En el Ministerio 

- Aguarde entonces un momento...

Y marchó a donde se servían los desayunos, en donde vio que aún quedaban bastantes tartas y bollería. Eligió una de arándanos para la señorita Hayes mientras que para él sólo cogió un puñado de nueces. Ya desayunaría en el despacho tranquilamente.

- Aquí le traigo una tarta de queso con arándanos. ¿Cómo quiere el café?

Una vez le dijo que deseaba beber, Sándor invocó la bebida y un café expresso para él:

-¡accio!

-¿Sabe, Srta. Hayes? Tiene usted muy buena no conversación. ¿Qué le tiene de tan buen humor, si puedo preguntar? 

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Callejón Diagón: Ollivanders

¿Quién había hecho la varita? Aquella pregunta formó una ligera sonrisa en la cara de Ollivander.

-¿El bosque prohibido? Oh no, claro que no… dudo que haya un ejemplar de esta madera de serpiente en mitad de ese bosque - su tono resultaba más amable, de hecho era la manera más sutil con la que os podía brindar una guía. La tomó en su mano y volvió a observarla otra vez –a decir verdad, es difícil concretar de quién es, pues su estado es realmente nefasto, irreparable y, no creo que nadie pueda descifrar a su portador. No al menos con exactitud- afirmó mirando a Sándor directamente- sin embargo, como le he comentado, la peculiaridad es el acercamiento más directo. Incluso me arriesgaría a decirle que hay pocos lugares en Inglaterra y, más concretamente en Gran Bretaña, que puedan tener un árbol como este. Dígame, ¿Cómo la consiguió?

Pero ahí no se frenó, si no que entre cerró los ojos mirándoos, pues una duda le pasó por la cabeza -Y disculpeme, pero ¿Conoce a un verdadero Slytherin? ¿O en su defecto a un mortífago, señor Buzánszky?- en sus esquemas mentales, una palabra rondaba por su cabeza, pero no quería ser él quien acusara sin saber tampoco vuestras intenciones. En definitiva, su postura era meramente preventiva.

Y antes de darle tiempo a Sándor para contestar, Altair intervino.

El humo negro que se esparcía por toda la tienda salía hasta por debajo de la puerta. Se escuchaban gritos desde la calle por desconocimiento de lo que estaba sucediendo dentro –Pero, ¿Qué clase de desfachatez es esta? ¿Qué se cree usted que está haciendo? ¿Acaso trata de asustarme o quemarlo todo?- su mirada azul plateada no daba crédito - Váyanse los dos- su disgusto era más que evidente. Si buscabais ayuda, por su parte no ibais a obtener nada más, pues en su cara frunció el ceño -¡Fuera!, fuera ahora mismo de mi tienda. ¡Llévese de aquí a su amigo!–exclamó con enfado Ollivander hacia el inspector, preocupado más que por él, por si sufría daños su establecimiento, una joya que había pasado de generación en generación y cuyo prestigio era casi legendario.

Secretaría del Ministerio de magia: Atrio

 -¡Gracias! Menuda pinta- dijo pese a lo reticente que era en el fondo a esos gestos provenientes de los hombres -La verdad es que echo de menos la comida de América, ¡pero aquí en Inglaterra hay excelentes cocineros!- exclamó y, con la cucharilla partió un trozo de la tarta de queso.

Se reclinó un poco en su asiento –con sutileza, pues era una secretaria profesional que mantenía la compostura -y siguió con el desayuno –ya que no había nadie a quien atender -hasta que le preguntaste por el motivo de tanta alegría, algo que le provocó una nueva sonrisa – podría decirse que nada en particular, o que es todo a la vez- acto seguido bebió un sorbo del vaso de café –estos dos últimos años han sido muy enriquecedores para mí. Me gusta estar aquí- y era una realidad. Fuera quien fuera solicitando un trámite era tratado con amabilidad por su parte, pese a que a ti te había visto otras veces y podía soltarse hablando –hasta que llegara otro cliente, por supuesto-.

