Partida Rol por web

Afueras de Van Buren, Maine. 8:00 horas.

El punto de salida de la Larga Marcha era un mojón de carretera que marcaba el límite de la frontera entre Estados Unidos y Canadá. Un sencillo punto en medio de la vía en aquel idílico paisaje rural. Por delante quedaba todo el estado de Maine y más allá. Los marchadores habían comenzado a llegar en sus coches particulares. Traídos por sus familiares que les observaban con miradas graves. Unos pocos habían llegado a pie desde la cercana población.

A las 8:16, un jeep pardo grisáceo llegó junto al mojón y se detuvo, seguido por un vehículo oruga que avanzaba lentamente. En la parte delantera y trasera del vehículo sobresalían dos pequeñas antenas de radar en forma de plato. Dos soldados haraganeaban en la parte superior. Ambos estaban armados con fusiles de precisión de grueso calibre.

El Comandante descendió del jeep. Era un hombre alto, bronceado, que llevaba gafas de sol y una pistola enfundada en el cinturón.

-No voy a dar un discurso -dijo el Comandante mirando a todos tras sus gafas oscuras-. Quiero felicitar al que resulte vencedor y expresar mi reconocimiento a los perdedores por su valor. Cuando diga vuestros nombres, adelantaos y recoged vuestros dorsales. Después volved al sitio hasta que sea hora de empezar. Por favor, que no haya desorden. 

El reparto de los dorsales continuó hasta las 8:40. Nadie había faltado a la cita. Detrás del grupo, en una explanada habilitada como aparcamiento, varios coches se pusieron en marcha y se alejaron: eran los reservas que regresaban a casa para seguir La Larga Marcha por televisión.

Chris estaba nervioso, y no era para menos, ¡la larga marcha!, morir o morir, lo importante era la forma del deceso y el puesto en el que quedases.

Como era de los últimos, comenzó a calentar de manera suave, estirando cuádriceps y gemelos, quien sabe cuando podría volver a hacerlo.

Echó un vistazo a sus oponentes, aunque no importaba demasiado, sabía que no tenía una excelente forma física, apenas llevaba corriendo 4 meses, desde que decidió apuntarse a la larga marcha, pero, ¡que demonios!, seguro que tenía más voluntad y necesidad que nadie!.

Continuó con sus estiramientos mientras aguardaba su turno

Casi parecía imposible que pudiera encontrarme aquí, en la recta de salida de La Larga Marcha. ¿No habíamos hecho Trey yo un escketch sobre esta absurda carrera? Sí, claro, precisamente era por ese por el que un escuadrón derribó la puerta de su casa.

Me iba a convertir en protagonista de mi propio chiste.

Miré mi dorsal cuando me lo entregaron. - Gracias. - Musité mientras miraba al número como un estúpido. - Número 73. Por lo menos no rima con ninguna obscenidad. - Era lo primero que pensé. Gajes del oficio, supongo.

Miré alrededor. Allí había de todo. 

- En fin... ya no hay vuelta atrás. - Murmuré y miré la carretera que se extendía ante nosotros como una interminable alfombra, dura y correosa, que nos marca el camino del infierno. - Highway to Hell. 

Aquella era una forma de suicidio tan buena como cualquier otra.

Al menos esperó que su paso por aquel concurso dejase de él algo digno de ser recordado. El resto daba igual.

Cuando le llegó el turno, Abraham recogió su dorsal de manos de aquel fantoche y volvió a su puesto a esperar el inicio de la marcha. 

Ahí estaba yo... mirando con curiosidad a mis oponentes, éramos un centenar y solo iba a quedar uno... el coronel entregaba los dorsales, algunos lo recogían con una actitud desafiante, otros con miedo, algunos mostraban hastío y otros desprecio... Se supone que venimos voluntarios, pero tras un ligero vistazo puedes ver que hay algunos más voluntarios que otros... A algunos los miras y ya ves la sombra de la muerte sobre su rostro, en mi caso el sol iluminaba mi cabeza, como si un elegido divino hubiera sido designado por el altísimo... ese era yo, el elegido, el joven que demostaría a este pais de incrédulos que quien se propone realmente triunfar lo puede conseguir.

