Partida Rol por web

-Mi intención era pasear, así que si estáis bien con eso...- La verdad es que el té solo le revolvería las entrañas ahora mismo, así que prefería reposar antes de la cena, no fuese a sentarle mal. Era extraño volver a esa actitud amistosa con alguien como él, es decir...un hombre. Pero no le costaba demasiado. Habían compartido mucho tiempo codo con codo y eso había forjado un lazo de amistad y confianza entre ambos, y era agradable saber que se tenían a ambos durante ese invierno. Al menos para él, que no es que tuviese muchos aliados. 

-Hago lo que puedo por estarlo, pero sin duda tenéis mejor aspecto que yo- comenta con complicidad, bromeando. Aunque no en voz demasiado alta, pues estaban rodeado de heimins que iban y venían - ¿En que habéis empleado este tiempo, Daidoji Daisuke-san?

    El Ise-Zumi no pudo evitar mostrar una leve sonrisa, su sinceridad parecía haber importunado a los fénix que apenas supieron salir al paso tras ser descubiertos. De todos modos no pensaba juzgarlos por ello, no eran sus asuntos y si ellos valoraban que el dragón no era digno de conocerlos, no iba a ser Origumo quien se lo discutiese. Aún así no pudo evitar seguir con el juego antes de comenzar a alejarse.

    -Gracias, del mismo modo les deseo que puedan disfrutar de los hermosos y jardines y estanques, las carpas son grandes y majestuosas, no cuesta imaginar lo que pudo sentir el primer hombre que capturó a una de ellas y se quedó tan prendado de su belleza como para que se le escapara de entre las manos solo por admirar su hipnótico nado. Por suerte más tarde pudo capturar otras para criarlas y que hoy podamos deleitarnos de su descendencia en estanques como estos.- Aunque evitó ser muy evidente, el dragón no dudo en remarcar las palabras capturar y escapar, quería dejarles claro que sabía lo que habían hablado antes de alejarse a otra zona menos concurrida a proseguir con sus ejercicios de meditación, seguía sin comprender el por qué su señor lo había enviado a aquellas tierras, pero entender los designios de Togashi era un reto mucho mayor al de jugar con aquellos fénix y al que ningún mortal debía dedicar demasiado tiempo, al menos no por su propio bien.

El resto de la cena transcurrió sin pena ni gloria, con los deliciosos manjares siendo servidos eficientemente por los sirvientes que había en el comedor.

Cuando terminasteis de disfrutar de la cena, tanto tus acompañantes como tú os levantasteis de la mesa y salisteis de aquella estancia en dirección a uno de los dormitorios de las cortesanas. Bayushi Akemi sería tu “anfitriona” aquella noche llena de juegos y otros placeres menos castos.

Varias horas habías pasado en compañía de ambas doncellas cuando por fin decidiste retirarte a tu cuarto a dormir un poco. Con sumo cuidado te arreglaste la ropa para que no pareciera que te habías revolcado en un tatami con dos mujeres y saliste de la habitación.

Sin embargo no diste ni dos pasos cuando, al doblar una esquina, casi te chocaste con una doncella elegantemente vestida y de una belleza como hacía mucho que no veías.

En cuanto te vio, la muchacha se inclinó ligeramente, como haría alguien de rango superior al tuyo.

 -Ruego que me disculpéis, samurái-san. Iba distraída y casi provoco un choque.

Los labios de la joven se curvaron en una coqueta sonrisa que hizo que el corazón se te saltara un latido.

 -Disculpadme vos a mí, samurái-sama. Estaba tan distraído practicando que no reparé en que os habíais acercado. Mis ancestros me darían la espalda de haber llegado a heriros por accidente.

Dicho esto, el joven se irguió y, por un momento, tus ojos se encontraron con los profundos ojos negros del daidoji.

 -Retomaré mis ejercicios una vez me asegure de que estáis lejos del rango de mi yari. Después de todo, la misión de la familia Daidoji es proteger a aquellos que sirven al imperio de otras maneras mucho más importantes que aprendiendo el arte de la guerra.

Los dos hombres se intercambiaron miradas preocupadas, pero no te contestaron. En cuanto te alejaste un poco, empezaron a caminar en dirección contraria a la tuya, murmurando entre si rápidamente.

Mientras paseabas dejaste que el aire fresco y la quietud del lugar te envolvieran. Puede que desconocieras tu propósito en aquel lugar, pero eso no implicaba que no pudieras disfrutar de tu estancia en Kyuden Seppun.  

Cuando pensara en salir para tomar el aire no hubiera podido imaginar un encuentro así. Se había topado sin pretenderlo con un joven afable y cortés en un encuentro que parecía sacado de alguno de aquellos libros que tanto gustaban de leer las cortesanas más jóvenes como entretenimiento… y no sólo las cortesanas.

