Partida Rol por web

Historias de Horror I.

Historias de Horror I: El Final de la Partida: Los Últimos Pensamientos.

Cargando editor
03/12/2018, 18:36
Historias de Horror.

HISTORIAS DE HORROR I: EL FINAL DE LA PARTIDA: LOS ÚLTIMOS PENSAMIENTOS:

Notas de juego

- Escena narrativa para el Relato de Final de Partida.

Cargando editor
07/12/2018, 04:15
(CC) Janos Dimitriev Mykerinos.

Mis pasos siguen la comitiva que acompaña el ataúd en cuyo interior descansa el cuerpo de Gabriel Alarico. No son muchos los que avanzamos por el cementerio, pero los presentes sabemos que fue un gran hombre el que cayó hace unos días y que no merecía aquel terrible final. El ambiente es de pesar pues, aunque haber sobrevivido a aquel infierno y el que algunos vivimos en “el otro lado” es un motivo de orgullo y felicidad, es imposible permanecer impasible ante aquella tragedia.

¿Pero que se puede hacer cuando son los peores males los que se alzan para dañar a inocentes? Solo queda luchar, enfrentarlos para proteger, aunque sea con la propia carne cual escudo y sabiendo que no se sobrevivirá al combate, a los inocentes. Eso hicimos, primero como investigación por la muerte de nuestro querido y admirado Profesor Lorrimor, luego por las circunstancias que comenzó a vivir todo el pueblo y que cada vez atormentaron más a los habitantes.

El Profesor Lorrimor, en sus investigaciones, murió en Piedra Alzada. Una estúpida y jamás plausible historia acerca de una siesta y una roca fue lo que se difundió pero nunca nos convenció. Después de toda una odisea, nos quedó claro que fue asesinado brutalmente por los mismos que hicieron desaparecer el alma del Alcaide, que mantenía a raya a los presos de aquella prisión.

Esa liberación fue lo que desencadenó una espiral de acontecimientos sobrenaturales que amenazaron e incluso atacaron Ravengro. De una u otra forma, debíamos ir a Piedra Alzada pues sabíamos que esa prisión en ruinas era el foco de todas las desgracias acontecidas. No solo era algo que nos decía la lógica y el conocimiento, sino que lo sentíamos en nuestras propias entrañas.

Así fue como terminamos entrando en aquel lugar y explorándolo. Las manifestaciones de ultratumba hostiles no se hicieron esperar y desde el primer momento en que nuestros pies se posaron sobre aquel suelo maldito, nos vimos amenazados por toda clase de peligros.

Luchamos día y noche por sobrevivir y avanzar en aquel infierno. Jornadas de descanso fueron imprescindibles para sobrevivir y gracias a Sarenrae que había un lugar seguro para ello. Nos encontramos con Vesorianna, el fantasma de la mujer del Alcaide y ella nos contó la historia de como fueron, quienes suponemos son el Camino Susurrante, quienes asesinaron al pobre Profesor Lorrimor y, a través de una magia oscura, se llevaron al espíritu del Alcaide que mantenía a raya a los espectros de la prisión. ¿Su fin? No lo sabemos a ciencia cierta pero sospecho que era utilizar de alguna manera el caos que provocarían esos cinco poderosos espectros o puede incluso que utilizar algo que aún no conocemos. Quizás la destrucción de Ravengro por las fuerzas sobrenaturales solo sería un daño colateral, no lo sabemos pero estoy seguro de que ese relato de Vesorianna no será lo último que sepamos del Camino Susurrante.

Una pequeña lluvia cae sobre nuestras cabezas, brindando un ambiente aun más melancólico al de por sí triste entierro. Mi mente ha repasado todo lo vivido en Ravengro y Piedra Alzada pero no puedo evitar el terrible asalto que producen los recuerdos que me llegan de aquel otro lugar, grabado en un sector más oscuro y temido de mi memoria. Aquel asilo mental, tomado completamente por la demencia y unos poderes extraplanares de pesadilla que acechaban y asesinaban sin piedad a los pocos sobrevivientes, rehenes en una realidad que no terminaba de definirse.

Luchar ahí con sectarios y horrores dementes, el poderoso Ulver Zandalus y el terror absoluto que significaba el Hombre Andrajoso han sido probablemente los peores momentos de mi vida. Nunca había sentido tanto temor, me había sentido tan indefenso y había percibido la luz de Sarenrae tan lejana. Siento orgullo pues era capaz de dañar al último enemigo cuando casi nadie más podía pero las profundas heridas que su sectario más fiel me causaron hicieron que mi derrota fuese rápida y contundente.

Todavía recuerdo la sensación de desasosiego que me embargó cuando abrí los ojos y estaba nuevamente en Piedra Alzada. Solo me quedó confiar en que el equipo podría derrotar a aquel aterrador enemigo sin mi ayuda.

Y así fue, lo consiguieron, no sé como, pero lo sentimos en nuestro interior y aquella misteriosa conexión que nos une. Ese vínculo se ha debilitado pero se nota como aún permanece, potencial y atenta para crear algún efecto cuando el momento llegue.

Llegamos finalmente a la zona donde el cuerpo de Gabriel Alarico será depositado. Le miro y me lamento de su pérdida pero por más de un solo motivo. Su vínculo era con Gheorghe, mi maestro, y por la muerte del detective, el paladín no volverá a este lado. Recuerdo mi dolor al saber eso y como le dije que le buscaría donde fuese que aquel asilo estuviese, pero él me encargó que me quedase e hiciese el trabajo de ambos en su nombre.

Es por eso que aquí estoy, cuidando a Kendra y al grupo, siguiendo la voluntad del Profesor Lorrimor. Me mantengo estoico, sabiendo que quizás pasen años antes de que vea nuevamente el rostro de Gheorghe.

“Solo espero estar a la altura, maestro.”

El Padre Grimfurrow realiza la ceremonia y, cuando da el paso para quienes quieran decir unas palabras, no dudo en salir al frente. Una vez ahí, comienzo a hablar:

 - “Hoy despedimos al Sr. Gabriel Alarico, un hombre de bien y respeto, que buscaba la verdad y la injusticia donde sea que se esconda. Tenía un corazón justo y una voluntad fuerte. Fue un placer conocerle en vida y, mis plegarias no dejarán de intentarlo, que en muerte encuentre la paz que la vida le quedó debiendo. Un gran hombre nos deja y, Pharasma cuidará de él mientras Sarenrae le iluminará, protegiéndole por toda la eternidad.”

Cierro los ojos para realizar una plegaria silenciosa durante unos pocos segundos antes de continuar:

 - “Quienes quedamos aquí, fuimos amigos y familia del Profesor Lorrimor. Todos le extrañaremos y envidiaré al Sr. Alarico por poder hablar nuevamente con él antes que nosotros podamos aunque la certeza de que llegará el día me consuela. El Profesor Lorrimor nos ayudó a todos en distintos momentos de nuestra vida y, lo mínimo que podemos hacer por él es seguir su voluntad y acompañar a su hija como su voluntad lo diga, a pesar de las pérdidas que podamos sufrir.”

Un pequeño nudo se forma en mi garganta pero consigo vencerlo rápidamente antes de finalizar:

 - “Si mi maestro, Gheorghe, estuviese aquí, estaría feliz de seguir la voluntad del Profesor pues es un hombre justo, un paladín del bien y la justicia que jamás faltaría a la piedad y su palabra. Yo, como su pupilo y seguidor de la Diosa Solar, continuaré con el legado que se nos ha propuesto, en mi nombre y en el suyo, como el Profesor lo dispuso y la vida me aguante. Ayer despedimos al Profesor, hoy despedimos a Gabriel, pidamos a los dioses que mañana no tengamos que despedir a ningún ser querido más. Gracias.”

