Partida Rol por web

El viaje les llevó cuatro largos días, y no fue porque el camino estuviera en mal estado o porque tuvieran que luchar contra viles criaturas. Fue por la peste, aquella peste del norte de la que tanto se hablaba pero que nadie había visto en el sur. Los muertos eran cientos. Habían visto muchos infectados, en diversas fases de enfermedad. Los que estaban a punto de morir eran mutantes violentos, los que acababan de contraerla eran seres blanquecinos sudorosos. Todo el que había sido infectado moría. Los mercenarios dudaban, Blanch sonreía.

No había buenos presagios en el comportamiento de los mercenarios se mostraban más reservados de lo habitual y suponían un retraso constante. El caballo de la exploradora* estaba reventado de tanto cabalgar, siempre buscando nuevas rutas que evitaran los focos de infección, daba la impresión de que era Waldemar, y no Von Reinholn, quien daba las órdenes. Las miradas asesinas que Farmiekh y Marcus dirigían a los insolentes no colaboraban en la situación. Evitaron docenas de granjas, de hogueras en la noche y en el día y de fosas donde se pudrían los cadáveres de aldeas enteras. Llegaron a vadear tres veces el Wilf para evitar las aldeas pesqueras infectadas.

Middenheim, la ciudad del Caos. Negros eran sus muros allí donde la batalla había sido cruenta y del color de la sangre donde...donde nacían las gestas de los héroes, en el génesis nunca había nada hermoso como en los versos. Cuando llegaron ya era de noche y había estrictas órdenes de no abrir de noche, ni aún el oro de Von Reinholn quisieron aceptar, el Culto de Ulric se aseguró de ello, tuvieron que retroceder por los viaductos de piedra y buscar alojamiento, se alojaron en una humilde posada con muy pocos inquilinos, un comerciante, dos cazadores y una cetrera, que transportaba dos hermosos halcones en jaulas de hierro. Al final la situación explotó.

No daremos ni un paso más -dijo Waldemar- si nos pagáis al veinte monedas de oro, no arriesgaré las vidas de mis hombres por calderilla.

Maximillian lanzó una mirada de escepticismo a Waldemar, "creía que eráis profesionales", parecía decir. Luego le respondió:

- Ya os dí un anticipo de 15 coronas. Y prometí pagaros bien.-el joven hijo del Barón von Reinholn hizo una breve pausa.- pero en vistas de que hay una plaga que asola estas tierras así como multitud de peligros os daré las 20 coronas. Pero quiero recordaros, capitán, que con este oro compro vuestra lealtad y espero y exijo que luchéis como fieras por mí.-

Max desembolsó las veinte monedas de oro y terminó diciendo:

- Grabáoslo a fuego en vuestra mente, maese Waldemar, habrá más oro del que seáis capaz de gastar si me servís satisfactoriamente y conseguimos lo que nos proponemos ¿Queda claro?. Ahora id a descansar, mañana a primera hora entraremos en al ciudad.-

luego se dirigió a donde estaba Ibrahm, quería hablar con él.

- Mi querido Ibrahm, celebro que nos hayamos vuelto a reencontrar.-

comenzó diciendo el joven noble mientras lo alejaba del resto de los mercenarios y demás gente de la posada.

- Bien, parece que la cosa marcha. Tras múltiples penalidades hemos conseguido llegar a Middenheim. Ahora debemos encontrar el Orbe. Mañana a primera hora entraremos en la ciudad e iniciaremos la búsqueda. Quisiera saber si puedes localizarlo con tus artes mágicas. Nos vendría muy bien, la verdad.-

le comenta por lo bajo.

A Marcus aquél reclamo tan miserable de esas pedantes espadas a sueldo le sentó muy mal. Sintió deseos de arrojarse en medio de aquellos infelices y despedazarlos a todos con su rústica espada. Pero el amo intervino antes aceptando las peticiones mercenarias, así que el guerrero no pudo más que echar un mirada fulminante al líder de aquella panda de sinverguenzas y prometerse que les vigilaría muy de cerca de allí en adelante.

