hacia el infinito.

Indikos observó el cadáver con repugnancia y rabia al mismo tiempo 

Esto por lo de antes, pequeña criatura inmunda -musitó para sí mismo- y se preparó para enfrentar al siguiente derro que se le acercarse

​​​​​

Deseo lanza los polvos por detrás de las criaturillas, pero no alcanza sus caras ni sus vías respiratorias, y por tanto no surten ningún efecto sobre ellos. Al hacerlo llama su atención, y el ingenio se gira a la vez que suelta otra gran llamarada hacia la guerrera.

Sin embargo este fuego no alcanza ni al ateniense ni al íbero, que tratan de frenar la embestida del pequeño ejército de hombrecillos grises con muy malas pulgas. El pequeño ensartado agita su minilanza y no cesa en su afán por alcanzar al hoplita, mientras otro más le ataca por el flanco. Indikos acaba de partir en dos a uno de ellos, pero ya tiene a otro plantándole cara.

Deseo soltó algo que sonó duro, aún siendo dicho en su lengua materna. Sus dosis de polvillo de Zhong Kui, el potente hipnótico que dormía al más fuerte de los seres, no habían llegado a su destino, desperdiciadas. La maldición con que acompañó su gesto inmediato fue inútil, porque el engendro se revolvió, encaró a la asiática, y lanzó una llamarada que pareció una venganza desalmada.

El vómito de llamas casi la alcanzó, pero apoyándose en su alabarda como si fuera una pértiga dio un salto lateral y pudo evitar arder como una antorcha.

Una vez ambos pies en el suelo de nuevo, no perdió la oportunidad de usar su arma, esta vez para algo más que como punto de apoyo. Eligió al derro que manejaba el cañón de fuego, porque no podía atacar a los tres a la vez. Que hubiera querido. 

-¡¡MUEEREEE!!

El pequeño pero maligno ser no pudo evitar la hoja que le quitó la vida.

El derro que yacía partido en dos mantenía algunos espasmos involuntarios cuando el siguiente corrió a sustituirle y enfrentarse a Indikos, pero el guerrero ibero ya se encontraba listo para afrontarle, espero a tenerlo al alcance de su falcata para lanzar otro potente tajo con la hoja brillante sobre la criatura

¡Condenadas criaturas de Hades! -gritó mientras lanzaba el terrible corte-

La falcata hacia honor a su fama de arma carnicera, los griegos de las colonias griegas como Ampurias conocían bien esta temible espada, ideada por las tribus bárbaras de iberos, diseñada para cortar y ensartar al mismo tiempo, su hoja ligeramente curva y pesada ejercía un efecto cuchillo de carnicero que era letal en manos de un brazo recio, como era el caso de Indikos. Lo tradicional era que la falcata fuese forjada para un guerrero concreto, por eso no había dos iguales, y su medida de la hoja, era la equivalente a la del antebrazo de su dueño, por eso era extraño que una falcata fruto de una herencia familiar, estuviese en manos de una familia griega, y más extraño aún era que la medida de la hoja fuese exacta a la medida del antebrazo de Indikos.

Mientras estos pensamientos cruzaban la mente de Indikos, el nuevo derro había caído justo donde su compañero que ya no se movía, habiendo corrido la misma suerte que el anterior, los ataques del íbero sin duda eran brutales

La escena se había ya convertido en toda una batalla. Indikos a su lado partía Derros por la mitad. Deseo seguía buscando parar al engendro mecánico. Un nuevo chorro de fuego salió de la boca metálica sin llegar a causar daños a nadie.

Lo primero, desprenderse del Derro colgante. Con un golpe de elegancia Ameleón levantó su lanza y el Derro salió volando para estrellarse contra una de las paredes. Seguidamente presentó una sonrisa de oreja a oreja a Indikos -¡Bien hecho íbero, vamos a aguantar un poco más! -Con el rabillo del ojo siguió los movimientos de la extranjera- y en cuanto podamos tenemos que intentar abatir esa máquina.

Ya tenía a otro casi encima Así que puso su escudo entre el pequeño ser y él con la intención de evadir el ataque y poder cargar contra la máquina infernal.

Mientras la exótica guerrera se bate en combate singular contra el minotauro mecánico, los dos guerreros resisten el embate, hombro con hombro, de la pequeña horda de derros. Ya quedan menos, pero son rápidos y desordenados, y no es fácil calcular en el fragor de la pelea cuántos son.

Deseo juega con el monstruo, haciéndole girar sobre sí mismo, buscando su retaguardia, hasta que encuentra un punto ciego por el que introducir su naginata, con la precisión de un cirujano, y arrebata la vida al hombrecillo que controla el fuego de la bestia. Sin embargo los otros dos siguen a sus mandos, accionando palancas y haciendo girar ruedas. Ambas hachas se ciernen sobre la mujer, que en una hermosa acrobacia consigue esquivar, aunque no del todo, las afiladas armas.

En el muro de escudos, otros dos derros plantan cara a los guerreros. Ameleón no tiene problemas en esquivar las diminutas armas haciendo valer su férreo entrenamiento marcial. Indikos, por el contrario, es menos ducho en soportar los ataques. Las diferencias entre los dos tipos de infantería se dejan notar. Un derro consigue penetrar su defensa y clavar su alanza en su pecho. Aunque no es una gran herida, el guerrero de Ampurias está malherido, está perdiendo demasiada sangre, y las puertas de El Hades empiezan a abrirse para él.

-¡Ameleón, ayuda a Indikos! No vengáis! ¡Voy a intentar acabar con las hachas!

El feo corte de las hachas dolía como un demonio, pero no estaba la asiática como para entretenerse a pensar en eso ahora. El fuego ya no era un problema, pero las hachas sí, y no podían permitirse que los dos Hoplitas quedaran emparedados entre ellas y los demás derros a los que estaban enfrentándose con una bravura digna de héroes. 

Deseo agradeció al Destino que los dos guerreros la hubieran llamado, allá fuera, cuando empezaron a recorrer la superficie del Laberinto. Tuvo la sensación de que de eso hacía semanas, y que les conocía de toda la vida. No les iba a dejar tirados pasara lo que pasara, y la rabia por intentar salvar sus vidas tanto como la suya propia le quemó las entrañas.

Así que, con esa furia carcomiéndole desde el interior, volvió a empuñar sus mortíferas armas. Quedaban dos a los mandos del espantoso símil de Minotauro, pero el que era realmente peligroso era el de las hachas, ya que el otro sólo movía el armatoste.

Gritando como una posesa se giró de nuevo, y atacó. Aún el dolor, aún el cansancio, la rabia guió su embiste, y el despreciable hombrecillo no tuvo ni la oportunidad de un gemido.