Rosendo! saca el estandarte del carro y plántalo aquí delante. señala al camino delante vuestro. El resto, que nadie se ponga nervioso, parlamentaré con ellos. Si levanto la mano atacad.
Don Julian... Comienza a decir Antonio recogiendo la pica e incorporandose con un dolor terrible en el estomago que intenta disimular aunque reprima una mueca. Estoy para lo que necesite eh, cuente conmigo, hace falta una bala de mayor calibre para joderme el estomago...
Antonio guarda fuerzas para otro momento. Ya has demostrado bastante por hoy, tranquilo. Servimos a Dios y al Rey.
¿Parlamentar?
Bueno, era comprensible. Ellos eran muchos y los soldados, pocos. Habían dos tres heridos entre ellos, lo que reducía muy mucho su fuerza combativa. De hecho, alférez aparte, solo estaban sanos cuatro soldados.
Con la pica sobre el hombro izquierda, tomó con una mano la enseña. Caminó unos pasos por delante del alférez, y la clavó en el suelo. La bandera... ¡Menudas ideas! La bandera de una compañía defendida solo por un puñado de soldados en territorio hostil. No había sido una buena idea. Los italianos podrían apoderarse de ella, y eso significaría la deshonra para todos.
Se quedó detrás del alférez, junto a sus compañeros y, a poder ser, fuera de la vista del que iba armado con uno de aquellos malditos arcabuces.
El alférez se acerca al grupo de los italianos con paso decidido y a poca distancia de ellos , se detiene y solemnemente les saluda con la cabeza. Empieza a hablar con ellos en un italiano muy fluido que casi no escucháis y apenas comprendéis.
El mosquetero da un paso para atrar y toma un el soporte de su mosquete plantandolo en el suelo como si fuese un baston. Apoyado en este contempla desde la distancia a su alferez.
Rosendo se rascó la incipiente barba de un día, molesto. No le encontraba la lógica. Esperó allí las órdenes, como buen soldado, pero a su vez atento a su alrededor. Si les estaban rodeando o era una trampa, las negociaciones serían cortas.
-No me gusta esto -le dijo a Pablo- ¿Primero nos disparan y ahora quieren hablar? Aquí hay gato encerrado.
Con parsimonia y profesionalidad, que no se diga que al hijo de su padre se le ponen los respetables a la altura del gaznate, Diego manda el alto a las bestias que tiran del carro cuando el alférez lo ordena y cogiendo su arma comienza a cargarla y dejarla lista para lo que pudiera ocurir - agujerear el jubón del primer italiano que se ponga tonto, de su madre o de Belcebú si osa asomar los morros.
Jefe, no me dijiste nada acerca de si encontré alguna espada entre los italianos.
-No podemos comprender a los italianos, amigo mío. -Le dice a Rosendo mientras juguetea con su "bastón". –¿No sabéis a caso que en esta tierra siempre ha habido soldadesca española para defender sus lealtades? Extraña tierra aquella que necesita de extranjeros para rendir cuentas a sus monarcas.
Sólo había lo que ya posteé y que Rosendo metió en el carro.
Los italianos y el Alférez se gira y camina hacia vosotros parece bastante contento. Buena señal.
Dicen que han desaparecido casi todos los niños de la aldea menores de tres años. Echan la culpa a los españoles. Los hombres que matamos guardaban los caminos para protegerles de los españoles que según ellos se llevan a los niños. Por eso nos atacaron, para proteger a sus niños. Les he dicho que es totalmente falso, nosotros estamos para protegerles, no para llevarnos a sus hijos. Me han pedido una muestra de buena voluntad. Mira en dirección al prisionero.
Qué os parece?
¡Pardiez! Por la Gloria sagrada de todos los santos. Ningún español que se precie sería tan mezquino... ¿Qué desalmado sería capaz de tal cosa.? Unos niños que no pueden sostener un arma para defenderse... Comenta consternado el soldado. Yo voto por liberar al prisionero, debemos limpiar nuestro nombre.
Rosendo consideró aquello con el corto razonamiento que le proporcionaba su poca cultura. Más bien, le interesaba el aspecto puramente militar de la cuestión, todo aquello que valiera para salvar su pellejo.
-Despues de todo, está herido y desarmado. Si vemos que se revuelven, siempre hay lugar para llegar a las manos.
Se acarició el mentón.
-Lo que ordene mi alférez estará bien.
- A mí no me gusta, mi alférez... me da la sensación de que nos están contando un cuento para asustar niños, nunca mejor dicho... si tienen problemas es que algo habrán hecho... ¿qué pretenden ahora, hacernos creer en las meigas? ¡Válgame Dios!
El joven queda tendido y pensativo. ¿Tal es su odio a los españoles que son capaces estos hombres de acusarnos de una felonía de tal magnitud? Se pregunta durante un segundo.
-Mi alférez, es mi pensamiento que nada bueno debe estar detrás de esto. -Comenta en tono serio y respetuoso. -Como buena voluntad... Podría resolver este entuerto un grupo de soldados españoles. Pues no hay juez más justo que el Rey de España y es nuestro deber como sus representantes en estas tierras impartir su justicia en su nombre. ¿O no defendemos la guerra justa de los españoles?
Sin duda Don Pablo, pero no podemos arriesgarnos a que se rebelen contra nosotros estos italianos, y para más inri si entramos en guerra con Francia como se rumorea, no podemos dejar focos rebeldes en nuestra retaguardia. Hay que demostrar a estos italianos que nosotros no robamos niños, los fabricamos! el alférez se toca la entrepierna y suelta una carcajada.
rie con ganas ante el comentario del alférez.
Mi alférez, tenemos dos heridos y sólo seis aptos para combatir, ellos son una villa entera. Creo que si podemos resolver esto pacíficamente y quizás investigar qué ocurre e impartir justicia, por Dios que debemos intentarlo. Aunque este hombre sea un asesino de soldados imperiales. Deberíamos soltarle.
Creyendo que es imposible que se mienta de tal forma involucrando a inocentes niños, apoyo la opción de soltar al herido como gesto de buena voluntad.
- Yo creo que no perdemos nada por devolver a un herido, malherido, que tardará mucho en volver a empuñar un arma. Además, cuanto antes zanjemos este tema, antes podremos volver para que se ocupen de nuestros heridos.
Si quieren que les fabriquemos niños que me traigan a sus mozas. Que para tales menesteres no hay mal que afecte al cuerpo ni herida que corte tanta sangre.
Bromeó en respuesta al alferez, aunque apenas soltó una carcajada ya que el dolor le retumbaba el cuerpo cada vez que se movia bruscamente.