Partida Rol por web

TERCER DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 202 DE KHATOVAR.

MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: DIECISIETE DEL MES.

POR LA MAÑANA TEMPRANO.  - CAEN LIGEROS COPOS DE NIEVE.

Barril miró a Ponzoña mientras meditaba sus palabras. Luego se dirigió a él en voz baja.

— Hemos acordado una hora de descanso, y aún resta media, que es lo que les he dado a mis hombres. Estos peinacabras tiene que aprender que la Compañía funciona al ritmo que marca ese caballero, — Cabo Barril señala discretamente a Capitán. — no al que se les ocurra al levantarse. A lo mejor un par de puñetazos es lo que necesita alguno. Y no veo a Piojillo dándolos. —

— Llévate a Matador, dile que lo he dicho yo, y que esta noche no hará guardias a cambio de la media hora de descanso. Pero el resto descansará un rato más, se lo han ganado. Después toma los que necesites para los trabajos, formaremos en media hora delante del granero; pero querrás a Campaña para el asunto de cargar los barriles de agua. Yo también echaré una mano, pero primero quiero oír qué tiene que decir el soplagaitas éste del curtidor. Igual se saca el palo del culo y ya tenemos leña de sobra. —

Luego devolvió su atención a los que el tal Pauvet tenía que decir.

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MES: DEL LEÓN (MITAD DE LA PRIMAVERA, MES CINCO).

DÍA: DIECISIETE DEL MES.

POR LA MAÑANA TEMPRANO.  - CAEN LIGEROS COPOS DE NIEVE.

El joven ayudante mira con obvio temor y aprensión las ideas y venidas de hombres armados, en particular los espantosos demonios negros salvajes.

Allá donde su maestro no muestra miedo alguno, pues le dominan otras emociones como el odio, la rabia y la amargura, el rostro del joven es en sí una máscara de puro miedo.

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POR LA MAÑANA TEMPRANO.  - CAEN LIGEROS COPOS DE NIEVE.

Vaya, parecía que, con un poco de suerte y si la partida de caza tenía miembros lo suficientemente competentes, podría resolver las dudas relativas al experimento que tenía en mente. Parecía, eso sí, que tenía que poner un poco de mi parte asintiendo a las ocurrencias de Matagatos, aunque la aquiescencia no dolía cuando lo que se pedía a cambio eran vaguedades.

- ¿Más que un charlatán? Pones tu rasero muy bajo, Capitán Matagatos. Aunque si no lo hicieras ahora habría en la Compañía menos de la mitad de los que aún quedamos. – Reí. –Pero es como con la comida: los banquetes están bien cuando uno puede permitírselos; cuando no, hay que conformarse con las sopas de harina. En cualquier caso, ¿cuándo no he ayudado? Todo ello más o menos desinteresadamente– Sonreí, alzando la mano herida. – Pero me temo que poco sabes sobre mis deseos. Un problema que espero no se extienda a quienes te son más cercanos. – añadí. ¿Pero dónde estaba Dedos? - Lo que parezca poco me importa, y poco debería importarte a ti pues las apariencias engañan. En cuanto a lo que opinen de mí, me importa aún menos y debería ocurrirte lo mismo a ti. Son libres de pensar lo que les venga en gana. Tan libres son de hacerlo como yo de opinar que son idiotas, y eso que mi opinión tiene más fundamento. Pero no te preocupes, usaré mis dones cuando sean necesarios. – Una necesidad que, como único mago, solo yo podía juzgar.

En aquel momento me giré hacia la Quinta que apenas esperó respuesta antes de salir con apremio fruto de alguna oculta e imperiosa necesidad.

- ¡Por supuesto! Claro que hay que hablar, prima Khadesa. Ah, Khadesa. Kha-de-sa... Qué nombre tan… ¿Peculiar? Cuando quieras hablar ya sabes dónde encontrarme: allí donde esté. – Reí.

Acto seguido salí del edificio principal. Poco después, mientras hablaba conmigo mismo, vi a Ponzoña escoltando a un par de desconocidos hacia el lugar en el que estaba Matagatos. Quiénes eran era algo que, de momento, poco me importaba. Además tenían pinta de ser seres de lo más anodino. Podía estar equivocado, pero no lo creía, y no por su aspecto que, como bien sabía, podía engañar, sino porque habiendo salido Lengua Negra a buscar a la mayor autoridad de aquel raquítico pueblucho, los dos que acababan de llegar por narices debían ser unos cualquiera mandados por el alcalde o algún otro.