Vuelvo a mi posición y cierro los ojos para mantener mi respetuosa oración. Todo este episodio ha sido una terrible pesadilla, una historia de horror y el haber terminado con los peligros que nos estaban asediando no hacen que el asunto termine. No sabemos donde acabará, sabemos que no será pronto y mientras no vuelva a abrazar a mi maestro, no habrá un fin de la historia. El Camino Susurrante sigue suelto y sus fines avanzan para ser conseguidos. Tenemos labores que cumplir pero no nos conformaremos con yacer a la espera de los acontecimientos y, si no es por Gheorghe, será por la memoria del Profesor Lorrimor y Gabriel Alarico, pero buscaré a esos engendros y los purificaré como la luz del sol lo hace con la oscuridad.

"Esto solo es el principio, dejo a Sarenrae de testigo."

Cargando editor
07/12/2018, 12:02
(SA) Enterrador (Anselmo Paddock).

El enterrador contempló el caminar mimético, cadente, lento y confuso de la fila de enfermos formada en el embarcadero. Vigilaba para que los pacientes del antiguo asilo no montaran desorden durante la espera a la barca que los sacaría de Briarstone y los llevaría a la costa y camino de Thrusmoor.

Observó a los pacientes que tuvieron la fortuna de quedar en manos de Winter y los que fueron tragados por la vorágine y debieron permanecer bajo la tiranía de los sectarios del culto al dios Amarillo. Las diferencias eran evidentes. Desde el vestir, hasta los rostros, miradas y comportamiento. Los primeros más relajados, tranquilos, hasta alegres de sentir el calor del sol. Sus miradas iban de un lado a otro observando el paisaje, sorprendidos y hasta contentos, como si estuvieran de excursión sin comprender demasiado el motivo de su traslado. Sus ropas, aunque sucias, aun conservaban cierta decencia y la integridad de la tela. Esos eran los afortunados.

Los segundos, si bien podían albergar algunos sentimientos o sensaciones de los anteriores, parecían nerviosos, asustados y neuróticos. O más neuróticos de lo habitual. Secuelas de lo que habían tenido que padecer bajo el autoritario y cruel culto. Sus ojos desorbitados no comprendían nada de aquello, temiendo que era una ilusión, una trampa de la cual emergerían en cualquier momento los monstruos que habían visto durante los últimos días. Sus ropas, hechas girones, manchadas o teñidas de amarillo para cumplir el canon impuesto por la secta oropimente, junto a sus rostros aun con pinturas ocres, les daba un aspecto de personas notablemente idas. Esos fueron los desafortunados.

El capitán York se esforzaba con sus hombres para no mezclar ambos grupos y mantenerlos separados. La animadversión entre ellos, fruto de los recelos, era evidente pese a los esfuerzos de Winter y el Dr. Elbourne para calmar los ánimos. El tiempo debería ser capaz de cerrar heridas. O quizás no y así sería hasta el final de su vida para muchos.

¿Será lo mismo para nosotros?, se preguntó el vigilante mientras su mirada buscaba a sus compañeros de aventura, limpieza y purga del asilo. Y es que diversos miedos y dudas ocupaban buena parte de los pensamientos del hombre.

Por un lado no pudo evitar comparar a los enfermos con sus compañeros. Al igual que el resto y puede que más, el grupo había experimentado terrores inimaginables, teniendo además que combatirlos y derrotarlos. Pero aquello pasaba factura, claro está. Miró a Requiem y resultó evidente su caminar cabizbajo y su comportamiento asustadizo, similar a diversos pacientes neuróticos que veían peligros por todas partes. A Nigromante, titubeante y nervioso con su ropa sucia, hablando con tono derrumbado cuando se dirigía a los demás, o susurrando con frecuencia mientras hablaba consigo mismo. O Anciano Sabio con repentinos arranques de temor y cambiando de golpe a una inexplicable melancolía. En ese aspecto, aparte de cierto cansancio mental y alguna pesadilla, Enterrador había sido afortunado.

Al menos estamos vivos, pensó recordando con tristeza la pérdida de Buscador y cómo fue él el último que habló con el difunto antes de que las nieblas se lo llevaran derecho a su muerte. El detective le daba su poción de curación al estimar que Enterrador la necesitaría más y de pronto fue llevado de golpe al otro lado, donde pereció. Tal vez la necesitaste tú más que yo, amigo, se lamentó con pesar. Sí, somos afortunados. Hemos sobrevivido. Hemos vencido, redundó convencido.

¿Y nuestros recuerdos?, se dijo. Resultaba irónico solo poder recordar unos días de pánico y pesadillas, pero no poder recordar un pasado, sin duda, mucho más agradable o al menos llevadero. Actualmente su experiencia se reducía a una semana infernal plagada de monstruosidades, terrores y muerte. Por ello comprendió mejor a sus compañeros que más sufrían: toda su reducida vida se resumía en horror.

Pero tenían indicios y pistas sobre su pasado. Testimonios y sospechas sobre qué les había pasado, cómo les había sucedido y quién estaba detrás de todo. Solo faltaba el por qué. Y esa cuarta y última pregunta solo la obtendrían de dos maneras: o anulando la primera al aprender la segunda o confrontando la tercera. Y esa tercera tenía un nombre, Haserton Lowls IV, Conde de Versex. Anselmo no fue consciente, pero su mano apretó con fuerza la empuñadura de su maza pesada y su rostro adquirió un marcado rictus.

Olvidamos todo porque ese malnacido empleó las artes arcanas de Las Cadenas de la Noche, el maldito libro esotérico que guarda Anciano Sabio o Nigromante, se dijo sin saberlo a ciencia cierta pero teniendo una fuerte corazonada tras atar cabos. ¿Por qué ese miserable nos trajo aquí tras borrar nuestros recuerdos? ¿Por qué promovió y favoreció que se desatara el infierno en el asilo? ¿Por qué colocó al grupo en este lugar y momento preciso, dejando a nuestro alcance buena parte de nuestro equipo? Por qué, por qué y más por qué. Muchas cuartas preguntas.

Lo que tenía bien claro es que debían ir a Thrusmoor, donde residía el conde. Allí buscarían ayuda para los evacuados y le ajustarían las cuentas al tirano. Winter había asegurado que el Príncipe de Ustalav había tomado medidas, enviando a Versex a la Acusadora Real para investigar.

¿Investigar? Es aquí donde tendría que estar esa Omari. Aquí donde encontraría las pruebas para llevarlo encadenado a Caliphas y luego a una picota, pensó con acritud el enterrador. Luego le invadió la duda. ¿Podrá hacer frente esa Acusadora a un tipo capaz de desatar un infierno como este?, meditó con la incertidumbre de lo que sería capaz Lowls de hacer antes de ser descubierto o arrestado.

¿Y si ella no es capaz?, se preguntó. Como respuesta bajó la mirada a su cinto y miró a su maza pesada, descubriendo repentinamente cómo su mano asía el mango con firmeza. Pues entonces, quizá, esta tenga que tomar cartas en el asunto, se dijo, casi deseando que se tuviera que llegar a la última medida. Aquel pensamiento casi le hizo sentir bien, estiró el cuello, alzó la cabeza, respiró profundamente y sintió el cálido sol de la mañana en su rostro. Enterrador se animaba por momentos.

- A Thrusmoor - pensó en voz alta, llamando la atención de varios ex-pacientes del asilo cercanos y contagiándoles con su sonrisa. Aunque fuera por diferentes motivos.

Cargando editor
07/12/2018, 13:18
(SA) Gheorghe Mykas.

Gheorghe había hecho algo más que sobrevivir. Tras enfrentarse tanto a los horrores de Piedra Alzada como a los del asilo, especialmente a los compases finales del macabro baile de esos seres de naturaleza incognoscible, había emergido no solo victorioso, si no con su cordura prácticamente intacta. La voluntad del paladín era acero templado, y no estaba dispuesto a dejarse avasallar por los horrores que le arrojara el destino, fueran cuales fueran. 

