Partida Rol por web

Tras recomponerse un poco de la experiencia los amigos pagaron la cuenta y se montaron en los coches. Miguel y Gabriela irían delante. Ella no estaba muy a gusto con el reparto, pues Miguel siembre la había intimidado. Este sin embargo tenía otros sentimientos hacia ella*. Pero no había nada que pudieran hacer, pues Úrsula y Rafa de pequeños se consideraban los mejores amigos y rápidamente decidieron ir juntos.

La carretera que lleva al nido de Cuervo es un camino de tierra estrecho que serpentea en el interior de un bosque denso y oscuro. Una niebla sofocante empieza a descender del bosque y va cubriendo el camino impidiendo verlo con claridad, lo que hace que los conductores tengan que aminorar la marcha. La niebla es espesa y húmeda, se pega a los coches y cuesta despejarla incluso con los limpiaparabrisas funcionando a toda velocidad. Al poco es tan densa que no se pueden ver los bordes del camino. El bosque más allá se intuye como una sombra oscura y amenazante que está a punto de caer sobre ellos para engullirlos.

Y como si la hubieran conjurado de repente otra sombra pasa por delante del coche de Miguel. Escucháis un sonido que os taladra los tímpanos y os hiela la sangre, un grito de angustia y desesperación. La sombra se lanza contra el parabrisas. La niebla parece romperse en pedazos a su paso y podéis ver como un ser deformado presiona su cara blanquecina contra el cristal. Ojos muy abiertos os observan, la cara llena de cortes y sangrando por boca y nariz. La criatura se aparta del parabrisas tan rápido como ha aparecido, y podéis intuir su sombra contrahecha internarse a cuatro patas en el bosque y perderse entre la maleza.

Después todo queda en calma, y la única prueba de lo sucedido es la sangre y el pus que cubre el parabrisas.

Gabriela se quedó paralizada cuando aquella cosa cuando aquella cosa, lo que fuera, se estrelló contra el parabrisas. Intentó gritar pero sus cuerdas vocales no llegaron a producir ningún sonido. El pulso se le aceleraba desbocado mientras la chica intentaba procesar lo que estaba sucediendo. 

Miguel se mantuvo en silencio todo el trayecto, abría la boca solo para fumar. Conducía tranquilo en una noche rebelde, llegando al punto en que se conocía el sendero como la palma de su mano. Todo le era familiar, pero diferente: coche en vez de bicicleta, oscuridad en vez de sangre. Iba recordando aquél día en silencio con sus manos en el volante y cigarrillo entre los dedos. Tenía el control de la carretera.

De repente aprieta el volante tan fuerte que casi lo apachurra y tuvo que frenar de golpe, al perder su control.

—¡Maldita sea! ¿Qué mierda fue eso? —rápidamente miró hacia atrás, preocupado de que no chocasen con el otro coche—. Mejor no salgamos y sigamos adelante.

Miguel no puede evitar sentir un ligero temblor en sus manos e intenta mantener la compostura. La niebla y oscuridad del bosque hacen sentirse vulnerable ante lo desconocido. Observa a su alrededor, escudriñando el bosque en busca de cualquier señal de peligro. Sabe que lo que acaba de suceder no ha sido una simple casualidad y que algo extraño está sucediendo.

Aunque los nervios fluyen a flor de piel, la presencia de Gabriela le reconforta. Decide sacar la navaja que guardaba en su chaqueta y dejarla en el salpicadero, por si alguno de los dos la necesitaba para protegerse de "algo".

Se alegró Úrsula de que su mejor amigo estuviera en su auto, prefería mil veces compartir tiempo con él que a diferencia de Gabriela y sus asuntos. Al menos Rafa podría darle un poco de paz, algo de tranquilidad que la lleve por un sendero que le permita contener sus impulsos y no ir a por todas como solía hacer. 

—Gracias por elegirme. 

Le dedicó una sonrisa, tan apagada como su existencia pero con un atisbo de luz que quería de alguna manera, brillar por mucho que su luz estuviera extinta hace tiempo ya. Su vida, el pasado, era ese todo que al fin de cuentas se convertía en una mochila con la cual lidiar y no era fácil. 

Lo cual en cuanto Miguel tuvo un asunto en el auto, Úrsula por acto reflejo dio un volantazo por miedo a chocar, sin ser consciente del error. 

- Me alegra estar contigo, Úrsula - le dedicó una leve sonrisa trascendental a su amiga. El viaje parecía tranquilo, con conversaciones banales mezcladas con la música de la radio y el golpear de la lluvia contra la chapa. 

El joven siguió con esa conversación mientras miraba su teléfono, perdido en aquella pantalla iluminada y la voz de Úrsula mezclada con la música rock que sonaba en aquel preciso instante.

