Partida Rol por web

La última hora la había pasado en un estado de sopor y agarrotamiento continuo, contante. Lo cual era de agradecer, pues consiguió que, mientras muchos otros iban muriendo a mi alrededor, yo pudiera dejar atrás otra hora de marcha casi como si hubiera sido un sueño. Quizá incluso dormí un poco. Aquello era bueno, por una parte, pero aterrador por otra. Caminar de forma inconsciente me hacía vulnerable a cualquier pequeño obstáculo y mandarme al suelo directamente.

Recobré la consciencia, o el determinado nivel de consciencia que podía recobrar, para darme cuenta del horror que había protagonizado Barkovitch. Aquel que quería bailar sobre nuestras tumbas acaba por rajar su propio cuello.

La locura caminaba entre nosotros, pero a diferencia nuestra, ella no se cansaba. Más bien al contrario.

Por muchas vueltas que le diese la conclusión a la que llegaba era siempre la misma:

No puedo más.

A pesar de la urgente necesidad que tenía de ir lo más deprisa posible para escapar de su escalofriante perseguidor se vio obligado, a causa del cansancio acumulado, a reducir el ritmo lo suficiente como para que el degollador le diese caza. Apretó los dientes, cerró los ojos y esperó el golpe que debía cercenarle el cuello de parte a parte. Para su asombro no ocurría nada, escuchó un ruido extraño, mitad exclamación mitad caos borboteante, abrió los ojos justo para ver, mal iluminada por la luna, la figura de Barkovitch convulsionando en el suelo mientras lo regaba de sangre oscura. Se volvió hacia el degollador que, para su asombro, ahora caminaba a su lado nada amenazante.

¿Por qué le has matado? - A lo que el degollador, claramente ofendido a pesar de la máscara de verdugo que le ocultaba la parte superior del rostro, replicó:

Yo no he sido.

Por un instante un atónito Henry esperó escuchar, de fondo, las risas en lata propias de una comedia de sobremesa. Aquello cada vez tomaba un cariz más extraño, pensó que la cosa no podía ser más rara cuando el degollador se volvió de nuevo hacia él para añadir -:

Si aguantas hasta Pittsfield te cuento un secreto.

Parecía cosa de locos, pero le había picado la curiosidad.

Aki me dá el reloj.... creo que debe pensar que le dá mala suerte o algo por el estilo.... Que tontería por favor...

Aún así no lo necesito, por lo que en un descuido le meto el relój a Barkovitch en el bolsillo y me alejo tranquilamente...

Pasan los minutos y comienzo a escuchar gritos... en ese momento es cuando veo a Brakovitch rebanarse a si mismo el cuello con una navaja al tiempo que se llevaba la mano a bolsillo del pantalón.... en sus últimos espasmos veo como lanza un objeto al aire... el objeto vuela hacia mi cabeza a una velocidad asombrosa y me golpea en pleno ojo..... Ayyyyy!!! Mierda!!!!.... Es el puto reloj.... Me agacho a recogerlo..... Número 82, Segundo aviso!!! Y deja de hacer el tonto... Idiota!!!!... escucho a mi espalda..... 

Mierda! Otra vez el puto reloj, y ya me han clavao otro aviso.... a ver si realmente vá a estar embrujado.... 

Corro y me acerco al número 73... Hola Nachete... toma mira, te regalo este reloj tan chulo que me ha dejado Barkovitch... No sé que manía le ha dado a todos por dejarme sus relojes....

Todo el mundo seguía muriendo alrededor de Daniels. El chico intentó abstraerse del sonido de los disparos fijando la vista en la carretera y observándose los pies. Por eso no pudo ver como Barkovitch se quitaba la vida de aquella manera horrible. Aunque escuchó sus terribles gorgoteos de muerte que fueron aún peor que contemplar la escena.

La Autopista, a 45,6 kilómetros de Augusta. 22:40 horas.

El grupo dejó Pittsfield atrás con rapidez puesto que era una población bastante pequeña. El siguiente punto en la ruta era Augusta, la capital del estado de Maine. Y desde allí rumbo al final de La Larga Marcha: la frontera del estado, a unos 100 kilómetros más. Nadie había llegado más allá de la frontera y parecía que este grupo sí podía conseguirlo. Las Vegas estaba que echaba humo. Alguien había filtrado el extraño contrato de Christopher aprovechando la falla en la compañía de seguros y el dinero cambiaba de manos a toda prisa. Se había convertido en uno de los favoritos junto a Aki que podía hacer saltar la banca.

