Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: LLUVIA LEVE. FRÍO LEVE.

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: LLUVIA LEVE. FRÍO LEVE.

Meditó unos segundos antes de responder. 

-A diferencia de muchos de vosotros, yo nací y me crie en el seno de la Compañía, mamando de su teta. Si algo tengo claro, es que cada uno puede interpretar el espíritu de la Compañía de acuerdo con sus criterios y experiencia personal, y que dicho espíritu, manteniéndose firme en algunos aspectos, ha evolucionado con la llegada de gentes de otros pueblos y credos. Luz, sombra... ¿Acaso hay luz que no arroje sombras? ¿Hay sombras sin luz? -dijo un reflexivo Analista-. La Compañía es leal a sus miembros y estos lo son a la Compañía. Hay una simbiosis entre ambas partes y ambas resultan beneficiadas. Al margen de ello, asumimos compromisos a través de nuestros contratos y nos preciamos de cumplirlos, en una danza constante con las luces y las sombras. No juzgamos como Compañía aunque cada uno de sus miembros pueda tener su propia perspectiva. A fin de cuentas, ¿qué es la luz y qué es la sombra? ¿Qué está bien y que no lo está? Para las gentes de Nidal ser sacrificado para así proteger los caminos está bien, aunque a algunos de nosotros nos resulte antinatural. Pero no es menos cierto que la Compañía libra batallas en respeto a la letra de sus contratos y de seguro que la parte perdedora considera que nuestro comportamiento no es el adecuado. 

Guardó un instante de silencio. 

-Los anales son nuestra historia pasada. Su letra es fiel a la realidad de la Compañía. Describen hechos, orígenes, formas de actuar, actos terribles y actos heroicos, soldadas, compras y ventas... Un sinfín de cosas. Recogen el espíritu de la Compañía al que sí somos fieles. Pero no dejan de ser palabras recogidas en un pergamino y aunque se pierdan o se destruyan, eso no altera que la esencia, el espíritu permanezcan en nuestros corazones. Eso es lo que yo creo. 

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Ballestero escuchaba sin participar, con la seguridad del que sabe, o del que tiene una muy buena idea de por dónde van los tiros. Exhalaba esa sensación, aunque no moviera una ceja y su atención estuviera aparentemente fija en posibles enemigos.

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Escuchaba a su primo Lengua Negra con una media sonrisa mientras éste explicaba su origen. El motivo del gozo de Pelagatos era que al igual que el actual analista, él había nacido y crecido bajo el pendón de la Duodécima de Khatovar y no entendía la vida lejos de allí. Todo su mundo se conformaba bajo el estandarte y el orden que éste imponía. Lejos de la disciplina militar, del riesgo y la posible gloria el oscuro se sentiría perdido y sumido en la noche más profunda.

Recordaba las largas peroratas del antiguo analista cuando era joven, él había asistido a una formación algo privilegiada por obligación de su padre. Había aprendido a escribir y leer con fluidez bajo la tutela del antiguo custodio de los anales, al igual que otros de los oscuros de su generación. La tradición era importante, bajo ella se sustentaba el espíritu de la Compañía. Sin embargo no dejaba de resultarle gracioso el escuchar a su primo hablar con tanta solemnidad, aquellas palabras le colgaban unos cuantos años a la espalda.

Casi sin darse cuenta y por fortuna o desgracia su generación había sustituido a la de sus padres en su totalidad. De la vieja guardia de oscuros que había mandado en la Compañía Negra, únicamente quedaba Barril. Su primo Serpiente era el primer mago, su primo Matagatos era el capitán, Lengua Negra el Analista y él era...

—Los Anales sirven para recordarnos lo que fuimos y que eso nos sirva para tener claro lo que debemos de ser. Incluyendo aciertos y errores, por eso son importantes, son nuestra historia y si la olvidamos estamos condenados a repetir los mismos errores —dijo con aplomo, pues algo así le habían dicho a él tiempo atrás, o eso creía recordar.

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Capitán simplemente se mantuvo en silencio, pues ya había dicho lo que debía, y se dedicó a observar los alrededores. Todo estaba tranquilo, quizás demasiado, y pronto se pusieron en marcha de nuevo. ¿Qué tendrían por delante? Eso no lo sabía, así como no sabía qué iban a hacer con Enrietta... Pero, en el corto plazo, les bastaba con llegar a la siguiente parada y luego dejar a la muchacha custodiada en el campamento. 