Tras comerse unos trozos más, terminó el plato y ejecutó de nuevo la sonrisa. Algo que: o bien era por su trabajo, similar a un tic, o porque realmente el Atrio le hacía feliz –muchas gracias por el detalle señor Buzánszky. Aunque quiero recalcar que no era necesario. Ya que a fin de cuentas esto es lo que debo hacer- un mago pasó por la puerta, haciendo que Hayes volviera a coger su pluma procediendo a despedirse de ti - Y, no se preocupe, que seguramente recibirá una respuesta en breve por parte de Circe. Espero que tenga un buen día.

- La culpa es suya por decirme que tenía hambre - bromeó Sándor. 

Hayes era muy guapa, agradable y simpática. Había tenido una oportunidad y le había salido el tiro por la culata. Quizá no tanto pero no como el planeaba. Una cena puede implicar romanticismo pero también diversión, picardía, relax, la lujuria de la noche. Pero un desayuno, una comida, como cita Implicaba un interés formal que no le interesaba. Hayes era de aquellas chicas, eso pensó él, que se tomaban demasiado en serio a los hombres. Así que tuvo un detalle de corazón con ella, a pesar del sutil rechazo.

- Ahora soy yo quien se va a desayunar. Que tenga un buen día, Srta. Hayes. - se despidió, y tras encerrarse en su despacho invocó un desayuno continental y cubiertos, por supuesto. 

Viaje a Escocia

Ulfric se sonrió, cuando Agatha le dijo que quería saber un poco lo que querían hacer. En realidad, era en el fondo un viaje de trabajo, pero que había adelantado un día, para poder compartir un tiempo con aquella mujer tan fascinante, y con la que había tenido una conexión desde aquel primer día en el baile, hacía ya unos meses. En cualquier caso, ese fugaz pensamiento fue parte de la sonrisa, la otra fue la de hablar acerca de Edimburgo, y explicarle lo que iban a hacer. 

- Mañana te comentaré, cuando salgamos hacia el destino final, todo lo que corresponde a la investigación. Luego, luego, ahora descansemos. Que llevamos una época intensa, y además, los trabajos de los alumnos nos han comido mucho tiempo. Mira, allí está el barrio antiguo, paseemos por él. Es digno de pasear. 

Fueron hacia allí, comentando sobre el acento ligeramente marcado que tenían allí algunos escoceses, y sobre algunos detalles del colegio, que por desgracia, no terminaban de olvidar ni en tan hermoso lugar. 

- Bueno, allí está la catedral, por ejemplo. Saint Giles, de estilo gótico. Edad Media, un siglo posterior a lo más antiguo del castillo del colegio, creo, siglo XII. Dicen que es hermosa, pero podrías comprobarlo por ti misma, si te apetece. - Aunque en realidad, se puso a caminar hacia allí, y la hizo entrar. Tenía ganas de volver a verla, ya que hacía años que no la veía, y era una de las catedrales - Bueno, hay que tener en cuenta que ya no tiene título de catedral, porque no hay obispo, cuestiones históricas... pero admírala. Y si lo deseas, llevo una cámara. Luego podemos preparar unas buenas fotos. - Indicó Ulfric, con una sonrisa agradable. 

Pasearon un rato, no demasiado largo, por ella, y luego salieron. Se había hecho más tarde de lo esperado, pero Ulfric tenía un as en la manga. Salieron de aquella zona, y ¡pidió un taxi! Se aclaró bien con las direcciones y el pago, lo que demostró que se había trabajado su parte, y fueron al castillo de Edimburgo. Ya allí, le comentó: - A estas horas ya está cerrado, pero... no podías irte sin ver uno de los lugares más emblemáticos. 

