Partida Rol por web

Recogió la foto y escuchó con atención al nueve, respirando pesadamente, cogiendo aire con dificultad, reprimiendo los constantes sollozos que pugnaban por adueñarse de él y que hubieran sido una liberación que no creía merecer.

Imaginarse a Lucy le devolvió un atisbo de sonrisa, si la recordaba bien estaba seguro de que ella hubiera conseguido que cambiara su humor incluso en ese momento, al borde de la muerte y sin esperanza, le habría dicho... y lo dijo en voz alta -: ¿Sabes qué le pregunta un cadáver a otro?

Miró al número nueve y le pareció leer sorpresa en su mirada. Se contestó, también en voz alta, de nuevo imaginando que era Lucy quien hablaba -: ¿Damos un paseo?

Rubricó la pregunta con una sonora carcajada.

La Autopista, a 12,6 kilómetros de Bangor. 15:47 horas.

Los participantes fueron recibidos en Old Town como si de héroes de guerra se tratara. Era la primera ciudad importante dentro del itinerario de la marcha y querían recibir al grupo por todo lo alto. Las calles estaban abarrotadas de confetti, gente y música de marcha por todas partes. La cara del Comandante se veía en algunos paneles televisivos en las azoteas de los edificios. Algunos tenían pancartas con la cara de Garraty y lazos negros en sus brazos en recuerdo del marchador caído.

Aunque no todo fue alegría para los jóvenes. Otro compañero fue abatido en la rampa de la autopista que daba a la entrada de la ciudad. Al bajar resbaló con la gravilla y cayó torciéndose el tobillo. No pudo dar más de tres pasos a saltos antes de caer acribillado. Otros dos intentaron escapar aprovechando la multitud, pero esta se apartó de ellos como si fueran apestados, ofreciendo un blanco fácil a los soldados. La policía retiró los cuerpos y la fiesta continuó sin interrumpirse.

Los otros 68 fueron agasajados en la distancia. Las mujeres gritaban, las adolescentes se volvían locas y los hombres vociferaban con cervezas en la mano. Los niños agitaban banderas americanas mientras comían algodón de azúcar. Incluso el alcalde de la ciudad, en un palco de honor, saludó con el brazo al grupo cuando pasó junto a él. Fue un gran día... para la gente de Old Town, claro.

Ahora el grupo se encontraba de nuevo en la autopista. La próxima parada era Bangor, que estaba mucho más cerca. Estarían allí aproximadamente en un par de horas, cuando empezara a oscurecer. En las mentes de muchos rondaba la idea de intentar escapar aprovechando la oscuridad. Aunque claro, los soldados contaban con equipos de visión nocturna...

El chiste de Bachman tuvo su gracia, joder, ya lo creía que la tuvo, cuando quiso darse cuenta, estaba partiéndose el culo junto al cabrón con el dorsal 3. 

Atravesar Old Town fue lo peor, había mucha gente, música, gritos, vítores, insultos, ánimos... Ruido. La abotargada cabeza de Bram empezó a emitir pulsaciones de dolor que alternaban con los aguijonazos de sus piernas, pies y caderas. 

Se dio cuenta entonces, cuando toda la algarabía había pasado y ya salían de la ciudad para dirigirse hacia Bangor por la autopista, de que tenía hambre. Rebuscó en su cinturón, sacó una especie de barrita energética y se la comió despacio, luchando para no vomitar, bebió un poco de agua y siguió dando su paseo junto al resto de cadáveres.

- Si, son naturales. La muy desgraciada de va de boca con las tetas que tiene, son muy bellas. Te cuento un secreto, es que me gustan bastante dotadas de arriba. -claro, ya que estábamos muy en plan machotes con tanto manoseo a las chicas que estaban en el camino. Lo lógico era hablar de ello como hombres sementales que somos. 

Pero parecía una desgracia el mero hecho de tocar un pecho porque cada vez que lo hacía alguna consecuencia acarreaba. Ésta vez al llegar a Old Town y ver a la multitud de personas recibiéndonos con tanta algarabía me dio mucha emoción y una fatídica distracción, al quedarme como tonto embobado de las chicas que gritaban mi nombre mientras hacían gestos con sus tetas, algo que sin dudas me llevó a una advertencia por desviarme demasiado del camino con tal de estar cerca de ellas. 

