Partida Rol por web

Esperas, apoyándote en uno de los tubos metálicos, mientras la inclinación del suelo se va incrementando.  La meseta rocosa se va acerca más y más, ocupando ya todo el campo de visión la visión de la sala de mando del navío.  En medio de la ensordecedora cacofonía y las parpadeantes luces, un inadvertido pitido que proviene de la pulsera del Hombre-cobra.  Hayt, apareciendo de la nada, cierra sus dientes sobre la bota del demonio, como un paciente predador que espera a que una tortuga se decida a sacar la cabeza de su caparazón.  Te lanzas contra el demonio, aprovechando tu posición elevada y caes con una tremenda fuerza sobre él, sin que ésta vez pueda evitarlo magia alguna.

El golpe es duro. El pétreo cuerpo del titánico demonio te hace rebotar hacia la pared y acabar resbalando hasta el panel que controla el navío, impactando bruscamente. Con pavor, adviertes desde el suelo que el demonio sigue en pie, que postrado como estás eres presa fácil.

Entonces el demonio Cobra cae de rodillas, tu puñal atravesando la base de su cuello. Un torrente de sangre y ponzoña surge de su boca abierta. Su gesto de incredulidad, pese a su monstruosa apariencia, es sorprendentemente humano.

El enorme reptil metálico en el que, imagináis luchan a muerte Uren y el Hombre-cobra, se precipita contra la planicie en lo alto de la meseta, levantando una enorme nube de humo y polvo a la vez que el chirriante estruendo resultante del choque resuena en las colinas cercanas.   Os da la impresión que, en el último momento, el navío remonta ligeramente el vuelo evitando un impacto directo contra la roca.  Pero el choque ha sido igualmente colosal, de una violencia difícil de describir con palabras.

Los guerreros que antes os perseguían, ahora corren en vuestra dirección, sin intentar deteneros, hacia la Ciudad Bajo la Roca, aunque, seguramente con motivos bien distintos a los vuestros.  Y así, corriendo junto a ellos, vais llegando a una ciudad sumida en el caos. Un puñado de hombres armados con espadas y lanzas, vestidos con el ya habitual tocado serpentino, se enfrentan a un número muy superior de mujeres, armadas éstas con herramientas de labranza, palos y piedras. Hay incendios en varios puntos de la ciudad y unas cuantas docenas de caídos, mujeres en su inmensa mayoría, en varios puntos, pequeños callejones y viviendas, donde los combates han sido más encarnizados.  

Os parece ver a Númbe en primera línea, junto a un puñado de ancianos, varios de ellos heridos.  Un grupo particularmente numeroso de guerreros se enfrenta a ellos, en un combate que pretende ser muy desigual.

Miembros tanto, arriba, muy arriba, subiendo las empinadas escaleras, que llevan hasta la parte superior de la meseta, no hay combates.   Un grupo de arqueros impide que los y las rebeldes asciendan.  También os impedirían llegar hasta Uren, si es ésta vuestra intención.

¿Que hacéis?

Cómo si esto fuera una guerra de magnitud colosal, una vez aquella nave se estrelló en la montaña, todos salieron hacia ese destino incluso cuando el suceso del botón rojo quedará pendiente para un momento posterior. Una vez allí, Kyora intercambió miradas con Joshua, la muerte estaba presente en cada rincón de aquel lugar y en verdad dolía el alma estar allí mirando todo. 

Mujeres, ancianos, peleando con fervor contra estos que eran lacayos del hombre serpiente y en verdad hubiera deseado detener todo, pero no, no era posible. Así que observó cada rincón, buscando algún hueco que les permita ascender para llegar a Uren. 

—Joshua, tenemos que buscar la manera de subir. 

—Vamos a matar dos pájaros de un tiro: Salvar alguna vida y abrir un camino que nos lleve hasta Uren.

Sabía que en realidad no salvaría vidas con lo que tenía en mente. Si acaso, lo único que pretendía hacer era sacrificarlas de un modo más útil, jugandose todo a una carta. Si salía bien, confiaba en que les abriera un camino, y que con un poco de suerte reuniría una fuerza capaz de hacer frente a los leales del Hombre Cobra. Una vez estuvo lo suficiente cerca, empezó a gritar.

