Partida Rol por web

¡¡PERO QUÉ COÑO…!! – No sólo no había destruido a ninguno de ambos kabane, sino que para colmo la caldera de sus pistolas estaba defectuosa, apenas resistiendo la presión de un par de disparos hasta que comenzó a liberar todo su vapor. -- ¡Cómo si no fuera ya difícil este jodido combate! ¿Tanto quiere asegurarse el puto viejo que hasta me sabotea las jodidas armas?

Sin perder más tiempo se enfunda las inutilizadas pistolas mientras corre hacia atrás. Durante el trayecto, ver a las dos moles en el centro de la arena le hizo preguntarse qué pasaría si se estorbasen entre ellas. Para salir de dudas, se posicionó justo detrás de la columna que hacía que el fundido que estaba devorando el cadáver de Lilly fuera un obstáculo para el que le estaba persiguiendo.

Una vez en su nuevo “escondite”, vuelve a agarrar sus dos motosierras y las prepara para una lucha cuerpo a cuerpo que no se hará esperar.

¡BUUUUUUUUUUUUUUH! ¡El tigre se ha quedado en gatito!

¡Ya te cansarás, asesino!

¡Menudo asco de "libertador"! ¡JAJAJAJA!

¡Coméoslo de una vez, monstruos!

Shiori interrumpe las burlas del público dejándose caer con un grito de batalla sobre el kabane más cercano. La hoja de su naginata le atraviesa el pecho de lado a lado con pasmosa facilidad.

¡Basura! - se burla mientras lo aparta a un lado. Sin embargo sus gritos atraen la atención del gigante que estaba persiguiendo a Kotaro. El engendro carga contra la chica levantando sus cuatro brazos y descargándolos con toda su fuerza. Ella levanta su naginata en lo que parece un fútil intento de detener el brutal ataque. Cuando los brazos de la bestia tocan el arma se produce un breve y pequeño destello de luz blanca y el ataque es rechazado con tal fuerza que el engendro acaba tumbado de espaldas. El otro kabane que acechaba a Shiori aprovecha para atacar a su vez, pero ella hace girar su naginata y golpea al monstruo con la contera en el abdomen. Se produce un nuevo estallido de luz blanca y el kabane sale volando hasta acabar estrellándose contra la pared al otro lado de la arena.

Mientras Yuuma y el otro kabane empiezan a tambalearse en dirección a Kotaro y Shiori el Fundido que estaba devorando a Lilly arroja los restos del destrozado cadáver contra Kotaro (1).

¡Esto es muy divertido! - aúlla Shiori. Apenas pronuncia estas palabras el Fundido al que había derribado empieza a arder furiosamente, llenando el aire con el hedor de la carne podrida y quemada...

A Kotaro le bastó ver la mirada que le dirigió el fundido que estaba devorando a Lilly para darse cuenta de que estaba tramando algo contra él. Y, efectivamente, no le tomó desprevenido que lanzara con brutalidad los restos del cadáver de la pobre esclava: con pericia y agilidad hizo un amago de salir de su escondite, para acabar retrocediendo repentinamente mientras bajaba ligeramente el torso, esquivando el improvisado y macabro proyectil.

Volvía a ser su “turno”, pero dada la situación, en un principio no supo muy bien qué hacer: la flacucha de Shiori no parecía necesitar ayuda (y si la necesitara le iba a dar lo mismo), y que los kabane a su alrededor ardieran y salieran despedidos con mayor brutalidad que los lanzamientos de los fundidos, hasta al más inconsciente le podía dar a entender que era mejor permanecer alejado de ella.

Por otro lado, los kabane que había intentado eliminar en un principio seguían demasiado “vivos”, a pesar incluso de haber servido como arma arrojadiza de un fundido.

Kotaro recordó a Kírami, y la explicación que le dio Lilly sobre ese “apodo” que tanto gritaba su hermana. Si algunos kabane todavía mantenían cierta consciencia humana, ése podría ser también el caso de Yuuma.

Si tengo que morir aquí, al menos evitaré que alguien como Yuuma sufra un destino que no merece. – Con una repentina piedad que había dejado atrás hace tiempo, Kotaro decidió su siguiente movimiento: como un toro embravecido corre a toda velocidad hacia la kabane, embistiéndola con ambas motosierras hasta llegar a la pared, momento en que se asegura de que el alma de la cocinera ya no estará presa dentro de un cuerpo maldito.