Sí, la victoria había sido suya... Pero aún así, no estaba conforme. Mientras pasaba su mirada sobre los supervivientes a la locura onírica del asilo, no pudo evitar pensar que no debería estar allí. El difunto profesor Lorrimor le había llamado para llevar a buen término su última voluntad y cuidar de su hija Kendra. Y él, lo disfrazara de un modo o de otro, había fallado. La derrota ante el Hombre Salpicadura no lo había matado, pero había llevado a la muerte de su amigo y antiguo compañero Gabriel Alarico, y había roto su juramento.

Debería haber estado allí para dar descanso eterno a los horribles espectros de Piedra Alzada, pero el destino había truncado aquello, llevándole a combatir una locura y un mal quizás más insidiosos. Uno que provenía de más allá del tiempo y el espacio. Uno que se había convertido en su nuevo deber. Ahora debía cuidar de sus antiguos compañeros en Osirion, con los que ahora se había reunido de nuevo. Debía ser la espada que atravesara la oscuridad, como había ocurrido ante Ulver Zandalus y la cosa de pesadilla que albergaba en su interior.

Su mirada se posó momentáneamente en el doctor Elbourne, valorando las posibilidades. No sabía mucho de él, probablemente nadie sabía demasiado... Y eso, junto con lo que le había parecido ver, era lo que le tenía alerta. El propio "doctor" no parecía saber nada del asilo y sus inmediaciones, amen de que sus ropas de trabajo parecían irle demasiado grandes. Sin duda podría deberse a una serie de casualidades, pequeños errores y olvidos fruto del trauma. Pero también podían ser ciertas sus sospechas: que ese doctor fuera un paciente disfrazado. 

De un modo u otro, podía hacer poco más que tenerle vigilado. No parecía peligroso, les había ayudado, y seguía haciéndolo al guiar a los pacientes y mantenerlos calmados. Solo podía esperar que la liberación de aquellos locos no demostrara ser un error en el medio o largo plazo. 

Y ante ellos, más allá de las aguas, se alzaba Thrusmoor. Bueno, no en sentido literal, por supuesto. Pero esa parecía ser su siguiente parada, a la caza de explicaciones y de un hombre, un hombre que supuestamente se encontraba detrás del internamiento de sus compañeros en el asilo, así como de su amnesia. El conde Lowls. 

Cargando editor
07/12/2018, 19:35
(CC) Doctor Querio Vandel.

Los nudillos de Querio golpearon el marco de la puerta abierta.

¡Toc, toc, toc!

¿Padre Grimfurrow? Padre Grimfurrow, si tiene un momento, me gustaría hablar con usted...

Muestras mucho valor volviendo a asomar tu cara por aquí, hijo. Vete a casa.

El párroco metió los últimos trastos en la caja para el rastrillo benéfico, y con un resoplido cargó con el peso doblando las rodillas. El Doctor Vandel sabía que Grimfurrow tenía monaguillos para hacer ese trabajo. En un día tranquilo, hubiese recogido todo del mismo modo, pero llamaría a otro, a alguien más joven, para transportar la caja. Aún le quedaba instinto deductivo suficiente para saber que el sacerdote se estaba haciendo el ocupado para evitarle, y usaba el bulto como barrera en el lenguaje corporal, como un enano manejaría un pavés para defenderse en una lucha.

El Padre Grimfurrow aún seguía enfadado, estaba claro. Tras el entierro de Gabriel Alarico, Querio había acudido al clérigo para mostrarle el ojo con la cicatriz en forma de cruz que el difunto se había traído del "Otro Lado". Buscaba respuestas de un estudioso en la religión para averiguar qué era. El Doctor Vandel había visto la cara vendada del Hombre Andrajoso, y el temor de que esa reliquia perteneciese al monstruo... Lo más perturbador era que Querio sabía que la incorruptibilidad cadavérica era una propiedad achacada por la religión a la santidad. Por algún motivo, Gabriel Alarico había guardado todo el tiempo un globo ocular, blando y frágil, que no se descomponía como habría mandado la Naturaleza.

Mostrarle el ojo solo sirvió en su momento para que el Padre Grimfurrow se cerrase más. Era obvio que lo había reconocido, que sabía su significado y que para su fé era tabú, o por lo menos esa impresión tuvo el Doctor Vandel. Podía tolerar esa superchería. Siguió al Padre Grimfurrow y continuó explicándose.

Me temo que no he venido a disculparme. Son otros asuntos los que me han traído hasta aquí. Un dilema... teológico-confesó Querio, avergonzado.

Efectivamente, el Doctor Vandel toleraba las supersticiones de los demás, pero las suyas propias, por impropias, le pesaban como una losa. Lo que quería era dar confesión y ser absuelto, y eso sí llamó la atención del Padre Grimfurrow, que se detuvo con la caja y se giró hacia Querio arqueando una de sus pobladas cejas.

Te escucho...

Yo...-titubeó, sin saber cómo empezar-Me preocupa la muerte. Sabes que se precipita un cambio de ciclo cuando empiezas a enterrar a tus amigos. Y yo seré el próximo. Lo sé, y no suelo errar en mis presentimientos. Bueno, alguna vez... pero cuando me equivoco siempre es en mi contra. Soy vulnerable. Soy viejo...

El Padre Grimfurrow dejó escapar un resoplido de hartazgo. Volvió a ignorar a Querio, prosiguiendo con su peregrinación de la caja para dejar a su pesada visita atrás. Aún así, el cura le dió una respuesta a sus inquietudes vitales.

¡Qué Pharasma nos asista! Tú no eres viejo, muchacho-sobre lo de vulnerable ya no entró a contradecirle-. Tu amigo no murió por viejo, ni el Profesor Lorrimor, ni ese otro que enterrasteis el otro día. No hay cambio de ciclo, el ocaso de tu existencia aún no se rige por el reloj vital del hombre sabio. La Dama de la Guadaña no te acecha, por lo menos con motivo de tu franja de edad. Si te mudaras a un pueblo tranquilo... tranquilo, y bien lejos de mí-aclaró, para descartar Ravengro y poner tierra de por medio con el Doctor Vandel-, podrías vivir más que muchos hombres; si sigues tentando la suerte, tendrás la misma muerte violenta que le puede sobrevenir a cualquiera. Tus canas, tus arrugas, no se deben al paso del tiempo. Eres aquel que ha visto cosas que no debería, que desafían a su razón, y eso consume la llama antes de tiempo.

Querio recordó sus pequeñas hazañas. El Hombre Andrajoso y Piedra Alzada no fue su primer contacto con lo sobrenatural. Había más, enterrado en el pasado. Casos menores, en solitario, con Gabriel Alarico, con el Profesor Lorrimor, con Anselmo Paddock. Había sobrellevado aquellas experiencias sin darse cuenta, por puro ímpetu de la juventud o por mera ignorancia del calibre real de los retos que se le plantearon. Pero le habían agotado, por dentro y por fuera, envejeciendo su rostro antes de tiempo a base de traumas prematuros.

Sé que es eso lo que te pasa, porque yo a tu edad también me había marchitado a destiempo y esas heridas en el alma siempre quedan. Fui un joven arrugado, vi horrores que me dejaron calvo y me enfrenté a peligros que me doblegaron. Qué recuerdos... Todo empezó cuando...

Esa vez fue Querio el que ignoró al párroco. Le dejó que hablara solo de sus batallitas. Total, el Doctor Vandel ya había encontrado algo de paz a sus inquietudes, y lo demás se la traía al pairo.

Cargando editor
07/12/2018, 22:26
(SA) Réquiem (Alexei Mykephoros).

