Partida Rol por web

Encaminaste tus pasos hacia el lugar que Asahina Hanuko te había indicado y no tardaste en darte cuenta de que era el correcto cuando te cruzaste con el padre de Naota, Doji Daiki, el cual te miró durante un instante y acto seguido fingió no haberte reconocido. Al fin y al cabo, no eras más que el guardaespaldas de su hijo, al que claramente consideraba inferior, y no tenía tiempo ni ganas de dedicarte ningún gesto de falsa cortesía.

Continuaste por el pasillo y al poco viste una puerta abriéndose y al tan buscado Doji Naota saliendo por ella.

Los pasillos de madera del palacio estaban bastante vacíos, con la excepción de los siempre presentes sirvientes yendo de un lugar para otro con mil cosas que hacer para atender a los ilustres invitados de la familia Seppun.

Con la firme intención de dar un paseo para reconocer el lugar, saliste de tu cuarto. Pero no habías dado un paso fuera de la habitación cuando te cruzaste de frente con tu amigo y guardaespaldas Daidoji Daisuke, el cual parecía bastante contento de haberte encontrado.

El heimin abrió la puerta y, arrodillado como estaba, avanzó lentamente sin atreverse a levantar la cabeza llevando un delicado sobre de papel en las manos. Te lo entregó y rápidamente se retiró de tu cuarto, cerrando la puerta y dejándote a solas.

Lo primero que te llamó la atención del sobre era el delicado perfume que emanaba de él. Era una fragancia dulce pero no demasiado femenina, similar a la que un samurái bien educado emplearía para perfumarse tras un baño reconfortante.

Abriste el sobre sintiendo el suave tacto del papel entre tus dedos. Tanto el sobre como la carta eran de un papel de exquisita calidad y la caligrafía que llenaba la carta era elegante y pulcra. En aquella hoja se encontraba escrito únicamente lo siguiente:

A diario viene

el recuerdo de tu voz

sin ser llamada.

Veo tus ojos.

Recordando tu boca

sueño despierto.

La felicidad

a tu cuerpo desnudo

se asemeja.

Inmaculado.

Debes tener defectos

pero no se ven.

Te escapaste

huyendo del abrazo

como el humo.

Día a día

espero con paciencia.

Te siento cerca.

Como tú, en cuanto acabó de comerse los entrantes, la doncella se limpió la boca con la servilleta.

 -Doji Duke es de los aquí presentes el que goza de mayor reconocimiento, pero no es el único.

La muchacha señaló ligeramente a una muchacha grulla que tenía aspecto de ser muy joven y que claramente se encontraba nerviosa en aquel lugar, como si temiera traer el deshonor a sus ancestros a la más mínima ocasión.

 -Asahina Hanuko, una muchacha que apenas ha pasado su gempukku. Es el centro de varios de los rumores más jugosos que se han oído últimamente.

Con el abanico desplegado por delante de su rostro, la otra doncella señaló a un samurái del cangrejo bien vestido y de aspecto sorprendentemente elegante para los estándares de su clan y que paladeaba los entrantes con deleite.

 -Y ese samurái que está allí sentado es Yasuki Pukun. Un señor comerciante con afición por coleccionar objetos curiosos y valiosos. Especialmente espadas.

Y mientras tus acompañantes hablaban, los sirvientes fueron pasando y sirviéndoos el primer plato: sushi variado.

Pudiste ver durante unos instantes un destello de odio en los ojos del escorpión, fruto del recuerdo de aquella misión que terminó tan horriblemente mal y que casi le cuesta la vida y el honor, pero consiguió ocultarlo rápidamente, regresando a su tranquila expresión anterior.

 -Tened la certeza de que así será, Kôkatsu-san. Espero sinceramente que volvamos a encontrarnos pronto por aquí.