El flujo de muertes no se detenía. Otros cinco más cayeron al salir de Pittsfield. Entre ellos estaba Abraham Danville. El grupo había pasado sobre un puente que cruzaba el río Sebasticook y ese fue el momento en que el joven aprovechó para correr hacia el bordillo y saltar al vacío. Inmediatamente los guardias corrieron tras él y comenzaron a disparar hacia abajo. Hasta una decena de disparos se escucharon. Nunca se supo más de Danville. Al día siguiente alguien encontraría su camisa destrozada con varios agujeros de bala en donde aún se distinguía su dorsal con el número 9. Pero nadie encontró su cadáver. Los 42 supervivientes restantes siguieron su interminable camino.

Su última noche, Chris lo sabía, y a pesar de que el dolor de espalda había remitido, sabía que esta sería su última noche.

Quería disfrutarla, pero un terrible sueño se apoderó de él, su reloj biológico le indicaba cerrar los ojos y echar un sueño, o si no, se converitría en uno de aquellos corredores que parecían zombies.

Cogió la cantimplora y se la vació sobre la cabeza, para que el agua fria le espabilase.

Miro a Timothy, aquel chaval había supero al negro, y parecía eregirse como nuevo 'lider'

-Bien Timothy, si sigues así nos superarás, te lo mereces, eres buen chaval-

Prácticamente recuperado ya de su bajón, Akinlabi continua marchando sin pena ni gloria.

- Esto cada vez toma peor cariz, la gente empieza a desesperar...

Ve caer a Abraham por el puente sin acabar de creérselo y se encoje de hombros, sin decir palabra al respecto.

Me cago en todo... desde que me han devuelto el reloj me he ganado un aviso y me siento mucho más cansado.... tengo que deshacerme de este jodido reloj...

Cunado veo a Abraham saltar del puente me lamento de no haberle colado a él el puto reloj, al menos se lo habría llevado la corriente... pero no aquí sigo en picado hacia la bolsa de plastico, por culpa del relojito de los cojones....

RELOJEEEESS!!! REGALO RELOJEEEESS!!! UN CHOLLO SEÑORAAAAASSSS!!! LLÉVELE UN RELOJ A SU MARIDO!!!!!

EH!! PELO-COÑO, ¿NO QUIERES UN RELOJ?!!!!

Las últimas muertes, más numerosas, estaban deteriorando a Timothy demasiado. Su cabeza hacía millas que no funcionaba como debía, que se obsesionaba con pensamientos de grandes banquetes de comida y el contacto de la piel de su amada. Se resistía a comer alguna de sus barritas, atesorándolas como si fueran oro enfundado en plástico. Su estómago no paraba de reclamar que lo llenara con algo y él lo contentaba con un trago a la cantimplora, uno pequeño. Sin el sol y el factor sudor, tendría que parar a vaciar su vejiga si la cantidad que bebía era enorme.

Es más, sintió que no había miccionado desde hacía décadas y aprovecho la intimidad de la oscuridad para bajarse la cintura de los pantalones deportivos, sacársela y dejar un rastro húmedo sobre el asfalto.

Y aquí podrán poner una placa conmemorativa: la meada del gran 8.

Esbozó una sonrisa amarga y siguió marchando, no le quedaba más. Había dejado de apretar su reloj, viendo que el resto de marchadores se pasaban el reloj del cornudo como si de un fetiche de mala suerte se tratara. Y sin duda debía dar mala suerte, el suyo aún estaba por ver. Timothy pensaba que había sido una tontería traer un reloj viejo para saber la hora, debió conformarse con la foto de sus chicas... Y quizás un sándwich.

Con pan blanco tostado, sin bordes, lechuga, jamón, queso y toneladas de mayonesa...

Su boca se hizo agua de nuevo y pasó el amargor de aquellos pensamientos con otro pequeño trago de agua.

A cualquier observador televisivo del marchador de Arizona, que estuviese siguiéndolo por un interés económico desde Las Vegas, o simplemente por macabra curiosidad mientras se atiborraba de palomitas en el salón de su casa, no se le habría pasado desapercibido sus desconcertantes cambios de ánimo o ritmo. Cabría esperar que fuese el responsable de más de un ataque al corazón, no serían pocos los apostantes que dormirían esa noche en el hospital si es que llegaban a tiempo. Porque el espectáculo era grandioso y como rezaba la publicidad incesante, esa noche, la más larga, sería la definitiva, los que sobreviviesen tendrían un puesto asegurado en la memoria colectiva, al menos hasta el año siguiente.

Ajeno a esas circunstancias, el muchacho que ya empezaba a pensar en sí mismo como número tres más que por el nombre que le pusieron sus padres, caminaba sin el miedo y la desazón que le habían acometido unas horas antes, con una tranquilidad rayana en lo absurdo, mientras valoraba en su mente dos realidades unidas, superpuestas una a la otra, en la que acontecían distintos sucesos.

