Partida Rol por web

Las huellas de Miguel podían distinguirse claramente sobre el barro húmedo, saliendo desde la puerta del conductor. Un poco más adelante se unían a otras huellas, debían de ser de Gabriela. Siguió el rastro por el camino, en dirección de vuelta al pueblo, y al poco observó con horror como ahora se distinguían en el suelo otro par de pies distintos, y también unas manos. Y en una curva se salían del camino para internarse en el bosque. Al tiempo se perdió el rastro, y se encontró sola, rodeada tan solo por los árboles y la niebla.

—¡GABRIELA! ¡GABRIELA! Coño... ¿Dónde estás? ¡¡GABRIELA!! — escuchó, no muy lejos. Era la voz de Miguel, llamando a gritos a su amiga.

Agazapada entre los arbustos Gabriela esperaba escondida a reunir el valor suficiente para volver a la seguridad del coche. El tiempo se le hizo eterno, el frío se le calaba en los huesos y le parecía escuchar a la criatura rondando por los alrededores cuando, de pronto, un grito le sobresaltó.

—¡GABRIELA! ¡GABRIELA! Coño... ¿Dónde estás? ¡¡GABRIELA!! — Era Miguel, llamándola a voces.

Algo se movió, no muy lejos de ella. Se escuchó una risa enloquecida y un sonido, como el de un perro a la carrera, se perdió en la dirección de donde venían los gritos de Miguel.

Gabriela estaba terrorizada y no sabía muy bien qué hacer. Aquella presencia rondaba cerca. Esperaba que no fuera capaz de rastrear su olor. Escuchaba los gritos de Miguel. 

No, no grites, insensato-pensó-.

La consecuencia no podía ser otra. La voz de su compañero atrajo la atención de lo que fuese que le perseguía. No podía permitirlo, así que cuando la criatura se hubo alejado un poco, alertó a Miguel, respondiendo a sus gritos.

-¡Corre Miguel!¡Corre!¡Ponte a salvo! Nos veremos directamente en el Nido del Cuervo.

Y dicho esto echó a correr en dirección contraria esperando que la criatura quedase desconcertada al tener dos posibles objetivos.

Úrsula negó con la cabeza y regresó junto a su amigo Rafa, no haría nada más. De última cogería el móvil, pero debía comprobar que estuviera bien y mandaría mensaje a Miguel. 

¿Qué están haciendo? Rafa está muy herido.

Miguel escuchó las voces de sus amigos distorsionadas por la niebla. Parecían venir de muy lejos, y al mismo tiempo las sentía susurrando en los oídos.

– ¡Corre Miguel!¡Corre!¡Ponte a salvo! Nos veremos directamente en el Nido del Cuervo – escuchó decir a la voz Gabriela.

– ¿Qué están haciendo? Rafa está muy herido. – se unió Úrsula con desesperación.

Antes de que pudiera reaccionar la advertencia de su amiga se hizo realidad ante sus ojos. Entre la niebla apareció la criatura que les había sorprendido en el camino. Corría hacia él a cuatro patas con la lengua fuera y babeando, con una risa siniestra en su rostro desencajado. Era humano, y además conocido, pues quien se lanzaba hacia el se parecía de una forma grotesca al padre de su amigo Tomás. Su cuerpo, sin embargo, blanquecino y sin pelo, se parecía más a un animal que a una persona.

Salió del bosque para volver por el camino, hasta llegar al coche en el que había dejado a Rafa, Miraba el móvil, sin cobertura, imposible contactar con Miguel. El coche de su amigo seguía donde lo habían dejado, con el motor en marcha y la puerta del conductor abierta.

Se acercó, preocupada por cómo estaría Rafa, y al abrir la puerta y mirar dentro se encontró con un charco de sangre en el asiento de atrás como único testigo de que ahí había estado el chico. Había desaparecido, igual que Gabirela y Miguel, perdidos en el bosque. Estaba sola, y todo había sido por culpa suya.

Y entonces volvieron a su cabeza las voces que mantenía a raya a base de pastillas. – ¡Estás sola! – le gritaban, – ¡Lo has echado todo a perder!. ¡Siempre lo estropeas todo!, ¡No sirves para nada!

Miguel miró a todos lados, las voces parecían venir de múltiples direcciones. Por un lado, Gabriela le decía de ir al Nido del Cuervo, sin saber exactamente hacia qué dirección dirigirse que no fuera su propio coche. Por otro lado, la voz de Úrsula le indicaba que necesitarían ayuda para cargar con Rafa. ¿Qué hacer? Pronto, Miguel descubrió que la única opción era enfrentarse con su último amigo, Tomás, o al menos eso le pareció.