-Tercer aviso número 76, último aviso... Repito, último aviso. - tan solo esas palabras hicieron que me temblara absolutamente todo, estaba al borde de la muerte y todo por ser un estúpido en celo. 

Akinlabi escucha las conversaciones que son mantenidas a su espalda con no poca perplejidad.

- Es increible, no se si es por evadirse de la realidad o qué, pero no se cómo puede alguien pensar en mujeres en esta situación... menudo país de tarados.

Visto lo visto, intenta no confraternizar demasiado con nadie, para que no le afecten las muertes que se ven aproximarse por el horizonte.

Estaban llegando a Old Town tras una larga tortura de barbacoas y ver familias enteras comiendo hamburguesas y perritos calientes. El estómago de Timothy rugía y se quejaba de la mierda que había tenido que procesar durante ya un día y medio. El chico no podía hacer nada al respecto, solo tratar de cerrar los ojos y apretar su reloj con fuerza. No podía flaquear, menos cuando se acercaba a la multitud enorme que seguían comiendo dulces y miles de cosas más.

El odio que estaba desarrollando Timmy hacia la humanidad, desde que había empezado esa locura, se volvió un poco más negro en su interior. No soportaba las voces y vítores de la gente, sus saltos y sobre todo verlos comer. Sus dientes masticando y haciendo un ruido rechinante que él no debería oír, pero que entendía perfectamente. El mordisco, la trituración, la deglución, todo estaba en su cabeza reverberando y volviéndole loco.

Otro retortijón hizo que el chico tuviera que pararse, bajarse los pantalones y tratara de cagar. Todo aquel asunto de la comida, la bebida y el estómago le estaba pasando factura. Él ya se temía que en algún momento le iba a tocar hacerlo y fue justo en medio OldTown, con todo lleno de gente vitoreando... Hay que joderse. Apretó tratando de darse prisa, notando los sudores fríos del aviso sobre su espalda, cuando lo oyó.

-¡Aviso número 8! ¡Primer aviso número 8!- gritó un soldado, mientras él trataba de darse prisa antes de que sonara el segundo.

Un último esfuerzo hizo que todo saliera antes de que el soldado volviera a abrir la boca. Timothy respiró aliviado, sobre todo porque aquello tenía la consistencia adecuada y no tenía casi necesidad de limpiarse, ni con qué. Una vez había oído a unos veteranos hablar de los cagarrios que echaban en guerra, que era importante que fueran normales porque de no serlo indicaban síntomas de enfermedad. Aquel le parecía lo suficiente normal como para sentirse bien, jodidamente bien con un peso menos encima.

-Podéis ponerle un monumento, Old Town- dijo al público, esbozando media sonrisa por la idea. Aquella gente estaba tan loca como para ir ahora mismo a revolcarse en sus heces, como lo haría un cerdo. "Me bañé en la mierda del corredor 8, ¿puedes creerlo?", pensó para sí y soltó una pequeña risa. Cuando se dio cuenta que se reía, paró, aquello era un síntoma claro de que se estaba volviendo loco.

Entramos en el pueblo ese lleno de paletos y primero decido comerme una barrita.... Todo está lleno de payasos y putillas... así que le propongo a mi amigo Pickman una competición.... a ver quien toca más tetas a los largo de todo el pueblo.... Y allí vamos, 1,2,3,4...6..10, 14, 18, 26, 33, 42....  Segundo Aviso, Número 82!!!... Pickman también se gana otro aviso... pero nos hemos puesto las botas a tocar tetas....

Mierda, ya nos han cortado la diversión.... Lo siento chicas.... pero los puritanos de las escopetas no nos dejan tocar... solo mirar.!!!

Tras el último aviso recibido no podía pensar en otra cosa que en que me encontraba al borde de la muerte. Así que, una vez abandonamos Old Town, comí con tranquilidad una de las barritas que llevaba al cinturón.

Me sentó bien, una vez conseguí bajarla con algo de agua. También verme lejos del agobio del gentío me alivió, como supongo que a muchos de los que marchábamos.

Recuperé una posición media en el pelotón, un pelotón que cada vez era menos pelotón. 

La tarde iba avanzando y, con no poca suerte, vería una nueva puesta de sol.