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El hombre mira con asombro y cierta expresión de fastidio al pálido vestido de negro que interrumpe tan inopinadamente su conversación con el Capitán.

Al parecer, como ocurre con casi todos los mercenarios, esta Compañía Negra no es un cuerpo disciplinado ni cohesionado, como podría parecer en un principio, sino algo más semejante a un grupo de bandidos errantes.

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La figura metálica del umbral de la puerta que es Barril, apenas reprime el impulso de salir traspasando la puerta ante la irrupción de Serpiente. Medio paso adelante y un puño metálico cerrado son todo lo que se advierte, suficiente para pensar en un movimiento contenido.

Que Cabo Barril supiera nunca se había dado un puño en la boca a un Mago/Oficial, y no iba a ser él que inagurara ese marcador por muchas ganas con las que se quedara. Estaba feo hacerle eso a un Oficial, y más aún delante de los hombres, así que Cabo Barril dejó caer pesadamente la mano a un lado, lo cual llamó ligeramente la atención al golpear el metal contra la madera del quicio de la puerta.

Sí que se había ajusticiado a Magos antes en la Compañía, Barril esperaba que esos tiempos no volvieran. Dio un trago de la escudilla tragándose lo que quiera que pasara por su mente en ese momento.

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Ballestero estaba demasiado en su papel de gente inmutable como para hacer puñetero caso al tipo que vino con esa cara... Cara... Estaba pensando qué nombre ponerle a este. Hacía falta tener cojones para meterse entre los diablos negros, que se suponía que eran ellos. Y encima con ese careto. Ese careto...

Para cuando había conseguido encontrar un nombre adecuado para el tipo, el cabo Ponzoña ya se había metido por en medio y se lo llevaba a ver al Capitán. No se iba a largar, no. No sin antes recibir su apodo, regalo de bienvenida a la Compañía, y señal de que era aceptado como un ser humano. Al menos por los de la vieja escuela.

──Caracartón.

Si. Le pegaba. Lo dijo en voz bien alta y dejando bien claro a quién se dirigía. Y ya conocían a tres. A Soplagaitas, a Barbacalva y a este, si el mote cuajaba entre los hermanos. A Caracartón.

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Me quedo mirando al chico,  ese que llaman Reno, con curiosidad. Sus reacciones me hacen  recordar las de los suricatas de la sabana, con todos los sentidos alerta buscando una amenaza. Lo más curioso es que somos nosotros, los k'hlata, los que parecemos despertar sus miedos.

Lentamente me pongo en pie. No llevo armas, pues tampoco me serían demasiado útiles ahora mismo. Me acerco al muchacho mirándolo con curiosidad, quedándome a una distancia prudente.

¿Sabes que somos personas normales no?, le pregunto. Quizá tenemos la piel oscura, pero somos tan normales cómo puedas serlo tú, así que no hace falta que nos temas. No cuando vosotros sois nuestros contratistas. Son los Capas Rojas los que deben temernos.

No tenemos mucho para ofrecerte, pero puedes venir y sentarte un rato, y así descansar.

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Lombriz terminó de gritar cuando Tarado lo sorprendió a su lado. El K'hlata dio un respingo, asustado ligeramente.

-¡Ah, vale!- Respondió de primeras -Sí, quería dar el paseo por la 'Ñeve' porque me viene bien el frio para el pie, pero deberíamos como mínimo echarnos las capas por encima- Cogió su pellejo de agua, lo destapó y comprobó el estado del agua en su interior.

-Quizás cuando el Capitán termine de hablar con ese- Señaló al recién llegado -Podamos acompañarle de vuelta, y quien sabe, puede que nos enteremos de algo, aunque tal y como nos mira el chico, lo dudo mucho, hay una cosa que me gustaría averiguar, ya te contaré por el camino, de todas maneras y por si acaso, no deberíamos de ir sin nada para defendernos, nunca se sabe-

Buscó de nuevo a Piojillo para comunicarle su intención.

-Jefe Piojillo, cuando termine la reunión con el capitán, si no te importa, pídale que nos deje acompañar al curtidor, ya sabes, estrechar lazos y esas cosas-

Al darse cuenta de que había hablado más de la cuenta, calló mientras esperaba respuesta.

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Se acercó, mirando con curiosidad al chavalillo. Se acuclilló por donde estaban los demás. Intentaba determinar a qué se parecía. Tampoco sabía si merecía llevar un nombre todavía, así que se quedó mirándo.

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El chico no se relaja, tanta camaradería le está poniendo nervioso.