—¡¡¡¡AAAAAAHH!!! ¡¡¡¡MALDITO!!!! —seguidamente se oyó un golpe sordo.

Miguel le asestó un puñetazo cargado de furia cuando lo tuvo cerca. No le importaba que ese monstruo fuese su amigo Tomás. Ese no era Tomás. Su amigo había muerto hace años. Acostumbrado a las peleas, el puñetazo vino acompañado de otros más, como cuando los tenía que utilizar dentro del ring.

Se había alejado para ver donde estaba Miguel, no entendía nada en ese preciso instante y un tanto desesperada, negó con su cabeza mientras dirigió sus pasos hacia donde se encontraba su auto. La expresión de horror se reflejó en su rostro cuando solo encontró el charco de sangre y no a su mejor amigo allí. Fue tan inmensa la culpa que soltó un alarido de tristeza y rápido comenzó a buscarlo, como sea, no estaba para la labor de lidiar con esa soledad y menos el peso del abandono. 

El puñetazo de Miguel hizo que la criatura con cuerpo de bestia y cabeza humana cayera hacia un lado emitiendo un aullido de dolor. Quedó indefenso en el suelo ante la lluvia de golpes que le alcanzaron después, una tormenta de nudillos producto de la furia desatada del guarda de seguridad. Se revolvió hasta que consiguió liberarse, e intentó lanzar dentelladas que no alcanzaron otra cosa que el aire antes de huir corriendo a cuatro patas, gimiendo como un perro lastimado.

Los tres amigos se encontraban solos, rodeados por una niebla cada vez más espesa que hasta les impedía verse sus propias manos. Se perdieron irremediablemente; Úrsula buscando a Rafa a gritos, Gabi - presa del pánico - huyendo hacia adelante, y Miguel intentando regresar al coche.

Los tres sentían que habían abandonado al resto, una solo había pensado en sí misma, el otro intentó defenderlos, pero perdió a Gabi y no sabía cuál había sido la suerte de los otros, y la última, que para encontrar a los demás había abandonado a Rafa, quien en peor situación de encontraba.

Se movían a ciegas, intentando llegar a alguna parte, tropezando con los accidentes del terreno y golpeándose con los árboles y las ramas, que dejaban heridas lacerantes en sus cuerpos. El tempo se hizo eterno, tanto que llegaron a pensar que nunca iban a poder salir de ese blanco infierno …

Hasta que de pronto la niebla se abre tal como había llegado, y se encuentran ante una la casa roja de dos plantas.

La casa se alza como una bestia agazapada entre la niebla. Es el Nido de Cuervo, donde de niños habían vivido innumerables aventuras. Una fría luz brilla a través de una ventana en el segundo piso, y una fina columna de humo se eleva de una de las dos chimeneas hacia el cielo oscuro y lluvioso. Hay un pequeño coche aparcado junto a la entrada, con el maletero abierto. El camino de tierra por el que debían haber llegado conduce a un pequeño edificio junto a la casa, tal vez un almacén o un garaje.

Todo está en calma. Fuera no hay señales de los habitantes de la casa, ni tampoco de Rafa.

Miguel sentía la adrenalina recorrer sus venas, su corazón latía con fuerza, y sus nudillos emanaban una energía que recientemente había liberado. El ambiente oscuro y lluvioso parecía abrazarlo, envolviéndolo en una atmósfera opresiva. Cuando la niebla se disipó ante sus ojos, se detuvo frente a la imponente casa roja, su mirada se clavó en ella, percibiendo su oscuro pasado. El lugar que había sido testigo de sus travesuras de infancia ahora estaba cargado de incertidumbre.

—¡Gabriela, Úrsula! ¡Por fin os encuentro! —exclamó Miguel, su voz ronca resonando en el aire tenso. Se acercó rápidamente a ellas, mostrando un gesto protector mientras su mirada seguía escudriñando el entorno—. ¿Dónde demonios está Rafa? Maldita sea, esto se está volviendo cada vez más peligroso. Tenemos que mantenernos juntos y encontrarle. No podemos dejar a nadie atrás.

Miguel apretó el puño, sintiendo la tensión acumulada en su cuerpo, y se adentró con la mirada en la oscuridad, en busca de su amigo desaparecido. No sabía qué encontraría ni qué peligros acechaban en aquel lugar misterioso, pero estaba dispuesto a enfrentarlos con todo su coraje.

