Partida Rol por web

Os alojáis en las casas. Tras la insistencia de que no desalojen sus lechos os sacan mantas para acolchar el suelo. añadido a vuestras esterillas de viaje, el lecho se vuelve casi cómodo.

Senca y Hokelsa pasan la noche en el porche de una de las casas que da a la plaza principal, en realidad la única plaza. El sueño les aborda pero ambos permanecen estoicos recostados sobre sendos pilares observando la noche. Nada, nada remarcable hasta que el cielo empieza a clarear por el sureste y con las estrellas aún titilantes el sonido de caballos que vienen del camino por el que ellos se acercaron. 

Estaba en ese extraño momento que separa el sueño de la vigilia cuando comenzaba a salir el sol, habíamos realizado una especie de turnos para poder descansar un mínimo sin que nada pasara, era mejor así.

Sin embargo, una vez había salido el sol, Hokelsa, ¿lo oyes?, vamos a ver que pasa. Dije usando mi espada envuelta en telas para ayudar a levantarme, Vienen por el camino de ayer, llegarán a la plaza.

No parecía un lugar tan concurrido como para que los caballos fueran y vinieran continuamente, y no era menester despertar a todos sin motivo aparente, primero habría que ver que es lo que pasaba.

Doce jinetes ves, la compañía se para, uno de ellos baja del caballo y se pone a observar el suelo con interés, luego se levanta y tras hablar con los demás reanudan la marcha hacía el pueblo. Ves armas.

Curioso, pensé, no parecía nada especial al fin y al cabo, serían protectores. Lo comentaría en la casa a la vuelta. 

Me giré hacia hokelsa, y fui en dirección a la casa, esperaba que se hubieran despertado. Sin hacer mayor ruido, esperé escuchando por si alguien se acercaba y esperando pacientemente a que alguien saliera para no destruir su descanso. 

Senca da la voz de alarma. No lo hace de forma alterada pero si firme. -Se supone que por aquí no pasa nadie, y vienen un grupo a caballo, armados y con claros signos de seguirnos. Estad atentos.

Dicho eso el joven se pone al lado de la magistrado Ammatam con la clara intención de hacer valer su juramento.

Cuando salís, una bella mañana estival os recibe con un cielo de un azul intenso empapado en la fragancia de la explosión de vida del fin de la primavera. Pero en el horizonte se ve una nube de polvo creciente precedida por figuras a caballo.

Uno de ellos se adelanta y al llegar a la plaza grita

-¿Han pasado por aquí un grupo de sujetos a caballo? Son peligrosos, van armados y se hacen pasar por protectores.

Desde vuestra posición le podéis ver antes de ser expuestos. Va armado con un sable pero no veis signos de clan alguno.

El hombre es mayor que vosotros, no demasiado, pero debe rondar la treintena. Porta un bastón de ornamentos intrincados.

Uno de vuestros anfitriones mira a Ammatam. Luego se adelanta y dice:

-Si pasaron por aquí, se les dejó descansar pero se marcharon algo antes del alba, hacía el oeste.

-Gracias por la ayuda anciano. -dice el hombre mientras baja del caballo -¿Le importaría que tome un poco de agua en su casa?

Haciendo caso a las instrucciones de Senca, me dirijo a despertar al grupo para que no nos pillen desprevenidos.

Me uno al grupo, pero no sin dejar de estar atento a lo que ocurre fuera.

Mientras escucho la conversacion, no dejo de intentar escuchar a los caballeros que lo siguen detras.

Quienes serán estos villanos, que aparecen de la nada detrás de nuestra estela.

Sin embargo el aldeano, ha estado presto a cubrir nuestro rastro. Pero depender de un ciudadano es justo lo opuesto de lo que se supone que es mi obligación.

Apriento la empuñadura del sable, en el mas mínimo instante que perciba que el aldeano está en peligro, pienso decapitar a ese individuo.

Esto es peligroso, dije a Ammatam susurrando, Un elementalista.

Dí un paso adelante de la magistrado para ponerme entre ella y el hombre a caballo, sin tapar la visión de ninguno. Al igual que Gaaru, con la mano zurda sujetaba la espada tapada por telas, esperando a ver que es lo que pasaba con esta situación.

Tras el aviso de Gaaru me aseguro de tener las armas a mano y me pongo junto a mis compañeros.

