Partida Rol por web

El chillido y la reacción de Suge dejaron a Kotaro fuera de juego, sin saber cómo tomárselo. No pudo más que levantar una ceja, extrañado. – De dónde ha salido el rarito éste…

Por otro lado le reconfortó que a alguien manido en el “mundo del espectáculo” le haya dado el visto bueno a la primera a su apodo, aunque omitir su nombre no le hizo tanta gracia. ¿El público le reconocería si solamente le conocen como Byakko? Tendrá que esforzarse para que así sea.

Cuando le muestra el contenido del cajón de madera su sorpresa se hizo evidente por su expresión. Por algún motivo pensó que le harían luchar contra kabanes con las manos desnudas.

-- Esto… ¿Esto es lo que creo que es? – Al ver las motosierras miró a Suge con desconcierto, luego volvió la mirada a ese ingenio de la mecánica y en su rostro comenzó a dibujarse una sonrisa que anunciaba un sadismo desenfrenado. – Jodidos bastardos hijos de puta… ¿Qué clase de psicópatas sois? … Je… Me caéis bien, pedazos de mierda.

Apenas había visto un artilugio similar tiempo atrás en Kongoukaku, en el taller de algún carpintero o leñador. Si desechó la idea de usar una motosierra como arma fue por lo poco sigilosa que era… y lo “sucia” que podría ser, pero aquí eran justo esas cualidades las que debía tener un arma. Un buen instrumento para hacer un buen espectáculo, sin lugar a dudas.

No dejó pasar un segundo más para poner a su nuevo juguete favorito entre sus manos. -- ¿Cuánto voy a tener que esperar para poder usarlas? – Le pregunta a Suge sin apartar la mirada de las motosierras, mientras trata de encontrar la mejor manera con las que poder manejar dos a la vez.

Poco más tarde siguió rebuscando en el cajón, hasta que vio al kanabo. Lo miró extrañado y se dispuso a sacarlo de ahí, con tal de confirmar si había algo que no entendía. -- ¿Un puto palo…? ¿Teniendo todo esto quién coño va a querer un puto pal…? – Al hacer fuerza para sacarlo del cajón se dio cuenta de dónde estaba el “truco”. Con su casi inhumana fuerza podía sacar cualquier arma con una sola mano, pero el maldito kanabo pesaba como mil demonios, y además estaba revestido de acero. Terco como siempre ha sido, Kotaro lo agarra con ambas manos hasta conseguir sacarlo de su lugar de descanso. Junto a la inquietante sonrisa que ya mantenía, ahora se le sumaba una mirada de satisfacción.

Con esto podría partir los barrotes… – Piensa mientras le da un par de ligeros toquecitos a lo único que le separaba de la libertad. Sin embargo, a pesar de lo que muchos pudieran pensar, estaba lejos de querer marcharse de allí, al menos de momento.

Con fuerza deja caer la punta del kanabo hacia el suelo, usándolo de bastón no sin antes provocar una ligera sacudida en el suelo. – Las cajas de acero kabane, ¿son para mí o puedo destrozarlas? – Vuelve a preguntarle a Suge, esta vez refiriéndose a los kabane a los que se va a enfrentar. También quiso dejarle claro que el acero kabane sería para él o para nadie.

El resto del tiempo se lo pasó evaluando el resto de armas y equipándose las que creía que más iba a necesitar. Quería sobrevivir, pero también dar un buen espectáculo*… o más bien, dar rienda suelta a un sadismo que lleva demasiado tiempo encadenado.

¿Cuánto voy a tener que esperar para poder usarlas?

Tranquilo, tranquiiiiiilo- responde Suge levantando las manos - Todavía tienen que acabar los artistas que están ahora. Aunque no creo que duren mucho. Cometieron varios robos y asesinatos y el juez decidió enfrentarlos a Ferales - suspira - Y en cuanto a ti... bueno, de momento sales solo y tus oponentes serán los que decidan los organizadores.

