Partida Rol por web

LOS MUERTOS NO SUEÑAN:

INVIERNO, AÑO 4711 RA.

TERCER DÍA SIGUIENTE AL DESPERTAR. FECHA PROBABLE: 6 DE ABADIO.

MEDIA MAÑANA.

A ambos lados de la puerta esperaban armados Enterrador y Buscador. Tras ellos, el resto de sus compañeros. Todos ellos preparados para lo que creían que iban a encontrar. Una preparación que en la última habitación no había servido de nada, pues lo que habían descubierto en su interior había sobrepasado por mucho las expectativas que todos hubieran podido albergar. Dentro habían encontrado el horror que había hecho del manicomio su hogar. El alma atormentada de alguien no demasiado inocente, pero no por ello menos desdichado a pesar de la arrogancia que lo había llevado a ser la causa de su propia desgracia. Pero ya habían dejado esa habitación atrás aunque el recuerdo siguiera muy presente. Ahora tocaba afrontar lo que tenían delante, al otro lado de la puerta cuya manija Enterrador empezaba a girar.

Y la puerta se abrió...

Un nuevo escenario que se abría ante sus ojos y dos nuevos enemigos que esperaban en él, aunque no tan prevenidos sobre su presencia como al principio habían creído. Es más, nada más descubrirlos ambos ocupaban su tiempo en tareas que poco importaban para el combate que se iba a desencadenar, combate al que se lanzaron, a pesar de su aparente sorpresa inicial, a una velocidad que ni el detective ni ninguno de sus compañeros pudo igualar.

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MEDIA MAÑANA.

Enterrador y Buscador de la Verdad se adentraron en la habitación que había en la parte norte de aquel corredor, paralelamente había otra puerta y allí se deslizó con gran celeridad Tormento de Tinieblas para evitar una encerrona por parte de los enemigos.

Rápidamente y sin dar mucho margen de tiempo Réquiem alzó su ballesta para meterse en el combate y así ayudar a sus compañeros, pero se quedó paralizado al ver como Anselmo Paddock y Gabriel Alarico iniciaron tremenda lucha contra aquellos humanos que portaban porras y amarillentos ropajes.

<< Mierda, están ya combatiendo cuerpo a cuerpo. Tal vez podría disparar y dañar a alguno de esos desgraciados pero… puedo fallar y perjudicar a mis compañeros ¡ Joder! ¡No puedo atacar a distancia! >>

Las dudas nublaron las acciones de Alexei por lo que dudó en disparar y finalmente se decantó por sujetar la ballesta con su mano izquierda y desenvainar la espada ropera con su mano derecha.

<< No puedo dejarlos solos, necesito ayudarles, tengo que ser útil… aunque sea para distraer a los enemigos y que ellos mismos acaben con sus vidas>>

No era un habilidoso luchador, destacaba en muchas otras facetas pero no podía quedarse siempre atrás. El dramaturgo se encaminó hacia la habitación para ayudar a sus dos compañeros. 

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MEDIA MAÑANA.

Enterrador apenas había asomado por la puerta cuando ambos cultistas cargaron contra él. Prácticamente solo le dio tiempo a enderezarse cuando sus armas  hicieron mella en su carne. Buscador, que le seguía a la zaga, se escabulló por el estrecho espacio junto al quicio de la puerta de forma que ni el forense pareció percatarse de su entrada. De poco sirvió la premura con la que el detective actuó, pues con las prisas perdió la precisión que tan útil le hubiera sido en sus ataques.

Falló una y otra vez con sus dagas mientras Tormento protegía su retaguardia. Siguió fallando mientras sus enemigos acertaban cobrándose una buena cuota de sangre, suya pero sobre todo del compañero que tenía al lado.

Buscador se escurrió entre estanterías y paredes mientras combatía, intentando no solo dejar espacio para que pudieran sumarse al combate los compañeros que le seguían, sino también para encontrar una posición más ventajosa desde las que poder atacarles: desde la espalda. Y así lo hizo...

Enterrador hizo descender su maza sumando a la fuerza su rabia y devolviendo el daño sufrido por duplicado. Justo en aquel instante, con el enemigo tambaleante, sorprendido y con ojos solo para el que le había herido, el detective consiguió hundir su daga entre músculo y costillas, hallando en su destino el corazón del cultista que dejó de palpitar tras derramar toda su sangre.