Ojalá tengas más suerte en la próxima vida. – Se despide de ella, justo antes de volver su atención al resto de la arena.

Las motosierras trazan un aspa sobre el cuerpo de Yuuma, entrando por un hombro y una cadera y cortándola en tres pedazos que se desparraman de forma sangrienta por la arena

¡EL TIGRE CONTRAATACA! - Anima Suge

¡A tu espalda, estúpido! - grita otro

El aviso permite a Kotaro girarse a tiempo para ver cómo el kabane que había sido rechazado por Shiori ahora se lanza en su persecución intentando agarrarle, pero sólo consigue dar torpes manotazos en el aire. Pero Kotaro no tiene mucho tiempo para sentir alivio ante la torpeza de su adversario: el Fundido que le lanzó los restos de Lilly embiste la columna tras la que se ha refugiado el peliblanco. Aparecen varias grietas a lo largo de la columna y alrededor capitel en el techo. Difícilmente aguantará muchos golpes así.

En el otro lado de la arena el Fundido en llamas se levanta rugiendo para intentar aplastar a Shiori con un golpe de sus enormes puños.

¡Prueba otra vez, estúpido engendro! - Su arma lanza un destello blanco cuando se interpone en el golpe. La fuerza psíquica de la mujer golpea con más fuerza que antes haciendo que el monstruo gire sobre sí mismo y acabe tumbado boca abajo.

El último de los kabane se abalanza sobre Kotaro chasqueando las mandíbulas...

Rodeado de kabanes Kotaro se sintió, de nuevo, demasiado cerca de la muerte. Pero esta vez la muerte se hacía demasiado palpable y evidente, rodeado de monstruos kabane por todos lados, y una columna que amenazaba con quebrarse y dejarle sepultado en escombros.

Una vocecilla en su interior, muy similar a la de un niño, parecía gritar entre sollozos “No… No quiero morir aquí… ¡No quiero morir!”.

Durante apenas una fracción de segundo vino a la memoria de Kotaro un recuerdo que creía olvidado: un jovencísimo niño peliblanco en un estado lamentable, lleno de mugre y lágrimas, mirando su reflejo sobre un charco de agua sucia en los suburbios de Kongoukaku. Su expresión tomaba poco a poco una dureza y seriedad que ningún niño debería tener.

Si bien ese recuerdo de por sí podría no significar nada, Kotaro se dio cuenta de que fue precisamente ese momento el que marcó un antes y un después en su vida. Fue justo ese momento el que forjó un alma que todavía era maleable. Fue ahí cuando decidió que no dejaría que el mundo le devorara y que, en todo caso, si tenía que elegir, él sería el depredador.

Con unas ganas renovadas de vivir y desafiar al mismísimo destino, sin ápice de titubeo abrió sus brazos, apretando los gatillos hasta poner las revoluciones de las motosierras a máxima potencia.

Y como si fuera una potente hayajiro, se hace su camino con firmeza por entre los dos kabanes que tenía a su lado, separando a la vez sendas cabezas de sus cuerpos. – Unas estúpidas marionetas de carne no me pararán…

En cuanto se puso justo al otro lado de los cuerpos kabane, con sus cuellos escupiendo sangre a presión como si de dos macabras fuentes se trataran, Kotaro no pudo contener la adrenalina que volvía a dominar su cuerpo. -- ¡¡SI ESTO ES LO MEJOR QUE PODÉIS HACER NUNCA PODRÉIS ACABAR CONMIGO!! ¡¡SOLO O ACOMPAÑADO, CADA DÍA ESTOY MÁS CERCA DE ARRANCAROS LA VIDA, ESCORIA!! – Grita mirando hacia arriba, aprovechando que el palco de Munetani estaba tan cerca de él.

Con una renovada sonrisa burlona, dirigió la mirada al fundido que le tenía en el punto de mira. Pensó que, si destruyera del todo esa columna, podría hacer que cayeran los suficientes escombros encima del monstruo como para darle una oportunidad; tal vez incluso podría crear una vía de escape… o un camino directo al cuello de Munetani.