Tras un rato en las murallas, y algunos comentarios históricos, comentó -Espero que te haya gustado, Agatha, pero, tenemos que irnos. Tenemos una cena reservada, y tendrás que cambiarte, porque es algo elegante. - Dijo, para después llamar a otro taxi, y acercarse hasta el hotel. 

Allí fichó, le ofreció la habitación a su compañera, la acompañó hasta la puerta, y le indicó: - ¿Te parece que en una hora estemos abajo? O en hora y media, si lo necesitas. No se si has traído algo elegante, pero si no, he encargado que te busquen si lo necesitas. - Luego se sintió en obligación de aclarar, y le susurró al oído- No era tan dificil, el director es un mago, en realidad, del ministerio. Así que él me ha ayudado un poco. Si necesitas algo, pídelo. 

Buzánszky agarró a Altair del cogote y le sacó de la tienda a puntapiés.

-Pero ¿Qué pasa contigo? - espetó, terriblemente enfadado - Más te vale dejar de comportarte como un cretino inconsciente y empezar a pensar, porque de lo contrario tomaré medidas contigo ¿ha quedado claro?

"Ahora te quedarás aquí, quietecito, a ver si consigo arreglar algo. Ni se te ocurra cruzar esa puerta".

Y volvió, solo, adentro de la tienda. 

Buzánszky volvió a entrar, esta vez solo, tratando de apaciguar al fabricante de varitas. 

-Le ruego me disculpe, señor Olivander. La varita rota que estamos investigando fue encontrada en un lugar donde unos licántropos mataron a su hermano, así que se altera con facilidad... bueno, eso y que es idiota - disculpó como mejor pudo Sándor a su irritante compañero.

-Sí. Esa varita pertenece a un asesino y, por lo visto, a uno que es un licántropo o... Sabe manejarles

Callejón Diagón: Ollivanders

Ollivander estaba  de espaldas a ti, usando su varita para eliminar todo el humo que había nublado la vista en el interior de la tienda. Y, aunque no dijo nada cuando entraste, su gesto permanecía mostrando seriedad o enfado –como quisieras llamarle-.

Te escuchó sin mirarte, ya que seguía usando la magia para arreglar aquello –le agradecería que se fuera. Ya he tenido suficiente conversación por hoy con usted, señor Buzánszky. De hecho debería enseñarle modales a ese chico. Perder a alguien no otorga la potestad de ser un psicópata –expresó mostrando templanza, pues no iba a perder la cordura -tras tantos años desarrollando personalidad y experiencia-, aunque tampoco iba a continuar la conversación como si nada sucediese.

-Sólo le daré un consejo- en este punto sí que se giró lentamente hacia Sándor –ándese con cuidado, su portador puede provenir de una gran familia de magos, si no me equivoco- volvió a mover despacio la varita para seguir eliminando el desastre de Altair - Y si quiere saber algo más de su procedencia pregúntele a un ex mortífago. Seguro que podrá aclarárselo como debe. O al menos confirmarle.

-Vamos -indicó Randall, preparado para la primera clase de animagia que le impartiría Cliodna.

A pesar de la seguridad en sí mismo y de su talento para las Transformaciones, esa mañana el joven mago se encontraba de lo más nervioso e inquieto, como si pensara que la clase no le iba a salir bien. La animagia era complicada y solo magos muy brillantes lograban a acceder a ella.

-Bueno, hay dos animales con los que siempre me he identificado -reconoció Lestrange, pensativo-. Mi patronus es una comadreja, aunque también me gustan los lobos...

Cerró los ojos y se concentró, pensando, imaginando la figura de una comadreja como la que aparecía cada vez que convocaba un patronus. Tomó su varita y trató de canalizar su magia a través de ella. Cliodna le había indicado que tenía que expresar su dolor sin miedo, aunque Randall no sabía exactamente cómo hacerlo. Oía la voz de Cliodna indicándole que notaría pinchazos en los músculos y un estiramiento en los huesos. Trató de poner la mente en blanco como le decía la joven, intentando evadirse por completo de todo.