-¡Mierda! ¿Qué hago aquí? Ah cierto. ¡La carrera! - mascullo entre dientes al llegar.

Todo comenzó en una tarde cualquiera, de esas que solo forman parte de la rutina pero de repente aquello que era soñado, perfecto y asegurado se derrumba cuando encuentras a tu novia teniendo sexo con tu mejor amigo. 

Ahi dices... ¿Se la corto? No, mejor no... ¿Los mato? Tampoco, tan malo no soy. ¿Qué hago? ¡Ya sé! Me anoto en una competencia mortal para ganar y que mi novia "la infiel" regreso a mis cálidos y aburridos brazos.

Y aquí estoy... Con mi ropa deportiva, unas zapatillas para caminar, mi corazón hecho trizas y una acidez galopante. Además llevo el cartel mental de el tonto novio que ha sido engañado. 

Eso ya no importa, soy capaz de hacer cualquier cosa y por eso estoy aquí. Sin muchos preámbulos acepto el cinturón mientras en mi mente se cruzan muchos pensamientos, observo a mis contrincantes y los saludo con un gesto, claro, al que me mira. 

Lo bueno de todo esto es que estaba físicamente en condiciones y no era feo de cara, al menos si gano tendré muchas admiradoras y mi ex se sentirá celosa por haber perdido a este pedazo de hombre tan noble, perfecto y digno de estar al lado de cualquier mujer. 

No podía soltar la mano de su novia Stacy Barrels y de su bebé durante el trayecto. Vale que todo había sido muy precipitado, la historia había sido muy típica, pero las quería desde el fondo de su corazón. Ellas eran la razón de que se presentara a esta locura. 

Por ellas, por ellas puedo hacerlo...

Pensó mirando la cara de pena de Stacy y la de indiferencia del bebé. Claire apenas tenía un par de meses, no comprendía que su papi iba a arriesgar su vida para que ella pudiera tener una mejor. Tampoco comprende que pese a que fue un pequeño error del baile de graduación, sus padres querían darle lo mejor y que pensaron que este era el mejor medio. Los adolescentes desde luego no son mucho de razonar las veces las cosas, para desgracia de Timothy, y este era muy obstinado como para dar marcha atrás ahora.

El coche paró, conducía la madre de Stacy, ella odiaba con todo su ser a Timothy, siempre creyó que su hija merecía algo mejor... Y que se quedara embarazada teniendo que rechazar su entrada a la universidad no es que mejorara la relación suegra-yerno. Besó de forma sentida a su novia y luego le plantó un beso en la frente a aquel bebé rechoncho con cara de ignorancia. Abrió la puerta y plantó un pie fuera del coche, sin querer mirar atrás. -Te quiero Stacy...- musitó casi de forma vergonzosa al tener presente allí a su odiosa suegra, a la que despidió con la mano antes de unirse al resto.

Timothy no era alto, ni fuerte, ni resistente, pero seguro que tenía más ganas que el resto de ganar La Larga Marcha... O eso pensaba él. Miró al resto de participantes y los saludó de forma tímida antes de colocarse su dorsal. Su mirada se tornó temerosa al ver a aquellos militares y por supuesto al Comandante. Se colocó su cinturón de comida, como vio que hacía el resto, él no parecía estar muy al corriente de cómo era.

Por dios, si ni siquiera suelo ver las retransmisiones anuales en la tele...

Sus dedos acariciaron aquel preciado objeto en su pantalón, suspiró y lo sacó para abrir su reloj de bolsillo y ver la reciente foto de sus chicas en el interior. Sonrió levemente y volvió a guardarlo en su bolsillo.

Vamos, solo un esfuerzo más y ellas vivirán como se merecen... La bruja de la señora Barrels se tragará sus palabras.