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La curtiduría se mostraba ya ante sus ojos, en un paseo muy corto y que se le había hecho aún más corto gracias a la charla mantenida. 

-Frontera, lleva el carro hacia la entrada principal y detenlo allí -dijo al Hostigador que, en esta ocasión, llevaba las riendas-. Bien, tengo que hacer una gestión aquí. No llevará mucho tiempo, pero esperaremos a los hombres que quieras mandar, Capitán, aunque si lo que buscamos es pasar más o menos desapercibidos no sé si es lo más aconsejable. 

Saltó desde el pescante y se acercó a la montura de Capitán. 

-Regálame un par de minutos. Hay un asunto del que tengo que hablar contigo. Sin ella enroscada en tu cuello a ser posible -dijo en alusión a la serpiente-. Si no, habré de dejarlo para más tarde. 

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Siguiendo las órdenes de Analista, Frontera tiró de las riendas desviando a los caballos hacia el lateral del camino y girando hacia la curtiduría, deteniéndolo finalmente a un par de metros de la entrada de esta.

—¿Le acompaño adentro en cuanto termine de hablar con el Capitán, señor? —preguntó el explorador mientras dejaba las riendas sujetas en un pequeño gancho del pescante.

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Lengua Negra asintió.

-Por supuesto, Frontera. Aunque aquí no voy a negociar un tema de comida, no estará de más que veas cómo se desarrolla el tema. Y comprobar asimismo que las necesidades de la Compañía no empiezan y terminan en sus estómagos -dijo al Hostigador. 

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HORA: PRIMERAS HORAS DE LA TARDE. - CLIMA: NUBLADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

El grupo se detuvo ante el puente que conducía al Campamento. La Curtiduría del pueblo se alzaba muy cerca, desprendía su habitual mal olor, pero el ambiente en general era tranquilo. La lluvia dejó de caer y, por primera vez en mucho tiempo, no podía decirse que hiciera frío.

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Llegaron a destino ante la curtiduría, que estaba mucho más cerca del campamento de lo que recordaba, lo que sin duda agilizaba dejar a salvo a Enrietta, seguramente lo suficiente como para prescindir ya mismo de los hombres adecuados para reforzar a la comitiva. Entonces llegó la petición de Analista, lo que le hizo dudar por un momento, ¿recibiría bien la serpiente verse separada de él? No lo sabía, ni sabía el efecto que el suelo frío de la lluvia podría tener en un reptil como aquel, ni mucho menos si aceptaría posarse en otro, y más importante, si ese otro aceptaría que se la dejaran. Quizás era mejor no arriesgarse.

-Si no tiene por qué ser en este mismo momento, prefiriría que lo aplazáramos. No sé muy bien qué hacer con ella si no la tengo encima, y tengo la desagradable impresión de que el mago Serpiente podría ponerse nervioso si le ocurriera algo-replicó Capitán con una leve sonrisa de disculpa-viendo que estamos tan cerca, creo que podría dejarte ya mismo los refuerzos y yo continuar con el resto. Entiendo tu deseo de no llamar la atención, pero no sé cuanto tardará en extenderse la voz de que tenemos a la muchacha, y eso podría llevar a un conato de odio y rebeldía del pueblo contra nosotros. Cabo Barril, quiero que te quedes como apoyo... Pero con un solo miembro más, para intentar contribuir lo menos posible a desbaratar el plan de Analista. Escógelo y después, el resto seguiremos hacia el campamento. 

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Como si el momento de separarse hubiera determinado un cambio climático, la lluvia dejó de caer. Incluso la temperatura parecía haber subido unos grados. Quizá fuera el preludio de la primavera, si es que tal cosa existía en Nidal. Uno podía perfectamente imaginar aquel país sin el esplendor y el brillo de los verdes brotes de los árboles, sin cielos azules y un sol espléndido, sin calor ni alegría.

-Por supuesto, Capitán -dijo Analista que guiñó cómplice un ojo a su primo-. No queremos que mamá víbora se preocupe por su chiquitín. Cuando acabe con todo esto, te buscaré. Estoy seguro de que te interesará lo que voy a decirte. Y que concluyáis bien el viaje. Hasta pronto.