—¡Gentes de La Ciudad Bajo La Roca! ¡Que todo aquel que me escuche siga mi voz! ¡El régimen del Hombre-Cobra hoy! ¡Luchad no por mi, ni por los Dioses! ¡Luchad por vuestra propia libertad! ¡Luchad por los que ya no están! —Bramó, alzando su arco sobre la cabeza—. ¡Luchad por los que están por venir! ¡Somos más que ellos!

Tomó aire.

—¡Aquellos cobardes que luchan por el Hombre-Cobra todavía están a tiempo de hacer lo correcto! ¡Si sois seres humanos, entonces luchad por la humanidad, malditos cobardes! —escupió algo de saliva al gritar—. ¡Conmigo! ¡Vamos, conmigo!

Dicho todo eso, empezó a correr y cargó una flecha en su arco. Su prioridad iban a ser los arqueros. Eran un puñado, pero estaba seguro de que era mucho mejor que ellos. Claro, que... ¿lo suficiente mejor?

Joshua alza su voz por encima de los gritos de dolor, las bravatas y los insultos de las escaramuzas más próximas a vuestra posición.  La gente de ambos bandos se detiene momentáneamente, escucha y se asombra ¿Quién es éste extranjero de piel clara, que habla como un hombre sagrado? Unos segundos de pausa hasta que el significado de su arenga queda claro, exaltando los ánimos de las mujeres (algo habitual en Joshua aunque quizás no de éste modo) y queda claro para algunos de los lacayos del Hombre-cobra que Joshua es su enemigo, que sus palabras amenazan con cambiar el curso de la revuelta.  Esos guerreros, los más habituados al poder y al abuso sin repercusión, saben que un cambio en el status quo puede significar su muerte.  Otros en cambio dudan, contemplan si deponer las armas y abandonar ésta matanza contra su propio pueblo.

Pero justo antes de que la gente comience a arremolinarse tras Joshua, a seguirle en su ascenso hacia lo más alto de la ciudad, unos cuantos guerreros armados, cuatro de ellos, salen corriendo de una vivienda cercana hacia el Vendhayno.  Torvos y agresivos, en su camino 'solo' se interpone Kyora la Intérprete.  La mejor alumna de la maestra de la lanza Johani.

-¡¡Matadla, matadlos!! - Desde arriba de la meseta, animan a esos valientes guerreros.  Una voz parecida a la de un cuervo, añade -¡¡​​​​​​Son mortales como nosotros!!

—Estas loco. 

Y poco más pudo decir, cuando Joshua comenzó a movilizar las masas y ella se quedó boquiabierta por la situación en si y lo que podía provocar aquello. Aún así, confiaba en él y pese al riesgo, lo siguió de cerca corriendo con su lanza en la mano. 

Después cuando todo pareció ir hacia el objetivo de su compañero, otros vinieron a atentar contra ella y no dudó en colocarse en posición defensiva. 

—Les conviene no meterse conmigo, esto es serio y no estamos para que la sangre si saga derramando—dijo en un tono serio, determinante—. El enemigo es el hombre- cobra no nosotros, no ellos. ¡Es él!

Kyora se mueve como un rayo y bloquea el avance de los guerreros. Empeñada en salir de ésta situación sin que nadie muera, detiene sin dificultad los ataques de los agresivos guerreros, golpeándolos con el asta, haciendo trastabillar a uno de ellos. Los lacayos del Hombre-cobra reculan, dubitativos.  Saben lo suficiente de lanzas y espadas como para darse cuenta de que no saldrían indemnes de un enfrentamiento con la intérprete.  La rodean ahora, olvidado Joshua por el momento.  Cuatro contra una, dos de ellos con lanzas.  La situación es difícil también para Kyora.

Joshua avanza, concentrado en los arqueros enemigos.  Los brazos de los arcos de los seguidores del Hombre-cobra no tienen la longitud- ni su cuerda la tensión- que el que lleva el primogénito en sus manos, pero la posición elevada de los guerreros iguala la posible contienda.  De nuevo se oye esa voz similar a un graznido

-¡¡No dejéis que suba!! Matadle, matadle!!

Y, en ésta ocasión, Joshua alcanza a determinar quién es el dueño de la misma. Allá arriba, un viejo y arrugado individuo de piel totalmente negra.  Su atuendo imita, con cañas, mimbre y pieles, el que llevaba el Hombre-cobra y antes de que se escabulla al notar que fijas sus ojos en él, dirías que había teñido su cara de verde y que de su boca salían un par de afilados colmillos.