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El Cabo Barril me da órdenes y me presta ropa para que pueda utilizar. Es suficiente como para cubrir mi cuerpo de aquella nieve que ha empezado a caer y así no congelarme de frío en los próximos minutos. Agradezco con un asentimiento antes de responderle en conjunto:

 - "¡Señor, sí, Señor!"

Luego, me alejo con las ropas para ponérmelas rápidamente por encima del taparrabos, sintiendo de inmediato el alivio que me brinda el cubrir mi piel. Cho'n Delor era una ciudad con una temperatura muy alta comparada con este lugar por lo que nunca necesité utilizar ropa de abrigo, lo que vuelve a este lugar nuevo y amenazante.

Una vez que he terminado, me reúno con Lagrimita y le entrego las indicaciones que el Cabo Barril ha dado, por lo que nos dividimos a la escuadra. Yo voy donde Grito, Cielo y Matador a avisarles:

 - "Cabo Barril decir Infantería reunir frente a granero en mitad de hora."

Cuando ya he terminado de repartir las indicaciones, me preparo con mi escaso equipo para partir, si fuese aquello lo que se requiere de nuestra escuadra y no podría ser de otra manera pues somos la escuadra encargada del combate frontal y, por lo tanto, deberíamos ir siempre primero.

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La granja ya parecía estar a pleno rendimiento, todo el mundo se había ya levantado e iban de un lado a otro cada uno con su pensamiento tareas.  Por su parte Grito aprovecho para lavarse un poco, sabía que las ordenes no tardarían en llegar y si quería que aquella herida mejorara más rápido debía cuidar la higiene.  No sabía medicina, ni fabricar ungüentos a partir de hiervas y otras sustancias, pero era lo suficientemente listo para saber que debía mantener tan limpia como pudiera las heridas para que no se infectaran.

Retiro su vendaje con suavidad y se lavo con agua limpia echando un vistazo a la pinta de aquella punzada, parecía tener mejor color que el día anterior, pero era mejor no tomarse a la ligera una herida de tal calibre.  Mientras terminaba de asear la herida pudo ver como Lagrimita comenzaba a hablar con los infantes, al parecer el cabo había convocado una reunión.  

Grito, volvió a tapar la herida, con suerte a lo largo del día, quizá tuviera la oportunidad de que un sanador le echara un vistazo y pudiera hacerle una cura mejor pero de momento aquello tendría que bastar.

Mientras terminaba de asegurar el vendaje, el infante pudo ver como dos hombres se adentraron en la granja en busca del capitán, seguramente se trataba de gente del poblado y quizá trajera detalles de lo que esperaban de la compañía.

A Grito le hubiera gustado poder estar presente y escuchar lo que aquellos hombres tenían que decir, se le daba bien escuchar, pero sabía cual era su posición y su lugar por lo que permaneció a lo suyo.

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Asintió a su superior y se dirigió al antiguo dolorita, tratando de hablar pausadamente, usando expresiones cotidianas fáciles.

- Muy bien Dolor, lo haremos de la siguiente manera. Busca tú a Cielo, Grito y Matador, yo al resto, ¿Entendido? En media hora formados frente al granero, nada de salir de la zona de la granja hasta entonces. - Palmeó su brazo izquierdo para que se pusiera en marcha. Lo cierto es que, el nombre que se le había dado, estaba mal asignado, para él, eclipse o sombra eran mucho más apropiados, tendría que tener una charla con Ballestero al respecto, sin duda ocupado en bautizar al curtidor que había llegado junto con el temeroso aprendiz. ¿Cómo le habría decidido llamar? Tendría que pasarse a preguntar.

Poco le llevó contactar con Derviche, Indómito, Preocupado y Romo, a quienes transmitió la orden de formar frente al granero en apenas media hora. Además, añadió otra cosa, - si alguno tiene nociones de supervivencia, que lo haga saber durante la formación al Cabo. De paso, os pido que me ayudéis a buscar a otros, él lo agradecerá. - Se marchó tras eso, directo al sótano.

Lagrimita tomó su mochila al llegar a su zona de descanso, con cuidado, sacó varias pertenencias y buscó una de las cuatro mudas de ropa de calle con la intención de comprobar algo. Se quitó el uniforme de soldado, se vistió esta muda limpia recién sacada y luego, encima de la misma, se volvió a colocar la ropa de soldado, tomándose su tiempo para acomodarla lo mejor posible. Se colocó la coraza y comprobó el resultado paseando un poco por la zona, notando desde el principio cierta sensación de rigidez algo incómoda.