Dio media vuelta encaminándose al carro.

-Baja, Frontera. Entremos y acabemos con esto lo antes posible. Cabo Barril -dijo volviéndose hacia el oscuro-, si no es problema, el apoyo elegido ¿podría ser Reyezuelo? Quisiera que me acompañara al interior e instruirle en el noble arte del comercio, algo necesario para todo aprendiz acogido a mi escuela. 

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Las palabras de maestro Analista se grabaron a fuego en el corazón y la mente de Reyezuelo. El castor había aprendido una valiosa lección aquél día sobre la naturaleza de los anales y lo que era el verdadero corazón de la compañía, su espíritu.

No es que los anales no sean escritos sagrados, es que hay algo más importante que trasciende al papel, al tiempo y hasta al mundo en el que existimos.

Meditabundo avanzó en Bastión con la caravana hasta la curtiduría.

Por eso es que la Compañía está renaciendo, los viejos anales se perdieron al igual que la lanza de la pasión, pero mientras el espíritu siga vivo en nosotros da igual, la Duodécima prevalecerá.

Analista pedía a Barril que el aprendiz de analista sea uno de los refuerzos para que aprendiera de primera mano el valioso arte del comercio. El comercio que como tal, era considerado una actividad tabú, sucia y corrupta entre las tribus K'haltas, aunque muchas veces y con algo de hipocresía, las mismas se hacían "regalos" mutuos como forma de intercambio.

Mientras aguardaba la respuesta del Cabo Barril, Reyezuelo se quitó los abalorios nobles que llevaba puestos y los observaba.

Aquél acto que podía parecer ligero para cualquiera, traía connotaciones muy importantes para Reyezuelo. Estaba convencido que tener sus abalorios cerca se había transformado en una forma de protección ante los malos yúyus y que le permitía desarrollar actividades consideradas tabú para los K'haltas, como montar, escribir o comerciar, sin provocar el disgusto de sus antepasados.

Son solo joyas y plumas, el espíritu del Reino Castor lo llevo en el corazón. Y que me perdonen los antepasados por no respetar todas las costumbres, pero convive con el espíritu de la Compañía que es quien hoy marca el destino de mi sendero.

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— Se hará como dices, Capitán. — Parecía que la cercana proximidad del campamento hacía posible que la escolta de Enrietta se redujera, al menos a los ojos del hombre al mando. Bien, si algo pasaba estaba a un tiro de piedra en el peor de los casos. Barril se preguntó, si bien una sola vez, qué sería tan interesante como para que Analista no deseara que la cría de Serpiente estuviera presente en las palabras a pronunciar, pero después de la charla del baile de luz y sombras que venían soltando los soldados, tenía la cabeza más que cargada.

Eran en su mayoría jóvenes, habían visto una o dos eras de la Compañía, y no tenían un referente claro: Y es que la Oscuridad siempre acompañaba a la Compañía en su viaje. A veces su presencia era efímera o durmiente y otras era casi palpable, como la atmósfera que respiraba en Nidal. Ya aprenderían, si es que salían de este condenado lugar. Sacudiendo la cabeza levemente atendió las palabras del intendente de la Compañía.

— Claro Analista, Reyezuelo y yo nos quedaremos como refuerzo por si acaso. —  No había mucha discreción en pasear con Palomita, una guerrera a caballo con armadura pesada y Keropis, el siempre siniestro eremita, pero si querían mantener la ilusión de un número reducido no sería él quien se opusiera. Por último el grueso Cabo lanzó una mirada a Preocupado, al que dirigió una breves palabras. — Esta vez te repliegas, Preocupado; pero tengo otro encargo para ti, acércate. —

Barril se inclinó sobre el siempre atento (quizás demasiado) K'Hlata, y le dirigió unas breves palabras. — Cuando llegues al campamento quiero que vayas a ver al Chamán Rastrojo. Dile que quiero que mande a su grajo-espíritu a que vigile el pueblo desde lo alto, en especial a nuestro grupo. Si ve algo peligroso, que de la alarma, ¿crees que podrás hacerlo, Preocupado? Y luego asegúrate de que la chica está segura hasta que yo vuelva al campamento. —

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Keropis bajó del carro de un salto, acompañado por el crujir metálico de la armadura. Miró a un lado y a otro, observando los alrededores de la curtiduría y el edificio en sí. A un lado de la curtiduría, varias pieles colgaban de un tendedor bajo un porche improvisado a base de unas cañas y una lona embreada, para proteger el género de la lluvia. También se encontraban allí unas cuantas cubas de madera rebosantes de agua y tintes. Con paso calmo, el eremita se acercó a Analista.

