Partida Rol por web

La Autopista, a 22 kilómetros de Old Town. 12:09 horas.

Parecía que cuanto más se acercaba el grupo a la ciudad, más y más participantes desfallecían y se daban por vencidos. Se había llegado ya al punto de no retorno, donde todos los jóvenes que no se habían entrenado previamente para La Larga Marcha se venían abajo. Ahora las armas de los soldados sonaban aproximadamente cada diez minutos. Otra media docena de cadáveres se amontonaban en los últimos kilómetros recorridos. Los marchadores eran ya 79.

Para Garraty y McVries, que habían intentado mantener la marcha del grupo, también se acercaba el final. McVries no aguantaba el dolor de pies que le daban los nuevos zapatos. Era mejor que ir descalzo, pero a veces le hacía cojear con desafortunadas consecuencias.

-¡Aviso, número 61! ¡Último aviso, número 61!

Garraty tenía problemas similares. Hacía ya muchos kilómetros que no hablaba con nadie. Tenía la mente puesta en Freeport. Pero con su condición física, estaba tan lejos como la propia luna. El sol del mediodía caía a pleno sobre el grupo y los más blanquecinos de piel empezaban a presentar quemaduras y ampollas en la cara. Garraty recibió su segundo aviso, luego su tercero. Jamás llegaría a ver a su madre y su novia.

-Peter, no puedo más. Creo que ha llegado el final para nosotros, amigo -dijo acercándose al otro muchacho.

-Vamos Ray, sigue avanzando -McVries le había cogido del brazo y tiraba de él- ¿No querrás darle el gusto a ese Barkovitch? Tenemos que aguantar al menos más que él.

-Eso ya ha dejado de importarme -señalo a Aki que seguía en primera posición tirando del resto-. Mírale a él. Creo que ganará. Es un auténtico toro. Nos está dejando en ridículo a nosotros, los jóvenes. Si alguien tiene que ganar, me gustaría que fuera él.

-No hables así. Tienes que llegar hasta Freeport. Tienes que ver a tu madre y a tu novia.

-¿Freeport? Está a más de 130 kilómetros de aquí, amigo. Nadie verá esa ciudad. Nos esperarán en vano -se quedó en silencio mientras los dos amigos arrastraban los pies cada vez más despacio.

- Dejad de joder y seguid caminando.

Soltó Bram de pronto acercándose a la pareja de derrotistas que ahora eran Peter y Ray.

- Me cago en vosotros dos ¿Me oís? - Señaló a Peter primero y a Garraty después- Tú tienes tus zapatos y tu a tu madre y a tu novia, así que no me toquéis más los cojones, nenazas. 

Comenzó a oír palabras fatalistas de Garraty y de McVries, el segundo lejos de lo esperado ahora tenía zapatos. Timothy pensó que sus palabras no se alejaban mucho de la realidad, seguramente ninguno llegáramos a Freeport. Otra decena de corredores habían recibido el pasaporte en los últimos kilómetros, ahora es cuando empezarían a caer como moscas. El agotamiento físico y moral se notaba, solo había que escuchar los comentarios pesimistas y el cántico de Barkovith.

Lo que le pareció raro fue el comentario de Abraham, para el chico de pelo rizado, aquel rubio había perdido por completo la cabeza. Llevaba kilómetros sin casi decir nada y ahora saltaba enojado, sería cuestión de tiempo que tratara de tomar el tanque como aquel otro chico o cualquier disparate similar. Eso era lo peor y lo que más temía él, no quería volverse loco. No, joder. 

Al menos su estómago le había dado una tregua, no sabía por cuánto tiempo. Sus pasos seguían siendo cansados y constantes, su mano derecha no paraba de apretar aquel reloj. Pensó que daría lo que fuera por volver a ver a sus chicas, pero también temió que cuando las vieran le dieran el pasaporte. Era humillante que ellas vieran su último momento de vida reducido al despojo andante que era ahora, aunque para él sería todo un mundo. Un último deseo de presidiario, que marcaría de forma amarga a Stacy de por vida.

No, no puedo hacer eso... Espero que tampoco esté mirando la tele- pensó sacudiendo la cabeza. 