En ese momento un fuerte volantazo de Úrsula le hizo levantar la vista, con una mezcla de sorpresa y miedo a partes iguales sin saber que había pasado. Sus ojos se cerraron mientras su mandíbula se apretaba, deseando no sufrir ningún daño.

Al mirar hacia atrás Miguel ve como el coche de Úrsula se sale del camino. El volantazo ha cambiado su trayectoria, y la tierra empapada por la lluvia hace el resto, consiguiendo que los frenos no funcionen.

Miguel está acojonado por lo que han visto y sigue agarrando el volante con fuerza sin atreverse a salir del coche. Gabriela también tiene miedo y sólo piensa en salir de allí. No pueden ver nada delante de ellos, pues el limpia ha extendido por la luna los restos sanguinolentos que ha dejado la criatura al chocar con ellos.

Úrsula y Rafa observan impotentes como su coche se precipita colina abajo hacia el bosque. Por suerte no iban muy rápido y el vehículo se mantiene sobre sus cuatro ruedas dando botes entre los árboles. Hasta que acaban chocando contra uno con fuerte golpe.

Miguel se quedó en silencio con el corazón latiendo. Sus ojos redondos y cejas fruncidas apuntaban al vacío exterior formado por la oscuridad y el sonido repetido de la lluvia. El parabrisas hacía su trabajo, limpiando el cristal e intentando eliminar los restos que aquel ser había dejado sobre el cristal. Le costaba deshacerse de esa mancha, como si la criatura hubiese clavado bien su rastro sobre el cristal para entregar el mensaje.

Poco a poco pudo mover su cuello y miró su navaja, luego a Gabriela, por último al retrovisor, donde vigilaba al coche trasero.

—¿Qué?... ¡Ah! —se sorprendió por lo sucedido—. ¿Lo habrán visto? Creo que les di una sorpresa. No sé qué mierda sería, pero mira la mancha. No he visto sangre de este tipo en la vida. Huyó a cuatro patas, pero un venado no deja rastro así... Esa cara blanca...

Apretó los ojos sin cerrarlos.

Gabriela era incapaz de asumir lo que acababa de pasar. Presa del pánico, abrió la puerta del coche y saltó al exterior. Solo pensaba en alejarse de allí, perder de vista aquella horrible imagen del parabrisas lleno de sangre mientras su mente intentaba dar sentido a lo que acababa de suceder. Y su impulso de alejarse era tan fuerte que ni siquiera pensó en las consecuencias. Para cuando fue consciente de ello, ya era demasiado tarde. 

Miguel al ver que Gabriela sale del coche pega un grito, avisando de que vuelva. Intentó desabrocharse el cinturón para salir, pero un escalofrío le impidió hacerlo. Contrario a sus intenciones, lo que sí hizo fue estirarse para cerrar la puerta por donde había salido Gabriela, encerrándose dentro del coche. Nunca se le conoció por ser un cobarde, pero en esta situación algo le decía que no debía enfrentarse a las criaturas de la noche. Aparte del miedo, se estaba enfadando y su cuerpo entraba en tensión, no siendo del todo malo si aparecía algo a lo que golpear.

Puso en marcha el coche de nuevo y retrocedió lentamente por el camino. Era imposible conducir de frente. Se colocó en el lugar donde habían desbordado los otros y allí pegó el rostro al cristal para comprobar la situación.

Hizo sonar el claxon una vez, indicando la posición del coche a sus 3 compañeros. Luego hizo varias parpadeos con las luces. Sonó el claxon de nuevo, esta vez con más intensidad, acorde a la furia de no poder controlar la situación.

Miguel al ver que Gabriela sale del coche pega un grito, avisando de que vuelva. Intentó desabrocharse el cinturón para salir, pero un escalofrío le impidió hacerlo. Contrario a sus intenciones, lo que sí hizo fue estirarse para cerrar la puerta por donde había salido Gabriela, encerrándose dentro del coche. Nunca se le conoció por ser un cobarde, pero en esta situación algo le decía que no debía enfrentarse a las criaturas de la noche. Aparte del miedo, se estaba enfadando y su cuerpo entraba en tensión, no siendo del todo malo si aparecía algo a lo que golpear.

Puso en marcha el coche de nuevo y retrocedió lentamente por el camino. Era imposible conducir de frente. Se colocó en el lugar donde habían desbordado los otros y allí pegó el rostro al cristal para comprobar la situación.

Hizo sonar el claxon una vez, indicando la posición del coche a sus compañeros. Luego hizo varias parpadeos con las luces. Sonó el claxon de nuevo, esta vez con más intensidad, acorde a la furia de no poder controlar la situación.