—El Cabo Barrrril ha sssugerrrido que le acompañe en sssuss visssitasss, sssyd... —le recordó—. ¿Entrrro o prrrefierrre que esssperrre fuerrra...?

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Alcanzar la Curtiduría tuvo cierto efecto de alivio sobre mi conciencia. Allí empezaba mi segunda oportunidad, en el mismo punto en el que todo se había empezado a torcer no mucho antes.

- Espíritus, protegedme de la oscuridad. No dejéis que nuble mi juicio otra vez. - oré para mí.

Sin embargo, las órdenes del Capitán, segadas por la petición de Analista, dieron al traste con mi posibilidad de redención. El Cabo Barril acepto las órdenes y sentí su mirada. Con una leve negativa, cercenó mis esperanzas.

Pero finalmente el mando se acercó para aportar una nueva oportunidad. Escuché con sumo cuidado las instrucciones y mis ojos se abrieron de par en par. 

Parpadeando con cierta rapidez debido a la preocupación le hablé en mi lengua al Cabo para entender perfectamente las instrucciones.

- Así se hará Cabo, puede confiar en mí, hablaré con el Chamán. - le dije marcando el saludo marcial. - Pero, Cabo, la muchacha, ¿seguirá así? - le pregunté en referencia a sus mordazas y ataduras. - Si tiene necesidades, o los espíritus no lo quieran, "cuestiones íntimas"... me preocupa qué pueda pasar si la libero. - le dije prese del mal yuyu. - ¿Y si alguien me ordena otra cosa? ¿Ignoro su orden, Cabo? - le dije gráficamente dirigiendo la mirada al reptil que el Capitán llevaba en el hombro. Nunca se sabía cuándo el brujo podía mostrarse interesado en cualquier cosa. Y aunque la cadena de mando estaba clara, los magos tenían cierta deferencia en la Compañía Negra.

Esperaba que mis dudas no se entendiesen de mala manera como debilidad, si no como la determinación de un soldado a cumplir sus órdenes perfectamente.

Y así lo intentaba mostrar con mi mirada. 

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Barril observó a Preocupado. Realmente se preocupaba de más por todo.

— Tú vigila que siga viva. Si se orina encima o no, no te debe importar. Asegúrate de que no la matan, espero tu informe luego. En cuanto a las órdenes que te den, bueno, sabrás que hacer. Supongo que eres un soldado, no un niño de teta, ¿no? —

El orondo Oscuro se apartó de Preocupado, dando por terminado el intercambio entre ambos.

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Aquello parecía arreglado, una cosa menos. Ahora solo quedaba ocuparse del siguiente rompecabezas. 

-Compañía, si todos hemos acabado, tenemos que llegar al campamento. Buena suerte Analista, y hablamos luego. 

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A la vista de los refuerzos elegidos por Analista, Pelagatos acercó se acercó en su montura hacia Reyezuelo que seguía sosteniendo a la chica que llevaban presa al campamento.

—Puedo llevarla yo a lomos de Jerifalte, si dejamos Bastión aquí es la mejor opción —dijo a Capitán esperando a que éste le diera permiso para relevar al k´hlata en la tarea de transporte de la presa.

No le agrada especialmente encargarse del secuestro y transporte, pero seguramente la muchacha iría tranquila cuando viera una piel blanca y agradable cerca de ella en vez de un zombu con plumas. Confiaba en que eso sirviera para que la chica no diera problemas e intentara forcejear con él.

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-Muy bien... Aunque realmente estamos al lado, no debería ser un gran inconveniente-concedió Capitán a Pelagatos. Y era cierto, estaban al lado del campamento y mucho debía torcerse cualquier cosa para que no lograran llegar sanos y salvos con la muchacha al campamento.