Partida Rol por web

No lo pudo evitar, se sentía muy mal pero se habían salido de control y el coche saldría un dineral. Se quería matar, pero lo más importante de todo esto era su amigo Rafa. 

—Hey, ¿estás bien?— dijo—. Dime algo. 

Escuchó el claxon, pero es que aún estaba procesando la situación. No podía reaccionar del todo, necesitaba saber que su amigo estuviera bien y después, ya daría señales. 

La cabeza le daba vueltas y un fuerte pinchazo en el pecho le.indicaba que aún estaba con vida. Intentó colocarse en el asiento de nuevo cuando escuchóla voz de Úrsula.

- Estoy... Estoy bien... Me duele el pecho del fuerte tirón del cinturón...

Un claxon a la lejanía le indicó que el otro vehículo había parecido tener mejor suerte.

- La próxima vez - tosió un poco a causa del dolor - recuérdame de ir caminando... - sonrió y buscó a su amiga la mano.

Úrsula no parecía haber sufrido mucho daño, el cinturón paró la peor parte y solo tenía contusiones y algunos cortes provocados por los trozos de cristal que habían salido disparados al atravesar una rama la luna delantera, haciéndola añicos. El escuchar la voz de su amigo la tranquilizó, el hecho de que tuviera ánimo incluso para bromear parecía dar a entender que se encontraba bien… Pero cuando se giró para darle la mano e hizo referencia a su pecho Úrsula bajó la vista y pudo ver la mancha de sangre que se extendía lentamente por su camisa, y el trozo de rama que sobresalía de su abdomen.

Rafa pudo ver que algo no andaba bien en los ojos de su amiga, y el mismo bajó la mirada. El miedo diluyó la adrenalina del momento, y el dolor fue aumentando poco a poco hasta hacerse insoportable. Ambos sabían que el desenlace por una herida así era una muerte lenta y dolorosa, y que ese sería el último día entre los vivos del informático si no hacían algo para cortar la hemorragia y lo llevaban al hospital rápidamente.  

Gabriela corrió despavorida por el camino, en dirección de vuelta al pueblo, pero la niebla era tan densa que en algún momento se salió de él sin darse cuenta, y cuando el terror le permitió parar para recuperar el aliento se encontró perdida, sola en mitad del bosque, acompañada tan sólo por los árboles que la rodeaban. Recuperó la consciencia y se dio cuenta de lo que había hecho, de que había abandonado a sus amigos a su suerte. La tranquilidad duró tan sólo un instante, pues un terrible grito le hizo constatar que aquello que se estampó contra el coche aún se encontraba cerca.

Los segundos se hicieron eternos para Miguel, Gabriela había desaparecido, y sus otros dos amigos no daban señales de vida. La densa niebla tampoco le dejaba ver nada más que el borde del camino. El miedo dio paso a la rabia y esta se fue convirtiendo poco a poco en una furia incontrolable. Guiado por esta, intentó recuperar todo el valor que sabía que habitaba en su interior para salir de allí y ver qué le habia ocurrido a Rafa y a Úrsula.

Se sintió estúpida por haber reaccionado de ese modo. Había sido presa de su instinto de conservación y paradójicamente, éste la había puesto en una situación peor, si cabe, pues el salir del coche no la había puesto a salvo, sino que al contrario, la había dejado más expuesta. Sabedora de esto intentó esconderse. Lo ideal sería llegar al coche. Podría intentar echar a correr pero no podía confiar en que aquella cosa fuese más lenta que ella. 

Miguel decidió que no podía quedarse encerrado en su coche a pesar de haber visto a un monstruo acechando. Los tres estaban allí fuera y Gabriela, a pesar de ser escurridiza con él, estaba sola en la oscuridad del bosque. La consideraba una persona más débil que sus compañeros, como aquella vez, hace 15 años, que se paralizó en el trastero de Tomás.

Dio un puñetazo seco al colchón del asiento y abrió la puerta. Recogió la navaja que dejó fuera y salió del coche. Su primera prioridad sería rescatar a Gabriela, antes de pararse con los otros dos.

Aquella sonrisa se borró de un plumazo al notar aquel fuerte dolor en su vientre. La falta de aire tras ver como aquella rama había rasgado su camisa, dando paso a una mancha enorme de sangre y aquel fuerte dolor al intentar inhalar el aire que necesitaba, hizo que Rafa mirara a Úrsula con autentico terror en sus ojos.

Intentó hablar, decir que le ayudase, pero el dolor era tan fuerte que creía que se iba a desmayar en cualquier momento. Sus ojos comenzaron a cerrarse y abrirse de forma más lenta, lidiando con aquella lucha por mantenerse despierto mientras su camisa cada vez estaba más y más empapada de sangre.