Las cajas de acero kabane, ¿son para mí o puedo destrozarlas? 

Lo siento ricura, pero no se te permite quedártelos - mira a Kotaro a los ojos - ¡IIIIIIIIIH! ¡Pero pero pero no seré yo el que venga a quitártelos, te lo juro! Las jaulas siempre se las queda el que consigue apresar al crim... al artista. Que en tu caso es... - sus ojos se abren por la sorpresa - ¿¡Munetani Hirotsuna!? - vuelve a mirar a Kotaro - ¿Estás de broma? No, ya veo que no. Bueno, te dejo. Cuando se abra la puerta haz el favor de salir o los dos quedaremos mal ¡Mal! ¡MAL! ¿De acuerdo? - le lanza un beso y se despide haciendo un gesto con la mano - ¡Buena suerte, Byakko!...

En la soledad de su celda, Kotaro oye a la gente divirtiéndose con la matanza, los rugidos de los kabane y los gritos de los condenados. Cuando las bestias terminen su sucio trabajo será su turno de enfrentarse a ellas. Las motosierras son fáciles de manejar y están bien engrasadas. Las cadenas giran con fiereza cuando se pulsa el gatillo. Las katanas ceñidas al cinto y las pistolas colgadas de la mochila caldera. El kanabo encajado entre su espalda y la caldera de las pistolas. Para su sorpresa las garras de gato encajan con el motor de las sierras mecánicas. Kotaro no es el primero que ha pensado en combinarlas. Sólo podría ser mejor si le hubieran dejado un arnés de armas en las que colocar los yaris.

Kotaro está terminando de armarse cuando la puerta empieza a levantarse y desde fuera llega el sonido de la voz de Suge Kakkoin amplificada.

¡UAAAAAAAAAAAAAAAAU! ¡Menudo combate señores! ¡Nada más y nada menos que dos ferales muertos! ¡No está nada mal para unos principiantes! Es una pena que todos hayan muerto, pero si tienen suerte nuestro próximo gladiador les dará el eterno descanso. Se trata de un imparable guerrero e insaciable asesino. Nuestro ilustrísimo gobernador, Munetani Hirotsune-sama, perdió a innumerables hombres cuando lo apresó mientras intestaba asesinar a nuestro queridísimo y apuesto emperador. Créanme, señores. Cuando este gigante se lanza al combate no da ni pide cuartel. Su sed de sangre es tan salvaje que incluso los monstruosos kabane le temen ¡DISFRUTEN CON EL SANGRIENTO ESPECTÁCULO DE BYAKKO, EL TIGRE BLANCO!

Kotaro sale a la arena aclamado por unos y abucheado por otros. La zona de lucha es una pequeña plaza circular en cuyo centro hay una pequeña plataforma de madera en la que un kabane desnudo y con afiladas garras en vez de uñas está saciando su sed de sangre con el cadáver del último condenado superviviente. Los otros cuatro condenados, ya convertidos en kabane, caminan entre las columnas de piedra equipadas con argollas para atar a los condenados más desafortunados. Dispersas por el suelo están las armas con las que los anteriores luchadores intentaron defenderse, algunas de ellas clavadas en el corazón de los cuatro kabane muertos que yacen en el suelo.

Al levantar la vista Kotaro puede ver las gradas del público a varios metros de altura, tras un pequeño muro de piedra. Varios soldados apuntan hacia abajo con sus rifles por si acaso a Kotaro se le ocurriera disparar contra el público. En el palco de honor se encuentran Munetani y su muñeca blanca observándole...

Apenas Suge estaba empezando a presentarle ya se podía oír el rugir de las motosierras desde la zona de prisioneros. – Más fácil de lo que pensaba… Vais a conseguir ponérmela dura, pequeñas bastardas. – Poco le faltó para no dar un buen beso a cada una de sus motosierras.