El sol había alcanzado su cenit y con él el calor se hacía insoportable incluso para quienes, como Henry, estaban acostumbrados a él. El sueño, el cansancio acumulado, el constante goteo de disparos y muertos, envilecía el ánimo hasta dejarlo seco, exhausto, agotado, sin un atisbo del arranque con el que había saludado al nuevo día. Unas horas después el chico de Arizona parecía años más viejo, ni siquiera participó de la polémica conversación que mantuvieron Peter, Garraty y Abraham, reservaba fuerzas atesorándolas con un temor permanente y que crecía a cada paso, a cada nuevo paso que lo desgastaba un poco más y lo aproximaba a la muerte.

Bebió despacio, ahorrando energía hasta en eso, sin hacer movimientos bruscos, andando lo justo, demasiado justo pues de nuevo escuchó con terror nada disimulado en el rostro -: ¡Aviso número tres! ¡Segundo aviso!

Su corazón se aceleró, tragó saliva nerviosamente y cerró los puños con fuerza, apretando el paso, para contener un grito de desesperación. 

Buf, me siento realmente cansado... pero me mentalizo que es una mala racha y debo seguir adelante.... Jesse está también bastante tocado y a la mínima cualquiera de los dos podemos irnos.... mientras Aki sigue imperturbable... que envidia!

Ya hasta pocas ganas de bromas tengo, los últimos kilómetros la situación se ha ido jodiendo tanto que ya hasta el humor se nos escapa....

Escucho los lamentos de los otros dos chavales, y ciertamente son bastante cansinos.... joder que se callen ya oque les den el pasaporte... era lo que faltaba, además de tener que sufrir esta tortura que encima nos vayan dando la chapa...!

Venga ánimo compañero.... con un poco de suerte recuperaremos un poco de energía y siempre nos quedan las barritas... Además necesitarás energías luego para cepillarte a la de las tetas de antes... o no querrás dejarla con las ganas.... Intento animar a Jesse.

Acepté el cinturón de Warren. 

- Gracias tío. No tenías que hacerlo. Te han dado un aviso por mi culpa. - Me sentía responsable. - Trataré de compensarte si tengo la oportunidad. - Le aseguré. Esperaba tener la oportunidad, no sólo por saldar la deuda, sino que eso significaría que aguantaba lo suficiente como para tenerla. - Ahora vengo, voy a por agua.

El sol apretaba con ganas. Pedí agua y me la eché por encima. Luego pedí otra y bebí. Con eso debería bastar para seguir con la marcha.

Entonces pasó algo realmente extraño. Cerca de la carretera vi algo, o más que algo, vi a alguien. Era Trey. Caminaba por fuera del arcén, sobre la hierba y matorrales, al mismo ritmo que nosotros. Abrí los ojos como platos y le saludé. Él me miró y me sonrió. Sin duda era él. Entonces los soldados le dispararon y no lo vi más. Me quedé atónito y detuve mi avance. No podía ser Trey. Y no lo era. Vi a los soldados meter su cuerpo en una bolsa y no era la cara de Trey. Había alucinado.

- Aviso, número 73. Segundo aviso. - Esa voz me arrancó de mi ensimismamiento y me di cuenta que estaba de pié, como un espantapájaros. Así que me puse de nuevo en camino.

El calor, sumado al cansancio, me había jugado una mala pasada.

Arrastrando los pies como si fuera mi último aliento de vida intento ir a la par de Simon. Una vez que lo alcanzo noto su cansancio y sus dilemas con el aire o era una abeja (?). Ninguno de los dos teníamos el ánimo suficiente para ser ese par de bromistas, el ambiente estaba caldeado y para colmo ya teníamos a los llorones de turno declarando su agonía. 

Suspirando ante esa actitud sonrío por las palabras de mi amigo, no estaba ni para cepillar al perro de lo cansado que me sentía pero no quería cortar lo único que en verdad nos mantenía en pie... Nuestros piques. 

- No creo que pueda darle mucha matraca en este estado, será bonita y sus tetas eran un elixir pero no se me para ni a garrotazos de lo agotado que estoy. Eso si, de tanto mirarte ya me estás resultando bonito. - suelto una cansada pero sonora carcajada,  sólo me divertía ver la expresión de su rostro y picarlo para mantener el ambiente. 