Queriendo provocar al monstruo, aprieta los gatillos rítmicamente y escupe a la mole, probando su suerte por si pudiera volver a funcionar la misma “hazaña” que utilizó con el primer fundido que “conoció”.

La potente cadena de la motosierra destroza la mandíbula del kabane cuando Kotaro interpone su arma entre el monstruo y él. Después sólo tiene que empujar la motosierra para dejar al monstruo sin cabeza desde la boca hacia arriba. Con el mismo impulso sigue girando y decapita al otro kabane que le estaba persiguiendo. Al levantar la vista Kotaro ve a Munetani y a Nami abandonando la arena tras un sirviente. Si el anciano ha oído algo de lo que ha dicho Kotaro lo está ignorando por completo.

¡ASÍ SE HABLA, GATITO! - aplaude Shiori. El Fundido que la estaba atacando cae al suelo con todo su cuerpo convertido en carbón humeante. Con un gesto de su mano hace subir la reja de los kabane dejándola abierta y bloqueada. El público estalla en sonoros vítores mientras se empiezan a escuchar los rugidos de los monstruos procedentes del túnel.

El Fundido sigue a Kotaro, pero al no poder llegar hasta él a causa de la columna agarra el cuerpo decapitado de uno de los kabane y se dispone a usarlo como garrote...

¡VEN AQUÍ, IMBÉCIL! - cuando Kotaro empieza a correr hacia el túnel una fuerza lo levanta en vilo y lo arrastra hasta el otro extremo de la arena. El Fundido ruge y empieza a girase hacia él cuando su cuerpo explota en llamas.

No me esperaba que quisieras morir como una rata en la oscuridad - se burla Shiori, sudando por el esfuerzo - Tal vez no me sirvas siquiera como semental ¡Qué decepción!...

Desgraciada… ¿Se te ocurre algo más para ponérmelo más difícil todavía? – Como era de esperar, la apertura telequinética de lo único que separaba la arena del resto de kabanes no sentó especialmente bien al gladiador, más todavía si tenía a escasos metros a un fundido que amenazaba con aplastarle con un cuerpo kabane que acababa de agarrar.

A pesar de su extensa experiencia lidiando con situaciones de gran dificultad y en absoluta desventaja, no podía encontrar ninguna salida a esta situación que le garantizara un mínimo de supervivencia: si una gran cantidad de kabanes entraban a la arena, se podía dar por muerto pues antes o después le rodearían. La única solución sería pararlos en la misma puerta, aprovechándose de que el pasillo de salida a la arena evitaría la desventaja de la inferioridad numérica. Y a pesar de lo límite de la situación, lo que se le presentaba era algo mucho más complejo.

La estrategia de retener y eliminar kabanes uno a uno (o de dos en dos e incluso tres) antes de que entraran en la arena sería un esfuerzo fútil. El fundido que insistía con alcanzarle no iba a dejarle defender la entrada a la arena. Y si todo este cúmulo de dificultades no fuera suficiente, tenía a lo lejos a una bruja que era capaz de mover objetos con la mente y prender cuerpos con el mero pensamiento… y que dista mucho de ser considerada una aliada.

La ausencia de cualquier rastro que le permitiera escapar de una muerte que se acercaba más firme que nunca, le hizo tomar la única decisión que se podía esperar de un matón sanguinario, orgulloso y con una perseverancia casi inhumana. Si no podía huir hacia atrás, huiría hacia delante.

¡¡JAJA!! NO VOY A MORIR AQUÍ, ¿ME OÍS? ¡¡NO VOY A MORIR!! – grita casi enloquecido hacia las gradas, dirigiéndose burlonamente al público que le abuchea y le desea la muerte.

Enterrando su instinto de supervivencia más esencial, deja que sea la furia, el odio y, probablemente, la sed de sangre, lo que se encargue de dejar en este mundo su última firma como ser vivo.

Con la misma firmeza y seguridad de un suicida que no teme a la muerte, se interna en el pasillo infestado de kabanes dispuesto a hacer una carnicería imposible. Si el fundido le siguiera, le utilizaría como tapón contra el resto de kabanes; si no le siguiera, haría la mayor carnicería en solitario que nadie en Kaerikumo y, tal vez en todo Hinomoto, haya realizado jamás… o al menos ésa es su intención.