En cuanto entró a la arena no prestó a los kabane más atención de la mínima imprescindible. Le llamaba mucho más la atención el público, con tantas personas pendiente de él. -- ¿Esto es lo que siente un noble? Qué coño, solamente el emperador tiene a tanta gente pendiente de él. ¡¡JA!! Aclamadme. ¡¡ACLAMADME MÁS FUERTE, HIJOS DE PUTA!! – Con una sonrisa triunfal alza los brazos junto a sus dos motosierras, apretando a fondo los gatillos. El estruendo de los motores no solo era su nueva seña de identidad, sino también una manera de alimentar el furor del público y, de paso, llamar la atención de los kabane.

¡¡VAMOS, VENID A MÍ Y DÉMOSLES LO QUE TANTO QUIEREN VER!! – Cualquiera podría apreciar que la expresión de satisfacción de Kotaro distaba mucho de la que le correspondería a un condenado a morir entre kabanes.

Al oír los ruidos de las motosierras los kabane empiezan a tambalearse hacia Kotaro tendiendo los brazos hacia él y gimiendo de hambre. Sin embargo el Feral es mucho más rápido que ellos y llega corriendo hasta Kotaro, quien le espera con sus armas preparadas. El motor de la primera sierra mecánica lanza un rugido cuando la cadena entra por el hombro izquierdo del monstruo y sale por el lado derecho del abdomen junto con una explosión de sangre, hueso triturado y vísceras desgarradas. La segunda termina el trabajo cortando al kabane en dos a la altura de las caderas. La rociada de sangre tiñe a Kotaro de rojo mientras el público grita enfervorecido ante el macabro espectáculo.

En la plataforma de madera el cadáver del que se estaba alimentando el Feral se levanta con un brillo hambriento en su mirada roja para unirse a los otros engendros. Sin embargo Kotaro está seguro de haber eliminado al más peligroso de ellos. La única ventaja que le queda a sus enemigos es la del número...

Jamás se habría imaginado el destrozo real que pudieran provocar unas motosierras sobre la carne, incluso si se trataba de carne algo seca y endurecida de kabane. Sin poder evitarlo, su mente se recreó imaginando a sus enemigos sufriendo el mismo destino y a manos de él; de hecho, ese feral bien podía considerarse un secuaz de Munetani.

¡¡ JAJAJAJAJAJA !! – Con la fuerza de su corpulenta caja torácica soltó una maníaca risa tan sonora que bien podría haberse escuchado en toda la grada. El baño de sangre, carne y trozos de vísceras; el contraste del sonido del metal serrando huesos y tejidos blandos acompañaban a un espectáculo que prometía ser de una brutalidad difícilmente comparable.

Con su primera víctima irreconocible y desparramada por el suelo y paredes, observa al kabane que tenía justo enfrente y que comenzaba a dar signos de movimiento. Una sonrisa que confirmaba el amor por la violencia, el olor a muerte que inundaba la arena y tan empapado en sangre como estaba, más que un tigre blanco parecía un oni rojo.

¡¡ RAAAAARGH !! – Corriendo a toda velocidad, embiste al kabane de la plataforma como si se tratara de un toro embravecido y sus motosierras fueran sus astas*, arrastrándolo con todas sus fuerzas hasta que la pared de la arena no le deja avanzar más.

Ensartando al kabane a través del costillar y del hombro derecho Kotaro levanta en vilo al engendro y corre con él hasta estrellarlo contra la reja metálica del otro extremo de la arena, dejando tras de sí un rastro de sangre y carne destrozada. El brillo rojizo de los ojos del monstruo se apaga cuando cae al suelo partido en tres pedazos irregulares. Los otros kabane siguien persiguiendo a Kotaro lenta pero implacablemente hasta que de pronto dos de ellos que estaban más cerca se lanzan a una enloquecida carrera hasta llegar al peliblanco. El más rápido casi choca con una columna en su empeño por llegar hasta él por lo que sólo puede intentar agarrarlo (1). El segundo en llegar intenta morderle directamente (2)...