Se dirigió hacia el centro del círculo de espejos, intentando notar algún tipo de cambio en él, alguna sensación diferente que estuviera experimentando, pero Lestrange no logró lo más mínimo.

-No siento nada. Solo vacío y silencio -se sinceró, encogiéndose de hombros. En esos instantes se sentía un auténtico fracaso-. Algo debe haberme salido mal.

Sentía curiosidad –además de unas ganas enormes de ver que Randall avanzaba- pues, aparte de querer que consiguiera aquello, una parte dentro de mí necesitaba sentirse fuerte o mejor dicho, capaz de ayudar. Y un gran modo era sabiendo que podría enseñarle la técnica para la animagia.

Observé la intención del Slytherin, cada gesto, su esfuerzo. Incluso apreté a la misma vez y con fuerza los puños, intentando ayudarle por vía telepática o algo por el estilo…pero el mago elevó los hombros finalmente. No había notado cambios. Nada había funcionado.

Entre abrí los labios y me quedé un tanto perpleja, con miles de frases contradictorias dentro de mis pensamientos –yo…lo siento- no sabía que decir. Casi como cuando llega un cumpleaños desconocido sin previo aviso y dices “anda, felicidades, que seas muy feliz, que cumplas más y te regalen infinidad de cosas”, ya que fuera de eso –y alguna frase externa elaborada, completamente opcional, que a fin de cuentas lleva a lo mismo-, no hay mucho que poder ofrecer. Así que, en vez de decirle felicidades por intentarlo, opté por disculparme. ¿Estúpido? Puede.

-Miraré una mejor forma de ayudarte- expresé dándole voz a palabras sin procesar –o no del todo- conscientemente- Estoy segura de que el problema ha sido el no poder guiarte como es debido- tomé una pausa en la que parpadeé rápido y varias veces para centrarme–pero el próximo día avanzaremos más. Sí. Seguro. Ya verás - solté con preocupación por no saber nuevamente lo que pensaría acerca de mí. No tuvo bastante con tu fortuito desmayo (ironía) como para ahora estar mal, teniendo tú Cliodna Black, cierta parte de culpa. Me referí, acusándome.

-Lo lograrás, Lestrange- comenté intentando animarle. Hasta que, finalmente, dándome cuenta de que tenía bastantes cosas por mejorar y hacer en base a la siguiente clase, con una sonrisa tímida y nerviosa decidí salir de allí para hablar conmigo misma –vale sí, y con mi madre también-.

Ollivander´s

- Gracias, señor Ollivander, y disculpe de nuevo las molestias- se despidió Buzánszky y tomó la puerta de salida. No fue fácil apaciguar al viejo Ollivander pero, al menos, podría seguir tirando del hilo. Esta vez tenía la esperanza de llegar al final de éste.

Salió del establecimiento y allí aguardaba Altair. 

- No he podido sacarle mucho más, se ha cerrado en banda gracias a tus habilidades de persuasión...- dijo, con resquemor - Aún así, me ha dado una interesante referencia...

Iban camino del Caldero Chorreante, a tomar la red flu, cuando el agente del Ministerio regañó al alumno de Gryffindor.

- Vas a tener que dejar de lado esa actitud de matón, a no ser que busques entrar en prisión. Tratar mal a colaboradores y testigos sólo te cerrará puertas, y más con gente de la influencia de Ollivander. Contrólate, no habrán más avisos.

Y marcharon de vuelta al colegio, en donde les aguardaba su próxima entrevista, que se aventuraba muy interesante...

Por unos instantes pude ver cómo el cuerpo del muchacho empezaba a mutar, a cambiar ante mis ojos y a los suyos propios. Había avanzado mucho más de lo que habíamos hecho todas estas semanas. Estaba segura, muy segura, de que sería capaz de lograrlo...