Pero no tiene tiempo de quedarse mirando.  Tres arqueros asoman sus cabezas desde detrás de un farallón rocoso y disparan, unos disparos lejanos y complicados para ellos pero no tanto como los que te tocaría hacer a tí.

Uren abrió los ojos como platos. Estaba listo para vender cara su piel, pero nunca había estado totalmente convencido de su victoria. Cuando vio caer al hombre cobra, se acercó y terminó el trabajo, mirando a su enemigo a los ojos, como correspondía, sin decir nada. 

Cuando estuvo seguro de que estaba muerto, observaría por las ventanas. Debía estar preparado en caso de que la bestia voladora se estrellara contra el suelo o cualquier otra cosa. Debía tomarse de donde pudiera para aguantar el golpe. Mientras tanto, observaría las luces que había adelante del trono del humanoide, para ver si podía darse cuenta de algo y como volver a tierra.

Mas tarde inspeccionaría también la espada y brazalete, para ver si había forma de utilizarlos él mismo.

Terminas con la vida del Hombre-cobra de manera rápida y eficiente, sin mostrar emoción alguna y en completo silencio. Aún había vida en el mostruo, que patalea y se resiste fútilmente mientras acabas con él.  No es muy diferente a un hombre, adviertes, una vez has seccionado y apuñalado metódicamente su cuerpo.

Miras el panel frente al trono.  Hay muchas luces, muchos pulsadores y un par de palancas que se situarían, si uno se sentara delante, justo a la altura de los brazos.  Fue una de ellas, crees estar seguro, la que manipuló el demonio para que la máquina voladora descendiera.

Las rocas se aproximan más.y más, a una velocidad mortal de necesidad. ¿Quien sabe si la nave aguantará, si tu cuerpo se romperá tras el impacto? Tienes unos pocos segundos.  Una única acción. 

Estás loco.

Puede que sí, pensó Joshua. Era más que probable que aquello saliera mal, y no ya para la gente que los rodeaban, si no para ellos mismos. Podría llegar a ser un final poco digno para los Elegidos... pero también podría llegar a ser una leyenda si tenían éxito. En ocasiones hay que tomar decisiones impulsivas por complicadas que pudieran resultar. Y por lo pronto, tendría que confiar en ella para ocuparse de los que iban a pie.

Él tenía otro objetivo. Como arquero que era, sabía muy bien que los arqueros eran traicioneros y peligrosos por naturaleza, y con la posición que tenían, dejados a su aire podían causar una auténtica masacre. Pero él no tenía intención de permitirlo. O al menos, no tenía intención de quedarse de brazos cruzados mientras sucedía. Ellos tenían la posición, pero no tenían su ojo, ni tampoco su sesenta libras. Ese arco era una pequeña obra maestra.

—Intentadlo—musitó justo cuando se detenía para tensar la cuerda.

No necesitó apuntar demasiado. Fijó como objetivo al más vocal de los arqueros. Suponía si ese caía el resto se tendrían que plantear con más ganas si realmente merecía la pena jugarse la vida por la causa o no. La primera flecha todavía volaba cuando disparó la segunda, apuntada al segundo de ellos. Y llegó a disparar una tercera vez, aunque incluso él tenía sus límites: Sintió el tirón en el brazo al liberar la cuerda y estuvo casi seguro de que esa flecha no iba a golpear donde él había pretendido.

Y eso significaba que su preocupación en ese instante era no recibir su propia medicina, de modo que se aseguró de cambiar de posición. A esa distancia, quería confiar en que el arquero no tendría la habilidad como para golpear a un objetivo en movimiento.

No le costó en absoluto mantenerlos a rayas mientras detenía el avance de aquellos guerreros hacia Joshua, se estaba jugando el pellejo tanto como él y no lo dejaría estar. Por esa razón tras dar un giro con la lanza los apuntó a todos con la punta de la misma mientras los miraba a los ojos durante segundos a cada uno. 

—No es necesario que la sangre se derrame, no quiero matarlos y me niego a una ser parte de guerra sin sentido—dijo en un tono determinante—. Intentemos resolver esto de la mejor manera. 

No pudo negociar con esta gente, era imposible así que comenzó a darle batalla a través de un grácil movimiento ejercido por su arma. Su idea era noquearlos, dejarlos en el suelo con heridas leves pero sin que pase a mayores. Ella no era una asesina y no lo será ahora mismo, no era la villana de su propia historia. 