En una, el degollador caminaba a su lado amistosamente, al pasar por Pittsfield le había dicho, como si de una trilogía de George Lucas se tratara, que era su padre. Aquello le removió las entrañas, a punto estuvo de vomitar como si no hubiese mañana, pero lo cierto era que, muy probablemente, no habría un mañana y consiguió retenerlo todo dentro. Tendría que enfrentarse a eso más tarde, ahora mismo no se sentía capaz, al menos no tenía que huir más y eso no dejaba de ser un alivio.

En la otra, los chicos caminaban en un estado tan lamentable que número tres tenía que considerarse afortunado, a pesar del dolor de la pierna y los constantes calambres, a pesar de que la lluvia y el frío anteriores le hubiesen pasado factura con una tos bastante fea que, sin cuidados ni descanso, se iría poniendo cada vez peor, a pesar de que se estuviese volviendo completamente loco a cada paso que daba en aquella infernal competición, a pesar de todo ello tenía que dar gracias a Dios, a la fortuna y a cada americano que pensaba en él y le alentaba a continuar aunque solo fuese para ganar algo de pasta, pues de algún modo, estaba convencido, aquellos ánimos proyectados desde quién sabe dónde de parte de desconocidos tenían valor y repercusión en los competidores, aunque esa era una teoría que se guardaría para él.

Sonrió al ver a Abraham reunir el valor suficiente como para llevar a cabo el propósito que venía persiguiendo desde que comenzó la Larga Marcha.

Adiós -. Dijo a la figura que caía mientras los soldados jugaban al tiro al blanco -. Buena suerte.

Giró la cabeza, ante el grito del otro marchador. Las palabras despectivas, que no paraban de salir de ese agujero que llamaba boca no cesaban. Se ve que había comprendido que aquel reloj era su ruina. Le regaló una sonrisa amable, aunque en los ojos de Timothy ya se veía el brillo de la locura. Se metió la mano al bolsillo y le mostró su propio reloj, que había traído a la competición.

-Te tocó el maldito, amigo- dijo sin borrar su sonrisa. -No te preocupes, pronto tu sangre lo alimentará y vivirás siempre en él. Con cada tic tac. Lo estás deseando, será el sacrificio de amor que nunca comprendiste, por tu amigo- una carcajada sonó en la noche, demasiado insana, mientras señalaba la carretera que dejaban detrás y donde el 76 había caído hacía no tanto. Siguió marchando entre la razón y la locura, con el horizonte como meta.

Cuando el loco del reloj se acerca a mí... 

Corro y me acerco al número 73... Hola Nachete... toma mira, te regalo este reloj tan chulo que me ha dejado Barkovitch... No sé que manía le ha dado a todos por dejarme sus relojes....

Me alejo de él como de un apestado.

- Déjame en paz y métete eso por el c... ¡Ah, mierda! - Tropiezo con otro marchador y me voy al suelo. Sin saber ni cómo, me piso el zapato y se me sale del pié. Me apresuro a volver a ponérmelo e incorporarme a la marcha nuevamente, pero no soy lo suficientemente rápido. - ¡AVISO! Segundo aviso, número 73.

- Me voy a cagar en la puta madre que te parió, loco de mierda. Métete el reloj por el culo, o tíralo a la cuneta o muérete de una puta vez y déjanos a los demás tranquilos, joder. - El acceso de ira me hace perder los nervios. Estaba a punto de borrarme el último aviso y por culpa de Simon ahora tengo dos y tardaría otras tres horas, en el mejor de los casos, antes de poder borrar otro. - Si no fuera porque esos de ahí atrás me volarían la tapa de los sesos, te arrancaba la cabeza ahora mismo. ¡IMBÉCIL!

Los que marchaban junto a mí, a penas reaccionan ante mis muestras de dominio la lengua mater, pulido tras años de vivir en un barrio de los peores de la región. Son zombies. Somos zombies, pues no somos más que cadáveres que caminan.

La Autopista, a 38,4 kilómetros de Augusta. 23:45 horas.

Faltaban quince minutos para la medianoche. Quince minutos para que comenzase la tercera jornada de la competición y la que sin duda sería la última. Sólo quedaban 38 competidores caminando en pequeños grupos un tanto alejados unos de otros. Aki y Timothy seguían los primeros. Los que más frescos estaban. Alrededor del reloj de Jesse se había levantado una historia un tanto siniestra: se decía que su poseedor lo había maldecido y todo aquel que lo sostuviese estaba condenado a sucumbir rápidamente. Y la verdad es que los hechos empezaban a darle la razón a aquella absurda historia. Amanecería en unas seis horas aproximadamente. Y si el ritmo de bajas continuaba, sólo verían salir el sol poco menos de diez participantes. Los elegidos para el sprint final...