Al escuchar los pasos y gruñidos de los kabane demasiado cerca de él, se da la vuelta de manera agresiva, muy molesto porque no le han dejado terminar de jugar con el segundo kabane tanto como le habría gustado.

Entonces sabéis correr… -- piensa, dándose cuenta de que no iba a ser tan fácil como creía – Mejor, así no tendré que ir a por vosotros; montón de carne podrida.

Durante una fracción de segundo aprieta el gatillo de las motosierras al máximo mientras no están cortando nada; con la propia inercia que provee el motor, limpia las cadenas de gran parte de la sangre y trozos de vísceras que entorpecían sus dientes.

Aprovechando que está entre columnas, se defiende entre ellas para evitar que su inferioridad numérica sea demasiado desventajosa.

Kotaro mueve sus motosierras intentando poner un escudo de afiladas cadenas móviles entre él y los kabane. Sin embargo el choque del primero contra la columna le hace salir rebotado hacia el segundo. El choque termina con este último tirado en el suelo y lejos del alcance de las sierras mecánicas...

Jij… -- ríe al ver la torpeza de los kabane al chocar entre sí.

Sin darles la oportunidad de volver a ser una amenaza, al kabane en el suelo le da un pisotón con todas sus fuerzas* para evitar que pueda volver a levantarse, manteniendo sobre él gran parte de sus más de 100 kilos de peso.

Al otro kabane le da algo que sacie sus ganas de morder: unas cuchillas de motosierra girando a toda velocidad**.

¡Byakko está acorralado! - grita Suge por el altavoz - ¿Será éste su final o se defenderá como el proverbial gato panza arriba?

¡Arrancadle la cabeza! - gritan algunos entre la multitud - ¡A por ellos Byakko! - gritan otros. Todos los ojos de las gradas están fijos en él tan sedientos de sangre como el propio Kotaro.

Pero él no tiene tiempo para escuchar a la multitud coreando su nombre. El brutal pisotón rompe la columna del kabane derribado dejando sus piernas inmovilizadas, mientras que con la motosierra de su izquierda abre un grotesco desgarrón en la mejilla del otro kabane, que retrocede escupiendo sangre y dientes por la herida. En ese momento llega uno de los kabane rezagados que intenta agarrar a Kotaro pero al pisar al engendro caído tropieza y cae también al suelo. El último kabane rodea la columna e intenta agarrar a Kotaro...

Kotaro levanta su motosierra por instinto para defenderse del kabane que intenta agarrarlo destrozándole ambos brazos hasta el codo. El engendro retrocede rociando los alrededores con sangre infectada.

¡UUUUUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAOOOOOOOOOOOOOOOOH! - aúlla Suge desde las gradas - ¡ESO HA TENIDO QUE DOLER! - El público grita enfervorecido.

¡Byakko eres el mejor! - grita alguien.

¡Hazlos pedazos!

¡Hoy os toca pasar hambre, monstruos!

El paso lateral que da Kotaro para protegerse le pone lejos del alcance del kabane con la columna rota que gime de frustración cuando sus manos le rozan los tobillos al peliblanco. El último kabane no consigue sortear la columna que lo separa de su supuesta víctima y lo único que consigue es dejar una uña clavada en la gabardina roja...

Más que consciente de que estaba teniendo que evadir demasiados ataques en un lapso de tiempo muy corto, su siguiente paso iba a ser salir de ese problema… “a su manera”.

Podría correr hacia su derecha, por donde no había ningún kabane, y acabar con sus perseguidores utilizando las pistolas de vapor aprovechando que es más rápido. Sin embargo necesitaba desquitarse un poco de todas sus frustraciones desde que dejó Kongoukaku, y estos pobres kabane le iban a ayudar.