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El fervor de la batalla hizo presencia en aquella habitación, Gabriel Alarico y Anselmo Paddock luchaban contra los dos cultistas. El dramaturgo espada en mano se acercó para ayudarles, pero la primera estocada acabó en el marco de la puerta.

<< ¡Mierda! >>

En aquella pelea Enterrador impactó furtivamente contra uno de los enemigos, luego la habilidad de Buscador de la Verdad hizo presencia para terminar con la vida de uno de los cultistas armados con porras.

<< Bien, terminaron con uno… >>

El poeta caído en desgracia escuchaba los ruidos que provenían de la otra sala, Tormento de Tinieblas y Nigromante habían iniciado el combate contra otro enemigo que había en la otra habitación.

<< Debemos de terminar rápido con esto. Tenemos que ganar, no podemos dejarnos vencer, tenemos que seguir adelante, tengo que sobrevivir… >>

El corazón latía con firmeza y el cansancio se apoderaba de su cuerpo, no podía aguantar toda aquella tensión durante un periodo largo de tiempo, su escasa constitución se lo impedía, pero tenía que dar todo lo que pudiera antes de caer rendido.

<< No he de tirar la toalla, no puedo rendirme. >> 

Alexei se armó de valor y alzó su espada ropera para volver a atacar al cultista, debían de terminar contra antes mejor para volver a reubicarse y seguir explorando aquella zona del asilo.

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Alexei pudo observar el rápido movimiento del cultista al alzar la porra para atacarle, intentó protegerse con su espada ropera pero sabía que el impacto iba a llegar, ya que el enemigo fue mucho más rápido que él. Los ojos del dramaturgo observaron como aquel hombre se golpeó a sí mismo, la desenfrenada velocidad hizo que el humano no midiera el control de su propio ataque y se hiciera daño. Aquella escena benefició a Réquiem, ya que el poeta se veía con un buen golpe de porra en la cabeza.

Con un ágil movimiento, Alexei pinchó con su espada ropera al cultista y volvió a recular para ganar una distancia de seguridad. El ataque siguiente de Gabriel Alarico acabó con la vida de su enemigo con dos mortíferos cortes en la garganta. Alexei se giró y miro a Anselmo Paddock que se estaba bebiendo una poción, había recibido unos golpes por parte de aquellos individuos, pero seguía en pie.

<< Si yo hubiera recibido tales ataques, no sé si me mantendría en pie o mejor dicho... vivo >>

Tragó saliva, observando la dura realidad en la que vivía y apretó firmemente la empuñadura de su espada.

El ruido en la otra habitación hizo que Alexei se girara para mirar << Tormento de Tinieblas y Nigromante no terminaron, debemos ayudarles >> Sus ojos miraban la puerta de la otra habitación, con clara intención de avanzar hacia allí. 

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El cuerpo cayó al suelo y en su desesperación el enemigo  atacó con tal enajenación que erró todo golpe atrayendo solo más dolor para sí mismo. Pero aquel sufrimiento poco más le duró, pues tras el preciso tajo de Réquiem cuya presencia servía a Buscador para poder flanquear al último adversario en aquella habitación, el detective se situó a la espalda del rival. Una vez allí, en el mejor lugar, extendió sus brazos para hacer aparecer sus manos a ambos lados de la cabeza de un cultista sorprendido ante los apéndices que ahora veía. Pero Buscador no se demoró, no se regodeó inútilmente en su ventajosa posición, y cerró sus manos alrededor del cuello en un abrazo que las dagas tiñeron de rojo y del que el pobre desgraciado no se volvió a levantar.

No obstante aunque allí el combate podía darse por terminado, no ocurría lo mismo al otro lado del pasillo donde las inequívocas estridencias del conflicto se imponían al sonido mucho más cercano de las respiraciones agitadas de Réquiem, Enterrador y Buscador.

Debían seguir luchando. Debían ayudar. Pero en un lugar que limitaba tanto su libertad para escapar como la de movimientos, ¿por dónde podían acudir para hacerlo?