Pero al final el esfuerzo había sido mayor del esperado. Cuando cayó de rodillas me acerqué a él, viendo en sus ojos el descubrimiento de que no había podido conseguir aquello por lo que tanto había luchado. Sabía que en este momento, las palabras de consuelo le sabrian amargas. Por lo que mientras el se recuperaba poco a poco, fui comenzando a ordenar las cosas, hasta finalmente detenerme junto a él. -En unas semanas habrá luna llena.- Comenté, mirando las uñas de la mano con la cual sostenía la varita. -Tal vez aún no esté preparado para llevar a cabo la transformación, así que será mejor que aprenda otros hechizos de defensa mientras llega el momento.- Lo miré fijamente, esperando que entendiera mi indirecta.

A partir de este momento, el señor Avery me acompañaría durante las noches de luna llena, tanto para aprender los hechizos que usaba como protección para estar con ella durante las largas horas, como para obtener motivación para más adelante, cuando haya pasado tiempo suficente y su cuerpo esté listo para intentarlo una vez más.

Viaje a Escocia

Le lancé una mirada divertida a Ulfric, viendo cómo dejaba aparte el tema de la investigación y se convertía en mi guía turistico personal. Para lo poco que el subdirector parecía conocer del mundo no-mag, me sorprendí gratamente al ver cómo se movía con naturalidad en aquel ambiente tan poco mágico.

-Ulfric... ¿te has aprendido un panfleto turístico antes de venir?- Pregunté alzando una ceja, divertida. Era estimulante la manera en que se expresaba de cada cosa que encontrabamos en el camino, estaba disfrutando de su exposición a la vez que comentabamos sobre detalles escolares e incluso comparando notas de los estudiantes, viendo quienes merecían más puntos y quienes sería mejor que tomaran clases extras. La catedral era maravillosa, y la recorrí con los ojos muy abiertos, encantada. Cuando propuso lo de tomar fotos me hizo reír. -Me parece perfecto; ven, allá quedarán unas fotos espectaculares.- Dije. Y así pasamos la tarde, hablando como dos viejos amigos en vez de tener sólo unos meses de conocernos, sentía que a cada momento aprendía algo nuevo de este interesante profesor.

El detalle del taxi me sacó una carcajada, una vez que ya el taxista se hubo marchado, claro. El castillo resultó impresionante, hasta me pregunté si habría entre sus paredes algún poltergeist como Peeves. Finalmente la noche nos sorprendió de camino al hotel, aún sobreponiéndome a la sorpresa de que Ulfric hubiera hecho reservaciones en un restaurant. ¡Reservaciones! -Me dejas sin palabras, profesor Von Hoggen. ¿O va a resultar que te estabas haciendo el listillo con lo de no saber mucho del mundo no-maj?- Dije con sonrisa traviesa.

Todo estaba siendo un poco surrealista por momentos, y cuando me explicó lo del traje elegante sentí que mis mejillas enrojecían levemente. -Intentaré estar lista en una hora.- Le dije. -Hasta más tarde, Ulfric.- Le sonreí con dulce nerviosismo, antes de perderme dentro de mi habitación. Descubrí que no bromeaba con lo de encontrar algo para mi; al poco de salir de la ducha tocaron mi puerta y dejaron varios modelos de vestido sobre la cama. La talla era exacta, y al decidirme por fin por un vestido, vi que me entallaba como un guante.

Esperé a la hora indicada, y salí entonces en busca del subdirector.

Lo siento, pero nos estaba mintiendo en toda la cara, él sabe más de lo que dijo y se lo guarda por miedo, mientras, el asesino de mi hermano se sigue burlando de la justicia.

Además, no hace falta ser muy listo para saber que se refiere a uno de los antiguos colaboradores de ese fantoche de Voldemort. - comento bastante molesto, esperando la tipica reacción de los ancianos cuando se mencionaba ese nombre.