Algo escondido en los ojos oscuros del daidoji le hizo tomar la determinación de desoír sus deseos y contradecirlos hasta el punto de hacer todo lo contrario y aproximarse al lugar en que se encontraba entrenando.

-El arma de un guardián no ha sido forjada para herirme, vuestros ancestros pueden estar tranquilos, pero sólo estando dentro de su rango puede cumplir con su cometido.

Sonrió ligeramente, delatando su timidez. Por mucho que el mundo se empeñase en demostrar lo contrario, su inocencia seguía negándose a aceptar que toda relación pudiera reducirse siempre a intereses, especialmente cuando el amor había tocado ya una vez su corazón. En última instancia, hacer contactos también era la filosofía de su escuela aunque en ese momento lo que buscaba era reconocer en un semejante la sensación nerviosa de sus entrañas sólo por encontrarse en Kyuden Seppun.

-Mi nombre es Doji Hirachi y he venido acompañando a mi maestra Doji Reiko-sama.

   Los otros dos cortesanos se marcharon sin más, Origumo sabía que habían captado el mensaje de que sabía parte de lo que hablaban pero aún así prefirieron correr el riesgo de no pedir su ayuda, ante ello el monje se limitó a encogerse de brazos, sabía perfectamente la fama de los de su clase, pero al menos no se dedicaba a cuchichear ni guardas secretos, al menos no más de la cuenta. Dando de nuevo con un sitio tranquilo, Origumo tomó la posición del loto y volvió a recapacitar sobre los pasos que lo habían llevado hasta allí, se decía que su maestro era capaz de discernir el futuro, acaso por eso lo había enviado, Togashi era otro gran misterio, más bien el Gran Misterio, y formar parte de su clan no hacía más que aumentar las dudas sobre el por qué se dedicaba a actuar de ese modo.

   Fuera como fuese, cada asunto tendría su momento, y ahora tocaba meditar, el monje vació su mente de toda duda y quedándose en blanco para entrar en sintonía con su elemento, todas aquellas cargas parecieron caer muy lejos de él mientras se hacía uno con el todo.

Caminaba por los pasillos muy satisfecho conmigo mismo cuando, al girar una esquina casi atropello a una bella samurái del clan.... del clan... A una bella samurái.

-Por favor, no os disculpéis, caminaba sumido en mis pensamientos y no os oí llegar. La culpa es mía.-digo con un tono de voz divertido.- Mi nombre es Bayushi Shigeru ¿Cuál es el nombre de la bella dama a la que casi lastimo con mi torpeza?

El joven bushi se quedó de pie, rígido, mientras te acercabas. Nunca antes había tenido una conversación con un cortesano tan noble y refinado como tú, por lo que el desconocimiento sobre cómo manejar aquella situación le estaba poniendo algo tenso.

Cuando te presentaste, viste cómo sus hombros se relajaban un poco. Eso sabía hacerlo. El joven se inclinó más que tú, en señal de respeto, y dijo:

 -Mi nombre es Daidoji Kiyoshi. He venido acompañado de mi maestro, Daidoji Ryohei y de mis compañeros. Encantado de conoceros, Hirachi-sama.

Porque el nombre de Doji Reiko no era precisamente desconocido en la corte y ese muchacho sabía que, si tú eras su alumno, estabas muy por encima de él.

 -Si hay algo en lo que pueda serviros, no dudéis en pedírmelo.

El tiempo pasó volando mientras tu espíritu se solazaba con la meditación que habías decidido realizar en el jardín. Antes de que te dieras cuenta, tus pensamientos empezaban a dispersarse debido al creciente hambre que sentías. Tal vez fuera buena idea empezar a preocuparse por la cena.

Afortunadamente para ti, una vez de vuelta en el interior del castillo, no te costó demasiado encontrar uno de los comedores dispuestos en el palacio para atender a todos los invitados que tenían acogidos. Te sentaste en una de las bellas mesitas lacadas individuales que había allí dispuestas y esperaste a que la cena diera comienzo.

Los nobles samuráis que había a tu alrededor eran una mezcla de todos los clanes mayores. Había algún magistrado kitsuki, un pequeño grupo de doncellas de batalla Otaku, un fornido guerrero cangrejo junto a un cortesano Yasuki, un joven y hermoso bushi escorpión rodeado de doncellas de varios clanes, un león hablando con un grulla acerca de técnicas de Iai-jutsu mientras unas cortesanas de la grulla charlaban animadamente a su lado y un par de bushi del fénix escoltando a un viejo shugenja Isawa con aspecto de preferir su biblioteca llena de pergaminos antes que aquel refinado comedor.

Los sirvientes comenzaron a pasear por entre las mesas sirviendo bebidas y los entrantes, compuestos de verduras y algas aliñadas con una salsa de sabor delicado.