<< Al menos, estaría más protegido del frío... Maldita sea. >> No iba a poder desprenderse de otra muda, necesitaría dos como mínimo de las cuatro que poseía. Era imperioso conseguir ropa de abrigo para la gran mayoría de los K'Hlata, en quienes pensó de forma automática. Suspiró, apartó dos mudas y comenzó a prepararse para una más que posible salida, llevando encima la gran mayoría del material transportado ayer, desechando la ración y el pesado odre que no iba a necesitar.

Desde que terminara de pertrecharse hasta la hora de la reunión, a la que llegaría con la mayor puntualidad posible, se dedicó a preguntar al resto de compañeros de tropa no infantes sobre su conocimiento en las habilidades de supervivencia, explicando a quienes pusieran cara de no entender a cuento de que venía la pregunta, la finalidad. Ni más ni menos que conocer quienes podrían participar en labores de forrajeo o caza, buscando o siguiendo rastros.

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Miro a Lombriz. Hum... no parece tan intimidante, quizá consigue algo. De acuerdo, si el Capitán no dispone otra cosa, seréis los encargados.

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El lugar escogido por piojillo para cavar las letrinas estaba tras la casa principal, bastante atrás, por lo que cualquier conversación o nueva aparición donde aún se aremolinaban sus hermanos guardando los últimos resquicios de calor en lo que se organizaban le pasó desapercibida. 

Al empezar a sudar dejó la pesada manta a un lado mientras esas bolas de polen frías seguían cayendo incesantemente. Golpe de pico, pala. Golpe de pico, pala.

¿Cuanto más tiempo debía seguir allí? Al menos Chamán Rojo y Kheropis también habían sido designados para la tarea, lo que hacía que todo pudiese hacerse más rápido.

Siguiendo una vieja costumbre que no recordaba haber perdido, Reyezuelo se pone a cantar, marcando el ritmo de cada golpe logrando un ritmo constante, casi como si la tierra no fuera más que otro enemigo al que derrotar.

Su parte más egoísta maldecía perder la hora que habían dado al resto de los hombres de descanso teniendo que encargarse de aquello, pero ya se lo cobraría de otra forma. Aquellos desconocidos y sus tradiciones le despertaban curiosidad.

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Capitán escuchó al tal Pauvet, con gesto serio, conforme relataba sus intenciones y exponía aquel bulto. Al contrario que otros, no hizo gesto alguno cuando echó mano al mismo, pues habría que ser muy estúpido para atacarle así, sin más, ante la mitad de sus hombres. Decidió pasar, en aquel momento, las interrupciones por alto... Aunque tomó muy buena nota de que tendría que recordar algunas cosas a los muchachos, cosas que parecían haber olvidado con el viaje de la Ruptura de la Roca. 

-Lamento su pérdida, señor Pauvet. No puedo garantizarle su deseo, pues en el combate es complicado tomar prisioneros, pero haremos lo que podamos para traer a esos malnacidos ante la justicia... Y aceptamos con humildad su presente-replicó, tomando la armadura en brazos. Tras un par de segundos, decidió añadir algo más.

-Yo, eh... Bueno, soy sanador, aprendí de mi padre, que fue médico de la Compañía muchos años. No puedo garantizarle nada, pero podría echarle un vistazo a Laura, ver si hay algo que se pueda hacer. 

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- "Gracias, noble señor." - El hombre hace una reverencia ante el Capitán.

- "Os prometo una como esta por cada uno que sea ejecutado y destripado en la plaza del pueblo, dos por los cabecillas, Kugnac y su bruja. Que el Señor de la Medianoche guíe vuestra mano." -

Después, con una nueva reverencia, él y su aprendiz se retiran.

Atrás, en el suelo, queda la tela abierta, con la armadura de cuero tachonado encima. A simple vista se ve que es espléndida, un gran trabajo de artesanía.

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Dos hombres se están acercando a la Granja Maldita, son los dos leñadores del pueblo. Ambos se cruzan con el Curtidor y su aprendiz y les saludan con la mano, después siguen andando hacia la granja. Tal vez también quieran hablar con el Capitán de la Compañía Negra.

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Se largaba, y en buenos términos con Capitán. Eso hizo que Ballestero se creyera en la obligación de ser amable: ──adiós Caracartón.

El gesto que hizo a su aprendiz para despedirse probablemente fuera difícil de descifrar, aunque quería ser uno que indicara que, aunque todavía no era considerado persona, tenía alguna posibilidad de conseguirlo.

Luego vinieron Soplagaitas y Barbacalva. Se quedó observando, a ver qué querían.