A modo de “venganza” contra el kabane que más cerca estuvo de ponerle en un aprieto, gira hacia su izquierda y placa con toda su corpulencia al kabane que pagó con sus brazos el intento de agarrarle.

Con las dos motosierras entre ambos cuerpos*, su embestida no se detiene ni siquiera cuando la espalda del kabane choca contra la pared. En su lugar aprovecha la forma circular del recinto para continuar su embestida con toda la potencia que su musculatura le permite.

El motor de ambas motosierras vuelve a rugir, y la pared sobre la que se desliza el muerto viviente se impregna del líquido carmesí que cabría esperar. Junto a ello, el chirriar de los metálicos dientes a toda velocidad contra la roca, unido al rastro de chispas que deja tras su paso, no hacen más que añadir dramatismo a la escena.

¡¡ JAJAJAJA !! – ríe sádicamente satisfecho, consciente de su “arte”, contemplado por tantas personas.

No es hasta que su piernas comienzan a quejarse el momento en que despega con brío el cuerpo de la pared y lo lanza con furia hacia el centro del reciento**, haciendo a todos testigo del precio a pagar por enfrentarse a él.

Henchido de los vítores provenientes de las gradas, alza de nuevo sus motosierras a toda potencia, llamando a los kabane restantes -- ¡¡ MÁS !! ¡¡ QUIERO MÁS !! ¡¡ DEVORARÉ A TODOS LOS KABANE… Y A LOS ENEMIGOS DE HINOMOTO !! –.Tras su reclamo patriótico*** dirige unos segundos la mirada a Munetani de manera depredatoria, para acabar volviendo a centrarse en el combate.

El público vitorea a Kotaro mientras éste levanta al kabane de su lado ensartado en las motosierras y lo lleva rodeando la arena hasta lanzarlo contra la plataforma central que acaba salpicada de sangre y pedazos de carne destrozada.

¡¡ MÁS !! ¡¡ QUIERO MÁS !! ¡¡ DEVORARÉ A TODOS LOS KABANE… Y A LOS ENEMIGOS DE HINOMOTO !!

El tiempo que Kotaro tarda en decir estas palabras es aprovechado por otro de los engendros para llegar hasta donde está e intentar lanzarle una dentellada, pero sólo consigue rociar a Kotaro con su saliva sanguinolenta. El kabane de las piernas inútiles empieza a arrastrarse penosamente hacia el peliblanco, siendo sobrepasado por otro monstruo que ni se molesta en mirarlo...

Kotaro aprovecha que tenía las motosierras en alto a todo gas, reclamando la atención del público, para bajarlas con todas sus fuerzas hacia abajo, buscando triturar la cabeza del siguiente kabane que se le había acercado y que las cuchillas siguieran hacia abajo, intentando dividir el tronco de la criatura en dos.

La bravura de Kotaro enardece al público, que lo vitorea enfebrecido mientras éste se afana con las motosierras hasta partir al kabane en dos mitades que caen al suelo en un revoltijo de sangre y vísceras desgarradas. Sin embargo la mitad en la que ha quedado el corazón permanece "activa" y la mano se agita en el aire intentando agarrar a Kotaro.

Con un breve estallido de velocidad el último kabane entero se abalanza sobre Kotaro intentando morderlo con saña.

¡OOOOOH! - grita Suge entre los alaridos del público - ¡ESOS MONSTRUOS NO SE RINDEN! ¡NO LO HAGAS TÚ TAMPOCO, BYAKKO!...

Pudiendo prever la trayectoria del ataque del siguiente kabane, se defiende de éste aprovechando su propia inercia, multiplicando así el poder destructor de su motosierra izquierda.

Podría haber sido más cuidadoso haciendo un corte más limpio y fácil, pero el público quiere espectáculo… y el propio Kotaro también. Sesga a su nueva víctima en dos, pero no a la altura del cuello. Ordenadamente se escucha el chapoteo del charco de sangre bajo sus pies en cuanto cae un brazo, para poco después escuchar el caer de la parte superior del torso del pobre kabane junto a su brazo restante.