Gabi surgió de entre la bruma en silencio y se quedó mirando con nostalgia la construcción. Le parecía increíble que aún siguiese allí. Le parecía más pequeña de lo que recordaba pero por lo demás, estaba exactamente igual. Ni siquiera se había percatado de la presencia de sus amigos hasta que la voz de Miguel la sobresaltó, haciendo que diese un respingo. 

Pensó que estaría enfadado con ella por su comportamiento. No había sido en absoluto racional, pero uno no siempre es dueño de sus actos. 

-Lo...lo siento-dijo a modo de disculpas. 

Pero ya habría tiempo de hablar de lo ocurrido.

-Debe estar dentro. Será mejor que subamos.

Y sin esperar una respuesta, hizo lo propio e intentó acceder al refugio. 

Al encontrarse con sus amigos, sintió una terrible decepción. Siempre Gabriela era el centro de atención, siempre ella hacia lo que quería y todo lo demás era un suceso en seguidilla por consecuencias de sus acciones. Ya amargada por la culpa y la indignación, miró a las dos personas que tenía delante y en cuanto vio que la morena tomó la decisión de nuevo por si sola, negó con la cabeza. 

—Siempre eres tú, me tienes harta. Todo gira entorno a ti, basta— protestó y luego miró a Miguel—, ¿acabamos de chocar con el auto y sales detrás de ella? ¿Tan poco te importamos? ¿Tan importante es dejar a tus amigos tirados por esta tía que está enferma?

Tenía sentimientos encontrados, por culpa de él, ella dejó a Rafa un breve instante. Solo buscaba ayuda para su amigo y Miguel, solo iba detrás de ella cuando estaba segura de que al menos los vio chocar. ¿Que sentido tenía todo esto? 

Negó con la cabeza y ya indignada, se centró en Miguel. 

—No voy a seguir detrás de ella, no quiero. Lo buscaré por mis propios medios, sigue su culo si quieres. Tal como hiciste recién. 

Sin más, emprendió el camino. Todos la abandonaban y ella, sin querer había desprotegido a su mejor amigo con tal de que este la ayude. 

La petición de Miguel de que siguieran juntos pareció no haber llegado a los oídos de sus amigas. Gabriela decidió entrar directamente en la casa, todos recordaban por donde acceder de sus aventuras cuando niños. Úrsula, visiblemente enfadada con ambos, tomó el camino contrario, y empezó a buscar al máster por los alrededores.

Miguel observó a Gabriela entre la bruma y negó ante la posibilidad de que Rafa estuviera dentro de la construcción. Miró al bosque oscuro y opresivo que los rodeaba, pensando que aquella criatura herida todavía rondaba por los alrededores, en donde debía encontrarse Rafa en algún lugar, perdido en medio del peligro. La misteriosa casa también la sentía como peligrosa, por mucha nostalgia que sintiera en ese momento y la luz que brillaba en la ventana parecía invitarles al infierno.

Mientras tanto, las palabras de Úrsula golpearon a Miguel como un puñetazo directo al pecho, dejándolo sin aliento. Ese tipo de golpes son los que más duelen. Entre la confusión y el miedo, las acusaciones de Úrsula se colaron en su mente manteniendo una ira constante, a punto de estallar. Necesitaba otra cabeza de monstruo.  Se sentía atrapado en medio de un conflicto que nunca buscó y la tensión compartida solo aumentaba su frustración.

—¡Úrsula, pero qué estás hablando! No fue un accidente de coche, chocamos con ese bicho peludo, con ese monstruo baboso —no sabía describirlo bien y el aliento interrumpía la fluidez de sus frases, quizás si estuviera Rafa sabría cómo llamarlo, pero Miguel tenía en mente otro nombre—. Ese monstruo era… Tenía la cara de Tomás. Lo neutralicé, pero sigue allí fuera.

Miguel no era muy inteligente, pero sí sabía reconocer el campo de batalla. Estaban rodeados, entre el bosque de las bestias y caserón de la muerte. No podía dejar que ninguno de sus amigos se adentrase indefenso, pero ahora, siendo adultos y tras 15 años separados, sus grandes brazos no podían sostener a todos ellos.

En medio de la incertidumbre y no sabiendo tomar el camino correcto, Miguel siguió sus principios: necesitaban encontrar al máster antes de entrar todos juntos en la mazmorra. Se adentró en el bosque, en un principio siguiendo los pasos de Úrsula como un cazador a su presa y después torciendo por el bosque en busca de Rafa.

Al adentrarse en el bosque desolado, su corazón se hundió ante la sensación de abandono que le invadía. Sintió un torbellino de emociones chocando dentro de su pecho. Una parte de él anhelaba seguir a Gabriela, adentrarse en el Nido y encontrar respuestas juntos; otra parte quería mantenerse junto a Úrsula. No quería dejar a nadie atrás, pero sentía la necesidad de apoyar a su compañero, amigo y máster de juegos, Rafa. La lealtad hacia sus amigos se mezclaba con una confusión y la incoherencia en el modo de actuar frente al miedo.

