Partida Rol por web

El guerrero cerró los puños con fuerza, mientras apretaba tanto la mandíbula que se podía oír el rechinar de los dientes. Él sabía que eso era lo que Alfred quería, pero le daba igual estaba dispuesto partirle la cara con tal de quitarle aquella estúpida sonrisa.

Sin embargo, su compañero, conociendo su natural impulsivo le agarró a tiempo antes de que hiciera ninguna tontería, y volvió a interponerse entre ambos hombres...

Este susurraba a su amigo.

Calma...

 

Detenía el impulso agresivo de su fiel amigo.

 

Esto podría ser beneficioso, ahora que lo pienso. No lo sé. Quizás desordene las filas de nuestro líder. Quizás nos de la chance en algún momento, de llegar a hacer algo. Vemos como se desarrolla.

Miré a aquel grupo de mercenarios. He de admitir que me molesta la idea de trabajar para aquellos que solían trabajar para mí, peor aún, era un grupo pequeño para la clase de compañías que se contrataban para las guerras.

-Disculpe, Alfred. Si hay que unirse a su grupo de gente para poder salir de esta ciudad, he de negarme. Ahora, podemos hacer un trato. Yo le entregaré esta alabarda una vez que hayamos salido de la ciudad, puede venderla o hacer con ella lo que usted desee, pero tal es mi pago.

Actuar de esta forma no me llevaría a ningún lado, pero me producía molestia el hecho de huir como una paria del país que pertenezco, por culpa de los cerdos nobles que mi familia y yo defendimos hasta la muerte, por culpa de una estratagema que solo sirve para darle poder a aquellos que ya son poderosos...

Herranz se dirigió al dormitorio del difunto y buscó entre las ropas un capote o una capa de las que los plebeyos usaban en invierno para cubrirse tras lo cual se fue a la cocina para mancharse la cara con las cenizas del hogar, también se agenció un cuchillo que tuviera bastante filo. Cuando estuviera en la calle buscaría algún charco o resto de barro para manchar la ropa y su cara.

Se Acercó a Sir William Grado. Puesto que os vais a quedar desarmado os ruego que cuidéis de mi espada y mi escudo hasta que volvamos a vernos. Sin cruzar más palabras salió de la casa y se perdió por las calles fingiendo estar borracho.

Bertram levantó sus cejas tras escuchar la declaración de William. Este tomó del hombro al hombre e intentó apartarlo un poco del grupo para hablarle en privado.

¿Qué dices? Escucha, yo más que tú estoy muy cabreado con la situación que nos ha tocado. Soy un noble en Roland, alguien importante. Las circunstancias en las que nos han metido ahora me impiden regresar a mi casa. A mí, y a mi hermano. Estoy tan enojado e indignado como tú. Pero el grupo me ha hecho dar cuenta que ya está, lamentablemente es lo que tenemos. No podremos revertirlo. ¿A dónde piensas ir sino? ¿Regresarás a tu casa? ¿Para qué te arresten y te ejecuten?

Alfred estaba bastante enojado con la declaración de William.

¿Qué es esto? No estoy con ganas de perder mi puto tiempo. El tiempo es dinero, es así. ¿Quieren unirse o qué carajos? ¿Por qué me hacen venir aquí, y este me dice que no quiere hacerlo?

En eso, Bertram se había acercado a William y lo apartó del grupo para poder hablarle en privado.

¿Alguien más tiene que decir una maldita estupidez? Este es el momento.

El plan era sencillo. Iba a merodear por la posada como si fuera un mendigo. Con todo lo de los asesinatos y el torneo nadie iba a prestar atención a un borracho pidiendo unas monedas. Esperaría hasta que al anochecer los huéspedes estuvieran dormidos y Felipe apagara todas las luces. Entonces se colaría y tendría sus respuestas.

Hasta ese momento se aseguraría vigilando todo el día el paso de la guardia, la gente que entraba y salía de la taberna y con un poco de suerte tal vez pudiera seguir también a Travis. Todo aquello no era muy distinto a las eternas guardias que tenían que hacer en el campo de batalla por las noches.

Tal vez hasta saque algunas monedas. Sonrió.

-Lord Beltram... Usted está equivocado. Yo no siento ira. Siento decepción. Siento tristeza. Todo lo que quiero... Todo lo que quería... Me será arrebatado. Esta bien, marcharé con ustedes de ser necesario.

Le dije todo esto a Lord Beltram en voz baja, para que el mercenario no me escuchara. Unirme a la banda de mercenarios sería tocar fondo. Tal vez los nobles lo entenderían, pero el resto no. Ellos simplemente fueron envueltos en políticas de un país enemigo, en cambio, yo fui traicionado. La justicia la aplica aquel que tiene la mayor cantidad de conexiones, de eso me doy cuenta. Aún así tengo un plan.

-¿Listos para salir?

Oktael escuchó y observó toda la escena sin mutarse. Estaba acostumbrado a ver aquel tipo de trato entre la gente de aquella calaña. A pesar de estar familiarizado con esto, nunca dejaba de sorprenderle la crueldad de este mundo "avanzado" y "civilizado".

Algo en su interior le dijo que acercarse a Alfred le traería más respuestas acerca de su familia. Su comentario acerca de la lejanía de su hogar le había reavivado la llama de su búsqueda.
- Cuente conmigo.- dijo sin más el africano.

Sin esperar más tiempo, Oktael se volvió hacia Ahrem Weinmann. Habló directamente con él, con voz apenas audible para el resto de los presentes.
- Necesito un pequeño favor.- en sus ojos se notaba determinación y fuerza.- Necesito quedarme tranquilo, que Sir Hegen y su familia estarán bien. No quiero seguir adhiriendo deudas a mi ya turbada alma. Tiene una familia hermosa, necesito que estén bien!.- su voz parecía a punto de quebrarse.- Y necesito ayuda para encontrar comerciantes de esclavos. Con esos dos favores, mi gratitud será eterna y tendrás en mí un deudor de por vida.-

Lucas comenzó a pasearse por la ciudad. Este intentaba pasar por desapercibido.