El cuerpo del monstruo seguía en pie, pero sin brazos ni la parte superior del pecho. Una fuente carmesí brotó a toda presión del cuerpo del monstruo, dando un aire todavía más infernal a la ya de por sí sádica escena. Kotaro y aquellos con una buena vista en las gradas también pudieron apreciar el movimiento del corazón latiendo desesperadamente por bombear una sangre que nunca llegaría ya a su destino.

Y como la encarnación de un ser de otro mundo que se alimenta de la guerra y la violencia, no pierde el tiempo en dar caza a su siguiente víctima.

Kotaro suelta el gatillo de su motosierra izquierda y se arma con la tekagi-shuko que estaba encajada a ésta. Debido a que el siguiente kabane apenas podía arrastrarse para perseguirle, aprovecha que le da la espalda para ensartar en ella las garras de su nuevo arma.

La fuerte presión del golpe hace saltar hacia los lados la fina capa de sangre encharcada sobre la que se estaba arrastrando el ser ceniciento.

Vamos a un lugar desde el que nos vean mejor… -- le susurra, como si pudiera entenderle.

Ensartada en el tekagi-shuko, levanta a la criatura del suelo, a pulso, y se la lleva junto a él justo al centro de la plataforma de madera. Se recrea, dando una lenta vuelta de trescientos sesenta grados sobre sí mismo, mostrando al público que él, Kotaro… o Byakko, es el cazador definitivo de las criaturas que tanto les atemorizan.

Sin hacerse esperar más, aprieta a fondo el gatillo de su motosierra derecha y pone a prueba una vez más su mortífera y sangrienta eficacia. El público observa claramente cómo de izquierda a derecha la mitad del cuerpo del kabane se separa de su otra mitad, haciendo que cuelguen pulmones y asome tímidamente el brillo metálico de la preciada caja cardíaca.

Liberada la tensión que tanto peso ejercía en su brazo izquierdo, ahora solamente tiene que mantener en el aire una parte del torso y la cabeza de la criatura. Su brazo derecho da descanso a la motosierra, soltando el gatillo, para equiparse también con su respectiva tekagi-shuko.

Con la brutalidad que ya le caracteriza, ensarta su tekagi-shuko derecha por la parte inferior de lo que queda del kabane, aprovechando el acceso directo que ahora tenía hacia su corazón. Y con la misma brutalidad, aprovecha que alguna hoja se ha colado dentro de la caja de acero para arrancar el corazón del lugar al que ya no pertenece*.

Suelta con desprecio el ya inanimado cadáver y alza victorioso su brazo derecho, mostrando a todos la caja de acero y el órgano que contiene, con macabras venas y arterias colgando de él.

¡¡¡ GLORIA… A… HINOMOTOOOOOO !!! – Grita como el cabecilla que acaba de ganar una batalla decisiva. Su expresión es de clara satisfacción, sonriendo totalmente empapado de sangre mientras le vitorean desde las gradas, unos vítores que son premiados con el trofeo que acababa de desgarrar: con un rápido gesto lanza desde su tekagi-shuko el acero kabane hacia el público.

El chapotear en sangre de los otros kabane que seguían “vivos” le recordó que todavía no había terminado su trabajo. Rápidamente se dirige hacia ellos y, sin dudarlo dos veces, repite la misma operación: hunde sus tekagi-shuko en las horrendas heridas abiertas que dan acceso a las cajas metálicas, sacándolas sin ninguna clase de delicadeza del cuerpo que las abrigaba.