Una vez metido en el bosque, desatascó sus cuerdas vocales y gritó el nombre de Rafa con la intención de encontrarle:

—¡Rafa! ¡Dónde estás! ¡Rafa! ¡Hemos encontrado el Nido! —al no encontrar una respuesta inmediata, impaciente, gritó con más fuerza—: ¡RAFA!

Siguió dando pasos al frente, receptivo a cualquier movimiento que se esconda entre los árboles.

Ofuscada con sus compañeros, Úrsula comenzó a buscarlo por los alrededores de la casa mientras Gabriela como de costumbre tomaba sus propias decisiones y en la mayoría de ellas, la cosa no terminaba bien. Pero lejos de avanzar un poco más, escuchó las palabras de Miguel y sus sentimientos se vieron reflejados en el rostro de la mujer, estaba confundida, pero también dolida por lo que había vivido con su amigo Rafa. 

—¿De qué hablas? Nosotros chocamos, se me fue el auto y Rafa está muy herido—confesó con la voz temblorosa, los nervios y la culpa la consumían—, sentí que me dejaste tirada. Que nos abandonaste Miguel... 

Pero no pudo sostener más esto, fue hasta donde se encontraba el grandulón y lo abrazó con fuerza, ambos estaban nerviosos. La situación hacía más que precipitarse, así que tras mirar a los ojos con una dulzura que se teñía de tantos sentimientos y emociones más, lo cogió de la mano y afirmó. 

—Demos un rodeo, busquemos por los alrededores. No está allí dentro... —indicó y luego pensó—, ¿cómo que Tomas?

Siendo adultos y tras 15 años separados, sus grandes brazos pudieron sostener a una de ellos y supo que era diferente a como eran en el pasado. Miguel respondió al abrazo con igual intensidad, sintiendo una punzada de remordimiento atravesar su pecho. La idea de que había dejado a sus amigos en un momento crítico se clavaba en su conciencia. La confirmación de que Rafa estaba muy herido solo añadió más peso a su corazón.

Ahora que sentía el abrazo cálido de la mujer, se sintió más relajado y su mente pudo ponerse en orden para explicar lo sucedido sin equivocarse.

—Lo siento, Úrsula —susurró sincero con una voz cargada de arrepentimiento—. Cuando ese monstruo viscoso cayó al parabrisas, frené de golpe. Ella huyó y yo fui a buscaros, pero me lo encontré de nuevo. Era un animal, pero humano —estaba seguro de que había una palabra para denominar a este tipo de ser en sus juegos, pero no se acordaba. Entonces corrigió lo siguiente—: era el padre de Tomás. Sigue vivo por algún lugar del bosque…

Hizo un silencio, pues ambos sabían lo que vieron aquella vez en la casa de Tomás encharcado de sangre. El despertar de los recuerdos del pasado se entrelazaba con su presente de forma caótica y hacía mella en la mente de Miguel. No sabía lo que estaba ocurriendo, pero tampoco recordaba lo suficiente y cometía muchos errores en su paso.

Agarró de la mano de Úrsula, reconociendo un cosquilleo familiar y se preparó para adentrarse en la bruma en busca de su amigo herido.

—Vamos —dijo Miguel con voz firme—. Juntos, encontraremos a Rafa y superaremos esto. Estoy aquí para ti, Úrsula.

Estos momentos en donde todo parece estar al revés, es cuando la verdad sale a la luz y así como un abrazo despertó sentimientos que escondidos, parecían estar guardados en un cajón oscuro en la soledad, salieron cuando aquel contacto físico le ofreció la seguridad y la certeza de que pese a todo, estaba allí. Con su mirada impregnada de emociones tan intensas, buscó la de Miguel y en medio de aquel instante íntimo para ambos, le regaló una sonrisa. 

—No lo sabía, lo siento también—dijo sincera—, no puedo creerlo... Están pasando cosas muy raras aquí. No sé porqué pero el pasado regresa, de alguna extraña manera. 

Sin más y con esas palabras que ahora si le dieron calor a un corazón solitario, de la mano Úrsula lo miró a los ojos y ya con todo el coraje que pudo tener en ese momento, le dijo: 

—Juntos saldremos de esta y espero que me invites a una cita. 

Se ruborizó por ello, en demasía. Pero lejos de quedarse allí, emprendieron el camino porque debían salvar a su amigo.