Mi abuelo Regulus fue uno de los suyos, pero se volvió en su contra y luego huyó a África, conozco la historia, algo sobre un relicario o no sé que cosa.

Gracias a ello y alguna que otra cosa más mi familia no tiene buena reputación entre los Black. - añado con naturalidad mientras sigo a Sandor.

Concentrado en su fracaso, quedó en silencio unos instantes, poniendo en orden sus ideas. Agatha actuó de la mejor forma posible con el muchacho, dejándole solo con su fracaso. Las palabras de consuelo o compasión habrían sido un golpe humillante para el orgullo de Linus.

Consciente del espacio que le había dejado, gracias al cual ya había recobrado su habitual serenidad (ya encontraría la forma de resarcirse de aquel fracaso), Linus se incorpora y escucha las palabras de su profesora.

Asintió a ellas apartando ligeramente la mirada- no quiere que lo vuelva a intentar por mi cuenta…- pensó sonriendo con cierta melancolía. Si aceptaba la petición de Agatha no podría llegar a ser animago en todo lo que quedaba de curso, era mucho tiempo pero... Asintió de nuevo y fijó en ella su mirada.

-Agradezco lo que está haciendo profesora.

No conseguiría acabar el curso convirtiéndose en un animago, pero al menos podría aprender algo que le ayudase a cuidar de Anne. Aquello era mejor que nada…

Viaje a Escocia

Cuando Agatha preguntó sobre si se había memorizado las guías turísticas, Ulfric sonrió. Se acercó a ella, tomándola del brazo, y se sinceró: - En realidad, he leído varios libros de Historia. Hogwarts tiene una biblioteca donde hay algunos títulos muggles, perdón, no-maj,  de Historia, o de descripción de lugares. Creo que en su momento estaban ahí para los magos que tuvieran que aprender a salir al mundo mugg... no-maj. - Dejó la impresión de que se los había leído con esa intención, los había revisado y se había puesto al día. Estuvo intentando demostrar que le importaba aquel viaje. Las fotografías, por otro lado, le daban más respeto, porque no sabía exactamente como funcionaban las de los muggles, pero esperó que salieran bien. 

Por otro lado, cuando ella le "acusó" de saber más del mundo muggle con el taxi y el hotel, él se encogió de hombros y le dedicó una mirada intrigante. ¿Qué habría hecho y cómo lo sabría? - Sólo te diré que he trabajado un poco en ello. Pero... no estropeemos la sorpresa. - Cuando la dejó en la habitación, el profesor von Hoggen se dirigió hacia la suya propia, y se vistió con presteza. Estaba nervioso, y se le notó, teniendo que hacer la pajarita en varias ocasiones, y arreglarse la posición del cuello otras tantas veces. Cuando al fin se sintió preparado, se dirigió a ver la hora.

Aun quedaba tiempo, así que se sentó para esperar, aunque no pudo quedarse mucho quieto, y se puso a dar vueltas por su cuarto. ¿Le habrían gustado los vestidos? ¿Le iría bien alguno? ¿No habría sido demasiado atrevido el decirle que le escogería un vestido, aunque fuera entre varios? Se le ponían los pelos de punta, y le agobiaba que ella se sintiera molesta. Respiró profundamente, y se fue a recolocar nuevamente el traje. Dando la hora, se fue a esperar a Agatha. Allí estaba, cuando llegó. 

Estaba preciosa. - La verdad, por una visión como esta, señorita Presley, merece la pena atravesar el mundo. - Le ofreció el brazo, y la invitó a acompañarle. El restaurante estaba apenas a unos pocos pasos del hotel, así que sencillamente, le ofreció caminar.

Era un antiguo edificio de un banco, reconvertido a uno de los restaurantes más elegantes de Edimburgo, y hasta allí se dirigieron. Al llegar, subieron las escaleras, Ulfric le dijo unas palabras al hombre que estaba en la puerta, y a los pocos instantes, les dejaron pasar. 