De nuevo vuelve al centro de la plataforma, borracho de ser el centro de atención de tanta gente. -- ¡¡¿LAS QUERÉIS?!! – grita al público, dando por sentada su respuesta – PUES GRITAD CONMIGO – se gira hacia Munetani, a quien ahora mira fijamente con una sonrisa maliciosa -- ¡¡¡ MUERTE A LOS ENEMIGOS DE HINOMOTO !!!**

Acto seguido se cruza de brazos para abrirlos rápidamente y con brío, lanzando ambas cajas cardíacas al público, a ambos lados de las gradas, mientras no aparta la mirada del gobernador. – Te has equivocado metiéndome aquí, bastardo hijo de perra…

Su maliciosa sonrisa se abre ampliamente, por un lado al amenazar sibilinamente a Munetani y hacer que el público se sumara inconscientemente a él, pero también por despreciarle al dar a los espectadores algo que se supone le pertenece a él. Sin embargo, lo que más satisfacción le causó fue demostrarle que tal vez habría logrado meterle en el infierno, pero era un infierno en el que se sentía el rey.

¡MUERTE A LOS ENEMIGOS DE HINOMOTO! - corea el público. Sin embargo se hace el silencio cuando a una señal de Munetani todos los guardias apuntan sus rifles hacia Kotaro. El anciano noble baja del palco hasta la escalerilla aplaudiendo con cinismo.

No está nada mal para un terrorista y asesino como tú - dice con tono tranquilo - Realmente mereces todos los esfuerzos que Die Kriegshunde está haciendo por recuperar a uno de sus valiosos miembros, y que costó la vida del infame Henrik Wolff - susurros asombrados - Así es. Henrik Wolff se infiltró en la Kokuryujou acompañado de Christina Kobayakawa para intentar rescatarle mientras lo transportábamos aquí para hacer justicia. Eso es lo que representan personas como Byakko: la imposición de unos valores extranjeros antinaturales por encima de todo lo que en este gran imperio consideramos como el orden natural de las cosas.

El público estalla en un griterío de abucheos y maldiciones. Algunos llegan a tirar los restos de lo que estaban comiendo mientras maldicen a Kotaro y a Die Kriegshunde. Poco a se empieza a escuchar un nombre que va ganando en fuerza hasta que todos lo gritan al unísono.

¡KÍRAMI! ¡KÍRAMI! ¡KÍRAMI! ¡KÍRAMI! 

¿Oyes eso, Byakko? - grita Munetani satisfecho - Querías matar al emperador y a todos los que le servimos. No lo conseguiste pero ¡EN SU LUGAR LUCHARÁS CONTRA UNA REINA! ¡QUE ENTREN KÍRAMI Y SU CORTE!

¡LA REINA DE LOS MUERTOS VIVIENTES! - anuncia Suge - ¡ESTA VEZ LAS COSAS NO SERÁN TAN FÁCILES PARA BYAKKO! ¡ESTAMOS A PUNTO DE PRESENCIAR UNA NUEVA MASACRE! ¡ANIMAD A LOS LUCHADORES!

La reja de la arena empieza a abrirse mientras Kotaro recoge sus motosierras y vuelve a encajarlas en las garras de gato. Tres figuras emergen de la oscuridad. La primera es una mujer kabane vestida con los restos de un kimono y que porta en las manos una larga afilada naginata. Le siguen otros dos kabane igualmente vestidos con kimonos destrozados y que blanden sendas katanas. El trío de muertos vivientes pasa por encima de los restos despedazados de la primera víctima de Kotaro y fijan en él su mirada hambrienta.

¡KÍRAMIIIIIIIIIIIIIII! - grita la kabane...

Se podía apreciar fácilmente cómo la expresión de satisfacción de Kotaro cambiaba rápidamente a una de rabia y odio en cuanto escuchó la difamación de Munetani hacia Henrik – Sucio bastardo… Solamente tienes el valor de decirlo estando protegido por tus perros...