Ante el primer indicio de traición o flaqueza a la hora de defender la causa de su señor Reinholn, Marcus no dudaría en ajusticiarlos tan raudo como el viento invernal. Sólo necesitaba un motivo, o quizás alguna otra sospecha...

Middenheim, la mole de piedra se alzaba sobre la roca que una vez Taal regaló a su hermano Ulric, y que el Dios del Invierno golpeó con su puño para darle una llanura en su cima. O eso decían las leyendas. La gran ciudad del norte que se alcanzaba a ver desde muchas millas de distancia ahora se presentaba próxima e imponente. Inexpugnable sí, la guerra lo había demostrado...pero ¿a qué precio? Incluso desde el exterior de la ciudad se podían ver los graves daños que la ciudad aún padecía. Brechas en sus murallas, edificios quemados y torres derruidas, de los cuatro viaductos que permitían entrar en la ciudad sólo quedaban dos en pie, y sólo porque habían sido reparados. Los otros tendrían que esperar, la Casa Todbringer no podía permitirse un desembolso tan grande dinero, con dos sería suficiente por el momento.

Ya desde primera hora de la mañana muchas personas se aproximaban a la puerta, arrastrando pequeñas carretas, mulas o cargando ellos su mercancía. Madera, pieles, carbón, carne y otros productos. Incluso una triste niña, con el vestido sucio y parcheado vendía flores a un penique a aquellos que quisieran comprarle una flor. La guardia permitía entrar a la gente, la ciudad estaba necesitada de población el coste de la guerra había sido espantoso. Aún lo era, no eran imaginaciones suyas, las murallas de Middenheim cambiaban de vez en cuando. Algunas secciones habían sido tocadas por el Caos, tenían colores antinaturales que sin previo aviso cambiaban de tonalidad.

Mierda de vida...

El trayecto fue bastante rápido, nada les retuvo, ya estaban a las puerta de Middenheim, seis guardias vigilaban la entrada armados con martillos y lanzas.

- Soberbio queridos, al fin estamos aquí. Entremos sin más dilación.-

dijo Maximillian cruzando al interior.

Middenheim, Distrito de Ostwald-Puerta Sur

Middenheim al fin. Traídos hasta aquí por una corazonada los sectarios confiaban en encontrar el Forúnculo de Nurgle, el fin último de su búsqueda, y a quienes se habían apoderado de él, para ocuparse también de ellos si era preciso. Entraron por la puerta sur y les recibieron docenas de mendigos, vendedores de pasteles y amuletos del Dios del Invierno y de la Batalla. Todas aquellas baratijas y aperitivos que pudieran imaginarse estaban tras esa puerta; pero eran los mendigos la mayoría de los que se presentaban frente a ellos, harapientos, mutilados, tuertos, mudos, sordos, mancos, hambrientos, famélicos, veteranos de la guerra o artesanos arruinados. Lo típico de las grandes ciudades, pero elevado a la enésima expresión debido a la miseria de la guerra.

-¡No tenemos dinero para vosotros, alejáos!-

dice Maximillian para quitarse de encima a toda esa gente. Se veía que eran malos tiempos, muy malos. Si de normal ya había una poderosa cantidad de pobres en las ciudades imperiales parecía que se había multiplicado por cuatro o por cinco. Mala señal.

Max guió a los suyos hasta el primer lugar medianamente tranquilo que pudieron encontrar y se dirigió a Blanch.

- Bueno Ibrahm, ahora tendrás que intentar localizar por dónde ha estado o está el condenado objeto.-

le dice por lo bajo para que les guie.

- Los tipos que asaltaron la caravana, dando por hecho que son profesionales, me imagino que al seguir esta ruta y llegar a la ciudad se habrán hospedado en alguna posada u hostal. Habrá que empezar por ahí. Con la brutal cantidad de refugiados que hay estará todo lleno, pero los nuestros son gente de armas, mercenarios probablemente así que tampoco debería de ser imposible encontrarlos.-

les comenta a los suyos.