Haz que el sufrimiento y la incipiente locura se transformen en ira, la ira en fuerza, convicción, y con esa energía llegues al final de la carrera sobre todos, incluido tú mismo.

Las palabras que le dirigiese su padre cuando se atrevió a volver a hablarle, mientras bebían una cerveza en el porche dos días antes, resonaban martilleantes en su cabeza. Las repasaba una y otra vez, como si se trataran de una letanía capaz de suavizar la tensión que se respiraba en el ambiente, quizá solo las examinaba buscando un atisbo de compasión en ellas, sin encontrarlo.

El comandante comenzó a nombrar a los participantes para que recogieran su dorsal, le sorprendió que enseguida pronunciara su nombre. Se vio dirigiéndose hacia la voz que lo reclamaba sin darse apenas cuenta, caminando en un sueño demasiado real. Agradeció con un asentimiento los buenos deseos, junto al dorsal, que aquel hombre, cuyos ojos no podía leer, le entregaba. Al regresar a la línea de salida no pudo evitar mirar los fusiles, ni reprimir un escalofrío. El miedo comenzó a invadirle a traición y por sorpresa. Apretó los puños durante un lapso de tiempo que no habría podido determinar de ser preguntado, a su alrededor seguía escuchando nombres y más nombres. Cuando recuperó el dominio de sí mismo vio que casi todo el mundo tenía ya su dorsal.

Sintió la necesidad de decir algo, a quien fuese, a su lado se encontraban varios chicos, casi todos más o menos de su edad, tomó aire y les preguntó con una triste sonrisa:

¿Preparados para un último paseo por el infierno?

Después de repartir los dorsales, varios soldados del vehículo oruga comenzaron a distribuir unos anchos cinturones con bolsas cerradas a presión. Las bolsas iban llenas con tubos de alimentos concentrados. De alto valor energético, mantendría a los marchadores durante toda la competición. No era deportivo dejarlos sufrir de hambre y sed. Otros se acercaron con cantimploras. El Comandante les dedicó una sobria mirada general. Eran las 8:56, faltaban cuatro minutos.

¿Preparados para un último paseo por el infierno?

-No sabes cuánta razón tienes. Ese asfalto arderá como el propio infierno al mediodía... Soy Peter McVries -dijo tendiéndole la mano a Bachman.

Henry Bachman -. Repuso a su vez estrechando la mano tendida. Meditó sobre el comentario de Peter, estaba acostumbrado al calor, o eso pensaba al proceder de Arizona, pero al no haber estado nunca antes en Maine no podía saber a qué se iban a enfrentar. Sopesó la posibilidad de que fuese solo una fórmula para amedrentarlo, mas desechó la idea, el muchacho parecía, sencillamente, decir lo que pensaba de verdad.

Le tocó el turno de recibir el cinturón y la cantimplora, a duras penas resistió la tentación de beber enseguida, después de todo iba a disponer de mucho tiempo para ello.

Tenemos agua -.Comentó tratando de mostrar un coraje que no sentía.

Miró como los chicos se presentaban y dio un paso tímido en su dirección, que fue acompañado por varios pasos más cortos hasta estar a la altura de los otros. Ambos chicos parecían mayores que él, mejor construidos, más fuertes, pero él estaba seguro que tenía más determinación que cualquiera. Debía tenerla.

-Ho...- carraspeó al salirle un tono demasiado agudo de voz. -Hola, yo soy Timothy...- sonrió y borró de inmediato aquella mueca. No es que aquel fuera el día más feliz de su vida, su hija se había ocupado de tomar ese puesto.

Había unos cuantos que parecían querer conversar. Seguramente para aliviar tensión.

- Hola. - Dije cuando la ocasión pareció merecerlo. - Soy Matt. De Colorado. - No dije nada más hasta ver qué tal se desenvolvía la conversación. Esperé con media sonrisa pugnando por afianzarse en mi rostro.