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Anciano Sabio se acercó más para ver como iba el combate y para ver si podía ayudar en algo. Al situarse entre las dos puertas vió como Enterrador avanzaba hacia él y se escabullía entre sus piernas.

-¿Pero qué haces, qué haces?. No huyas. Vuelve al combate. Farasma te protege. -Dijo con voz aguda y cascada.

Se dió cuenta que en la sala de la que provenía Enterrador el combate ya había acabado y que este se dirigía a ayudar a Tormento y Nigromante. Anciano Sabio se apartó como pudo para dejar maniobrar a Enterrador y lo empujó hacia dentro de la sala donde todavía quedaba un cultista en pie.

-Adentro, venga, a combatir por Farasma. Intentad no matarlo, necesitamos respuestas.

Al ver estallar la maza y como sus fragmentos se clavaba en el cuerpo de  Enterrador, no pudo evitar pensar que ese tipo de autocastigo haría  las delicias de Tormento. ... Pero ¿Qué he hecho yo para merecer estar rodeado de flagelantes?

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Desde su posición Buscador se percató, entre trastos y estanterías, de que en esa misma habitación que estaban había una segunda puerta que por narices debía coincidir con la que habían visto más adelante del pasillo. Recordando que enfrente de esa puerta había habido otra y viendo lo abarrotada que estaba la entrada, acudió corriendo a ella con la esperanza de que esa otra también diera acceso a la habitación en la que Tormento combatía.

Cada segundo contaba. Por ello llegó a ella en el menor tiempo posible, pero toda suposición se probó falsa y toda esperanza inútil cuando comprobó que por mucho que tiraba o empujaba, no se abría. Bajo sus pies notó el crujir de algo bastante más fino que los cristales que cubrían el pasillo. Era arenilla. Su presencia tan solo podía significar que durante uno de los temblores que habían afectado al manicomio, el techo de la habitación que había al otro lado se había derrumbado y ahora era impracticable.

Ante aquella dosis de realidad y sintiéndose idiota por haber perdido el tiempo en algo que no había servido de nada, tomó el único camino posible para llegar a sus compañeros.

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Alexei utilizó uno de sus trucos, con su mano libre en un ligero movimiento alzó sus dedos índice y corazón señalando al cultista que se encontraba en combate contra Tormento de Tinieblas y Nigromante.

Su menté se concentró y murmuró unas palabras - Ríndete ahora, ríndete – ese murmulló viajó por el espacio que le separaba del cultista y llegó a sus oídos. Lo que buscaba el dramaturgo era hacer perder la concentración de su enemigo o que aceptara aquellos susurros y se rindiera sin oponer resistencia alguna. No pasó ni una cosa ni la otra, aquella estrategia no tuvo ningún tipo de efecto sobre aquel individuo.

<< Mierda, no ha funcionado ni si quiera se ha percatado del mensaje. No le ha prestado ni la mínima atención >>

La frustración fue palpable en el rostro de Alexei, que avanzó hasta colocarse a un lateral de Anciano Sabio observando el interior de la habitación en la que había el combate que se iba decantando hacia una victoria para los suyos.

Enterrador y Buscador de la verdad fueron en ayuda de Tormento de Tinieblas y Nigromante, un tremendo golpe por parte de Anselmo Paddock hizo que estallara su arma en pedazos, luego se fijó en Nigromante que golpeaba furtivamente, con tremenda ira al cultista. Todo sucedió muy deprisa, un corte por parte de Buscador de la Verdad y luego una magnifica genialidad por parte de Tormento de Tinieblas que acabó con la vida de su enemigo con un fugaz movimiento a la vez que destructivo. 

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Se preparó para entrar en una de las estancias del pasillo plagado con cristales rotos mientras indicó a Tormento que se apostara en el acceso de la sala de enfrente, por si algo salía de ella. Después realizó un asentimiento de cabeza a Buscador, junto a él y abrió la puerta.

Tan pronto como Enterrador se introdujo en la habitación seleccionada, se abalanzaron contra él dos tipos con túnicas amarillas. Sin duda dos fanáticos del culto al Hombre Andrajoso. A pesar que el vigilante se revolvió contra ellos, usando su maza e incluso su farol como arma, él se llevó la peor parte. Con la ayuda de Requiem y las puñaladas de Buscador, lograron acabar con aquellos cultistas que en tan mala situación lo habían dejado tras cebarse con él.