Los posteriores abucheos y otros desprecios del público alimentaron todavía más su ira. – Panda de inútiles… Os tienen que abrir los ojos con ganchos para que veáis de una maldita vez la puta realidad. ¿El orden natural de Hinomoto es servir a un puñado de langostas que nos quieren mantener encadenados? ¿Aplaudís eso? Estúpidos inútiles…

Ésta era la primera vez que Kotaro sentiría qué tan estúpidas pueden ser las masas al dejarse llevar por burdos cantos de sirena. Si por él fuese bien podrían quedarse lamiendo con tanta pasión sus cadenas, pues al fin y al cabo no le gustaba tener nada que ver con personas débiles; sin embargo les necesitaba, pues si ellos eran la comida de la nobleza, arrebatársela mataría de inanición a sus verdaderos enemigos.

La presentación de su nuevo rival como “reina” le dejó claro que iban a poner toda la carne en el asador; parecía que el viejo cabrón ahora sí que le quería muerto. -- ¿Tanto te he jodido con lo de antes? Jejeje…

Kotaro se esperó alguna monstruosidad como el fundido que casi le arrojó a la muerte aquella vez, pero en su lugar apareció una “joven” pálida que le recordó a Nami. – Qué coño… ¿Otra monstruita? – Volvió la mirada hacia las gradas, concretamente hacia Nami, y estando algo desconcertado la volvió de nuevo hacia Kírami.

¿Una kabaneri? – Tragando saliva con un poco de dificultad, comenzó a ralentizar su respiración a propósito para evitar hiperventilar. Era consciente de que la otra vez venció a Nami porque sabía que le necesitaban vivo, pero esta vez era muy diferente, y además la “reina kabane” iba acompañada de otros dos que parecían saber empuñar un arma.

Hijos de puta… Habría preferido varios fundidos en vez de esta mierda. -- piensa, no poco preocupado.

Para bien o para mal, se vio obligado a tener que poner él también tenía toda la carne en el asador. Éste parecía que iba a ser el combate más duro que ha tenido en su vida, por lo que si acababa cayendo, quería intentar dejar al menos algo de huella.

Apretando los gatillos de ambas motosierras al máximo, hace rugir sus motores a toda potencia para ensordecer el griterío de la grada y llamar su atención. Alza los brazos y, con la adrenalina tomando cada vez más protagonismo en su organismo, calla sus armas y da una breve arenga propia de una batalla decisiva.

¡¡ HINOMOTO SOMOS – recalca, queriendo anular el calificativo de “extranjero” que le dio Munetani -- SUS GENTES Y NO NINGUNA CLASE NOBLE !!

¡¡ NO LES DEBEMOS NADA, PERO ELLOS NOS LO DEBEN TODO !!

¿TENÉIS MIEDO DE LAS REPRESALIAS? ¡¡ PUES SED HOY TESTIGOS DE CÓMO ALGUIEN QUE SE NIEGA A SOMETERSE PUEDE ACABAR HASTA CON SU REINA KABANE !!

En cuanto observa que sus nuevos contrincantes comienzan a dirigirse hacia él y que el combate es inminente, da un paso al frente junto a un último grito de batalla -- ¡¡¡¡ NO SOMOS LOS SIRVIENTES DE NADIE !!!!*

Ya sea por las palabras de Kotaro o por la emoción de la nueva lucha el griterío del público enmudece cuando los kabane empiezan a moverse. Aunque estos tres nuevos engendros son mucho más ágiles y rápidos sigue resultando casi doloroso verlos correr con esa forma espasmódica que hace parecer que están luchando contra sus propios cuerpos. Sostienen sus armas con demasiada rigidez, lo que para un luchador experto hace muy fácil desarmarlos (1). Su mirada hambrienta es la misma que la del kabane común. Incluso Kírami, que sigue gritando su nombre mientras avanza hacia Kotaro, no más que una bestia movida por el instinto.

La diferencia más aterradora resulta evidente cuando los dos "guardianes" de Kírami corren hacia los lados de la plataforma para rodearlo mientras ella se acerca por el frente...