La situación era confusa para mí. Todos los allí presentes éramos rivales, pero de alguna manera nos unía la locura de embarcarnos en una empresa como aquella, y eso no era fácil de ignorar. Tampoco era fácil desear que "ganara el mejor", pues la derrota sólo tenía un significado, y de esa clase de derrotas no puedes llevarte una lección aprendida a casa.

Akinlabi recogió su dorsal sonriendo estúpidamente ante la multitud congregada, no entendía muy bien de que iba esto pero se sentía como una estrella de cine americana y... eso era bueno.

Recordando lo que vió cuando participó en los juegos populares de Tsumeb, hace ya demasiados años, en aquel verano durante el que fugazmente fue llamado el León del Desierto por quedar como el mejor atleta de su pequeño poblado (probablemente ni allí lo recuerden), piensa:

- Si hay tantísimos corredores o bien habrá muchas tandas eliminatorias o bien es que se trata de una maratón o algo parecido.

Sin dirigirse a nadie en particular, y mientras se comía parte de la comida proporcionada, preguntó:

- ¿Hasta dónde hay que ir?

Quiero decir... ¿Cuanta distancia hay que correr en la carrera esta?

-¿Cómo? ¿Pero es que no tienes ni idea, amigo? ¿De dónde has salido? -interviene de pronto otro de los marchadores acercándose al grupo-. Esto es hasta que reventemos. Hasta que sólo quede uno. Hasta que el resto haya vomitado las entrañas y se haya quedado por el jodido y puto camino. Hasta ahí. Como si terminamos a las puertas de la jodida Disneylandia.

Miró a aquel hombre, que parecía pasado de edad. Casi sentía pena que alguien así tuviera que presentarse a La Larga Marcha, más aún que le dejaran presentarse. Pero aquello era un yo o el resto y Timothy no tenía pensado dejar ganar al resto.

Un hombre de esta edad tiene que tener problemas muy gordos si está aquí...- pensó, evaluando la forma física del dorsal 67.

Tragó saliva ante su pregunta, ¿acaso no estaba informado de nada? -Hasta que solo quede uno en pie...- contestó al hombre, desviando la mirada hacia la línea de salida. Algo dentro de él gritaba que todo aquello era una locura, que había mil maneras de tener a sus chicas como merecían. Miro de nuevo a Stacy y giró la cabeza, antes de que saliera una lágrima de pena. Estaban retrasmitiendo aquello, no sería lo mejor salir llorando por la tele, quedaría como una nenaza.

Akinlabi parece sorprendido, pero tampoco demasiado preocupado.

- ¿Hasta que solo quede uno? Vaya, así que de eso se trataba...

- Bueno, pues supongo que será tipo maratón, a ver si consigo quedar entre los primero, tampoco parece que hayan venido aquí los mejores atletas olímpicos ni nada, es lo que tienen las carreras organizadas regionalmente, lo mismo hasta podría quedar entre los tres primeros y llevarme una medalla o algo.

- Pues nada, que gane el mejor... por cierto, me llamo Akinlabi, Akinlabi Ndongo, de Namibia. Cuando era más joven me solían llamar el León del Desierto ¿Sabéis?

Aunque ahora estoy algo desentrenado, a ver si consigo hacer podium...

Akinlabi lo comenta orgulloso, pero con un tipo de orgullo sano, despreocupado y vivaracho que resulta hasta simpático.

Miré al número 67.

- ¿Te estás quedando con nosotros? - Hice una pequeña pausa para ver su reacción. Algo en él me decía que estaba hablando en serio. - Mira, no sé si lo dices para reírte de los que piquemos, pero seré yo quien muerda el anzuelo, por lo menos acabaremos con esta broma macabra. - Lo miro, no sonríe, está expectante. - Ay madre que a este lo han "tangao".

- La cosa va como sigue: comenzamos a caminar hacia allá. - Señalo a la carretera. - No hay podio, pues sólo sobrevive el ganador. Los demás se quedan por el camino. Los soldados se encargan de ellos. Si bajas de 6,5 kms/h en cualquier momento, recibes un aviso. A los tres avisos, te vuelan la tapa de los sesos. ¿Qué te parece?