Entonces escuchó la pelea fuera de la habitación, donde se posicionara Tormento, evidenciando que el situarse en la otra entrada había sido un acierto. Malherido, el enterrador trató de mover por el escaso espacio entre las dos habitaciones, plagadas de compañeros.

Nunca supo cómo logró rodar, gatear, driblar y colarse en la otra habitación, en medio de la pelea de Tormento y Nigromante con otro fanático. Nunca supo que tipo de movimiento esperpéntico realizó tratando de golpear al oponente. Nunca supo cómo su maza compacta de acero estalló como si estuviera hecha de frágil cristal. Nunca supo cómo todas esas esquirlas resultantes, en forma de metralla, giraron hacia él y se arrojaron causándole heridas por su cuerpo. Pero lo que si supo es que, a pesar de todas las cosas terribles e increíbles de las que había sido testigo en aquel lugar de pesadilla, esta era, sin duda y con diferencia, la mayor.

Sin a penas vida en el cuerpo, se dejó caer solo para observar cómo Tormento empleaba su mano como un estoque para perforar la cabeza de su rival y juguetear en su interior. Cercano a la inconsciencia, se arrastró a una esquina y se quedó allí, tratando de descansar y digerir lo más estrambótico que había acontecido desde que perdiera la memoria. Y todo en breves segundos.

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Nuevamente, unos pocos segundos convertían su presente en algo absolutamente nuevo y no necesariamente mejor. Una vez que las puertas se habían abierto, las dos cámaras habían mostrado en su interior a extraños hombres, seres motivados por un inefable deseo de provocar dolor, de hacer daño, de mortificar, de matar. Y Tormento, en el ojo del huracán, se había movido como una hoja al viento, sacudido por la furia de la tormenta, y como una hoja más, ineficaz. Vio heridas en propios y ajenos y no en demasiado tiempo, dos de aquellos infames monstruos reposaban en el suelo.

Y entonces, como un cruel castigo por su mal hacer, sintió un fuerte golpe en su cráneo, un golpe capaz de aturdir a cualquiera, de fracturar sus huesos. Pero no fue así en el caso del monje. Tormento, por la gracia de aquel golpe, detuvo su absurdo baile, sus estúpidos golpes sin objeto ni destino y pareció situarse en el onfalos del universo y bebió de sus verdades. Poseído por una hiperconsciencia del espacio y del tiempo, todo pareció ralentizarse. Todo se movía de un modo absurdamente lento. Todos y cada uno de sus compañeros e incluso el dolorita, parecían torpes peleles que se movían descoordinados en un baile sin música. Eran un caos dentro del caos.

Miró, analizó y determinó.

Un simple movimiento lo colocaría en una posición ventajosa, y como un diestro bailarín, su cuerpo se movió con gracilidad ante el enemigo, incapaz de reaccionar y de seguir su vaivén. Su cuerpo ocupó el espacio vacío entre dos materias inertes y aguardó el momento adecuado y pertinente. Todo estaba escrito en el aire, con un compás predeterminado, como corcheas y semicorcheas de una partitura que lo llenara todo. Y cuando el dolorita por fin acompasó su mirada al fugaz cuerpo de Tormento, la mano de este se alzó como un áspid presto a atacar. Apenas un borrón invisible, un relámpago de carne y hueso. Ni siquiera un segundo y el cuerpo de su enemigo se derrumbaba, la vida ausente en él. Y en la mano del monje, en la pinza de sus dedos, un ojo, el nervio que lo unía al cerebro y un pequeño fragmento de este.

Tormento lo miró un instante y su hiperconsciencia desapareció tal y como había venido, dejando en él una absoluta sensación de pérdida y atándolo a las miserias de aquel mundo lento y sucio. Sintió deseos de llorar.

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Esfuerzos y carreras habían hecho que su pecho subiera y bajara, que su respiración acelerada escapara de su cuerpo ensangrentado y sudoroso en ardientes vaharadas que casi podía sentir condensarse en un ambiente cargado y repentinamente silencioso. Podía decirse que la calma había llegado, pero su cuerpo aun se negaba a recibirla, se revolvía inquieto y desconfiado ante cualquier estímulo. Y cuando vio a Anciano Sabio prestar ayuda a los tres sectarios mientras Enterrador yacía en el suelo con apenas un hilo de consciencia, el detective tuvo que tragar saliva, cerrar los ojos y respirar profundamente.