Apenas se estaba comenzando a internarse en el pasillo cuando siente la sensación más extraña que jamás ha tenido en la vida. Como si hubiera pisado una trampa invisible, siente como si estuviese dentro de una burbuja que parece darle el don de la levitación, haciéndole olvidar el efecto de la gravedad. – Pero qué… ¡¿Qué coño está ocurriendo?! – Como si fuera un gato que intenta agarrarse desesperadamente a lo que puede, su tozudez le hace clavar parte de los dientes de las motosierras justo en las paredes de piedra de la entrada. Sin embargo no fue suficiente y, maldiciendo a los mil demonios, los kabanes dejan de estar en el foco de su atención en cuanto lleva varios metros levitando hacia una dirección en contra de su voluntad. – Esta hija de puta… ¡¡Ha tenido que ser ella!! ¡¡No hace más que joderme la muy desgraciada!!

En cuanto toma tierra y siente que vuelve a ser dueño de su cuerpo, se vuelve hacia Shiori como un basilisco. -- ¡¡HIJA DE PUTA!! ¿¿TANTA PRISA TIENES POR QUE TE HAGA TRIZAS ANTES QUE A LOS MALDITOS KABANE QUE ACABAS DE LIBERAR?? – De repente, la reciente experiencia le hace atar un cabo que andaba un poquito suelto. Recordó el misterioso empujón que le hizo involuntariamente dar una muerte horrible a Lilly. – PEDAZO DE MIERDA… Te voy a matar, ¡¡A MATAR!!

Apenas da una zancada en dirección a Shiori, totalmente convencido de aniquilarla lo antes posible, cuando escucha demasiado cerca los característicos sonidos de respiración ahogada de la nueva compañía que está a punto de llegar, lo que le hace parar en seco. – Grr… Maldita zorra, al final vivirás unos segundos más que no mereces.

Instintivamente vuelve hacia atrás y se coloca justo detrás de la columna más cercana, buscando esconderse de la vista de los kabanes*. Adicionalmente, apaga rápidamente los ruidosos motores de las motosierras, se las coloca a la espalda con el arnés que le cruza su pecho en forma de equis y desenfunda sus katanas. Al final le iba a tocar recurrir al sigilo… en una arena demasiado pequeña.

¿Matarme? ¿TÚ? - se burla Shiori - ¿Un tipo tan débil que no puede ni impedir que una niñata de mierda lo encierre como a un animal? ¡NO ME HAGAS REÍR!

Su risa cargada de desprecio es ahogada por el rugido del monstruoso Fundido, que persigue a Kotaro enarbolando el cadáver del kabane como si se tratara de una maza y la utiliza para golpear al peliblanco...

Al ver el improvisado proyectil acercarse peligrosamente, Kotaro alcanza a ocultarse tras la columna justo a tiempo para no recibir el impacto.

Posteriormente, con el fundido de nuevo acosándolo a escasos metros, rodea la columna lo mínimo necesario como para no ser alcanzado por el monstruo.

Consciente de que esa columna había recibido golpes por parte del fundido y que estaba perdiendo su integridad, aguarda pacientemente observando con atención las fisuras de la roca y el estado del techo. En cuanto amenacen con caer cascotes y derrumbarse el techo, Kotaro tiene planeado dar un fuerte salto para ponerse a salvo de los escombros y comprobar si el nuevo cambio del escenario es suficiente como para darle una oportunidad.

Poco después de intentar matar a Kotaro los múltiples corazones del Fundido ya no son capaces de soportar la extrema temperatura de su cuerpo ardiente y uno a uno van dejando de latir. Con un gemido ahogado el monstruo cae al suelo y se consume convirtiéndose en un enorme pedazo de carbón maloliente.

¿Ya se ha terminado? - se queja Shiori sin dejar de vigilar a Kotaro - ¡Qué aburrido!

Una súbita explosión hace volar en pedazos la mitad del techo. Los escombros sepultan la salida de los kabane y varias filas de las gradas matando a decenas de asistentes.

¿QUÉ... QUÉ ESTÁ PASANDO? - balbucea Suge sin darse cuenta de que no se ha quitado el altavoz de los labios. Desde fuera se escuchan los frenéticos tañidos de las campanas de alarma.