—Mierda, mierda... Cuánto lo siento joder—dijo en un tono preocupado al ver como estaba su amigo—, ten, toma esto que te aliviará el dolor. 

Tenía un bote con calmantes, para su desgracia Úrsula era adicta a ello y al fin de cuentas su adicción sí que sirvió para algo. Esto ayudaría a Rafa al menos para que el dolor no sea tana agónico mientras cogió la camiseta con sus manos y la rajó como si fuera una tira, iba a improvisar un vendaje. 

—No tengo demasiada idea, pero lo intentaré. De estas salimos Ra—comentó nerviosa. 

Y rápido se dispuso a vendarle, no tenía demasiado tiempo y esperaba que Miguel se diera cuenta del desvío brutal que tuvo su auto. Todo era un desastre, los gastos, su amigo, las imprudencias y el agobio por la situación. Pero la mujer debía ser fuerte, debía mantenerse íntegra para salvarlo. 

Fuera de la seguridad del vehículo Miguel pudo ver las huellas de Gabriela, marcadas en el barro húmedo del camino. Rafa y Úrsula debían de estar cerca, se preguntó si estarían bien y dudó un instante pues no habían contestado a su llamada. Miró en la dirección por la que había huido su amiga, de vuelta al pueblo, y como si el bosque respondiera a sus temores escuchó un lamento, como el de un perro herido, seguido de una risa histérica, confirmado que la criatura seguía al acecho. Sin pararse a mirar atrás empezó a caminar por el camino siguiendo las huellas, y al poco observó con terror como ahora se distinguían en el suelo otro par de pies distintos, y también unas manos. Y en una curva se salían del camino para internarse en el bosque. Al tiempo se perdió el rastro, y se encontró solo, rodeado por los árboles y la niebla.

Al darse cuenta de que sus amigos no bajaban a buscarlos decidieron salir del coche accidentado, y subieron a duras penas la pequeña pendiente por la que habían caído. Los calmantes aún no habían hecho efecto y cada paso era un suplicio para Rafa, pero ayudado por Úrsula consiguieron volver al camino. Se guiaron por el sonido del motor del coche de Miguel y al fin lo vieron dibujarse tras la niebla. La puerta del conductor estaba abierta, no había nadie dentro, y el parabrisas estaba cubierto por completo de una mancha sanguinolenta.

Miguel siguió las huellas hasta donde pudo y cuando desaparecieron dio un puñetazo a uno de los árboles cercanos, emitiendo un gruñido peor que el de la bestia. Intentó ver entre la niebla, pero no podía ver en la oscuridad lejana. Quería fijarse en los faros del coche extraviado o el resplandor de alguna linterna, pero la única luz visible era la del camino anterior. No sabía cómo eran capaces de permanecer en el bosque tanto tiempo, a esperas de hallar una muerte segura.

Pensó un momento sus posibilidades y actuó en consecuencia, aprovechándose de la mejor opción que tenía, a pesar de que con ese movimiento pudiera atraer a la criatura, con tal de salvar a los adultos amigos.

— ¿Dónde… Dónde están? — dijo a duras penas Rafa, sintiendo aquel dolor punzante en el abdomen. Había colocado parte de su camisa sobre la herida, apretando con ambas manos, intentando cortar la hemorragia.

Los ojos del informático se movían nerviosos ante la escena que tenía delante. En como la puerta del conductor estaba abierta, indicando que habían salido con prisa del vehículo. O como el parabrisas estaba manchado por algo que parecía sangre.
Su boca se abrió mientras miraba a Úrsula, intentando gritar, pero cada vez que lo intentaba el dolor punzante golpeaba de nuevo con fuerza.

— Tenemos que encontrar… Encontrarlos… — se tumbó en el asiento de atrás del coche de Miguel. — Yo… Yo te espero aquí… 

Úrsula no entendía nada, Miguel seguro que los vio y cualquier persona se daría cuenta de que algo no iba bien. Pero no estaban allí, no había nadie y esos fantasmas de la mujer le acecharon nuevamente. Así era toda su maldita vida, en la soledad, con sus carencias y la imposibilidad de recibir esa mano que en los peores momentos necesitaba. Esto generó un montón de contradicciones, pero quería tranquilizar a su amigo. 

—Tranquilo, iré a ver. Los buscaré. 

Tras decirle esto a Rafa, salió a buscar a su otro amigo. Seguía sin comprender la situación, algo no le cerraba. 

Miguel decide que su mejor opción es llamar a Gabriela a gritos, a pesar de que toda criatura del bosque pueda escucharle.

—¡GABRIELA! ¡GABRIELA! Coño... ¿Dónde estás? ¡¡GABRIELA!!

Permaneció impaciente en la misma posición, esperando a que se acercara a su voz cualquiera que pudiera oírle.