Y entonces, mientras los sirvientes atendían las mesas, llegaron a última hora dos personas con las que creías que no volverías a cruzarte en tu vida: Hyogo y Kyuzo, del clan de la tortuga. A nadie le pasó desapercibida su presencia, y pudiste comprobar que varias personas, grullas sobre todo, les dedicaban miradas ofendidas y susurros que probablemente no fueran agradables. Se sentaron en los primeros sitios libres que encontraron y, si te habían llegado a ver, no habían dado seña alguna de haberte reconocido.

La mujer sonrió complacida ante tal muestra de buenos modales.

 -Soy Miya Tanako, hija de Miya Tsuyoshi y Miya Kanae. Encantada, samurái-san.

La mujer hizo una ligera reverencia a modo de saludo.

 -Es tarde ya, no es frecuente encontrarse con alguien despierto a estas horas, mucho menos recorriendo los pasillos. Imagino que vuestro señor os tendrá trabajando hasta tarde, igual que a mí. Organizar tratados es lo único para lo que parecen haberme llamado aquí.

Aunque la conversación parecía totalmente casual, algo en la mirada de aquella mujer te decía que sabía la razón real por la que estabas allí.

La presentación resultó tremendamente fructífera. Había descubierto que también se encontraba allí acompañando a su maestro y que, lógicamente, al no haber crecido en unas circunstancias tan extrañas como las suyas, también había venido con otros compañeros. Debía ser agradable contar con el apoyo de algunos amigos.

Se quedó muy sorprendido cuando únicamente utilizó su nombre y un rubor leve, acentuado por el frío acudió a su blanquecino rostro. Era un miembro de su clan de más o menos su misma edad y aun así se había dirigido a él con respeto… pero a la vez con formalidad. De pronto sentía que se había aproximado con demasiada ligereza aunque el daidoji no pareciera muy molesto.

-Tal vez esta noche podáis librarme de alguna conversación aburrida… Kiyoshi-san.

Algo hizo que me pusiera alerta, no me gustaba la mirada de esa mujer, y, aunque no había hecho nada malo, bien es sabido que los rumores se extienden como la pimienta gaijin en la corte. Y los rumores no tienen nada de malo, salvo cuando uno es el objeto de ellos.

Así pues me puse a pensar a toda velocidad, tratando de buscar una media verdad que fuese suficiente para alejar la atención de esta samurái.

-Si, es cierto que todos los presentes a esta corte tenemos mucho trabajo, pero por suerte acabé mis tareas del día hace rato. Simplemente el sueño se me resiste, pensé que un poco de actividad física me ayudaría a conciliar mejor el sueño. Y la verdad es que no me arrepiento, el palacio tiene una belleza especial de noche, y es un cambio agradable que no haya demasiada gente moviéndose de aquí para allá sin parar. Hace que dar un pequeño paseo merezca la pena.

    Aquel giro de los acontecimientos resulto de lo más interesante al monje, la corte era un lugar distinguido y estar allí era un honor, pero para alguien de gustos sencillos con una vida ascética y dado más bien a recorrer el imperio que al uso de la diplomacia y la forja de alianzas, quizás no fuese el sitio más indicado. Pero entonces llegaron aquellos dos hombres, encontrar a Hyogo en aquel lugar no le extrañaba, la Tortuga sabía moverse muy bien por esos ambientes y pese a no ser siempre bien vista, el ostentar la protección del Trono Esmeralda la daba una posición ventajosa. Pero eso no le preocupaba tanto como ver a su guardaespaldas, el joven y apuesto Kyuzo, un escalofrío recorrió su espalda, si él estaba aquí quien velaba por Sachiko, es más, que haría ahora Duke si se enteraba de que ambos se encontraban aquí, por muy hábil que fuera se encontraba en territorio enemigo.

    Origumo deseaba acercarse a ambos, a diferencia de sus otros compañeros, el había logrado acabar en buenos términos con el joven Daymio, pero allí hasta las paredes tenían ojos y ya había tenido que correr muchos riesgos para que Duke no obtuviera más pistas del paradero de Sachiko como para ahora echarlo todo por la borda mostrando un trato cordial con aquellos dos a plena vista. Debía de idear la forma de captar su atención y hablar con ellos en un lugar más tranquilo, al menos con Kyuzo, si algo había cambiado con respecto a la situación de la joven debía de saberlo. Necesitaba un Tonbo, aquellos pequeños dragones sabían como lograr ser el centro de atención y además era afines a los de su clan, o quizás alguna otra estratagema, volvió a revisar a los asistentes más llamativos, especialmente a quienes se encontraban a su alcance mientras mantenía la calma comiendo lo justo para no levantar sospechas. De lo contrario debería de aprovecha a excusarse una vez la cena concluyera.