¡BIENVENIDOS AL INFIERNO! - se burla Shiori.

Las bombas siguen golpeando el techo de la arena haciendo caer enormes cascotes. Los asistentes, frenéticos, se pisotean unos a otros en su empeño por alcanzar las salidas. Los guardias se olvidan de apuntar a Shiori y a Kotaro y vuelven sus armas contra el público, disparando sin piedad para hacerse paso entre la enloquecida multitud.

¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIH! - aúlla Suge cuando alguien le empuja y le hace caer hacia la arena. Su pierna emite un doloroso chasquido al romperse.

Otra bomba destroza el techo justo sobre Kotaro...

Huuffff… -- suspira Kotaro, aliviando algo de tensión al ver que el segundo fundido al fin dejaba de ser una amenaza. Sin embargo, consciente de que todavía estaba lo peor por llegar, vuelve su atención hacia la salida por donde vendrían todos los kabanes restantes… hasta que la repentina explosión rompe su concentración de un sobresalto.

Poco le importó que la lluvia de cascotes comenzara a aplastar cruelmente a parte del público. Lo importante era que se abría una brecha en la seguridad de la arena; una brecha que aprovecharía sin dudar.

No sé qué coño está pasando, pero parece que el espectáculo se acaba aquí… je… – piensa con una maliciosa sonrisa.

La reacción de Shiori ante la explosión por un momento le hizo pensar que ella podría tener algo que ver, pero con la libertad más cerca que nunca, éste no era el momento de andarse con conjeturas poco productivas.

Apenas estaba comenzando a desabrocharse el arnés que sujetaba gran parte de sus armas cuando la segunda explosión se escuchó demasiado cerca. Con la sensación de sus propios pulmones retumbando, el levantamiento de polvo y la columna perdiendo más todavía su integridad, supo que lo que no pudo hacer el fundido, lo consiguió esta maldita explosión.

Con solamente alzar brevemente su mirada, en una fracción de segundo sus rápidos reflejos le permitieron esquivar con suficiente destreza los cascotes que amenazaban con darle un destino similar al de los desgraciados sepultados en las gradas.

Hijo de puta… Seas quien seas… ¡¡Me estás provocando una enfermiza envidia!! ¿TE LO ESTÁS PASANDO BIEN? ¡¡JAJAJA!! – Entre tanto caos, muerte y destrucción y, a pesar del evidente riesgo por el que estaba pasando su vida, Kotaro se sintió de la misma forma a como se sentiría un demonio en el mismísimo Infierno. Empatizó con el autor de este caos y masacre, y sus impulsos de querer ver el mundo en llamas le hicieron desear tener el “privilegio” estar en su lugar.

El derrumbe de escombros ocultó el sonido metálico del caer de la caldera, pistolas, motosierras y kanabo. De su equipo inicial solamente conservó las dos katanas y un tekagi-shuko, el cual se equipó en su mano izquierda.

El kabane que apenas unos segundos atrás le arrojó el fundido estaba tentativamente muy cerca de él y, sin ganas de volver a recibir otro disparo, ató algunos cabos. Sin ningún pudor se acercó al viviente y descabezado cadáver, haciéndole la zancadilla para que no pudiera levantarse del suelo. – Amiguito, te vas a venir conmigo de viaje – le dice juguetonamente, como si pudiera entenderle o tan siquiera escucharle. Con la sangre fría que le caracteriza, clava su garra izquierda en la espalda del kabane, justo al lado del corazón, y lo alza como si fuera poco más que un trapo. – Jeje… ¿De verdad querían dejarnos en la arena sin armaduras ni escudos? JE…

Olvidándose de Shiori al estar centrado en escapar, apenas comienza a correr hacia la rampa de cascotes del fondo de la arena cuando piensa en Suge. – El rarito… -- Aminora el paso, volviendo la mirada hacia el presentador y su lamentable estado – Debe conocerse este lugar como la palma de su mano. Tal vez me sea útil… Y también necesito algo que me proteja la espalda de posibles disparos.