Cuando el viejo del pueblo trata de encubrirnos me percato de que ese otro abuelo le ha pillado y se está haciendo el tonto. Sin querer que a tan buen ciudadano le pase nada malo por nuestra culpa y sabiendo que mi belleza es inconfundible, por lo que ser reconocido sería inevitable doy un paso al frente y anuncio.

-¡Alto en nombre del rey! ¡Deponed vuestras armas!

Ammatam se mantuvo fuera del alcance de aquel desconocido, no sabía que ocurría pero todo el mundo estaba bastante alterado. Escuchó al vecino mentir por ellos, pobre hombre, se la estaba jugando, esperaba que no le pillara, si había algo que temer de aquel hombre como para mentirle no sería clemente sino le creía.

-Ahí estás.

El hombre desmonta y hace unos gestos, todos los demás desmontan y se dirigen a prisa a por Ganikusi.

-Valiente idiota. Recordad que son varios, abrid los ojos.

-¿A cuántos perros sin honor despojaré de su vida hoy?- digo con chulería mientras desenvaino mis espadas.

Con las espadas en la mano, muevo los brazos de forma que mis hojas señalen a mi pelvis, la cual se mueve hacia delante en un movimiento claramente provocador, a la vez que digo:

-Venid de una vez, no tengo todo el día.

Oh Ganikusi tan bello como temerario...

Me muevo lateralmente para buscar un flanco. Cuanto mas eficiente, menos riesgo de daño colaterales.
De poder bajar a uno de mis contrincantes del caballo mejor.

Escucho al apuesto Ganiku, Gunika... al apuesto rubiales, mientras estaba saliendo por una de las salidas traseras de la casa (Ventena, o puerta), me digo que esto no va a salir nada bien mientras aprieto el paso.

No soy dado a las armas, pero conozco a los animales y estos, aun siendo adiestrados para el combate, no les gustan ciertas criaturas... ni el fuego.

Los iban a pillar, estaba claro ¿habían visto a Ganicus? Ammatam se preguntó como los habían alcanzado tan rápido ¿Quienes eran los que los enviaban? ¿Iban a por alguien en particular? Despues de meterse en los líos de las previas jornadas era una idiota por no haber esperado ese movimiento, estaba claro que sabían cosas que incomodaban a los poderosos.

¿Morone? ¿Kelda? Eran los artifices de que estuvieran allí, aunque podía ser algo mas fortuito. Si salían de esto quizá pudieran interrogar a alguno. Pero eso era un problema para después.

Todos parecieron prepararse para atacar. Ella no debía ser menos.

Aprovechó que Ganikus atraía todas la atención para atacar desde la espalda a uno de los guardias desprevenidos, atacó y se retiró rápidamente interponiendo entre ella y el guardia unos cuantos obstáculos para que no la alcanzara con facilidad, no en vano, había tenido la oportunidad de esperar a atacarle cuando mas le convenía a Ammatan

Desenvainé la espada observando como algunos buscaban los flancos y otros preferían el ataque directo. 

Por mi parte y aún al lado de mi protegida, teniendo la posición de Hokelsa en mente pues había hecho la guardia conmigo y aunque estar aquí daba fe de sus capacidades, no acababa de parecer un soldado y eso significaba que debía seguir con vida.

Todos parecían buscar desestabilizar a sus caballos, y siguiendo el protocolo, con la espada ahora en la mano diestra invoqué el poder del aire, y contraresté a aquel soldado que estuviera cerca de Ammatam. 

Ganikusi se mantiene en una posición como de espera ante el inminente ataque de los hombres que empiezan a ir a por él.

Ammatam en un muestra de arrojo sorpresiva se lanza a por uno que sigue montado con la intención de derribarlo directamente. Uno de sus compañeros se da cuenta y va a interceptarla pero un zarandeo que capta la atención del lider lo hace trastabillar y Senca lo bloquea enzarzándose en una lucha. Ammatan llega así a su objetivo.

Desde el otro lado Gaaru se abalanza sobre otro desde su flanco, lo que hace que dos se giren a por él. Los otros cinco van a por el descarado Ganikusi.

Una piedra vuela y salpica la sangre de la cabeza de uno de los cinco. -Malditos cerdos -grita un aldeano que se esconde de inmediato.

Hokelsa consigue dar con cuerdas de atar fardos tras un edificio.