El joven volvió a ponerse algo tenso. Dos alternativas le venían a la mente al oírte decir aquello. Una implicaba tener habilidad para desenvolverse en un ambiente cortesano, cosa de la cual el joven Bushi tenía total y absoluta falta de conocimiento. La otra… Sólo de pensarlo el joven tragó saliva.

 -Se-será un honor el poder serviros, Hirachi-sama.

Mierda, le había temblado la voz… El joven se obligó a tranquilizarse, tratando de ocultar lo tenso que había comenzado a ponerse. Había oído rumores… Historias sobre lo que los nobles cortesanos con influencia podían conseguir en un ambiente como la corte de invierno. Y la escasa posibilidad de que tú estuvieras intentando volver alguno de esos rumores verdad… Le atraía más de lo que le habría gustado.

 -Si lo deseáis puedo escoltaros durante vuestro paseo. Después de todo, ese es el deber de la familia Daidoji.

La mujer te escudriñó como un Kitsuki observa algo sospechoso, pero finalmente acabó por relajar el gesto ya que tus palabras la habían convencido.

 -Os doy toda la razón. El palacio Seppun es una de las maravillas del imperio esmeralda, merece la pena contemplarlo como la obra de arte que es y no como una mera construcción habitable.

Tanako volvió a sonreírte.

 -Creo que habéis despertado mi interés por un pequeño paseo nocturno con vuestras palabras. Me sentiría honrada si decidierais acompañarme. No todos los días se acierta a conocer a un conversador tan inteligente y hábil con las palabras como vos, Shigeru-san.

El temblor de su voz hizo que advirtiera su tensión. O usar su nombre había sido demasiado atrevido… o había entendido algo extraño. Hizo una pequeña reverencia tan amablemente como fue capaz agradeciendo que su torpeza saliera en ese momento. Tal vez así el resto del día fluyera un poco mejor.

-Por favor, no os molestéis. Ya os he hecho perder suficiente tiempo y yo me encuentro mucho mejor. Regresaré a palacio a la espera de que la cena sea anunciada -se despidió- ¿Tal vez en otra ocasión?

Volviste a recorrer con la mirada el comedor en el que os encontrabais cenando y, al estar más atento en esta ocasión a los detalles, pudiste reconocer el colorido kimono de un joven cortesano de la familia Tonbo sentado al lado de un magistrado Kitsuki, con el cual mantenía una ligera conversación.

Si el Tonbo había venido por su cuenta o acompañando al magistrado, eso era algo que no podías saber. Lo que sí tenías claro era que un representante de la libélula no era algo demasiado frecuente en las cortes de invierno. Al fin y al cabo, los Kitsuki eran la familia más comunicativa del clan, con lo cual la labor de la familia Tonbo no era ni de lejos tan útil como con el resto de los Dragón. Sí, definitivamente averiguar el paradero de aquel hombre de la libélula una vez terminada la cena no sería demasiado difícil.

Hablando de cena, ¡cómo se notaba la calidad de la cocina del palacio Seppun! Estaba claro que la familia imperial deseaba mantener su reputación complaciendo a todos sus invitados. Lo poco que comiste de aquellos manjares deleitó tus papilas gustativas y reconfortó tu vacío estómago. A medida que los sirvientes iban retirando el plato del postre y sirviendo el té, varios de los invitados fueron excusándose y levantándose de las mesas, pidiendo que el té les fuera servido en sus aposentos. Entre ellos se encontraba tu viejo conocido de la tortuga, el cual se retiró junto a su guardaespaldas. Sin embargo, en esta ocasión Kyuzo te miró directamente a los ojos antes de retirarse junto a su señor. No identificaste ni odio ni rencor en aquellos ojos, por lo que era fácil imaginar que probablemente el gesto fuera más un saludo que otra cosa. Una manera de decirte que sabía que estabas ahí y que seguía considerándote más aliado que enemigo.

Por su parte, el Tonbo se quedó a tomar el té en el comedor para seguir la conversación con el Kitsuki. Un sirviente se acercó a ofrecerte té caliente y te preguntó si deseabas tomártelo allí o si preferías que te lo llevaran a tu habitación.

Se quedó un poco confundido. ¿Había dicho algo que no debía?

 -Claro. Si necesitáis algo de mí buscadme. Será un honor compartir mi tiempo con vos Hirachi-sama.

¡Qué complicada que era la corte! Con lo feliz que él era en su dojo, con sus compañeros y su sencilla relación de guerreros hermanados por el arte de la lucha…

Te miró alejarte y te hizo una respetuosa reverencia a modo de despedida, levantándose un poco más rápido de lo que era educado para poder mirarte un poco más mientras caminabas.