Se dirige rápidamente hacia Suge y, sin ninguna clase de delicadeza, lo agarra de la pechera con su mano derecha y lo alza del suelo, poniéndolo a sus más de dos metros de altura.  – Si quieres salir vivo de aquí agárrate a mi espalda y guíame hacia la salida – le dice con frialdad y dureza. Lo acerca a su cuello y deja que se agarre a él como si fuera un niño pequeño a coscoletas.

A continuación no pierde más el tiempo y comienza a subir por los escombros hacia las gradas*, llevando el kabane clavado en su tekagi-shuko a modo de escudo corporal mientras desenfunda con su mano derecha una katana.

Suge lanza un chillido al ver a Kotaro acercándose con el cuerpo decapitado del kabane, por lo que el peliblanco debe sacudirle un par de veces antes de conseguir que le preste atención.

Sí, sí, sí, sí - asiente rápidamente con la cabeza - Po... po... por allí - señala la entrada de los luchadores.

¡EH, GATITO! - grita Shiori - Me dijeron que necesitarías esto.

Lanza un pequeño paquete cuadrado a los pies de Kotaro que hace un sonido metálico al chocar contra el suelo. La mujer empieza a elevarse en el aire rodeándose de un aura de llamas - Te ayudaría yo misma, pero has sido una decepción y no creo que valgas la pena - se encoge de hombros - Los organizadores de esta fiesta te esperan en el andén sur. Quizá ellos consigan que dejes de ser una mierda insignificante.

¿¡D... D... D... D... DE QUÉ ESTÁ HABLANDO!? - Chilla Suge al oído de Kotaro provocándole un desagradable zumbido

Shiori se limita a reírse y una vez consigue superar el agujero del techo se pierde volando.

¡IIIIIIIIIIIIH! ¿PUEDE HACER ESO? ¡ESTÁ... LOCA!...

Kotaro observa en silencio a Shiori conforme se aleja, pendiente de cualquier posible ataque repentino que pudiera venir de la psíquica. Apenas apartando unos segundos la vista de ella, se agacha para recoger el paquete que le arrojó y comprueba su contenido, no sin dejar de estar atento a cualquier otra reacción imprevista de la bruja, hasta que finalmente se aleja lo suficiente.

Tan estúpida como el viejo de Munetani… ¿Tan a salvo de mí os creéis? Je… – Con una sonrisilla pícara con cierto toque de maldad, se guarda el paquete y se prepara para su fuga.

Sin perder más tiempo sigue la indicación que le dice Suge, avanzando tan rápido como puede, manteniendo siempre su improvisado escudo por delante.

Y ahora por dónde coño sigo – le pregunta a Suge con tanta urgencia como sequedad, una vez que ya ha pasado la entrada de los luchadores.

El paquete de Shiori contiene un extraño casco con una máscara que cubre el rostro por completo. En el frontal metálico destaca el dibujo de un perro negro rampante con una leyenda en extraños caracteres extranjeros:

La puerta de los gladiadores ha sido arrancada por un enorme cascote, de modo que Kotaro sólo tiene que sortearlo para volver al interior del edificio. Una vez allí sólo tiene que seguir las indicaciones de Suge y utilizar sus llaves para ir abriendo las rejas interiores hasta llegar a la calle.

Shiori no exageraba cuando habló del infierno.

Las bombas siguen explotando por toda la estación, destruyendo edificios y matando gente de forma indiscriminada. Los gritos de heridos y moribundos se entremezclan con los estallidos de las bombas, los rugidos de las llamas y los tañidos de las campanas.

¿Qui... qui... quién puede estar haciendo esto? - pregunta Suge aterrorizado.

Pero el verdadero horror aún está por llegar: Kotaro descubre que algunas de las bombas, al explotar, expanden una densa humareda roja. Los alcanzados por ese humo mueren rápidamente entre estertores y se levantan convertidos en kabane.

De repente Kotaro se ve libre del peso de Suge cuando éste, presa del pánico, se suelta de su espalda y vuelve cojeando al interior de la arena...

¿El puto viejo está bombardeando su propia estación…? – El origen del bombardeo podría haber sido cualquiera, pero que utilizaran un veneno similar al que usaron cuando intentaron asesinar a las mascotas de Tomohiro… y sabiendo el desprecio que Munetani le profesa al dueño de la Ryugujou, la situación se mostraba muy desconcertante. – ¿Por esto se fue justo a tiempo de su palco?