Estaba aguantando el tirón, los decimales habían bajado un número

-Eso está bien, el dinero sube, mis supernenas tendrán todo lo que necesiten, jeje-

Hablaba en voz alta, pero sin darse cuenta, Chris creía que hablaba en su cabeza. El hambre, la fatiga crónica, y el sueño galopante jugaban malas pasadas a todos aquellos que aún seguían en pie, y Chris no era diferente.

A veces tenía microsueños, y mientras andaba, hablaba con personas alejadas de él miles de kilómetros, como su familia, algún que otro amigo, primos...Hasta que Chris comprendía que era mentira, que él estaba en la larga marcha y que aquello no podía ser posible. Era entonces cuando despertaba y miraba la hora, apenas habían pasado diez segundos y había hablado con media Kentucky. Un despertar de pesadilla.

tengo que controlar esto, o cuando menos me lo espere, me darán pasaporte por quedarme frito.

Al menos, parecía haber cogido un buen  ritmo, momentáneamente.

Akinlabi ve apagarse un día más... la luz vuelve a abandonarles, quizá esta sea la definitiva, aunque bueno... eso mismo pensó ayer y aquí sigue...

El paso de las horas y las muertes, comienza a notarse que cada vez hay menos participantes, caras que le empezaban a resultar conocidas han ido desapareciendo poco a poco y con cada baja ha ido perdiendo la sensibilidad ante el enorme número de cadáveres que han ido dejando atrás.

Su cerebro va entumeciéndose, la falta de sueño ya comienza a ser un problema grave, y le da la impresión de que su mente divagase hacia su tierra, muy lejos de allí. Probablemente incluso haya tenido algún período en el que vagaba de forma semi incosciente en esa nebulosa frontera que existe entre el sueño y la vigilia, no está muy seguro.

Ya no está muy seguro de nada.

Tras la desesperación que me había atenazado tras el último aviso, procuro alejarme lo más posible del tal Simon, no vaya a ser que alguna de sus locuras me provocase un nuevo percance.

Según parecía por lo que decían los que llevaban relojes para algo más que para usarlos como funestas armas de mal augurio, estábamos a punto de llegar a la medianoche. Eso marcaba un hito importante, por lo menos psicológicamente. Visto lo visto, aún no podía creerme haber llegado hasta esa frontera de la segunda medianoche, pero ahí estaba. Mis condiciones distaban mucho de ser buenas, las piernas las sentía embotadas y hacía rato que el dolor intenso de los pies se había convertido en un sordo escozor que procuraba ignorar, aunque sin mucho éxito.

Me acerqué nuevamente a Warren, pues necesitaba distraer mi mente con algo de conversación.

- Me alegro. - Le digo entre resuellos. - Por lo del dinero, digo. Que al menos uno de nosotros saque algo en claro de este infierno en el que nos hemos metido.

Decían cosas malas sobre el reloj del 76 y Timothy sonreía, se sentía el tipo más afortunado del mundo. En su cabeza imperaba la lógica de que el otro reloj estaba maldito y que el suyo le traería la gloria. Ahora más que apretar el reloj lo acariciaba, habiendo dejado de acariciar las barritas energéticas. El reloj era un tesoro mayor, le iba a ayudar a ganar.

Mi padre me dio su reloj de la suerte antes de morir, es eso, debe serlo, no puede ser de otra forma. Él sabía que yo vendría aquí, como una premonición.

Al menos mantener la mente distraída le hacía olvidarse del hambre que seguía sintiendo, o más bien la gula por algo graso y delicioso. Abrió el reloj para mirar de nuevo su interior, casi más por las agujas moviéndose rítmicamente que por la foto de sus dos preciosas chicas. Fue por ello que la foto cayó al suelo y él sin pensarlo se paró a cogerla, le costó despegarla del asfalto y rascó con sus uñas hasta levantar un pico y retornarla a sus manos. Una de sus uñas se partió y sangró, pero no le dolió tanto como el grito a sus espaldas.

-¡Aviso, número 8! ¡Segundo aviso, número 8!- gritó el soldado autómata, como ya había hecho con tantos otros, para él solo eran números a los que disparar por la espalda si se pasaban de listillos.

Timothy tembló antes de reemprender la marcha, guardando bien la foto y el reloj en el bolsillo. Sin embargo, no notó los mismos sudores fríos que las otras veces al oír próxima su condena, casi sentía que la muerte acabaría siendo algo liberador si comparaba con el sufrimiento que llevaba encima.