Desde que Lucy, su esposa muerta, decidiese tomar el timón, todo le estaba resultando más sencillo a Henry.

¡Hora de comer, mi vida! - Dijo Lucy en su cabeza con esa voz clara, dulce pero imperativa.

Enseguida, amor mío .- Contestó él llevándose la barrita a la boca y mordisqueándola con placer, degustando el pollo a la cerveza que ella solía preparar; si alguno de los marchadores lo oyó y vio la mirada perdida y algo psicótica de Henry, él no se percató de ello.

Acelera el ritmo, cielo, no te pares ahora ¡mira cuánta gente ha venido a vernos! - Como en babia, para deleite de los espectadores, Henry comenzó a saludar a un lado y otro mientras andaba, cualquiera hubiera podido asegurar, viéndole, que por allí pasaba una alegre algarabía de mozos en edad de merecer rumbo al bar del estacionamiento donde esperaban las chicas con sus batidos y minifaldas. Al menos hasta que le mirara a los ojos; en ese momento, el espectador descubríría, sin necesidad de ser un experto en la materia, que ese chico nunca habría de recuperar el norte.

El olor a comida grasienta inundó sus fosas nasales, evocándole gratos recuerdos en el patio de sus casa, cuando podían permitirse hacer barbacoas en comunidad.

Vio a su mujer haciendo de anfitriona para los vecinos, y a su hija ayudándole a aliñar la carne.

Steven Ford traía cervezas heladas, y Martin Henry con su mujer y tres hijos traían una tarta enorme...

la viuda Blunt apareció con una enorme fuente de ensalada César, y el reverendo Locke una botella de vino californiano...

aquello le pasó factura y le entró flato, teniendo que pellizcarse la zona del bazo para intentar paliar el dolor...

La Autopista, a 5,5 kilómetros de Bangor. 16:50 horas.

Estaba a punto de terminar el segundo día de la competición. De nuevo las temperaturas comenzaron a bajar y, a medida que el sol se acercaba hacia el horizonte, empezó otra vez a soplar un viento frío. El grupo podía ver a lo lejos el perfil urbano de Bangor que empezaba a encenderse como un árbol de navidad. El público había vuelto a escasear a la salida de Old Town y de nuevo los participantes estaban solos. Únicamente acompañados por el siniestro vehículo oruga y los verdugos subidos a él.

Sonido de disparos. Un cuerpo que se desploma. 67.

De los participantes que habían comenzado juntos y que seguían juntos, sólo Aki daba muestras de su habitual fortaleza física. No había recibido todavía ni un solo aviso en los dos días que llevaban de competición y era, con mucho, el que mejor se había dosificado para esto. A pesar de que ni siquiera sabía dónde se metía. El resto acumulaba demasiados avisos y un paso en falso les llevaría irremediablemente a la tumba. Aún así, continuaban andando tras él. El que peor lo llevaba era Warren. Su cara de sufrimiento a cada paso que daba eran claras muestras de ello.

Sonido de disparos. Otro cuerpo que se derrumba derrotado. 66.

La carretera continúa, parece que no acabase nunca.

Akinlabi comenta como para si mismo:

- Es curioso como aguanta la gente cuando le va la vida en ella, si no fuese porque saben las consecuencias que tiene el detenerse hace mucho que todos estos pobres chicos estarían muertos.

Apenas ha caído un tercio, pero tal y como van muchos... esta noche promete ser una masacre.
 

- Ahí está. - Dije, pensando a viva voz. - Un nuevo atardecer. - Y sonreí estúpidamente.

Lo cierto es que cada vez pensaba tener más lejos la posibilidad de ver una nueva puesta de sol. Así que ver como éste se acercaba al horizonte me llenó de satisfacción personal.

Miré a mis compañeros. Ya teníamos más de uno que parecía haber perdido la cabeza, como el chico de la cicatriz. Supongo que llega un momento que la cabeza ha de desconectar de la cruda realidad, como mecanismo de defensa. Aunque quién sabe si se puede volver a la cordura después, en caso de sobrevivir.

De momento, a parte de una alucinación momentánea causada por el exceso de sol, yo aguantaba más o menos bien. Pero no se me olvidaba que estaba a un nuevo tropiezo de que mi cabeza desconecte literalmente del cuerpo, esparciendo la sesera por ahí.