Y tras decir aquello, el escorpión se marchó junto con las muchachas que lo seguían, las cuales murmuraban animadamente entre ellas. Al poco, el pasillo volvió a quedarse vacío a excepción de tu presencia y la de un sirviente que llevaba una bandeja con un servicio de té usado en dirección a la cocina del palacio.

Escucho pacientemente a las dos mientras me van informando de la gente que hay a nuestro alrededor. Una vez ubicado, algo más, al menos, me intereso un poco más por lo que me cuentan:

-Y que rumores jugosos son esos, si puede saberse. Si acaba de superar su gempukku tampoco debería haber tenido tiempo de hacer mucho-digo con un toque de humor en la voz.

-Y el Yasuki, el de las espadas, ¿Solo las colecciona, o las sabe usar?

La cortesana se rió un poco cuando quisiste saber más sobre los rumores que rodeaban a la joven grulla.

 -Es fácil imaginarse qué se comenta sobre ella sólo con mirarla. Es joven, es del clan de la Grulla y es hermosa. Su principal propósito aquí es encontrar un buen marido cuanto antes.

La cortesana hizo una pausa mientras un heimin os servía el primer plato.

 -Sin embargo, sus padres se sentirían francamente decepcionados si supieran en quién se ha fijado la joven dama. -Akemi sonrió maliciosamente antes de decir- Hiruma Kôkatsu, un vulgar bushi del cangrejo.

Se rió entre dientes al escuchar las palabras de su compañera.

 -Fijarse en un bushi cangrejo y además en uno al que le falta un brazo… Esa niña necesita que le abran los ojos o que la encierren por estúpida. Aunque al menos Hiruma Kôkatsu sabe combatir, no como el perfumado comerciante que hoy nos acompaña.

La Soshi miró al Yasuki con desdén.

 -Se dice que en su afán por coleccionar espadas ha conseguido adquirir una hoja Kaiu y que ahora quiere añadir una katana Kakita a su colección. Pero los Grulla jamás le venderán una. Debería ganársela en un duelo honorable, pero su habilidad con las armas es lo más decepcionante que el clan del Cangrejo ha visto en las últimas generaciones.

Las cortesanas habían hablado en susurros, asegurándose de que nadie aparte de ti les oyera comentar toda aquella información sobre los invitados.

Finalmente le encontré, mis ojos no me engañaron era él, aceleré un poco el paso para poder llegar antes de que pudiese marcharse a otro lado y finalmente me puse delante del chico con el pelo blanco corto haciendo una reverencia en cuanto llego. 

-Doji Naota-san! al fin nos vemos de nuevo, mis ojos no me fallaron, realmente era usted- Le contesto feliz por reencontrarme con mi compañero, pero a la vez usando toda la educación posible habida y por haber.

El mismo tacto del papel no dejaba lugar a dudas, se trataba de material de calidad. La caligrafía cuidada era algo imprescindible y una fragancia acertada podía elegirse por casualidad pero tanto el peso como la consistencia del papel fueron los que captaron su atención y hacían que el resto no pareciera una coincidencia.

Y el mal presentimiento se cumplió.

Un escalofrío recorrió su espalda e hizo que se le erizara el vello. Si el objetivo había sido revolverle el estómago, lo habían conseguido. Pero no podía ser. Tenía que tratarse de alguna prueba extraña de su maestra. Era eso o una equivocación. Después de todo, no había ningún nombre.

Sin perder un momento dobló la hoja con cuidado y la ocultó en su equipaje para evitar que alguien pudiera leer algo tan desagradable y sólo después se sentó, intentando recuperarse del mareo que amenazaba con hacerle vomitar. Debía tranquilizarse e ignorar aquel hecho por completo. La cena era mucho más importante… pero necesitaba aire. Tenía que salir de esa habitación, salir al reparador frío el invierno.

En cuanto encontró las fuerzas para hacerlo, se levantó y salió para buscar el primer acceso a los jardines con el que pudiera dar.