No sé quién soy realmente, la incertidumbre y la desconfianza se cierne sobre mí. He padecido junto a un grupo de personas desconocidas unos terribles sucesos dentro de un sanatorio que parecía ubicarse en alguna realidad paralela, en otro plano existencial. Esos acontecimientos han dejado huella en mi interior, una serie de pesadillas y delirios que seguirán acompañándome y dudo de su pronta recuperación. Dejando de lado a todos estos desconocidos, existe el vínculo con el bárbaro llamado Velkan, ahora mismo siento como si esa conexión hubiera dejado de existir pero hay algo en mi interior que indica que no se ha roto del todo y ese vínculo sigue existiendo como si se tratara de un fino hilo inexistente.

Aunque haya sobrevivido a todas esas penurias  en el asilo y en la prisión de Ravengro sigo sin saber de mi pasado, los recuerdos siguen difusos e incompletos, mis recuerdos empiezan después del despertar en la celda de la sala de torturas e iniciar todo el martirio que me ha atormentado hasta hoy.

Ahora me encuentro sentado con mi supuesto hermano, aquí mientras mantengo la pequeña llama de una hoguera encendida con pequeñas ramas que encontramos cerca de la orilla del lago. Dice que es mi hermano, pero apenas lo recuerdo. ¿Debería fiarme realmente de él? No me ha dado indicios para desconfiar, pero… no sé, todo es muy confuso. Sin mis recuerdos todos son seres desconocidos para mi persona, si confío en ellos llegados a este punto es por todo lo que ha sucedido, por ayudarnos contra el hombre andrajoso, por sus curas y sus acciones en la prisión. Ahora mi hermano y yo estamos en esta parte del mundo y debemos seguir juntos, seguro que está preocupado por el otro grupo pero ahora él es el único que mantiene los recuerdos intactos, seguro que nos podrá ayudar.

En el inicio de mis memorias desperté con un grupo de personas que desconocía: Anciano Sabio llamado Sebastián Moro, Enterrador llamado Anselmo Paddock, Nigromante llamado Dyonisius, Tormento de Tinieblas y por último, el difunto, Buscador de la Verdad llamado Gabriel Alarico que murió en las mazmorras de la prisión de Ravengro, luchando contra el hombre salpicadura y una de sus monstruosas arañas. No fui testigo de la muerte, yo escapaba ya que era una lucha pérdida, por lo que tengo que dar las gracias a Gabriel Alarico, ya que su valentía permitió que yo siguiera con vida.

El crujir de las ramas en la hoguera no interrumpía mis pensamientos, la presencia de mi supuesto hermano tampoco y allí seguíamos a la espera de que todas las personas que estuvieran en el asilo llegasen a la costa. Habíamos sobrevivido todos menos Buscador de la Verdad, ahora,  Gheorghe Mykas ocupaba su puesto y el otro grupo había perdido a una persona. Echaré de menos las infusiones de Sascha y sus conversaciones junto a Gruñido, mi hermanastro Konrad… sentía odio pero… ahora con lo que hizo por nosotros, sumando su maldición es como si comprendiera muchas cosas y pasara del odio al perdón y arrepentimiento. También estaba el Doctor Querio Vandel, ese hombre me había dado buenos consejos para sobrevivir solo esperaba que estuviera sano y salvo. Por último y no menos importante el valeroso ayudante de mi hermano, el escudero Janos Dimitriev Mykerinos.

Espero que Velkan se haya recuperado del dolor mental, dedico estos últimos pensamientos hacia ti buen amigo, no sé el motivo pero si no fuera por ti estaría muerto y no por los sucesos del asilo, más bien por circunstancias del pasado que por el momento no llego a recordar.

Gheorghe tengo entendido que tenemos una hermana ¿Crees que nuestra hermana sigue viva? Si logramos volver a la normalidad… ¿Te importaría decirme todo lo que llegaste  a saber sobre su desaparición? Me gustaría encontrarla o saber de ella” -

Cargando editor
08/12/2018, 09:22
(SA) Anciano Sabio (Sebastián Moro).

Sebastián Moro despertó sobresaltado, conteniendo en el último momento un grito que murió en su garganta. El mastín que le acompañaba desde que volvió del sanatorio se desveló momentaneamente y levantó las orejas, al comprobar que todo había sido otro un mal sueño de su amo, se acurrucó bajo su manta en el suelo y volvió a conciliar el sueño. Sebastián Moro sabía que no podría volver a dormirse esa noche y optó por levantarse. Las pesadillas que atenazaban sus noches en el sanatorio no terminaban de irse y, aunque de forma esporádica y menor intensidad sus visitas eran ya parte de la vida del sacerdote. Cada vez que estas aparecían, los dolores reumáticos y la dificultad por conciliar el sueño propios de su edad hacían que las pesadillas marcasen el inicio de la jornada.

Se preparó una infusión y aplicó unas cataplasmas para calmar los dolores. Si bien en su juventud había recorrido Ustalav proporcionando remedios a los habitantes más humildes, ahora él mismo era su único paciente.

Su vista ya no era la de antaño y renunció a leer a la luz de las velas, por lo que se quedó mirando la invernal noche estrellada a través de la ventana de su celda monacal la llegada del amanecer sumido en la melancolía de una vida que no conseguía recordar. Los demás compañeros del sanatorio habían reanudado sus vidas a pesar de la amnesia pero qué podía hacer él. Sus brazos cansados de la edad se negaban a realizar tareas físicas y su intelecto no era agudo como seguramente lo fue en el pasado. Su sabiduría procedía de su instinto, pero aunque le denominasen "sabio", sus conocimientos habían sido borrados junto con todo lo demás lo que le  había impedido incorporarse a los puestos de la iglesia de Farasma reservados a los sacerdotes que habían alcanzado mayor edad y erudición. A un anciano no le quedaba mucho más que sus recuerdos y eso le dejaba en una especie de indigencia.

Gheorghe, Anselmo, Alexei, Dyonisius, e incluso Tormento con el que siempre había tenido una especie de relación contractual en la que tanto uno como otro fingían una carencia de afecto real, le habían visitado tanto para interesarse por él como para intercambiar opiniones sobre las experiencias vividas en el sanatorio  tratando de decidir si todo había acabado o qué tenían que hacer a continuación. Sin embargo a diferencia del resto, veían a Sebastián Moro como un testigo de lo sucedido y no como alguien capaz de retomar el viaje para terminar de atar cabos. No podía ser de otro modo.

-Así pues, solo me queda aguardar que me reclames ¿no es así mi señora Farasma?

El mastín alzó de nuevo las orejas al oír hablar a su amo, resopló, cambió de postura y siguió durmiento. Una estrella fugaz cruzó el cielo en la quietud de la noche. Aún faltaban unas horas antes de que los gallos proclamasen su presencia.

Sebastián Moro se aproximó al arcón de su austera celda, sacó el volumen "La Cadena de Noches", lo colocó sobre su escritorio y acarició su lomo pensativo. Había prometido a los demás que enviaría el libro al consejo de sabios para su custodia, pero aún no lo había hecho. Quizá su tarea no había terminado, ¿por qué si no Farasma le mantenía con vida? Otras noches había sacado el libro aguardando el alba para comenzar a leerlo, pero finalmente lo había devuelto al fondo del arcón. No se le escapaba que después de tanto esfuerzo y sacrificio por derrotar al Hombre Andrajoso, sumergirse en ese libro podría suponer acabar convertido en otro Zandalus. Y sin embargo, ¿podían permitirse el lujo de ignorar? ¿Evitaría mirar la fuente del mal convenciendose de que todo había terminado sin saberlo a ciencia cierta como hacen los niños miedosos? Se armó de valor y se prometió comenzar el estudio con las primeras luces del día. Ciertamente se había hecho esa promesa en otras ocasiones, siempre en vano. Apretó los dientes y trató de infundirse valor para que esta vez fuese diferente.