 - Señor von Hoggen, señorita Presley, por favor, acompáñenme. Les tenemos reservada una mesa tranquila, en una de las alas más cómodas. Les llevarán enseguida un vino blanco afrutado y unos entrantes ligeros. Enseguida les atenderé, cuando se sientan cómodos. Aquí tienen una selección del chef, y el menú de la noche. - - Con un lenguaje elegante, el maitre hizo algunas señales, y les retiraron los abrigos, y los acompañaron a su mesa. Allí, Ulfric la ayudó a sentarse, separándole la silla, y aprovechó para hacerle un gesto de cariño a su mano. 

- Bueno, ya estamos aquí. - Le dijo, al sentarse. - Espero que te guste. ¿Qué te apetece tomar?

-Da igual que mienta, debes valorar a quien tienes delante y los motivos de su proceder. A pesar de todo, Olivander quiere ayudar pero, por alguna razón, no confía plenamente en nosotros, pero lo hará...

Antes de tomar la Red flu, Buzánszky invocó su botella de palinká y entonces entraron el el transportador que les llevó de nuevo a Hogwarts. 

Llegaron a la puerta del despacho del profesor Boronov y tocó. Una voz quejumbrosa preguntó del otro lado. 

- ¡Soy Buzánszky! 

Había pasado cerca de una semana desde la primera de las clases, y Randall no estaba muy seguro de querer acudir a la siguiente. Había fallado estrepitosamente y, más allá de la decepción por no haber logrado realizar ningún tipo de avance durante la primera clase, le mortificaba aún más el hecho de que sentía que Cliodna estaba esforzándose con un caso totalmente perdido.

Por eso, la mañana en la que tendría lugar la segunda clase, Randall acudió a la Sala de los Menesteres aproximadamente una hora antes de lo que había decidido con Cliodna, intentando aprender por su cuenta, situándose en medio de los espejos y poniendo todo su empeño en concentrarse como la joven Hufflepuff le había indicado, pero fue inútil. Lestrange no consiguió ningún avance estando solo y dejó escapar un suspiro.

-Asúmelo, Randall. No serás un animago -se dijo el joven, en tono bajo, mientras aguardaba a que llegase Cliodna.

Viaje a Escocia

Me giré a mirar a Ulfric cuando escuché su voz acercándose a donde estaba. Él estaba muy elegante, y sonreí al verlo llevar pajarita. Sentí un leve rubor en las mejillas a la vez que sonreía ampliamente por sus palabras. -Que galante. Usted también está muy guapo esta noche, profesor.- Dije, tomando de su brazo y dejándome guiar.

Me sentía prácticamente como una princesa, llevando aquel vestido y dejando atrás el elegante hotel para entrar en un aún más elegante restaurante.-¡Por Morgana! ¡Qué lugar más sorprendente!- Exclamé en susurros, mirando todo a mi alrededor. -No sé si podría acostumbrarme a algo así.- Miré de reojo al subdirector, mientras nos guiaban a las mesas reservadas. Reí entre nerviosa y divertida por el gesto caballeroso de Ulfric de apartarme la silla, y sonreí al sentir el tacto de su mano en la mía.

-Jamás había estado en un lugar tan elegante, Ulfric. Es maravilloso... y un poco intimidante.- Confesé entre risas, mirándolo desde el otro lado de la mesa. -No quiero ni pensar en cuanto estarás gastando, o cuantos favores habrás pedido para poder hacer todo esto.- Alcé las cejas. -De verdad, no me lo vayas a contar, ¿eh? Ni me dejes ver los precios de la carta o entraré en pánico.- Reí de nuevo.

-Bueno, supongo que podemos empezar con el vino, ¿no?- Pregunté, mirándolo con una sonrisa. -Dime con sinceridad, ¿qué tan a menudo has cenado en sitios así durante tu vida?- Pregunté con curiosidad.