Sin embargo, que pareciera que Shiori cooperara con los artífices del ataque lo enturbiaba todo todavía más. Ella misma le dio las llaves que lo sacaron de la arena, y no tenía ningún sentido que Munetani, quien lo trajo hasta ahí, ahora lo quisiera liberar a cambio de nada. – Qué coño está pasando aquí… Quién cojones está en el puto andén sur.

En cualquier caso, sea quien fuere, ésta era una oportunidad para su supervivencia que no iba a desaprovechar.

Tras sentir a Suge descolgándose de su espalda para volver aterrorizado al interior de la arena, Kotaro se gira con cierta tranquilidad hacia él. – Cuando la estación se llene de kabanes la arena no será más que una trampa para ratas. No me vendría mal un vocero experimentado que me ayudara a limpiar mi nombre, pero si aun así prefieres morir aquí, dime al menos cómo llegar al andén sur. – Le dice con cierta frialdad, importándole bien poco que el presentador eligiera la opción de una muerte segura.

--------- Si Suge le ignora y se apresura a meterse en la arena ----------

Kotaro le da un patadón con todas sus fuerzas a la única pierna que el hombre afeminado todavía no tenía rota, tirándolo bruscamente al suelo.

Poniéndole la punta de la katana sobre el cuello, Kotaro le dirige una mirada tan fría que deja claro que éste no es el mejor momento para poner a prueba su paciencia. – Te he preguntado dónde cojones está el puto andén sur.

Suge se detiene un momento, incrédulo ante las palabras de Kotaro - ¿T... todo el mundo ardiendo a tu alrededor y lo único que te preocupa es tu reputación? ¡Pues no cuentes conmigo, feo! Al andén sur se va por ahí - señala una gran avenida que a Kotaro le suena de cuando lo trajeron por primera vez en la jaula. Entra en el edificio y cierra la puerta tras de sí.

La dirección indicada por Suge está inundada de ese ponzoñoso humo rojo, que se extiende por todos lados como una suerte de miasma viviente. Algunos tienen la idea de taparse la boca y la nariz con piezas de tela, pero el mero contacto del humo con los ojos sirve para iniciar la infección...

¡JA! ¿Ahora las mascotas de Munetani tienen algo de integridad? -- Kotaro sonríe ante la respuesta de Suge. Cuando el presentador cierra la puerta, se despide de él con un macabro “Feliz muerte”.

Kotaro vuelve la mirada en dirección al andén sur, frustrado por la mortífera niebla que le impide el paso. Sin hacerle ninguna gracia ponerse esa especie de casco de aspecto inquietante, lo observa detenidamente unos segundos. – Menuda mierda más fea… pero parece proteger de la niebla, ojos incluidos. – El símbolo del perro negro le desconcierta un poco, pero al menos parece dejarle claro (si es que había alguna duda) que no es precisamente Munetani quien le está intentando sacar de ahí. Las inscripciones con letras extranjeras, sin embargo, parece que despejan alguna duda más. -- ¿Es la zorra de la Lady Lovibond? ¡JA! Ya me jodería deberle un favor a esa comemierdas. Aunque Cristina y Rik se metieron con el otro grupo de extranjeros… ¿Serán ellos…?

Sin tenerlo todavía del todo claro, sigue examinando el inquietante casco. – Muy bien, esto me protege la cara del jodido veneno, ¿pero qué hay del propio aire? ¿Qué coño quieren que respire mientras cruzo el puto veneno que casi me estampan contra las narices*? – Estando más que consciente de que la aparición de una horda de kabanes no se iba a hacer esperar, se pone la máscara casi a regañadientes. Tal vez la niebla no tendría tanta profundidad como parece, pensó.

Asegurándose de que la máscara está bien colocada y que no pasa más aire que el que él permita, se prepara para correr en dirección al andén sur con la esperanza de llegar antes de tener que dar una bocanada de aire, con su escudo kabane delante de él y embistiendo a todo lo que se cruce por su camino.

El esfuerzo hace que Kotaro agote su aliento en plena nube de humo rojo, con varios habitantes de Kaerikumo asfixiándose a su alrededor hasta morir. Sin embargo, al tomar una bocanada lo único que nota es el olor a cuero y a productos químicos de la máscara, que protegen sus ojos y pulmones de la mortífera plaga aérea.