Apenas con unos instantes para reaccionar, Uren intentó reaccionar por instinto sobre lo que había visto mientras observaba cómo el humanoide manejaba aquel aparato volador, su curiosidad lo había hecho prestar atención a cómo manipulaba aquella palanca. Intentaría imitarlo, moviendola por instinto para ver si tenía un golpe de suerte. Si no le salía, el golpe ya no sería de suerte.

Notas un súbito empuje, un aumento de la velocidad y altura respondiendo a tus desesperados intentos de emular al Hombre-cobra.  La roca que ocupaba tu campo de visión, sustituida temporalmente por el austero cielo azul sobre la Ciudad bajo la Roca.  Una conocida sensación de poder te embarga, la del dominio sobre una bestia salvaje que, en este caso, es una enorme aberración metálica voladora de treinta metros de largo.  

Entonces el navío choca contra el suelo.  Impacta de forma brutal, golpeando rocas, levantando una enorme nube de polvo y humo, destruyendo una de las estructuras doradas que se alzaban sobre la meseta.   La proa del navío de cobre y acero se clava en la tierra arcillosa, haciendo que todo estalle a tu alrededor.  Caes hacia adelante con tanta fuerza como si lo hubieses hecho por un barranco, golpeando el fragmentado cristal frente al trono del Hombre-cobra, que te envuelve sin quebrarse del todo, en un frío y doloroso abrazo de astillas cristalinas.  Caes en la oscuridad, inconsciente.  Puede que muerto.

​​Sin embargo, contra todo pronóstico, despiertas.  El crepitar de algunas débiles llamas es lo único que escuchas. Hay tierra en tu boca y cristales clavados en brazos y cara.  Intentas moverte...

Dueña de su propio destino, Kyora se resiste a la sencillez, la practicidad que supone del derramamiento de sangre.  Cualquier guerrero rechazaría la idea de dejar a sus enemigos indemnes, capaces de revolverse y reagruparse.  Sin embargo, la voluntad de la intérprete es sólida como la más gruesa de las armaduras y su mirada azul transmite una inamovible serenidad. 

Gira su lanza una, dos, tres veces, golpea las muñecas, los tobillos y rodillas.  Un breve duelo de lanzas con el más capaz de los guerreros, se salda con la lanza enemiga rota y su dueño, derribado.   Los guerreros saben, intuyen que, si quisiera, Kyora podría acabar con ellos como si fueran niños pequeños.

Simultáneamente, Joshua dispara su potente arco contra los arqueros enemigos.  El primero cae atravesado un instante después de asomar la cabeza, sin llegar a saber qué le mató.  El segundo se mueve tras las rocas, intentando no ofrecer un blanco fácil, pero el movimiento de Joshua abriéndose a un lado, para hacerse más difícil de impactar, le permite cazar al escurridizo guerrero.  El tercero dispara a ciegas un par de flechas mal intencionadas, que el elegido evita sin demasiado esfuerzo.  Demasiada incertidumbre para un guerrero que, como todos los demás, han visto caer la Serpiente de Hierro del cielo.   Joshua lo ve escabullirse entre las rocas, siguiendo la ruta que el de la cara verdosa había seguido hace unos instantes.  

La moral de los guerreros, tocada ya por la rebelión, el ataque indiscriminado y la caída de su Dios serpiente, se rompe definitivamente.   Los lacayos del Hombre-cobra comienzan a retirarse, muchos se rinden ante los ancianos, que afilan sus cuchillos con ánimo de venganza.  En lo alto de la meseta, la nube de humo causada por la caída del navío celeste parece disiparse poco a poco.  Hacia allí, suponéis, que se dirige el imitador del Hombre-cobra y el puñado de siervos que no se han rendido o huido..  

Uren maldijo la idea que había tenido de subir a aquel aparato volador. Le reconfortaba saber, sin embargo, que había matado al hombre cobra bastardo, que tan inmortal parecía. No obstante, el precio había sido alto. Lo pensaría dos veces antes de volver a actuar así impulsivamente*. Se levantó como pudo y vio varias heridas en sus brazos y piernas. En especial su pierna izquierda se había golpeado y sangraba, le costaría recuperarse de esa herida, aún cuando cicatrizara **.

Buscó a Hayt, rogaba que no estuviera igual de herido que él. Luego pensó en la imagen que había dejado a sus compañeros, lanzarse así, por las suyas, poniendose en peligro tanto a él como a ellos, y también a la misión. Entendería si se lo reprochaban ***.