Cargando editor
08/12/2018, 10:11
(CC) Konrad Mykephoros.

El regreso al hogar había resultado mucho más duro de lo que hubiera podido imaginar. La estancia en casa de Kendra, que se había alargado para cumplir su promesa para con el testamento de su viejo amigo Petros Lorrimor, había sido como un plácido y reparador sueño. Por un lado la derrota de La Bestia por el Hombre Andrajoso había sumido a su inseparable compañero en un mutismo inusitado en él. Era como si se hubiera debilitado y casi no existiera, aunque seguía notando su presencia como una molesta espina clavada en su garganta. Por otro lado, las gestiones necesarias para cobrar el testamento y los preparativos del entierro de Alarico habían tenido la mente del noble ocupada, apenas dándole tiempo a hacerse a la idea de lo que suponía la muerte de éste último.

Cuando por fin pudieron cumplir con el testamento de Lorrimor llegó la hora de volver a Colina Carroña, a la destartalada mansión que consideraba su hogar: Alabustriel.

 

https://i1.wp.com/iesjosecaballero.es/web/wp-content/uploads/2017/10/casa-encantada.jpg?resize=500%2C336

Hogar, dulce hogar.

Desde luego no había nadie que saliera a recibirlos. Quizá eso cambiara algún día, si lograba formar una familia, con una amante esposa, como podía ser Kendra, y dos o tres retoños. ¿Era acaso un pensamiento demasiado egoísta? Desde luego él había odiado a su padre, no sólo por la maldición que le había transmitido, sino por lo sanguinario que había sido, fruto de su locura.

Aunque ahora lo comprendo un poco más.- Convivir con el incesante martilleo de La Bestia no era fácil y a veces deseaba volver a las andadas, dejándose llevar por los excesos, para que su vida no fuera más que una nebulosa.

Ciego e insensible.

La idea de formar una familia, descartada casi por completo en un momento de su vida, volvía a cobrar fuerza a medida que iba haciéndose mayor. No tenía a nadie a quién dejar su legado, mucho menos ahora que había perdido de nuevo a sus hermanastros, y, con el control que estaba logrando sobre La Bestia, veía más plausible que, aunque la maldición pasara a uno de sus vástagos, con su guía su hijo pudiera sacarle hasta provecho.

Los siguientes meses a su regreso Konrad puso todo su esfuerzo y atención en rehabilitar la finca. La verdad es que le hubiera venido bien poder reclamar la parte del testamento correspondiente a Gheorghe. Sin embargo, aún así, logró que Alabustriel volviera a la gloria de antaño, de cuando se construyó por primera vez. Ahora debía mantenerla así, lo cual no era tan fácil.

Cuando la soledad se le hacía cuesta arriba escribía cartas. Kendra era una de las personas a las que dirigía las misivas. La escribía todas las semanas, dándole cuentas de todo lo que hacía e invitándola reiteradamente a visitarles en Colina Carroña.

“así podrás volver a ver a Gruñido, que te echa mucho de menos. ¡Y Sascha! Si la trajeras algo de ropa como aquella vez...”

Le parecía una candidata perfecta para esposarse. La mujer estaba sola en aquel pueblucho que no le traería más que amargos recuerdos y, gracias a la amistad que había mantenido con su padre, sabía que Konrad era un hombre de confianza. A ojos del noble era un paso casi natural. ¿Que no le atraía como podía haberlo hecho Sascha en su día? Eso por descontado. De hecho siempr ele había parecido un pan sin sal. Sin embargo Sascha, aunque le había dado la vida, no podía darle una progenie. ¿Por qué no Kendra Lorrimor?

Y a medida que iba pasando el tiempo los sentimientos de culpa acerca de la pérdida de sus hermanastros volvieron a atormentarlo. Y no venían solos. Con ellos, como si su maldición se alimentara de su angustia, volvió La Bestia.

Nicoletta...Alexei y...Gheorghe.- Tanto tiempo separados de ellos, conforme con la fría distancia que se había interpuesto entre ellos, y ahora no dejaba de pensar en ellos. Iomedae había querido ponerle la miel en los labios y luego retirársela con crueldad. ¡Así de caprichosos eran los dioses!

Acabadas las obras de Alabustriel se sentía vacío. Aveces miraba por la ventana, en los días desapacibles y lluviosos, y veía a Nicoletta, como cuando la vio en Prisión Alzada. ¿Jugaban los dioses con él?

Se escribía cartas también con el escudero de Gheorghe, Janos Mykephoros, con el que también había estrechado lazos. En ellas le contaba que contara con él para cualquier asunto que tuviera que ver con determinar el paradero de su hermanastro. También le informaba de sus avances y le proponía incluso que formara parte de su séquito, por lo menos mientras Gheorghe seguía desaparecido.

Se pasaba muchos ratos en casa releyendo los papeles que habían recuperado del cuerpo de Alarico, tratando de averiguar algo que se les hubiera escapado para localizar aquel asilo.

Cuando La Bestia lo atormentaba más, volvía a caer en los suaves y enajenadores brazos del opio. Sin embargo, Sascha lograba tenerlo bajo control. Entre las placenteras brumas de las volutas de humo que salían de su boca veía las sinuosas formas de la mujer, tan atrayentes.

Cargando editor
08/12/2018, 11:00
(CC) Cazador.

La vida no es más que una extraña travesía por un largo y angosto sendero. El pasado se queda atrás a medida que andamos, y las huellas son el recuerdo que dejamos.

Ahora, los pasos de Cosmin pisaban el camino hacia el cementerio de Ravengro, donde iba ser enterrado Gabriel Alarico, conocido como Buscador de la Verdad. Había fallecido en la lucha contra los males de la prisión de Piedra Alzada. Su andadura había terminado, y ahora le tocaba el eterno descanso. En su vida Cosmin apenas se había cruzado con él, pero viendo la comitiva funeraria, comprendió que Gabriel había dejado huella a su paso. Una vida vivida al límite, desafiando peligros de los que la mayoría huían. La búsqueda de algo real e imperecedero en el incesante movimiento de nuestro caminar por este mundo. Eso era lo que se llevaba a la tumba. Y también el ser recordado por aquellos que ahora le acompañaban en este último trayecto.

Una fina lluvia comenzó a caer. La mirada de Cosmin se entretuvo unos instantes en los allí presentes. Le estaban rindiendo un sentido homenaje, y en el Otro Lado se hallaban el resto de sus compañeros, aún con vida pero en un lugar inalcanzable. Y entre ellos los que se echaban en falta aquí. Terribles poderes habían alterado el orden natural de las vidas, y los destinos se habían cruzado de una forma que el joven Cosmin apenas alcanzaba comprender. Así que siguió caminando, en silencio, y a cada paso sus botas dejaban marcas en la tierra ablandada por la lluvia.

La muerte traía consigo un fugaz destello de aquello que es eterno y perecedero al mismo tiempo. Era el momento de darse cuenta de lo breve y frágil que era la vida, y a la vez sentir un atisbo de esperanza, pues lo divino se hacía presente en ese cruce final del camino de una persona. En la vida había muchas encrucijadas, y muchos senderos que se quedaban por explorar. Cosmin recordaba la charla que había tenido el día anterior con Janos Mykerinos, el escudero del paladín Gheorge Mykas. Janos se le había acercado cuando Cosmin estaba agradeciendo la hospitalidad de la casa Lorrimor. Se había mostrado interesado en la historia del joven Cazador, y éste le había contado lo poco que sus pasos habían andado. Le habló de la aldea de Clover’s Crossing, cerca del Lago Lias y del propio Ravengro. Eran recuerdos de la infancia. Pequeños destellos de felicidad que perduraban a pesar de lo que sucedió después, cuando su padre se ahogó y su madre se llevó al resto de los hermanos dejándole atrás. De todas las sendas que había dejado de recorrer en su corta vida, ésa era la única que le visitaba en sus sueños. Y ahora lo hacía mientras caminaba bajo la lluvia.