Cuando apenas ha tenido tiempo de darse cuenta de lo que ocurre un hombre recién transformado en kabane agarra a Kotaro y tras levantarlo en vilo lo tira al suelo buscando su cuello...

Mierda… No llego… No llego… ¡¡NO LLEGO!! – La niebla maldita parecía no tener fin, y la desesperación por no poder aguantar más conteniendo la respiración le hacía sentir que estaba en un infierno.  No un “hogareño” infierno como el de la arena, sino un infierno en el que no le gustaría estar jamás.

La vista comienza a nublársele, y borrosamente comienza a vislumbrar el inquietante fulgor que expelen los corazones y venas de los cuerpos kabane. – No puede ser éste el puto fin…

El peso del cuerpo kabane con el que carga unido a los más de 100kg de su propio cuerpo terminan por hacer mella, provocando que sus piernas fallen ante tal exigencia mientras se les priva de oxígeno. Dándolo todo por perdido, termina dando una desesperada bocanada de aire, como si acabara de sobrevivir de un naufragio. Dos bocanas, tres, cuatro… Su respiración comienza a estabilizarse, llamando su atención el extraño olor que desprende… ¿la máscara? – No me escuecen los ojos ni tengo ganas de toser como el viejo del enclenque de Takeshi. No lo entie… -- Repentinamente es agarrado y lanzado por un kabane.

¿Cómo pudo ser tomado desprevenido tan patéticamente? Ya rendirá cuentas consigo mismo más adelante. Ahora era el momento de evitar que el maldito monstruo le hiciera uno de los suyos.

Tal vez porque los cristales de la máscara estaban demasiado empañados de motas venenosas, quizá fuera consecuencia del cansancio, o simplemente fue debido a un cúmulo de mala suerte. La cuestión era que el kabane que le arrojó estaba a punto de morderle y Kotaro parecía no poder defenderse: sus piernas tenían el peso del “escudo kabane” sobre ellas, al igual que su brazo izquierdo y la katana que empuñaba con su mano derecha estaban atrapadas bajo el mismo obstáculo.

¡¡¡JODER!!! –  fruto de la frustración y la rabia que la desesperada situación le producía, no puede evitar gritar de manera enmudecida tras la máscara.

Prefiriendo cortarse a sí mismo a llevarse un mordisco de una indigna criatura, tira de la empuñadura de la katana sin temor a cortarse a sí mismo en el proceso. – Tsk… Hijo de puta… ¡Reviéntate los dientes mordiendo la hoja!

Echando con las piernas a un lado el cuerpo kabane que tenía ensartado en su tekagi-shuko, consigue finalmente poner sus pies sobre el pecho de la criatura que tan rabiosamente mordía la hoja de la katana. Gracias a su excepcional fuerza, consigue empujarlo hacia atrás lo suficiente como para darle tiempo a levantarse.

Con la respiración acelerada se le presenta un dilema que, por fortuna, consigue resolver sin mucha dificultad: ¿”enseñarle” al kabane las consecuencias de atacar a alguien como él, o salir de ese infierno sin perder más tiempo? La respuesta era clara, incluso para un tozudo orgulloso como Kotaro.

Sabiendo que correr sin más no iba a librarle de ser perseguido, decide simplemente inutilizarle una pierna a su enemigo mientras se lanza a continuar su carrera al andén sur.

Con la carrerilla que le permitía la distancia creada entre él y el kabane tras el empujón, hace uso de su característico estilo de esgrima de apariencia poco refinada.

Sin movimientos estilizados ni aparente técnica, el tajo dado de abajo a arriba al muerto viviente lo dejó más cerca de ser un despojo de carne a ser un depredador de humanos. Subiendo la hoja de la katana por la entrepierna de su víctima, ésta queda privada de una de sus piernas y parte del lateral de su torso, lo que le hace liberar de su caja torácica parte de sus entrañas mientras cae al suelo.

Muchos pensarían que su manera de utilizar una katana es una deshonra para el espíritu del arma, pero otros tantos no tendrían reparo alguno en aprender su brutal y efectivo estilo.

Librado de su repentino enemigo, continúa en dirección al andén sur a toda prisa y sin mirar atrás.