- No creo que se hayan ido a la parte alta de la ciudad por lo que sin duda estarán escondidos en los peores barrios o en los más dañados por los ataques recientes. Nos será facil encontrarlos, en estas zonas todo tiene un precio y las vidas humanas de tus vecinos bajan mucho su valor cuando hay hambre.

Farmiekh estaba impresionada, nunca había visto una ciudad Imperial tan grande como Middheim y sus altos edificios le recordaron las altas torres de su ciudad natal. Tras oir a sus compañeros se le vinieron muchas ideas a la cabeza.

- Si están en los barrios pobres los encontraremos, aunque me hubiese gustado más codearme con la nobleza de esta ciudad, estoy cansada de ir sucia y con estas ropas que no me favorecen nada.

- Por cierto Maximiliam para que lo tengas en cuenta, si nos separamos en grupos, esta vez me pido el grupo divertido - dice mirando al mago y al coloso negro - ya me he aburrido bastante. No te lo tomes a mal cariño, no es nada personal - dice acariciando el rostro de Max

- No dejaría de lado los barrios altos, mi señor Maximillian. Aún los lobos pueden mezclarse entre las ovejas cuando huyen de su cazador... - Opinó humildemente el bruto sectario, quizás recordando las historias y anécdotas de su padre en su lejana juventud rodeados de paisajes boscoso y fieras escondidas al ámparo de la oscuridad más aterradora.

La idea de volver a separar la tropa no le interesaba en lo más mínimo, y menos aún si tenía que dejar a su señor junto a esos deshonorables mercenarios. Además, el grupo sólo contaba con un hechicero capaz de seguir el rastro de la reliquia oscura, y a menos que pudiera partirse en dos por arte de su magia corrupta sería imposible para el segundo grupo conseguir algo digno de mención de aquél recorrido por la bulliciosa Middenheim.

- Tranquilos, no volveremos a separarnos. Esta vez iremos todos juntos y lograremos nuestros objetivos.-

les dijo a sus compañeros el joven noble. Al fin, después de innumerables peligros habían llegado a Middenheim y Max lo tenía muy claro: no lo iba a estropear en el momento clave. Seguirían el rastro del objeto y se harían con él, por las buenas o por las malas.

- Y bien, mi querido Ibrahm ¿por donde debemos ir?-

le inquirió al mago.

La insistencia de Maximillian consiguió que el hechicero se removiera inquieto. Había pasado varios días sin invocar ni el más leve soplo de energía arcana, y ahora se sentía extrañamente amenazado al tener que recurrir a su magia- Volverá a perseguirnos... -murmuró con cierto temor, aun sabiendo que no tenía elección: era el único modo de seguir el rastro del Orbe, y no le cabía duda de que Von Reinholn le forzaría a hacerlo sin importarle el peligro que aquello pudiera suponer.

Intentando convencerse a sí mismo de que un leve vistazo a los Vientos no llamaría la atención, Ibrahm empezó a concentrarse en la energía que le rodeaba.

La magia era muy intensa. Sí. En Middenheim los vientos de la magia soplaban, incansables, poderosos, alimentados por las almas de los que habían caído, por la sombra que los demonios habían dejado, por el rastro de la sola presencia del Señor del Fin de los Tiempos.

Los vientos de la magia eran intensos. Sí. Y difusos, imposible percibir lo que él deseaba percibir.

- Bueno, mientras intentas localizarlos para guiarnos, echaremos un vistazo en las tabernas y posadas del distrito de Ostwald y cercanías. El tiempo apremia.-

dijo Maximillian a sus compañeros. El joven noble miró a su alrededor buscando uno de esos lugares en el que empezar a indagar. Si no, tendrían que preguntar a los lugareños.

- Sería conveniente hacer una parada en el mercado local, amo. Cuanto más pronto tenga algo de acero y armadura de calidad en mi poder, mejor podré servirle a Su Excelencia... -

Insistío moderadamente el negro guardaespaldas, que por sus harapos parecía más un desertor del ejército de mendicantes y pordioseros que un escolta de la ilustre nobleza. La ciudad le traía al guerrero el olor a violencia en cada calle, era solo cuestión de tiempo para que la brutalidad se desatara nuevamente.