En ocasiones, en los caminos uno encuentra un lugar para el descanso. Un refugio. Algunos incluso un hogar. La casa de Kendra Lorrimor se había convertido en poco tiempo en algo así para Cosmin. El único lugar parecido a un hogar que había tenido antes de Ravengro era la cabaña de su tío abuelo Andraich en el bosque de Maidensnarl. Allí, descubrió la maravillosa magia de los libros que permitían recorrer sendas de aventuras y de gloria sin moverse de casa. Cosmin recorrió esas páginas durante diez años, y decidió que iba a convertirse en un legendario cazador de brujas y de monstruos.

La comitiva ascendía ahora por una cuesta. Se veía la plaza de Ravengro en la distancia. Las gotas de lluvia le humedecían el rostro, y le entraban en los ojos. Cosmin los cerró y por momentos recordó el juicio celebrado allí. Había hablado de aquello estos días con Janos y con los demás, y para ellos era agua pasada. No obstante, igual que había sendas que se quedaban marcadas en la vida aún cuando no eran recorridas, también había pasos cuya huella no se podía borrar por mucho que uno quería hacerlo. Durante un tiempo, Cosmin había viajado con sus primos lejanos. Con ellos se hacía pasar por cazadores de monstruos, pero eran meros estafadores e incluso ladrones. Habían capturado a la semiorca Grurcha y se produjo aquel episodio que recordaba con vergüenza. La llegada de las monstruosas Estirges dejó en evidencia a los estafadores, y fue en ese momento cuando tomó una decisión. Mientras aquellos desgraciados huyeron en busca de nuevos incautos a los que timar, él se dio la vuelta para regresar. Comenzó a caminar en solitario por un camino más difícil. Un camino que le llevó primero hasta Konrad, de allí hasta la prisión de Piedra Alzada y finalmente de regreso a Ravengro. Un trayecto corto, pero que le había cambiado de forma irremediable.

Cuando por fin llegaron al cementerio, el rostro de Cosmin estaba ya mojado, y notó un sabor salado en la boca. Se decía que el agua purificaba y borraba el mal que uno cargaba en el alma. Ya no era el niño abandonado por su madre. Ni el joven soñador que devoraba los libros. Ni el falso cazador de monstruos. Esas sendas eran las que habían traído hasta aquí. Formaban parte del mapa de su viaje por el mundo, pero no las iba a volver a recorrer. Aquello era el viaje de la persona que ya no existía. En el horizonte del futuro se hallaba la persona que estaba por llegar.  Por primera vez en su vida, Cosmin tenía un hogar y miraba con ilusión el camino que le quedaba por recorrer para conocer a aquella persona que le esperaba.

Se acercó un momento a Konrad Mykephoros. El noble le había aceptado en el grupo cuando Cosmin regresó a Ravengro tras el juicio. Y después le había presentado una posible ruta a seguir en su vida. Un camino nuevo que le iba a llevar a Colina Carroña, y a una finca donde podía ser un guardabosques.  –Iré con vosotros, le confirmó.

Cargando editor
08/12/2018, 12:23
(SA) Tormento de Tinieblas.

Restos del diario de un mortificador anónimo.

Biblioteca de Ustalav

Año 4770 R.A.

Pasado, presente, futuro. ¿Qué sentido tuvieron, tienen o tendrán?

Nací dos veces. Una del vientre de mi madre, cuyo rostro ni siquiera puedo visualizar y de quien no guardo recuerdo alguno. Y digo madre, porque todo hombre tiene una. Y junto con su persona, soy incapaz de rememorar pasado alguno anterior a mi segunda llegada. Nací entre sangre y gritos en un oscuro calabozo, aquejado de terribles pesadillas capaces de nublar el sentido de cualquier hombre, perseguido por mis más oscuros temores en una ciudad onírica teñída por nieblas que acogían al mal encarnado. Cuando abrí los ojos, entre jadeos y toses, unido a mi celda por metálicos cordones umbilicales que hube de romper, ignoraba quién era, de dónde procedía o cuál era la razón de mi presencia allí.

De lo que allí ví y percibí, solo dos realidades se impusieron sobre las restantes. Mi nombre, Tormento, y que definía claramente mi morbosa naturaleza, apegada al dolor y a la liberación que el mismo proporciona, y un rostro, el de un anciano por quien sentí y aún siento un extraño, indefinido y antinatural apego que me conduce a protegerlo de todo mal, ese que en cambio ansío para mí.

Fue el inicio de un extraño periplo en las entrañas de lo que después sabría era una institución mental. No mencionaré nombres, ni lugares, pues cuanto menos se sepa de su ubicación, mejor. No en vano comprometí demasiadas cosas en aquel infernal lugar como para ahora facilitar a cuantos locos lean estas líneas, en su afán por desentrañar los misterios que jamás deberían ser tocados, respetando el natural equilibrio que siempre ha habido y debería haber entre el bien y el mal, el camino hacia aquella sima de desesperación y muerte.

Jamás he visto otro lugar que albergara tantos horrores, tal desdicha, semejante perversión y tamaña oscuridad. Solo la ambición del hombre lo posibilitó y tan solo la ambición del hombre podrá despertar lo que nosotros, con harto esfuerzo y sufrimiento conseguimos no sé si destruir pero sí al menos expulsar al infierno del que surgió. 

Y a un alto precio. Muerte y cordura.

Cuando en las noches de lluvia veo a Anciano Sabio, en su celda, manipular un inexistente volumen entre sus manos, que tan solo acarician el aire, y le escucho murmurar palabras que él cree que nadie puede oír, sé que hice lo correcto. En su ansia de saber, de hurgar en los inextricables misterios de la vida y de la muerte, de nuestro universo y de otros, mi protegido se siente demasiado inclinado a desdecir lo que el sentido común y sus promesas pasadas exigen. Debido cumplimiento. Escuchando a su implacable sed por saber, se adentraría en un nuevo abismo de pesadillas, quizá erigiéndose en un nuevo señor del dolor, tomando el relevo de aquel a quien destruimos o de alguien aún peor. No, no me arrepiento, pues sé que Pharasma guió mi mano por aquella senda. No permitió que muriera ni que mi cordura flojeara, mis manos y pies abatieron incontables enemigos o ayudaron a ello y, finalmente, depositó en mis manos el infame libro que jamás debería haber sido escrito y aún menos leído.

Recuerdo aquella última jornada antes de nuestra partida. Cómo encendí el fuego purificador ante el cual me arrodillé, rezando a Pharasma. Mi mano palpando el libro maldito, cuyas hojas contenían el mal destilado por una mente enferma, sintiendo el poder contenido y que pulsaba bajo mi piel como si ardiera. Arranqué aquellas páginas, sintiendo el embate de la locura en el proceso, la resistencia de aquel objeto a ser destruido y desaparecer sin ofrecer batalla. Mi voluntad fue asediada por tres veces y aunque por un solo instante estuve a punto de sucumbir, logré endurecer mi espíritu, apuntalar mi mente y que mi voluntad triunfara. Sentí un dolor insondable, un sufrimiento sin fin, hubo voces que gritaron dentro de mí, gimiendo, implorando, exigiendo, ordenando y sus ecos, que aún perduran, fueron relegados a un segundo plano mientras las hojas arrancadas eran arrojadas a la hoguera y veía cómo las llamas las lamían reticentes antes de devorarlas con ansia, las palabras en ellas escritas convertidas en un hollín más oscuro que la más oscura de las noches, su tinta desvanecida gracias al fuego sagrado.