Akinlabi, una vez que pone a buen recaudo su cinturón de alimentos, sigue en su mundo onírico de recuerdos de una juventud en el África profunda. Está tan ensimismado que en un momento dado comienza a canturrear como para si mismo una canción festiva que recuerda de una boda a la que fue invitado hace mucho (quizá demasiado) tiempo en una remota aldea de las montañas del sur.

Bram seguía caminando en silencio. Hubo más avisos, pero al menos no hubo más muertes, sus nervios se habían calmado un poco, pero se sentía bastante fatigado a pesar de todo. Al menos 61 y 47 habían cerrado el pico.

La Autopista, a 13,8 kilómetros de Old Town. 13:22 horas.

A medida que se acercaban a la ciudad, comenzó a aparecer gente en los arcenes. Al principio eran unas pocas personas con sus coches aparcados de cualquier manera entre los árboles. Pero ahora que estaban a poco más de 10 kilómetros de Old Town, los márgenes de la carretera estaban abarrotados de personas que contemplaban el paso de los marchadores. Ahora la mayoría de los jóvenes mostraban evidentes signos de agotamiento y apenas respondían a los vítores de la gente. Ya no era aquel abigarrado grupo de saludables adolescentes que sonreían a las cámaras al comienzo de la competición. Tres marchadores más se habían quedado por el camino, bajando el número de participantes a 76.

Garraty ya no aguantaba más. A pesar de que la gente gritaba su nombre y mostraba carteles con su imagen, el chico parecía más allá de toda ayuda posible. Ni oía ni veía y muchas veces tropezaba con sus propios pies. McVries intentaba ayudarle todo lo que podía, pero era evidente que su final estaba muy cerca. La gente, al contemplar su sufrimiento, empezó poco a poco a quedarse en silencio.

-¡Aguanta Ray! -gritó alguien entre el público.

-¡Vamos, eres nuestro campeón! -tronó otra voz.

Pero el chico ya no podía más. Lentamente empezó a reducir el paso hasta que se quedó quieto en medio de la carretera. La gente le gritaba que se moviera, observando a los soldados que vigilaban su cronómetro. Las armas se alzaron. La gente gritó aun más. Algunas chicas empezaron a llorar desesperadas. Incluso un espectador intentó saltar a la autopista para ayudar a Garraty, pero las porras de los policías le hicieron reconsiderar su idea. Ray levantó lentamente un brazo y saludó a los espectadores. El joven, en su delirio, veía a su madre y su novia entre el público. Había llegado. Estaba en Freeport. Lo había conseguido.

Los fusiles escupieron su carga mortal y Ray Garraty se convirtió en la baja número 25.

Estaba en las últimas, le habían dado el tercer aviso ya, y tenía el cuerpo muy cansado, intentó aguantar al lado de Matt, pero no lo consiguió, tuvo que retroceder varios pasos.

-Sigue Matt, yo estoy casi finiquitado-

Las palabras apenas le salían de la boca, estaba cerca de su cuarto y definitivo aviso...

...Pero este no llegó, pues consiguió mantenerse en el mínimo de velocidad, y sus pies cansados no tropezaron con nada esta vez.

Solo le quedaban otras dos horas de marcha para borrar avisos.

Si es que lo conseguía.

Caminaba a paso firme y medido, estaba cansado pero mantenía un ritmo considerable. Por momentos el silencio lideraba completamente en mi persona al punto de no poder esbozar una sola palabra, estaba totalmente shockeado con la situación y aquel disparo hacia uno de los caminantes. 

-Mierda... Ese chico no me caía mal... - refunfuñaba en silencio hasta que sin darme cuenta perdido por la confusión desvío mi camino alejándome de mis compañeros. 

- Segundo aviso 76, segundo aviso. -  una voz pronuncia mi número y es la que me quita de ese lapsus autista, alzando una mano totalmente desganado regreso junto al grupo como si fuera una oveja descarriada que regresa al corral junto con el resto de sus compañeras. 

Tanta muerte sin sentido hacía a Akin sentirse como en su África natal, sus viejos y desgastados huesos iban notando ya el peso de los kilómetros acumulados y el sudor comenzaba a aparecer como un bálsamo helado.

Tampoco es que hubiera mucho que hacer o decir al respecto, solo había que aguantar, aguantar más que toda esta gente que le acompañaba en este absurdo y estúpido viaje.