Iba a salir y poco le faltó para comerse de morros el cuerpo del gigantón que había aparecido de pronto en su punto de vista. Como un reflejo para evitar chocarse trastabilló a penas un paso hacia detrás, con los ojos abiertos por la sorpresa. No le había dado tiempo a dar un paso fuera de la habitación y había aparecido un rostro amigable. Se le dibujó una sonrisa en la cara y amablemente correspondió a aquella reverencia con educación y cierta complicidad con el otro. 

- Daidoji Daisuke-san, ha pasado un tiempo ¿No es así? Por lo que veo también habéis sido invitado a La Corte, me alegro de ello. 

-Sí, un largo tiempo, pero me alegro de que este bien! ¿Le apetece dar un paseo o tomar un té mientras nos ponemos al día?- Le comento animadamente, se nota mi espíritu medio cangrejo.

Escucho con atención los retazos de información que están compartiendo conmigo.

- Vaya, desde luego que es una tragedia lo de esa grulla. Pero la gente que no tiene los pies en el suelo nunca acaba bien. Y eso también va por el comerciante cobarde. 

Creo que podríamos divertirnos a costa de ellos, ¿no os parece?

Con aquella desagradable sensación aún recorriéndote el cuerpo, abandonaste tu habitación.

Los pasillos por los que pasabas estaban prácticamente vacíos con la excepción de algún que otro sirviente que caminaba apresurado de un lado para otro. No te encontraste con ningún samurái conocido ni que deseara mantener una conversación espontánea con uno de los recién llegados de aquel día.

Tras un rato de caminar, conseguiste llegar a la puerta que conducía directamente a los jardines de Kyuden Seppun. Al estar al inicio del invierno, los jardineros se habían encargado de resaltar la sobriedad característica de los paisajes desnudos de hojas y verdor de esa época. Y el resultado era un bello paisaje lleno de una sencillez que reconfortaba el alma.

Y en mitad de aquel jardín, un joven samurái practicaba con su yari sin importarle el frío aire vespertino. Sus movimientos eran elásticos y llenos de la energía que caracterizaba a los guerreros jóvenes. El color de su armadura y el mon que tenía grabado, lo identificaban como un miembro de tu propio clan, de la familia Daidoji.

Al realizar un movimiento de barrido con la lanza, el joven bushi alcanzó a verte y de inmediato dejó de practicar para saludarte con una respetuosa reverencia.

En el pasillo en el que os encontrabais vosotros dos erais los únicos pertenecientes a la casta samurái. A vuestro alrededor, varios sirvientes caminaban atareadamente de un lado a otro. La hora de la cena no estaba muy lejos y había mucho por hacer aún.

Ambas jóvenes se rieron coquetamente.

 -Querido primo, en eso precisamente consiste la corte de Invierno. Disfrutad de lo que queda de la cena. Tiempo tendremos de divertirnos con el resto de invitados al palacio Seppun.

Y dicho esto, tanto Akemi como Tomoe siguieron cenando tranquilamente.

Salir a aquel lugar hermoso le produjo una instantánea sensación reconfortante en el mismo momento que la primera bocanada de aire helado se introdujo en su cuerpo. Amaba las flores, no había duda en eso, pero un buen jardín debía poder ser hermoso en cualquier época del año y los jardines imperiales eran famosos por mérito propio… además de guardarle una sorpresa.

Justo en el centro un joven samurái se encontraba practicando. La lanza que le acompañaba se integraba perfectamente en su rutina de ejercicios que le hipnotizó por completo. Había una fuerza, una energía en lo que hacía que parecía hermanarle con el baile, que convertía sus ejercicios en un algo más e hizo que al detenerse sintiera la vergüenza de haber interrumpido algún tipo de acto íntimo que no estuviera destinado a ser visto.

Inmediatamente devolvió la reverencia.

-Le ruego que me disculpe, Daidoji-san, no pretendía interrumpirle. Por favor, haga como si no estuviera, sólo vine a buscar algo de aire fresco.