Cuando la destrucción tocó a su fin, supe que habría de pagar un precio elevado por mis acciones, pero estaba dispuesto a  abonarlo. Sigo estándolo mientras el cilicio muerde mi carne y el flagelo rasga mi espalda, pues mi paso por este mundo ha obedecido y obedece a un solo objetivo. Mantener a salvo a mi protegido.

Cargando editor
08/12/2018, 23:40
(CC) Velkan Matacambiantes.

Largas horas habían pasado desde que el sol se acostó. La temperatura era baja y todo en los alrededores estaba envuelto en el más absoluto silencio con la inusual excepción de un triste banjo. La música llevaba un tiempo rompiendo la armonía silenciosa de la noche, sin embargo estaba tan lejos de todo que a nadie podía molestarle. El cuerpo del hombre que produce la música está acomodado encima de una amplía piedra que se encuentra a un lado del camino que lleva a Ravengro. Su cuerpo está encogido y parece más menudo de lo que realmente es. De sus manos sobresale el banjo que emite la música.

El músico parece ausente, parece apenado. Sus ojos miran, parece que busca algo que no llega a encontrar. El músico sigue tocando con lentitud, dejando que sus manos bailen sobre las cuerdas de su instrumento adornando el silencio reinante en la noche. Mientras toca calma sus pensamientos. Los recuerdos se agolpan en su cabeza y le martillean la mente de forma continúa. Las visiones se repiten de forma incesante en cuanto cierra los ojos. El músico toca de nuevo para tratar de evadirse pero no tiene demasiada suerte. Se ve atado en la consulta del Profesor Lorrimor, inmovilizado y siendo torturado. No había tenido tiempo para pensar en el significado de eso pero ahora lo sabía. El Hombre Andrajoso había buceado en su mente y había averiguado cosas que ni él mismo había sido capaz de averiguar pero el tiempo había dado la razón a aquel ser. Pensar en el Hombre Andrajoso le helaba la sangre al músico y por eso tocaba para evadir esos pensamientos pero ni la música lograba salvarle. Se recordaba encerrado con él a solas, escuchaba sus propios gritos y sollozos suplicando salir de allí. El Profesor Lorrimor le había recomendado que usara la música para superar los malos recuerdos pero Lorrimor ya no estaba y la música no era suficiente.

El bárbaro echó mano de la bota en la que guardaba el vino que había tomado en la taberna de Ravengro y bebió un largo trago. Eso era lo único que le funcionaba, el alcohol. Le abotargaba la mente, le adormecía y le ayudaba a no pensar. En los últimos días sus visitas a la taberna para comprar alcohol habían aumentado, pero nunca bebía allí. No le gustaba estar rodeado de gente, no le gustaba escuchar todo el ruido y la algarabía que allí se frecuentaba. Por eso siempre iba a beber a la roca. El lugar en el que aquel infernal viaje empezó hacía poco tiempo pese a lo largo que se le había resultado. Todavía muchas cosas de las sucedidas no tenían sentido para él pero sabía que todo lo sufrido le había pasado factura, lo notaba ya no era el mismo de antes.

Las vivencias y horrores vistos habían afectado profundamente a su ser y a su cordura, todavía era capaz de notar eso. Desconfiaba de casi todo lo que le rodeaba y las traiciones en el propio seno de su familia le habían desquiciado. Desde su vuelta del asilo casi no había conseguido dormir, temía cerrar los ojos y enfrentarse a lo que al otro lado le esperaba. Temía las pesadillas que le habían acompañado desde entonces. Volvió a beber, ya quedaba poco vino en sus reservas y todavía no estaba tan aturdido como le gustaría. Iba otra noche larga, otra noche sin dormir.

El bárbaro abandonó la bebida cuando ya no quedaba más que saborear en su bota fue entonces cuando el músico volvió a tocar el banjo amortiguando el sonido de las lágrimas que surcaban su rostro. Cabizbajo se mantuvo así hasta que el día sucedió a la noche.

Cargando editor
10/12/2018, 00:19
(CC) Gruñido.

Se había cerrado el círculo. Había despertado a la realidad del mundo tal como era de la mano del Profesor Lorrimor, en el transcurso de la expedición a Osirion. Su limitada visión del mundo hasta entonces se había ido agrandando a lo largo de los años pero aquellos primeros pasos vacilantes que le habían sido negados desde siempre, bien por tradición o bien por rechazo, habían comenzado a la sombra de una tienda de lona en unas charlas interminables procuradas por un hombre cuya paciencia era más firme que el acero de Afilada.

Mientras se sorbía los mocos sin poder dejar de lagrimear cuando creía que nadie le veía, contemplaba como el cuerpo del Profesor era devuelto a la tierra. El incidente con los beligerantes catetos le había sacado sólo ligeramente del embotamiento que se había instalado en su cabeza desde que la noticia le había llegado. No había apenas acertado a hablar a su hermano Velkan, al cual no veía hacía años, una vez se lo habían encontrado en el camino al camposanto. Ni siquiera tenía claro cómo había podido guiar el carruaje del señor Konrad hasta Ravengro.

El sacerdote de Pharasma pronunciaba unas palabras que el cochero apenas percibía, envuelto en una fatídica nube de aturdimiento y dolor. Sólo la visión de la afligida Kendra Lorrimor le animó a seguir firme así como el propósito de dar el pésame a la afligida muchacha. Siempre le había tratado como un ser humano, aún siendo una niña. Su amabilidad había rebajado el carácter hosco de Gañancito, haciendo su dura vida algo más llevadera. El apellido Lorrimor siempre tendría un lugar en el corazón de Gruñido.

El averiguar más tarde que el bueno del Profesor había sido asesinado sin piedad por quienes pretendían liberar una fatídica hueste de muertos vivientes (las criaturas que más odiaba el cochero) sobre la comarca de Ravengro llevó la furia del semiorco a sus límites. Movidos por la voluntad de ayudar, y a pesar del carácter terco y desconfiado de los habitantes de la comarca, habían desafiado una vieja ruina que hacía décadas atrás las veces de prisión para lo peor de lo peor de la raza humana. En ese empeño habían arriesgado la vida, la cordura y quién sabe si el alma al combatir contra fuerzas oscuras. Y no sólo en aquel lugar ya que algún tipo de lazo arcano unía a casi todos con otras personas que pertenecían al pasado remoto del esforzado grupo, ilustres figuras de los tiempos de las aventuras en Osirion. Qué motivaba esa continua transposición era algo que sólo los dioses podrían responder, si es que realmente existían como alguien había apuntado hace poco.

Esas otras gentes también se hallaban en un aprieto que parecía tan grave y sobrenatural como el que se afrontó en la prisión de Piedra Alzada, y tamaño peligro y colección de sobrenaturales y malvados enemigos acabó por cobrarse la vida de una persona, Buscador de la Verdad. Así pues una vez emprendido el regreso y tras poner en orden ciertos asuntos de menor y mayor importancia, se produjo una segunda visita al camposanto. La ceremonia fue breve y silenciosa en su mayoría, excepto por los lúgubres tonos que Velkan arrancaba a su banjo a modo de endecha final para un valiente. Gruñido aprovechó para encontrar un momento de soledad antes de que el grupo emprendiera la salida del lugar para visitar el lugar de reposo del Profesor Lorrimor y dedicar una plegaria por su reposo. Si bien no había sido vengado, al menos habían desbaratado los planes de sus asesinos. Pero Gruñido sabía que tarde o temprano se echaría a los facinerosos a la cara y haría justicia a un hombre bueno, el mejor que había conocido. Cerraría el círculo otra vez.

Cargando editor
10/12/2018, 12:20
(SA) Nigromante (Dyonisius).

Sólo cuando el amanecer iluminó el alba y Dyonisius se acercó para observar el libro y notó como el grosor del mismo había practicamente desaparecido, pudo el nigromante atar cabos, y recordó el papel con que Tormento, la noche anterior, había ido alimentando las llamas.