Se nos echaba encima la noche, y con ella el frío. Había que apretarse los machos. Bebí un poco de agua y me contuve de engullir otra barra energética, pues quedaba mucho para el amanecer todavía. Un mundo, quizá una vida entera.

Henry pensó que, cuando tu esposa muerta te aconsejaba que te comieras otra barrita del cinturón, no estaba bien discutir con ella. De modo que hizo lo que le pedía. La parte de su mente aterrorizada con la idea de dar un mal el paso, ese mal paso que necesitaba como excusa el soldado que, desde hacía ya dos horas, no le quitaba ojo más que para mirar el marcador del dispositivo que usaba para comprobar la velocidad y los segundos transcurridos, se hallaba en algún rincón perdido y lejano. Oculta donde no tuviese que sufrir lo insoportable, en el lugar donde se refugia la cordura hasta que pasa el temporal, si es que alguna vez termina.

Su cuerpo, menos agobiado por el estrés que suponía verse manejado por la mente consciente de Henry, agradeció mucho el respiro de estar en manos del imaginario fantasma de su esposa. La chica tenía nervios de acero cortesía de estar ya muerta, su calma y alegría contrastaba brutalmente con el horror y la pesada tristeza a la que había sucumbido el muchacho. Por increíble que pareciese y aunque nadie le creería nunca si, por un casual, encontraba palabras con las que explicarlo tras recuperar la cordura, Lucy le estaba salvando la vida.

El hambre le perseguía como un fantasma, pero prefería guardar las barras para la noche. Por lo menos el estómago no le daba esos retortijones horribles, el haber descargado en medio de Old Town le había sentado bien, muy bien. Dio un trago a su cantimplora, tratando de engañar al hambre, sin éxito. Si esto seguía así era capaz de pedir un filete si ganaba.

No, no, no puedo volverme tan loco.

Apretó de nuevo el reloj y lo sacó para mirar la foto. Aquello era por ellas, estaba claro, solo un poco más. Un poco más era la frase que le tenía en pie. Siguió caminando, sintiendo el frío ya sobre él, volviéndose a abrazar a sí mismo para entrar en calor e imaginando que era Stacy quien lo hacía. Dentro de poco comería alguna de las barritas, para seguir engañando a su estómago. Esperaba aguantar para al menos borrar el primer aviso que había tenido y esperaba que el último. En el silencio del atardecer se oían los pasaportes de aquellos chicos demasiado extenuados para continuar, una banda sonora macabra para una carrera macabra.

Cada paso resulta un infierno, el último aviso no ha servido sino para darse cuenta de que según avanzamos cada paso estámos más cerca de nustra propia muerte. Cuando empecé pensaba que estaba mejor preparado y más motivado que los otros suicidas, pero viendo a Aki... uno no puede sino rendirse a la evidencia... Nos vá a enterrar a todos.

Mira Jesse... somos jóvenes, tenemos toda la vida por delante y resulta que ese anciano nos vá a mandar a la tumba a todos nosotros.... es tragicómico... 99 chavales en la flor de la vida y se vá a salvar un anciano, al menos espero que sirva para que ese hombre pueda tener una vida digna.... Joder.... pero que estoy diciendo... me estoy volviendo un blando.... me estoy volviendo humano..... puto cansancio que me hace ya hasta delirar... a tomar por culo... Aki, te voy a mandar toda mi energía negativa para ver si tropiezas de una puñetera vez...!!!

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Después de recibir aquel tercer aviso, algo se activó en su interior, no sabía si era cosa de ver la muerte de cerca, o simplemente porque su cuerpo había encontrado un ritmo adecuado, de todas maneras, continuó andando

-Si, Matt, bonito atardecer, lástima que muchos no veremos la luz de un nuevo amanecer-

Lo dijo con un toque melancólico, pues la noche se avecinaba terriblemente mortal

Bram jamás pensó que llegaría tan lejos en aquel concurso de locos. Pero allí estaba, caminando al borde de la muerte, ¿Cuánto más podría aguantar? Otro atardecer... Sus piernas se movían prácticamente por inercia, un paso y luego otro y otro más. Ya no estaba seguro de poder detenerse nunca.