Su intención era poder buscar un momento oportuno, a la noche, para increpar de sorpresa a Felipe.

Lo entiendo, Oktael... asintió levemente, algo consternado por la petición tan desinteresada de este.

Ojalá se pueda hacer algo con ello. Me temo que ahora lo veo demasiado... improbable. Pero no perderemos la esperanza. Por cada sitio que pasemos, veremos si hay esclavistas, para que puedas hablar con ellos.

Astrid decidió no acercarse a aquella extraña casa de la cual provenía un ambiente bastante turbio. Quería alejarse de problemas, puesto que ya tenía bastantes encima, por lo que pasó el resto de la noche vagando por la ciudad, acercándose a los barrios bajos, donde había menos afluencia de guardias patrullando.

Estuvo así por bastantes horas, pensando que hacer. Donde ir, como salir de ese maldito pueblo para dirigirse hacia el norte.

Su herida no había sido tratada correctamente, por lo que el brazo estaba hinchado y era bastante doloroso. Probablemente estuviera infectado.

Se dirigió así hacia un callejón para poder descansar tranquilamente, quizás ahí podría conciliar el sueño que no pudo la noche pasada.

Créeme que te comprendo. Sé que somos enemigos naturales, por los reinos de dónde venimos. Nuestras naciones están en guerra.

Sin embargo, mi padre me enseñó hace bastante que yo no debo ser ciego ante todo lo que pasa mi alrededor… la guerra de mis señores es una cosa, y yo juré lealtad a ellos. Pero yo, como hombre, libero mis propias batallas, y no sigo ciegamente a nadie. Quiero justicia, y hoy, aquí, ambos fuimos afectados por la injusticia de estos malditos. No eres mi enemigo hoy, William. No me interesa de dónde vienes, o por quien luchaste. Hoy, aquí, somos aliados.

Ojalá esté a nuestro alcance, en algún momento, retornar y enmendar lo que nos han hecho.

¿Entonces? ¿Vienes con nosotros, o qué?

Exclamó este, un poco impaciente, al observar a William.

Pocos grupos de soldados patrullaban por los barrios bajos. Por lo general se enviaba ahí a los soldados de menor importancia, para que endurecieran el carácter y se amaestraran. También eran enviados aquellos soldados que eran castigados por uno u otro motivo.

Independientemente de la razón por la que estos estuviesen ahí, una patrulla de soldados de no más de cuatro se encontraba cerca de donde estaba Astrid.

Uno de los guardias se detuvo. Le dijo al resto que necesitaba orinar, así que se acercó al callejón donde, por muy mala suerte, esta reposaba.

Así, pues, el guardia se alarmaría ante la presencia de esta, pero no fue hasta segundos después que cayó en cuenta de quién se trataba.

¡Guardias, guardias! ¡Es la fugitiva, a las armas!

Entonces el guardia desenvainó, y miró a esta con cierta fiereza, desafiándola.

¡En el nombre del Rey Aelfred y el Earl Birmighan, te ordeno que te detengas y no hagas nada estúpido o encontrarás tu muerte más pronto de lo que crees!

Se levantó bruscamente ante los gritos exhaustivos del guardia -¿es qué no tendré ni un minuto de paz hoy?- fueron sus pensamientos. Sin embargo, entre el insomnio y la herida, se encontraba bastante débil como para si quiera mantenerse correctamente en sus dos pies. Sacó su hacha e intentó desafiar al guardia.

¡Tendrás que matarme para si quiera llevarme, perro!

¡Que así sea, sucia pagana! El guardia se lanzó contra esta con escudo y espada.

Los movimientos de este eran impecables y precisos. La pelea contra Astrid no fue complicada, quizás porque las heridas de esta le impidieron estar al cien por cien en un combate contra un simple soldado de poca monta.

El soldado cargó con su escudo, con el que detuvo el abrupto golpe con el hacha de Astrid. Desvió la misma hacia su izquierda, haciendo que el cuerpo de esta se fuera en contrapeso.

El soldado aprovecharía este momento para darle una fuerte patada en la cadera a esta, desbalanceandola aún más.

Finalmente, cuando esta ya se encontraba acorralada en una de las paredes de una vivienda que daba hacia el callejón, el guardia realizó un corte bastante profundo en la pierna de Astrid, lo que hizo que la misma soltara su arma y cayera al piso.

Este se dispuso a darle el golpe final, entre la ira y el hecho de que esta ignoró su advertencia, pero fue detenido por su superior.

Finalmente, el superior del soldado, aquél que comandaba la patrulla, dio órdenes de llevarse a esta mujer como prisionera y no darle castigo divino por sus pecados en Banderlei.

Sabrá Dios, o los Dioses que le deparan a esta. Lo cierto es que esta sería enviada a las mazmorras que daban lugar en el Palacio De Vicenzo, un lugar extraño para una simple asesina infiel.

-Voy. Pero juro que los de Vincenzo pagarán por esto. Alfred... O debería decir, Jefe.

Miré a Lord Bertram a los ojos.

-Lord Bertram, le debo indicar lo siguiente. Yo dí muchas cosas por este país, y por los de Vincenzo. Si estando con usted y Lord Ahrem conseguiré mi venganza, le prometo que lo seguiré hasta el fin del mundo. Después de ello, si me lo permite, seguiré con usted. Ya no siento amor a mi país, y mucho menos a mis antiguos señores.