La primera reacción, como era habitual, fue de ira, rabia y furia. ¿¿Cómo se atrevía?? ¿quién había dado a esa sombra huesuda, perversa y masoquista el derecho a decidir por todos? ¿acaso no sabía la cantidad de conocimientos que se había perdido para siempre? Con el corazón en la garganta y el deseo de venganza Dyonisius se giró y...

Respiró. Lentamente. Tratando de recordar el por qué de cada hecho. ¿Cuánto debía haber dudado, después de todo, Tormento para ir tan claramente en contra de las instrucciones de su amado y respetado Sebastián? ¿del hombre al que había jurado proteger?

Está intentando protegerlo. Ese pensamiento le calmó más que cualquier mantra u oración. Porque, al fin y al cabo, ¿acaso Sebastián había mostrado la contención necesaria? ¿no era posible que ese libro le llenara de malicia y le condenara anulando su voluntad? Y si eso era cierto en el caso del sacerdote, ¿no lo era también para el suyo?

Dyonisius volvió a sentarse frente al rescoldo de las llamas. Reflexionó: no era, a Pharasma gracias, el hombre que antes había respondido a esa nominación. Pero aunque estaba convencido que era mejor... ¿persona?... estaba igualmente convencido de la fragilidad de esa bondad recién descubierta y que, tal vez, tenía en la amnesia su mejor baza. Quizás, en su caso, la amnesia no era una enfermedad, sino un raro don. Una rara oportunidad. Pero, a pesar de esa oportunidad, tenía que lidiar con la ira que le llenaba las entrañas y que trataba de disipar en una profunda melancolía. Tenía que lidiar con una obsesión por la limpieza que, adivinaba, era imposible. No, ni Sebastián ni él estaban capacitados de verdad para leer ese libro, por mucho que a ambos les gustara.

Así que el nigromante se forzó a tragarse los restos de bilis y rabia y se acercó al siempre serio y taciturno monje. Se le quedó mirando a los ojos y finalmente, asintió.

- Gracias- murmuró como quien traga una amarga medicina. Y luego, sorprendentemente para todos, pero también para él, se dobló sobre sí mismo mientras empezaba a propinar salvajes carcajadas. Todos aquellos refugiados, ojerosos, cansados, hambrientos, aun asustados, así como sus compañeros, y Gheorghe, observaron y escucharon, perplejos, esas risotadas. Pero ninguno más perplejo que el propio Dyonisius.

Sí, era cierto. El mundo seguía siendo un lugar terrible. Estaba el recuerdo de la terrible e innecesaria muerte de Gabriel, estaba aquella niña, sola, hermana de Alexei y Gheorghe, que debían rescatar. Estaban los motivos ocultos tras la bendición de la amnesia que les había llevado a ser encerrados y torturados en ese horrible lugar del que escapaban.

¿Y qué? ¿no estaban vivos? ¿no habían forjado lazos de amistad en ese lugar nefando que podía permitirles sobrevivir, y más aún, recibir el regalo de la amistad y de una vida más plena? Ya habría tiempo para el dolor. Rió el nigromante, rió con fuerza, durante largos minutos, hasta que con lágrimas en los ojos, miró divertido a Alexei.

- Quiero esa epopeya. Y quiero que nuestros actores sean más guapos que los originales. Recuerda que lo prometiste.

Cargando editor
14/12/2018, 17:33
(CC) Sascha Danzante de las Nieves.

El resto de los días en la casa Lorrimor, tras el entierro y mi conversación con Gruñido y Velkan en los establos, fueron tranquilos. Pero no era una tranquilidad cómoda, relajada. Era más bien obligatoria. No era como cuando tras un día de trabajo, te tumbas en tu cama y disfrutas del silencio, y descansas. No, era como si en esa cama estuviera atada y amordazada, agotada de luchar por liberarme de ella. Entonces, no te queda más remedio que estar tranquila, para descansar y no seguir haciéndote daño. Una tranquilidad forzada.

Evitaba casi toda compañía. La de Velkan, obviamente, que no era muy difícil pues ya se encargaba él de no coincidir conmigo. La de Gruñido, no porque estuviera enfadada con él, sino porque aún me sentía culpable. Aunque si él entraba en una sala en la que yo estuviera y me hablaba, no le rechazaba. La de Konrad, pues no quería darle demasiada oportunidad de preguntarme qué ocurría. Tenía preparada incluso una escusa por si alguna noche me llamaba a su cama.

"Kendra podría oirnos, y no se casará contigo si lo averigua".

Pero no hizo falta. Konrad era listo, y en ese aspecto ya tomaba él las precauciones necesarias.

Ayudaba a Kendra en todo lo que podía, por compensar todas las molestias y por mantenerme ocupada la mente. Aunque no funcionaba siempre. De hecho, no funcionaba casi nunca.

"Hoy hay muchos platos que fregar. Y la grasa se ha quedado muy pegada... ¿Pero es que acaso él piensa que para mí fue fácil? Además, se le debe haber olvidado que la idea fue mía. Yo le propuse tener hijos, antes de saber que no debía. Yo le dije que se marchara, cuando lo supe, a buscar mujeres y otros miembros para el clan. ¡YO! Cuando la sola idea de imaginarlo con otra mujer me hacía vomitar... Aún hoy me siguen dando arcadas... Basta ya."

Cuando me daba cuenta, intentaba pensar en otra cosa.

- Necesito tomar el aire. Voy a ver cómo está Tharath.

Informaba a aquel, o seguramente aquella, que estuviera junto a mí en la cocina. Si sabían dónde estaba, no me buscaban.

El frío era reconfortante, pero no me hacía dejar de pensar.

"Yo también pasé frío, y miedo. No fue él quien tuvo a un dios delante de él, sin saber si le concedería un favor, o le devoraría vivo. No me llaman Matacambiantes, dice, por respeto. Es que piensa que mientras él estaba en el otro lado, nosotros jugábamos a las damas. No sabe, no se le ocurre, que estuve a punto de hacer una tontería para seguirle, para que las nieblas también me llevaran..."

Tharath guardaba las lindes de la casa, como si temiera (como si yo temiera) que algo indeseado podía acercarse a ella. Le encontré cerca de la puerta, sentado, rascando pensativamente la nieve. Reflejo de mis propias diluciones mentales.

- Hola.

Acariciar su pelaje espeso me relajaba. Me senté junto a él, y le quité las legañas con la manga.

"Parece que cuando estás limpio y tranquilo, Vandel no se queja tanto. Sólo dice que habría que matarte la mitad de las veces. Pero es que aquí todos se creen con derecho a juzgar. ¿Qué habría hecho él, eh?¿Parir a un engendro, poniendo en peligro su propia vida? ¿Es que ese engendro habría salvado al clan? Habría sido un monstruo, o un bebé deformado que habría durado pocas semanas con vida..."

Así pasaban los días, hasta que volvimos, por fin, a Alabustriel. En parte, fue un gran alivio dejar Ravengro atrás. Alabustriel no tenía nada que ver con Velkan, y eso parecía ayudarme a olvidar. También el hecho de poder acudir a los brazos de Konrad sin tener que escondernos de nadie. Y también compartir su opio. Pero echaba de menos a Kendra, después de todo. Era una gran amiga para Gruñido. Una que nunca le había mentido, ni escondido nada.

- ¿Ya le has propuesto matrimonio?

A menudo le preguntaba a Konrad por aquella cuestión. Sabía que él se imaginaba una casa donde se escucharan las risas de los niños. Yo también fantaseaba con eso.

- ¿Los cuidaré yo? Sabes que puedo protegerlos. Y Gruñido, seguro que adorará jugar con ellos.

Y técnicamente, serían miembros de los Gorras Rojas. Y si Gruñido también pudiera encontrar una mujer...