- ¿Podrías atender a Enterrador antes de preocuparte por ellos?- preguntó, y luego, tras una pausa añadió:- Por favor.

Tras aquello se acercó al cadáver del último de los cultistas, al que Tormento había matado, y se agachó junto a él. Cuando se levantó llevaba en sus manos el garrote que había usado para atacarlos. Luego se acercó a Enterrador.

- ¿Qué tal estás? Toma- dijo, dándole el garrote.- Sé que no es tu maza igual que estas dagas no son mi espada, pero de momento podrá servirte. Y no me olvido de que esta daga es tuya, si la prefieres frente al garrote.

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Semisentado, apoyado contra la pared, o mejor dicho contra una puerta de la sala, el ensangrentado enterrador respiraba con dificultad mientras sentía que la vida se le escapa.

Observó cómo Anciano Sabio corría a intentar sanar a los fanáticos y el malherido hombre no pudo por menos que dibujar una mueca sarcástica y escupir al suelo saliva ensangrentada. Una manera de expresar lo que pensaba a falta de voz, que le fallaba.

La velada reprimenda de Buscador al viejo sacerdote sobre su incapacidad de priorizar sus actos y el que le tendiera un garrote de los cultistas para reponer su vieja maza repentinamente cristalizada y estallada lograron del vigilante un asentimiento de cabeza, en gratitud.

La palabras de Gabriel parecieron hacer mella en el anciano que pareció rectificar y aplicar su magia sanadora sobre él. Volvió un poco de fuerza en su cuerpo y la voz retornó.

- Gracias a los dos - agradeció lacónicamente, poniéndose en pie con dificultad -. Echa un vistazo a la puerta tras de mi - comentó al improvisado "amo de llaves" -. Tal vez alguna de tus llaves lo abra. Pero por favor, danos unos instantes para echar un vistazo a los cuartos - añadió con voz cansada.

Su estado era lamentable y no se sentía con fuerzas para seguir mucho más.

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-No nos precipitemos -dijo Tormento ante la petición de Enterrador de abrir la puerta que restaba-. Estás herido. Malherido. Y seguir avanzando quizá no sea la mejor idea, máxime cuando... -alzó unos papeles y los esgrimió zarandeándolos en el aire- diría que estamos en los archivos de esta institución. Quizá y solo quizá, hallemos aquí los documentos relativos a nuestro ingreso. Estos -señaló los cadáveres-, algo buscaban y en su intento desordenaron todo esto. Es un caos y dar quizá con nuestros registros personales podría llevar más tiempo del que sería normal de estar todo en su sitio. Propongo descansar un poco, especialmente tú, Enterrador mientras buscamos dichos registros. Después, podremos decidir si seguimos o si retrocedemos a nuestro campamento base y sanamos nuestras heridas. 

Miró a sus compañeros, esperando sus respuestas. 

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El combate había terminado, la tranquilidad volvió a reinar en aquellas habitaciones que escasos segundos antes eran un cúmulo de quejidos, gritos y gruñidos de pelea. Los ojos de Alexei se fijaron en Enterrador, que buscaba el apoyo contra la puerta de la sala. Miró como Buscador de la Verdad se preocupó por Anselmo Paddock, al ve que reaccionaba a los estímulos Réquiem decidió ir a la otra sala y empezar a rebuscar, debía de aprovechar el tiempo mientras Enterrador tomaba un respiro.

Observó a Anciano Sabio certificando la muerte de los dos cultistas y no hubo ningún intercambio de palabras, el dramaturgo se puso a inspeccionar la habitación pero no encontró nada de interés. Era un almacén de viejas pertenencias y no había nada de valor.

<< No encuentro nada que nos sirva… >>

Se quedó quieto unos instantes, llevando su mano libre a la barbilla, acariciando su perilla en un gesto pensativo.

<< Que estarían buscando esos dos cultistas… no nos podemos fiar de ellos… >>

Réquiem se posicionó junto a los dos hombres, fallecidos en aquella habitación a manos de Buscador de la Verdad, se agachó y dejo su espada ropera en el suelo para registrar todo lo que tenía. Logró encontrar entre sus pertenencias dos porras, armaduras acolchadas y aquellos ropajes amarillentos.  

<< Tal vez… pueda ser una buena idea… >>

Se quedó pensativo en aquel desolado y sucio almacén. 

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- Me parece perfecto- intervino, aquiescente, a la propuesta de Tormento.- Pero no perdemos nada por comprobar si una de las llaves que llevo encima abre esta puerta- añadió señalando la puerta tras la que Enterrador se había apoyado.- Sin llegar a abrirla, claro. Sin hacer nada más que comprobar que nuestro camino, en caso de que hoy sigamos con nuestra andadura, no está cortado y que por tanto podremos continuar explorando si así lo decidimos. Pero sí, de momento lo mejor será descansar, buscar en estas dos habitaciones y pensar qué diablos hacemos a continuación.

Sacó el manojo de llaves que guardaba en el bolsillo, un bolsillo al que había dado un par de palmadas cuando había hablado de ellas. Con él en la mano, y con el tintineo del metal como sonido de fondo, prosiguió hablando.

- Mmm... Por cierto, los que los habéis registrado...- señaló con un cabeceo no exento de cierta indiferencia hacia los cuerpos de los enemigos-, ¿qué habéis encontrado? ¿Llevaban algo que nos pueda ser de utilidad?

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MEDIODÍA.

REGISTRO.

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REGISTRO.

<< Esto puede servir, esto también y esto… sí, también >>

La cabeza de Réquiem no paraba de pensar, hablaba consigo mismo intentando aprovechar todo lo que pudiera sacar de aquellos dos cadáveres que había en el almacén.

<< Que deberían estar buscando estos dos desgraciados, buscaban entre documentos y dijeron que escuchaban ruido de papeles. Que les podría interesar y en ese caso donde estaría la mente pensante de este grupo de cultistas. ¿En qué habitación se encontrara escondido? Maldito desgraciado, hay que encontrarlo y si es ese tal Zandalus o como se llame, deberemos acabar con su vida para tener una oportunidad de luchar contra ese abominable ser y terminar esta agonía de una vez por todas, para bien o para mal… >>

Realmente Réquiem no sabía si iba a sobrevivir a tales augurios, pero si de una cosa estaba seguro que aquello iba a terminar algún día u otro.

Las palabras de Buscador de la Verdad llegaron a los oídos de Réquiem, el dramaturgo se acercó a la puerta para informar de lo que había encontrado en los cuerpos de los dos cultistas.

- He encontrado dos porras, dos armaduras acolchadas y dos conjuntos de harapos amarillentos. Me gustaría ponerme una de las armaduras pero tenéis prioridad los que estáis en primera linea –

Dicho esto volvió al almacén con intención de guardarse todo lo que había encontrado en aquellos dos cuerpos inmóviles y repartirlo con el grupo.  

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REGISTRO.

Enterrador enarcó una ceja primero y frunció el ceño después una vez Requiem se presentó con lo que había encontrado.

¿Acolchadas? Sin duda tenían algo debajo de esas togas, pero creí que sería algo más duro, pensó el enterrador. Se acercó al cadáver que creara Tormento y decidió echarle un vistazo. Mientras sus compañeros los desnudaban quitándoles la armadura y la ropa, el vigilante lo tuvo mucho más fácil para investigar el cuerpo.

Detectó desnutrición y deshidratación, pero no halló ningún tipo de mutación que los hiciera más duros o más resistentes. No obstante se fijó en las pinturas que llevaban en el cuerpo, formando runas arcanas. Tal vez allí hubiera algún tipo de respuesta.

- Nigromante, ¿Puedes echar un vistazo con tu vista arcana si detectas en ellos protecciones mágicas ? - preguntó -. Y de paso ojea de igual modo sus pertenencias - aconsejó.

Tras un rato de autopsia y sin hallar nada sobrenatural en ellos, Anselmo volvió a tomar la palabra, reincorporándose con un pequeño quejido de cansancio o tal vez dolor.

- Me siento agotado. No se vosotros, pero yo no aguanto otro combate - admitió el hombre, notablemente herido.